5 de diciembre de 2008

Susan Sontag: "Estoy en contra de las interpretaciones estúpidas"

Susan Sontag (1933-2004), gran polemista, la más europea de los escritores estadounidenses, encabezó el movimiento intelectual posterior al mayo del '68 como una ardiente defensora de las utopías que proponían construir un mundo mejor. Con su prosa provocadora intentó derribar las mentiras de su propia sociedad -la estadounidense- de la que se sentía avergonzada, detestando su vanidad y la violencia utilizada por esa cultura de masas para arrasar la cultura de otros países. Durante años encendió la mecha de la polémica en el campo de la estética y la política desde sus conocidos ensayos. Pero, en 1992, confirmó su talento en las filas de la ficción con "The volcano lover" (El amante del volcán), una novela histórica que rápidamente se convirtió en un éxito de ventas en Estados Unidos y en aquellos países europeos en los que fue publicada. Para la presentación de la novela en Brasil, Sontag viajó a Río de Janeiro. Allí recibió a la periodista de "Clarín", Hinde Pomeraniec, con quien mantuvo el diálogo que sigue, publicado por el matutino porteño el 8 de julio de 1993.La historia del triángulo amoroso entre lord Hamilton, su mujer y el almirante Nelson, en la que se basa su novela, ¿siempre le resultó atractiva?

En realidad no tengo ningún interés particular en esta historia. O, por lo menos, no más que en otras historias.

Lo preguntaba porque, a lo mejor, aquella vieja película con Vivien Leigh como Emma y Lawrence Olivier en el papel de Nelson había provocado en usted algún impacto especial.

Vi la película cuando era chica, pero todos la vieron, ya sea en el cine o en la televisión. Lo que sí puedo decirle es que, cuando comencé, tenía una idea en la que había estado pensando durante mucho tiempo: el temperamento melancólico, las personas melancólicas. Empecé a pensar en eso tal vez porque yo misma tengo algo de melancólica. Escribí una colección de ensayos que se llama "Under the sign of Saturn" (Bajo el signo de Saturno), el signo de la melancolía. En realidad, ese es el título de uno solo de los ensayos, sobre Walter Benjamin. Evidentemente, algo se estaba gestando en mí.

Pero en su novela hay, además, una estrecha relación entre la melancolía y la pasión del coleccionista.

Fue en ese ensayo sobre Benjamin cuando también comencé a hablar de coleccionar, porque Benjamin, de alguna manera, era un coleccionista. No tenía dinero, pero coleccionaba libros para niños. Y entonces pensé que el personaje principal de la novela tendría esa particularidad. Recordé la figura de Hamilton porque él tenía algo que también existía en Benjamin: por un lado, esa pasión del coleccionista y, por el otro, la fascinación por la destrucción. Benjamin, a decir verdad, era un suicida. La mayoría de la gente no sabe que tuvo varios intentos de suicidio a los treinta años.

Por lo que dice, entonces surgió primero el tema y recién después aparecieron los personajes.

Me interesaba que mi protagonista fuera una suerte de melancólico reprimido. Pero también quería mostrar otro aspecto del carácter melancólico: la fascinación por algo muy violento y destructivo. Poco a poco, mientras iba elaborando la idea, mientras soñaba con todo esto, recordé a Hamilton. Y no fue precisamente por esa película de la que me hablaba antes, sino por algunas placas que yo tenía del libro que Hamilton publicó en 1776 sobre los volcanes. El había escrito un libro sobre sus observaciones del Vesubio y había contratado a un artista local en Nápoles para ilustrarlo. Se deben haber hecho unas trescientas copias, gran parte de las cuales se perdieron o se destruyeron. Algunas están en bibliotecas o en manos de personas de dinero. Sé, por ejemplo, que Sofía Loren tiene una copia.

¿Es un libro grande?

Sí, tiene varios volúmenes, con tapa de cuero. En Sotheby's o en Christie's una vez por año sale a la venta una copia y cuesta unos 100.000 dólares. Pero algunas de las copias fueron divididas por los vendedores de libros y así es que, ocasionalmente, se pueden encontrar grabados, ilustraciones, en forma individual. Hace muchos años, en Londres, en el British Museum, encontré unas diez ilustraciones del libro y las compré. Las tengo en las paredes de mi casa. Así fue que intenté hacer una historia que se basara en él.

Qué extraño, porque de ese triángulo amoroso -Emma, Hamilton y Nelson- el almirante siempre, fue el personaje atractivo.

Es cierto. Sin embargo, cuando comencé a escribir la novela pensé que el protagonista absoluto iba a ser Hamilton y que los demás estarían muy lejos. Pero no fue así. Comencé con él, pero luego el libro estalló como un volcán y el almirante Nelson se apoderó de él, lo secuestró. Terminé olvidándome de la melancolía y ni siquiera era un tema que me interesara.

¿Cuánto tiempo le llevó escribir esta novela?

Un tiempo asombrosamente breve. Lo hice en dos años y medio, lo cual para mí es muy rápido. Las primeras diez páginas me llevaron tres meses. Las siguientes diez, dos meses. Y después todo pasó muy rápido. Las últimas sesenta o setenta páginas del libro las escribí en diez días. Fue una experiencia extraordinaria. Comencé muy lentamente, con mucho cuidado, y luego escribía a toda velocidad. Y como escribo a mano, me resultaba casi imposible seguirlo. De modo que pude escribir a mano sólo el primer capítulo. Luego tuve que tipear los demás en una computadora. La gente me dice: "Qué suerte que introdujiste la computadora en tu vida. Es tan rápida, tan eficiente". Pero yo no quiero ser rápida, quiero ser lenta porque de esa manera escribo como si estuviera en un sueño.

Usted escribió "Against interpretation" (Contra la interpretación), un ensayo en el cual descalificaba una suerte de permanente explicación racional de los hechos artísticos. ¿Cómo es su relación con la crítica ahora que es novelista?

A decir verdad, no estoy en contra de la interpretación. Habría que ser idiota para estar en contra de la interpretación. Sí estoy en contra de las interpretaciones estúpidas. Ese es el tipo de título provocativo que un escritor joven elige como una especie de manifiesto. En los '60, cuando escribí ese ensayo, había muchas interpretaciones limitadas de la literatura, del cine, que me parecían una falta de respeto hacia las obras de arte. Esas interpretaciones reducían todo a la psicología y a la sociología. Yo estaba interesada en promover, en apoyar un punto de vista que estuviera en contra de las reducciones marxistas y freudianas del arte.

¿Y qué relación tiene con aquellos que critican sus libros?

La verdad es que no leo las críticas literarias. No puedo decir que las críticas me resultan importantes, aún si son favorables. A decir verdad, lo más importante para mí es, ante todo, que me guste a mí y, en segundo lugar, que algunas pocas personas que yo aprecio piensen que es bueno. El resto es accidental. Uno puede tener buenas o malas críticas según el estado de ánimo del crítico. Tal vez quien iba a hacernos una buena crítica se fue de vacaciones o se le murió la madre. No es algo importante. Además, yo soy mi crítica más severa. No porque sepa hacer críticas, sino porque soy una buena lectora.

Ahora está escribiendo otra novela...

Sí, y también transcurre en el pasado, pero en un pasado más cercano. Transcurre a fines del siglo XIX. Comienza en 1875 y termina en 1895, en Polonia y en los Estados Unidos. Se trata de unos europeos que llegan a California en el año 1876 para establecer una colonia utópica allí que, por supuesto, fracasa. Es una historia basada en un hecho verídico y muy interesante. Recién acabo de comenzarla, sólo tengo unas setenta páginas. Por ahora, lo único que sé es que en este libro quiero hablar de imperialismo y de racismo.

¿Cómo explica el éxito comercial de "El amante del volcán"? Porque, a juzgar por los comentarios de algunas publicaciones extranjeras, se trata de un "best-seller".

No salgo de mi asombro, nunca en mi vida pensé que iba a escribir un "best-seller". Tengo una idea muy anticuada de la literatura y para mí siempre fue suficiente pensar que mis libros eran buenos y que durarían. Con la situación comercial de hoy en día, es muy poco probable que un buen libro llegue a ser un "best-seller", excepto por accidente. Debo decirle que cuando lo terminé supe que este era mi mejor libro, pero en los Estados Unidos si uno observa la lista de los "best-sellers", prácticamente nunca hay una obra literaria... "Lolita" fue un "best-seller" y, verdaderamente, es un libro excelente, una obra de arte literaria. Pero fue un "best-seller" porque la gente, en ese momento, pensaba que tenía que ver con la pornografía. En realidad no se trataba de eso, pero era muy osado para su época.

¿Podría compararse su caso con el de Umberto Eco e "Il nome della rosa" (El nombre de la rosa)? Me refiero a que se trata de dos pensadores, dos teóricos que finalmente abordan la ficción con mucho éxito de público.

Pero hay una gran diferencia: yo no creo que ése sea un buen libro.

En términos políticos, ¿qué es lo que más le preocupa hoy?

En términos políticos, hoy, lo que más me preocupa, es Bosnia. Fui a Sarajevo en abril y pasé dos semanas allí. Cuando me vaya de Brasil ahora, volveré a Nueva York por dos semanas y luego iré a Sarajevo por un mes para dirigir una obra de teatro. En realidad, esto es algo que me inventé ya que, perfectamente, podría haber encontrado a alguien que lo hiciera. Voy a trabajar con actores que están heridos, algunos ni siquiera tienen piernas. Es un grupo pequeño de actores que conocí allí y que quieren trabajar. Estar ahí es como ir al Guetto de Varsovia en 1942. La ciudad está totalmente rodeada por montañas que están muy cerca. Los serbios tienen sus posiciones apenas a trescientos metros y desde allí disparan. La ciudad está totalmente destruida, no hay nada para comer. Aquí en Brasil comí con exageración porque en las dos semanas que estuve en Sarajevo perdí como cinco kilos. En un mes, seguramente perderé diez. Soy la única persona extranjera, sin ninguna razón profesional, que va a esa ciudad. No soy periodista, no estoy escribiendo nada sobre el tema. Pero, para mí, se trata de una cuestión de conciencia.

En la Argentina son conocidas algunas de sus ideas políticas. ¿Cuál es su opinión sobre el reciente ataque de Clinton a Bagdad?

Fue un horror. Lo veo como algo indecente, repulsivo, inmoral. Creo que no tiene nada que ver con ninguna política seria, sino más bien con la situación personal de Clinton y su relación con el ejército, al que Clinton no le cae nada bien. Yo siempre estuve en contra de la intervención norteamericana porque soy antiimperialista. No me gusta la política exterior de mi gobierno. En ese sentido podría decirse que no soy muy patriota. Estuve en contra de Vietnam, de Panamá, de Granada, de la guerra del Golfo. Y todo esto sucedió. Pero por primera vez en mi vida estoy a favor de una intervención militar, para que los norteamericanos ayuden a los bosnios y bombardeen las posiciones serbias alrededor de Sarajevo. Esto es lo que Clinton prometió que haría y es justamente lo que no sucedió. Las cosas a las que me opongo siempre suceden, y la que apoyo, por primera vez en mi vida, no ocurrió todavía.

No es muy buena como visionaria.

Soy visionaria en el mejor de los sentidos. Si quieren saber qué va a suceder en los Estados Unidos, pregúntenme a mí qué cosas son las que no apoyo. Clinton, en lugar de haber hecho lo que debía -ayudar a los pobres bosnios, los musulmanes, los nuevos judíos de Europa-, decidió que es muy complicado y que no debíamos involucrarnos. Mucho más fácil es lanzar un misil desde un barco y matar a algunos civiles por algo totalmente estúpido. Dijeron que los iraquíes intentaron matar a Bush. ¿Acaso los norteamericanos no intentaron asesinar a Saddam? Si los iraquíes querían asesinar a Bush me parece algo perfectamente normal.

¿Qué tipo de expectativas tenía cuando asumió Clinton?

Yo nunca pensé que iba a ser maravilloso, porque mis ideas políticas son, obviamente, mucho más radicales que las que están representadas por cualquiera de las personas que pueden ser elegidas hoy. Pero pensaba que iba a ser un progreso considerable, porque las administraciones republicanas de los últimos períodos -Reagan y Bush- fueron una desgracia nacional. Creo en sus intenciones de hacer algunas reformas, pero su mayor error es no comprender lo radicalmente conservador que es el pueblo de los Estados Unidos.