En el Río de la Plata sufrimos mucho con eso de la amnistía y el punto final, con los indultos a los torturadores. El ahora presidente electo uruguayo, Julio Sanguinetti, fue el que en su anterior presidencia inventó la frase "no tengamos ojos en la nuca". Yo digo: el que no tiene ojos en la nuca y mira siempre para adelante es el rinoceronte y tiene fama de bicho estúpido. En cambio, el buho, que mira en todas direcciones, es reconocido como un animal sagaz y sabio. Los uruguayos luchamos mucho contra esa amnistía, que allá tenía un nombre eufemístico formidable: le pusieron Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. Hubo un plebiscito y lo perdimos por poco. Pienso que mientras no nos pongamos al día con ese pasado va a resultar difícil seguir adelante. En esa materia no hay punto final, hay punto seguido.
¿Qué es lo que no hay que olvidar?
No estoy por la venganza, estoy por la información. ¿Qué pasó con los desaparecidos? Es una infamia borrarlo. Y sobre todo poder ubicar a los niños, que no son subversivos, son niños. Alguna vez escribí un poema que marca las diferencias entre los olvidadizos y los olvidadores. Olvidadizo es aquel al que le sobreviene una amnesia, sin que lo quiera. Olvidador es el que conscientemente decide olvidar, pero no puede porque olvidar es algo imposible.
Me parece que sí. La gente tiene más presente ese pasado inmediato. Esa capacidad de recordar es una de las razones de que en Uruguay la izquierda haya avanzado en los últimos años.
¿Qué es más de todas estas cosas: poeta, novelista, cuentista o ensayista?
Soy poeta. Siempre fui un poco fanático de la claridad en la poesía. Y esa es una de las claves. Siempre supe que iba a ser poeta y, en un momento, me di cuenta que los poetas a los que leía hablaban de una fauna y de una flora que no eran las nuestras. Aún cuando pudiera disfrutarlos, pensaba, hay poetas difíciles que uno los toca y suenan a hueco y otros que debajo tienen mucho. Un día me encontré con un libro de Baldomero Fernández Moreno en la colección Austral y me fascinó porque era sencillo pero muy poeta. Más adelante descubrí otros grandes paradigmas de esa sencillez como Antonio Machado o el propio Martí. Vallejos influyó en mí aunque no es nada sencillo, pero lo hace desde su ejemplo de luchar con y por las palabras. Yo decía en un ensayo que Neruda seduce a la palabra, pero Vallejo la viola porque si necesita una palabra llega a inventarla.
¿Se planteó hasta qué momento va a tener ganas de escribir?
No todavía, porque todavía tengo ganas. Poesía escribo siempre: esperando un avión, en el dentista, siempre tengo temas de poesías en la cabeza. Voy haciendo borradores y después corrijo mucho. Para novela, tengo que tener más tiempo por delante y mucha tranquilidad. No sé, el día que no tenga más ganas me dedicaré a leer, a releer, a escuchar música.
¿Las ganas de escribir son equivalentes a qué otra función vital?
Es una necesidad. Creo que es una forma de hacer el amor con la palabra y con la palabra contar otros amores.
¿Hubo algún momento en que dejó de escribir por un tiempo importante?
En una época cuando fui dirigente político en el Uruguay, en un grupo cercano al Frente Amplio. Eso fue antes de la dictadura en Uruguay, a principios de los '70. Tenía una actividad desenfrenada, hasta me subía a tribunas a hablar y durante dos años lo único que escribí fueron textos políticos. Eso me generaba una angustia terrible, en especial porque no creía totalmente en lo que estaba haciendo. Eso hizo que aunque muchas veces me ofrecieran cosas, nunca quise volver a la política. No tengo la menor vocación. Yo elaboraba ideas muy personales y tampoco era buen orador, no improvisaba, leía mis discursos y pensaba, pobre gente, cómo se estará aburriendo.
¿Qué es un intelectual, hoy en día?
Yo sigo acordando con aquella frase de Gramsci que decía que todos los hombres son intelectuales pero que sólo algunos ejercen esa condición. Se ha insistido mucho con el tema del compromiso y el intelectual. A mí me la colocan siempre como una etiqueta descalificadora.
¿Qué se descalifica?
Lo que se descalifica es el compromiso del escritor con el progresismo o con la izquierda. Porque cuando está comprometido con la derecha, nadie dice nada, ahí llueven los premios.
Un escritor de su trayectoria, ¿se presenta a un premio literario?
La última vez que me presenté fue hace mucho, mucho tiempo, a un premio Seix Barral con "Gracias por el fuego". Fue en el año en que ganó "Los albañiles" de Vicente Leñero. La mía fue finalista, tenía derecho de publicación, pero la censura española la rechazó, porque atentaba contra el honor, la familia y la patria. También presenté "La tregua" a un concurso literario de Losada y me fue devuelto con sus lacres intocados. Ni lo habían abierto. Fue el año en que ganó Roa Bastos con "Hijo de hombre" y Onetti ganó la primera mención. Luego me dieron otros premios a los que no me había presentado, que son más bien reconocimientos. La verdad es que de los grandes premios internacionales no gané ninguno.
¿Le hubiera gustado?
Fui cuatro o cinco veces candidato al premio Cervantes y estuve cerca el año en que ganó la cubana Dulce María Loynaz. Este año, que se lo dieron a Vargas Llosa, es la primera vez que la Academia Uruguaya de Letras me propuso.
¿Cree en los premios?
Sirven mucho para un buen escritor joven que no ha tenido la posibilidad que merece.
¿Cómo va a ser el Benedetti modelo siglo XXI?
Si llego... tendré ochenta años. En fin, trataré de seguir siendo coherente en mis adhesiones y en mis objeciones. Cuando la ex Unión Soviética invadió Hungría y Checoslovaquia yo escribí, justamente desde Cuba, en contra de esos episodios. Pero ahora también veo lo que Yeltsin propicia contra Chechenia y es tan terrible o peor como lo que la ex Unión Soviética hizo en Afganistán. Estoy contra la pena de muerte impuesta por cualquier ideología. Estuve en contra cuando aquí se ordenó la muerte de varios militares hace algunos años. Pero también dije que no podemos rasgarnos las vestiduras por esos cinco fusilamientos en Cuba cuando en los Estados Unidos hay una lista de espera de más de dos mil doscientos sentenciados a la pena de muerte.