Yo soy de un barrio suburbano, de una generación que era la de la niñez única, privilegiada de la Argentina: así se decía en la época peronista respecto de la infancia, los únicos privilegiados debían ser los niños. Yo pertenecía a esa infancia privilegiada: en Temperley se vivía en un barrio muy organizado donde uno podía jugar a la pelota o la bolita en la calle, que de alguna forma era la prolongación de nuestras casas. No jugábamos bajo la mirada de los padres sino de los vecinos, a los que uno sentía como una gran familia. Esa era una Argentina feliz, se percibía la tranquilidad de estar en la calle, que ahora se ha vuelto un lugar acechante, peligroso. Precisamente, una de las cosas que yo hacía era dibujar en la calle, me había convertido -gracias a mi manía de dibujar todo- en una especie de cronista del barrio. Hasta mi primer trabajo profesional fue en el barrio: el club donde yo jugaba al básquet, Gimnasia y Esgrima de Lomas, me había encargado pintar las paredes para los bailes de carnaval. Me acuerdo de que puse la leyenda "Ocho grandes bailes ocho" y dibujé mascaritas y varias cosas más. A cambio de ese trabajo podía entrar gratis al baile, era un canje. Ese fue mi primer trabajo profesional, cuando tenía doce años. Desde siempre dibujé: en la escuela primaria hacía las carátulas más lindas, me llamaban para hacer las efemérides en los pizarrones, y en el secundario mis carpetas y cuadernos eran directamente revistas de historieta que circulaban por todo el curso. Después empecé, a los diecisiete años, a publicar en "Tía Vicenta".
Fue una infancia muy diferente a la de los chicos de hoy.
Sí, evidentemente han cambiado las circunstancias. Los barrios han cambiado pero todavía sobrevive cierto espíritu. De hecho me parece que la única salida que tenemos como comunidad es la organización, y a mí particularmente me gustan más las organizaciones de base, las que hace la gente, que las que pueden armar los políticos en la superestructura.
¿El humor puede contribuir a canalizar cuestiones sociales?
Creo que el humor es básicamente para reírse. Lo que pasa es que uno también pretende, además de la risa, el ingenio. Hay humores y humores; a mí -por ejemplo- no me gusta el humor de algunos que apelan siempre a lo grosero. Pero no por una cuestión de moralina sino porque me parece realmente poco ingenioso. Y yo en este trabajo me propongo ser ingenioso. Puede ser que en la época del militarismo setentista uno pretendiera hacer la revolución con un solo dibujo, pero después la realidad te ajusta las tuercas y te das cuenta de que eso es imposible. Siempre me acuerdo de lo que decía Lino Palacio, un dibujante al que acusaban de haber creado la caricatura de Illia con la palomita: "Yo siempre soñé con derrocar a un gobierno con mis dibujos pero siempre me ganaron de mano".
Actualmente hay quienes critican al humor político y lo acusan de su poco respeto por la investidura presidencial.
Me parece que De la Rúa hace más por derrocarse que lo que puedan hacer todos los dibujantes. Lo que pasa es que cuando un gobierno ofrece estos flancos y además le da bola a estas cuestiones, es porque está muy débil. De todas maneras, siempre se hizo humor político. La mía es una generación muy marcada por la censura, por las dictaduras militares. Recuerdo que empecé a trabajar en "Tía Vicenta" en el '66, y a los pocos días se produjo el golpe de Onganía. El segundo decreto de Onganía fue cerrar la revista, por la caricatura de las morsas de Landrú. Aguanté la época de Lanusse, de Levingston, después vino una primaverita democrática con el agitado retorno de Perón y de vuelta la dictadura. Así que estuvimos varios lustros sin poder hacer directamente humor político. Ahora se puede hacer cualquier cosa; en ese entonces teníamos que tratar de ser más ingeniosos que nunca para poder burlar la censura que imperaba. Y no era sólo la censura; a mí me amenazaron varias veces y la verdad es que no me fui del país por inconsciente, porque afortunadamente las amenazas no se concretaron y estoy vivito y coleando, pero se vivía en un país muy difícil. Igual, uno siempre buscaba los resquicios por donde colar algún comentario político.
Hablemos de Clemente: ¿cuándo nació la criatura?
Yo tenía más o menos veinticuatro años y ya estaba trabajando en "Clarín", en la página que hago ahora en lo que era antes "Clarín Revista". Y después trabajaba también en otras secciones, hasta que un día me llamaron para ver si quería hacer una tira o algo que saliera a diario en una sección que iba a reemplazar a las tiras que se compraban en los "sindicates", las agencias norteamericanas de distribución de comics. La gente de "Clarín" quería hacer una página con humoristas locales; entonces no sólo me encargaron la tira sino que además tenía que ocuparme de contactar a otros dibujantes jóvenes para armar esa sección que es lo que hoy es la contratapa. Así que acerqué a mis amigos: Crist, Fontanarrosa, Bróccoli, Altuna, Trillo. Después se agregaron otros. Los dibujantes siempre le "rajamos" a la posibilidad de hacer personajes fijos porque nos obligan a repetir el mismo diseño, a movernos dentro de determinada estructura psicológica fija, es como una especie de prisión. Y así fue como hice una estructura de tira que tenía mucho absurdo. Tenía muy fresco el recuerdo de Quino que había tenido que irse a Bariloche a mirar los pajaritos y los arbolitos porque estaba encerrado en sus personajes que tenían una estructura mental muy rígida: Susanita era la señora gorda, Manolito el que se dedicaba a los negocios, Mafalda la contestataria, etcétera. Entonces yo quería zafar de eso con personajes que tuvieran mucho absurdo: así nació Bartolo, el personaje central en ese momento, que andaba en su tranvía de una sola rueda y volaba. Pero Bartolo tenía una visión muy nostálgica de Buenos Aires y a mí me daba mucho trabajo dibujar el tranvía en cada cuadro. Clemente en cambio aparecía mucho más suelto y fresco, así que Bartolo se fue extinguiendo como los tranvías y Clemente se quedó con la titularidad de la tira.
Y se convirtió en un personaje de gran permanencia: atravesó dictaduras, la guerra de Malvinas...
Es justamente por el poder de adaptación a las distintas circunstancias. Además tiene un elemento muy importante que es la actualidad.
Cuando se trata de dibujar, ¿qué relevancia tiene mantener ese chico que todos llevamos adentro a flor de piel?
Bueno, esa es la frescura. Lo escuché atribuido a distintos tipos: a Picasso, por ejemplo, pero también a Matisse, que llegaron a los noventa años y los pasaron. Uno de ellos -no sé cuál de los dos- dijo: "Me he pasado noventa años tratando de dibujar como un niño". Yo conservo unos dibujos de cuando yo era chico y son cosas que me gustaría poder hacer ahora. Hasta he encontrado, en esos dibujos de cuando tenia tres y cuatro años, lo que podían ser los antecedentes de Clemente. Hacía unos pollos medio rayados, sin alas. El tema es que en los barrios todo el mundo tenía gallinero.
¿Entonces Clemente es un pollo?
Se puede decir cualquier cosa de Clemente. Es un bicho.
Bueno, en algún momento volaba...
Sí, y lo puede volver a hacer si es necesario. Se puede dar esas libertades.
¿Cuándo va a llegar Clemente al cine?
No tengo la menor idea. Lo que estamos trabajando ahora es uno en tres dimensiones para televisión. Aprovechando que viene el Mundial, vamos a ver si logramos salir con eso porque es mucho trabajo. Cuando se hizo antes, se hacía con muñecos. Clemente era un títere con un agujero en la cabeza, manejado por un titiritero; y los de la hinchada eran muñecos manejados de abajo con unas palancas. Ahora lo que queremos hacer es incorporar las nuevas tecnologías para hacer algo más aproximado a un dibujo animado, con los personajes en tres dimensiones.
Qué importante fue Clemente acompañando los sucesos argentinos. Esos micros de televisión durante el mundial del '82, el Clemente que aparecía lleno de parches en tiempos de hiperinflación...
Realmente me resulta muy interesante ver las tiras hacia atrás y descubrir esas cosas. Incluso hay muchos temas cíclicos, que no son exactamente iguales pero que son similares en el tipo de preocupación. También las modas me asombran mucho. En la época de Martínez de Hoz, Clemente fue muy crítico, porque ahí se veía el nacimiento de esta decadencia que ahora estamos viviendo; todo el pensamiento neoliberal de la economía nació en la dictadura militar. Pero después otras cosas, como estas aficiones masivas de los argentinos por la especulación. En la época de Martínez de Hoz, por ejemplo, fue el reemplazo de la producción por la especulación. Entonces aparecieron los plazos fijos, el "call money", el dólar; toda esta cosa loca que se agudizó después en la época de la hiperinflación. Otro gran tema fue la afición de todos por la guerra, en la época de Malvinas. Todo el mundo era especialista, te ibas a una plaza y un viejo en un banco te decía cómo atacaban los "Sea Harrier", si había que hacer un desembarco o no... todos estaban hiper especializados. Después fue el auge de los "Sea Monkeys", todo el mundo hablaba de "Sea Monkeys". Con el fútbol ha pasado varias veces, según cómo le fuera a la selección en los torneos internacionales. Siempre ha habido grandes modas. Ahora la moda, un poco impuesta por los medios, es el riesgo país. Nadie sabe qué mierda es ni qué dice, pero todo el mundo sabe a cuánto está el riesgo país y está pendiente casi más que de la temperatura.
Con todas estas cosas, ¿la Argentina es un país fácil para hacer humor?
Siempre se puede hacer humor, aún en condiciones muy adversas. Los humoristas somos una especie de raza que está pendiente de dónde puede meter la cuchara. Siempre uno encuentra este tipo de expresiones, aún en los momentos más difíciles, porque hay una especie de necesidad social: cuando no hay humor en la calle, entonces se apela al humor de los humoristas profesionales. Esto ha sido siempre así y la caricatura se ha encargado de ser una especie de válvula de escape de esas expresiones. Afortunadamente para nosotros, el humor es una necesidad de la sociedad. Me imagino que se ha hecho más necesario ahora para los medios, porque la última gran revolución que hubo, que fue la de los medios y permite que uno se entere instantáneamente de lo que sucede en cualquier parte del mundo, ha cargado de angustia a la gente. En realidad, de lo que se entera uno es de atentados, accidentes, terremotos... cosas que angustian mucho, de las que antes uno no tenía noticia. Entonces los medios necesitan darle a los lectores una visión más digerible de esa realidad. Me parece que ésa es la función que nos asignan a los humoristas.
¿El humor entonces se convierte en una vía de escape?
No creo; en todo caso es una descarga. Cuando uno está tratando humorísticamente temas muy actuales, el tema mismo no permite escapatoria, sí permite una descarga. Uno se puede reír de lo que sucede y hacer más llevadera la situación, pero no por escapismo ni negación de la realidad.
Muchas de tus tiras hacen referencia a decepciones amorosas. ¿Convertiste tu propio sufrimiento en humor?
No es todo autobiográfico. Son situaciones que más o menos atraviesa todo el mundo, pero no son necesariamente autobiográficas. La característica principal de los dibujantes es la observación. Hay toda una fantasía con respecto a los cómicos que habla de un payaso triste. Esto puede llegar a ser cierto, pero en realidad lo que esta imagen explota es el contraste de alguien que hace reír y su propia realidad. Entre los dibujantes pasa lo mismo. A veces me sucede que me piden que cuente chistes, y yo en mi puta vida conté un chiste con gracia. O sino están esperando todo el tiempo que uno diga algo genial. No tiene nada que ver una cosa con la otra, pero tampoco siento que el humorista sea un tipo triste y amargado. El dibujante, en general, no habla pero se fija. Es un tipo que está observando, está mirando actitudes, rasgos; está mirando las cosas que después tiene que representar gráficamente.
¿Por qué se da esta integración entre dos actividades diferentes como son el dibujo y el humor? Porque no tendría por qué existir una relación entre una cosa y la otra.
Es un género aparte. Yo he visto muy buenos dibujantes que no tenían humor. Es como si nacieran juntas. Hay una química que une la idea humorística con el dibujo, de manera de hacer una unidad. Hay tipos que uno puede decir. "Este tiene más lindas ideas que dibujos" y otros que tienen más lindos dibujos, que ideas. Pero cuando uno encuentra una armonía perfecta, generalmente no se trata de un excepcional dibujante ni de un excepcional humorista, sino un tipo que ha encontrado el lenguaje exacto. A cualquier humorista, salvo excepciones como Crist, lo ponés a copiar un florero y son un desastre. Sin embargo, tienen el dibujo para sus ideas, es ese equilibrio perfecto de cada cosa.
¿Qué le puede decir a un joven dibujante que se está iniciando en la profesión?
Todos los comienzos son complicados, porque hay una gran producción y una gran necesidad de publicar, de ver el trabajo impreso e insertarse en el medio. La diferencia es que antes había menos revistas, lo que pasa es que ahora es mucho más inestable, porque las revistas o duran poco o tienen que prescindir del personal. Antes había menos revistas, pero había más facilidades. Antes íbamos con la carpeta de dibujos por las editoriales y a veces lográbamos colar algunos dibujos en las revistas. En una de esas rondas con la carpeta le dejé unos dibujos a Landrú y salieron en una semana. Tuve suerte. No es porque me haga el humilde, sino porque me daban buenas oportunidades que yo no merecía porque estaba muy inmaduro. Mis dibujos a los diecisiete, dieciocho años eran muy endebles, pero se ve que los editores veían algo que les interesaba. Yo los miro ahora en perspectiva y siempre digo que nunca publicaría a un pibe que me traiga dibujos como los que yo llevaba, pero en ese tiempo había un tipo muy generoso y valioso, desde todo punto de vista, porque es un gran humorista, que era Landrú y le daba la primera oportunidad a todo el mundo. Los jóvenes de hoy necesitarían más tipos como él.