29 de diciembre de 2008

Naomi Klein: "Ante las crisis siempre aparecen las mismas recetas con una idea muy redituable: enriquecer a los políticos y a las empresas"

La periodista y economista canadiense Naomi Klein (1970) es una destacada referente y activista del movimiento de re­sistencia anti-globalización. Columnista de "The Guardian" de Londres y "The Globe and Mail" de Toronto, ganó el reconocimiento mundial a partir de la publicación en 2000 de "No Logo. Taking aim at the brand bullies" (Sin logos. El poder de las marcas), un ensayo en el que analiza la influencia de las marcas en las sociedades modernas y desenmascara el comportamiento de las grandes corporaciones multinacionales. Dos años más tarde apareció "Fences and windows. Dispatches from the front lines of the globalization debate" (Vallas y ventanas. Despachos desde las trincheras del debate sobre la globalización), un libro de artícu­los políticos escritos a lo largo de los últimos años en diversos periódicos. Asimismo realizó el guión del documental "The take" (La toma), basado en la toma y recuperación por sus trabajado­res de varias fábricas en la Argentina poco después de la crisis del año 2001. La Argentina también fue la inspira­ción para la tesis inicial de su último libro: "The shock doctrine. The rise of disaster capitalism" (La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre), en el cual combina la investigación perio­dística y académica (a veces muy rigurosa) con algunas hipótesis básicas sobre la globalización, y conclusiones en las que no siem­pre queda claro qué es causa y qué es efecto, confirmadas por un uni­verso de prueba tan vasto como inabarcable. La entrevista que sigue fue realizada por la periodista Ivana Costa para el nº 239 de la revista "Ñ" del 26 de abril de 2008 cuando la autora se encontraba de visita en Buenos Aires.¿Cómo nació "La doctrina del shock"?

Cuando empecé tenía pensa­do un libro muy diferente; quería tomar sólo Irak, el tsunami y el huracán Katrina y analizar el capitalismo contempo­ráneo del desastre. Como había vivido la experiencia en la Argen­tina y sabía sobre la dictadura, la tesis del libro era que esta ideolo­gía había comenzado con la tortu­ra y el derrocamiento de gobier­nos, y que luego, tras un período de calma, ha vuelto. Pero el pro­blema es que estaba equivocada. A medida que trataba de hallar contrastes, me iba encontrando con los mismos patrones. Por ejemplo yo no sabía que la transíción en Rusia había sido tan vio­lenta; sólo lo estaba investigando para tenerlo como punto de con­traste, pero veía que mi percepción era errada y que tenían mucho más en común con las tácticas originales que lo que había ima­ginado. Por eso, el libro me llevó dos años más de la cuenta y no fue un proyecto de investigación coherente sino muy caótico. Para ser franca, me sorprende que ten­ga sentido porque ese período intermedio fue muy desprolijo. La investigación modificó la tesis. No me proponía escribir una historia alternativa del neoliberalismo sino sólo sobre el capitalismo contem­poráneo del desastre, trayendo algunos ecos del pasado. Si me hubieran dicho que iba a escribir una historia alternativa del neoli­beralismo no habría encarado el proyecto. Me habría parecido de­masiado ambicioso.

¿Qué quiere decir con shock? ¿Cómo definiría a la "doctrina del shock"?

Un shock es cualquier acon­tecimiento catastrófico que nos desorienta. Mi forma preferida de entender el shock es decir que es la brecha entre un aconteci­miento y el relato que lo explica. Ese lapso, esa brecha que se abre entre acontecimiento y relato es el estado de confusión en el cual somos vulnerables. La "doctrina del shock" es la filosofía del poder que entiende que esa brecha es el mejor momento para imponer un programa radical pro-empresas.

Pero esa brecha, ¿no es buen momento para tratar de imponer cualquier programa?

En el libro demasiados shocks convergen para mostrar un mismo cuadro.

¿No es forzado equiparar Irak y Rusia, Sudáfrica y Polonia?

Esta no es una historia de esos países, es una historia del neoli­beralismo. Esta ha sido una campaña ideológica y económica que sirve a las élites de todo el mundo, que tiene sus libros sagrados y su filosofía del poder. En el libro cito abundantemente a los arquitectos del neoliberalismo cuando dicen que necesitan cri­sis: "Cualquier crisis sirve". Cito al ministro de Economía de Po­lonia cuando dice que puede ser "una rápida transición económi­ca, el fin de una guerra, cualquier cosa". El shock es un período en el que la gente pierde la orientación. La izquierda no entendió que hay una filosofía del poder en las cri­sis que ha permitido el ascenso de esta ideología. Las crisis son todas diferentes pero, en los últimos treinta años aparece este hilo conductor: fueron sistemáticamente aprove­chadas por un grupo pequeño que comprendió y estudió la utilidad de las crisis. Todo esto era nuevo para mí cuando empecé la investigación. Es sorprendente tomar el huracán Katrina, el tsunami, Irak o el fin del comunismo y ver que en todos los casos aparecen las mismas recetas. Tienen una sola idea muy redituable: enriquece a los políticos y a las empresas.

El acontecimiento que inicia el shock puede ser predecible o impredecible, una catástrofe natural o de la política. ¿Esto no marca una gran diferencia en cuanto a las responsabilidades en cada "doctrina del shock"?

No es inevitable que reaccio­nemos ante los acontecimientos difíciles con un shock, un estado de desorientación. Pero el factor determinante de que nos sinta­mos desorientados, de que nos volvamos maleables y entremos en regresión es que tengamos o no un relato que explique lo que pasa. En estado de shock uno se vuelve vulnerable. Con un electroshock la persona pierde control de su cuerpo, tanto en psiquiatría como en una tortura. La pregun­ta es cómo mantenerse fuera del shock, porque no podemos evi­tar que ocurran pero sí podemos controlar el hecho de entrar o no en ese estado de regresión y des­orientación o al menos cuánto tiempo permanecemos en él.
Dice que la tesis inicial surgió en Argentina, ¿cómo nació la idea de convertirla en libro?
Lo que me motivó fue presen­ciar los efectos increíblemente dañinos del prolongado estado de shock en el que entraron los norteamericanos después del 11-S. Fue la quintaesencia de la brecha entre acontecimiento y relato. "¿Por qué nos odian?" se preguntaban. Uno tendría que ha­blar de las fallas de los medios, de nuestro sistema educativo, de la cultura que creó una situación en la que los estadounidenses que­daron totalmente sorprendidos de tener enemigos que querían su aniquilación, de los cuales no tenían ni la menor idea hasta el día anterior. El shock no fue el atentado sino el hecho de que parecía llegado de otro planeta. Eso creó el contexto para que el gobierno de Bush se adueñara del poder para destruir las libertades civiles, invadir Afganistán e Irak, crear Guantánamo, etcétera. Yo quería entender la teoría del shock. Se combinaron la necesidad de ver los efectos nocivos que esto tuvo en el panorama político del lugar donde vivo y el hecho de haber venido a la Argentina después de un shock, después de la crisis. En enero de 2002, cuando vine por primera vez, todavía reinaba una gran confusión pero lo que me impactó -y esa es la raíz de la tesis de este libro- fue escuchar los relatos de la gente sobre por qué el país había reaccionado así el 19 y 20 de diciembre. Tantas personas contaban la misma his­toria: "De la Rúa habló por televi­sión, declaró el estado de sitio y esa situación nos recordó el pasado". En 2001 ustedes tenían el con­texto clásico para la aplicación de la "doctrina del shock"; esa vez no funcionó pero, recordémoslo, se intentó hacerlo.

¿A qué se refiere?

Ustedes tenían una crisis econó­mica, hubo un intento del FMI y de Domingo Cavallo de aplicar un programa de austeridad total, de aprovechar esa crisis económica para llevar el neoliberalismo aún más lejos. En los Estados Unidos había un grupo de economistas de derecha, como Rudiger Dornbusch, que proponían que la eco­nomía de Argentina se trasladara "offshore". Es la idea más radical que jamás se haya oído. Ninguna de esas ideas prendió y la gente las rechazó porque había aprendido de aprovechamientos anteriores del shock. Cuando De la Rúa de­claró el estado de sitio, la gente recordó 1976. Ustedes tuvieron una memoria histórica. En un momento en el que la gente po­dría haber sido vulnerable a otra terapia de shock económico, algo la mantuvo fuera. Sorprendente. Lo contrario de un shock, como una hiper-orientación. Todo el mundo estaba súper despierto.

Detectar las motivaciones de "todo el mundo", despiertos o dormidos, no es tan sencillo.

Mucha gente salió por propio interés, sin duda. Pero la expe­riencia cambia a la gente.

Aquellos días de diciembre son interesantes en contexto: por ejemplo, con los cacerolazos de los días previos, una práctica que nace en el Chile anti-Allende. Días atrás tuvimos nuevos cacerolazos y protestas en calles y rutas. ¿Cómo interpreta estos acontecimientos?

No los interpreto porque no los he investigado. Es fácil olvidar que había un programa ambicio­so de aprovechar ese shock para adueñarse de la economía argen­tina, y eso no ocurrió.

Es consciente de que el proce­so es muy complejo.

Sí. En este gobierno se han producido algunos cambios muy simbólicos, y creo que la postura de Kirchner ante el FMI fue im­portante para el debilitamiento del FMI. Ahora el Fondo está en una profunda crisis y la Argentina desempeñó un papel significativo en ella. Dicho esto, no creo que los Kirchner realmente rechacen muchos postulados del neoliberalismo: le pagaron al FMI y la cuestión crucial es la redistribu­ción de la riqueza. El legado neo­liberal es la desigualdad masiva y la aniquilación de la clase media, por eso, la reconstrucción pasa por abordar la desigualdad y eso no ocurre aquí de manera signi­ficativa. ¿Es este un gobierno anti-neoliberal? No sé. Pero diciembre de 2001 fue un tiempo de cambio y también de desilusión porque había muchas esperanzas en ese potencial y creo que hubo muchas oportunidades perdidas.

¿Por ejemplo?

Una de las desilusiones es la de las fábricas recuperadas. Eso po­dría haber sido un cambio de polí­tica, pero para que eso ocurra hace falta un gobierno al que le interese cambiar la dinámica (y gente que se lo exija), alejándose de la asis­tencia y la beneficencia para acer­carse a la autosuficiencia, que es la amenaza fundamental porque el modelo clientelista es una ma­quinaria política. Las cooperativas autónomas no necesitan tanto a los partidos políticos. Esto no sólo ocurre en la Argentina. Ese nue­vo paso para institucionalizar otro modelo económico no se dio y esa es otra desilusión. Pero creo que sí se está haciendo en otros países que tienen otra relación con los movimientos sociales, una rela­ción más igualitaria. Mire a Evo Morales: tiene que dar respuesta a los movimientos sociales pero no existe esa maquinaria políti­ca tan difícil de desarticular. Es un desafío muy particular. Pero el peronismo -eso aprendí en la Argentina- es único.
Bueno, esa singularidad se pierde en el libro, muchos datos parecen inverosímiles; por su complejidad o quizá porque se basan en fuentes secundarias.
¿Cree eso? Sí, me apoyé en fuentes secundarias. No es lo ideal. Había hecho algunas investigaciones aquí pero profundicé más de lo que esperaba y por eso me basé en algunos libros publi­cados en inglés. Ahora estamos haciendo un documental y po­dremos hacer más investigación. Lo acabamos de empezar con el director Michael Winterbottom; pronto haremos la primera filmación. Winterbottom quiere ser muy fiel al libro. Los capítulos de Chile y Argentina lo impresionaron, así que vamos a filmar aquí y en Chile.

En la reseña que hizo Joseph Stiglitz de su libro dice que, en verdad, nunca hubo teoría algu­na para esas políticas.

Creo que él dice que las teorías de estos economistas eran aún más endebles. Malos economis­tas. Stiglitz disiente más en la tortura y la metáfora del shock.

Recientemente escribió so­bre un arma nueva, Tazer, una pistola que lanza una descar­ga, como una picana. El video en YouTube donde se ve cómo guardias disparan Tazer y asesi­nan a un polaco en un aeropuer­to canadiense es aterrador.

Sí, ya hubo muchas muertes causadas por el Tazer. Son un pro­ducto de consumo. Es increíble: vienen en rosa, con estampado de leopardo o con música. Este es el Estados Unidos post 11 de septiem­bre. Los padres las están usando con sus hijos, los maridos con las mujeres. Es un arma de abuso en el hogar; y justamente porque tie­nen fama de seguras son mucho más peligrosas. La empresa re­pite: "Esto es seguro. No es fuerza mortal". Hay historias de padres que la han usado contra chicos de tres años porque lloraban. Es una epidemia de shock.

La metáfora de la tortura por electroshock sigue viva.

Hay un tercer shock que es ne­cesario para hacer cumplir con la doctrina y no fui lo suficientemente firme al respecto en el libro. Si volviera a escribirlo de­dicaría un capítulo a las cárceles estadounidenses, al hecho de que uno de cada cien estadounidenses adultos está preso, que Estados Unidos tiene el índice de encar­celamiento más alto del mundo y que esa población carcelaria está compuesta mayoritariamente por negros y latinos. Nueva Orleans tiene al 30% de su población tras las rejas. Algunas de estas cár­celes usan armas de shock. Las poblaciones que estuvieron en la línea de frente de estas políticas económicas sufrieron un nivel increíble de disciplinamiento y brutalidad policial.

Esto contrasta con su pintura de la dictadura argentina, en la que dice: "Todos callaban lo que ocurría". Hoy cualquiera puede aplicar picana a otro y se supone que está bien.

Es más: es entretenido. Uno ve el shock en el cine, en TV... en los "reality shows" hay como una competencia: quién puede soportar un shock. Uno de los motivos por los cuales es tan difícil hablar de esto en los Estados Unidos es que los medios ejercen una amortiguación. La gente no confía en sus propias reacciones emocionales cuando no recibe confirmación de los medios. Y uno empieza a pensar que está loco, que es el único que piensa así. Porque a uno algo le parece chocante pero la televisión está hablando de otra cosa. Para que estas cosas lleguen a ser una con­troversia hace falta más que un artículo. Tiene que haber un con­texto, que los medios electrónicos digan: "Usted tiene razón en opi­nar que esto está mal". Si uno no recibe esa confirmación, piensa que esa violencia es normal. Por eso el uso de blogs es alentador. En Canadá nos llegó la noticia de que alguien había muerto por el uso del Tazer en un aeropuerto como la nota de un día. Recién cuando se vio el video en YouTube esto se convirtió en una polémica y en investigación.

¿Cuál es el lector ideal de "La doctrina del shock"?

El objetivo era prepararnos para el próximo shock. Y es muy gra­tificante recibir e-mails de gente que usa el marco de "La doctrina del shock" para interpretar la ac­tualidad. Esa es mi meta como analista desde que empecé a es­cribir columnas: dar herramien­tas para leer mejor los diarios. Esa es mi misión. Por eso, es hermoso recibir mensajes de correo elec­trónico de gente de todo el mun­do que me dice: "Está ocurriendo aquí. Están tratando de hacerlo. Lo están haciendo en la junta escolar, con la crisis alimentaria para introducir alimentos gené­ticamente modificados" o "con la crisis económica quieren privatizar la seguridad social". Ahí me siento muy gratificada porque significa que la gente tiene otra herramienta para interpretar las noticias. Soy bastante realista en cuanto a qué puede y no puede lo­grar un libro. Los libros no crean movimientos.

¿Cómo fue recibido este libro en el ámbito académico?

Depende del académico. Creo que muchos docentes valoran a quien divulga y sintetiza. Algu­nos valoran que use como fuen­te el trabajo tan cuidadoso que hacen ellos. Me invitan a hablar en universidades porque para los alumnos es útil tener el panorama general. Pero el punto de vista de algunos académicos depende de su orientación: para los marxistas o trotskistas, el libro es demasiado keynesiano. Para los neoliberales, es demasiado marxista.

Al presentar "La toma" su ma­rido explicó que habían elimina­do opiniones de especialistas porque la película expresaba un "echen a los expertos".

Eso estaba más bien dirigido a los economistas que habían he­cho tal desastre. Tengo un gran respeto por quienes dedican tanto esfuerzo a ser precisos. Sin ellos no podría hacer mi trabajo.