Yo empecé con la ciencia ficción porque me encantaba. Me parecía maravilloso poder inventar todo lo que se me daba la gana. Me daba una sensación de libertad muy grande. Ahora bien, eso era porque yo era medio idiota; después me di cuenta de que esa libertad tiene que conseguirse de cualquier manera. En realidad lo que me pasó fue muy simple: ¡me harté! Empezaron a llegar esas nuevas corrientes de la ciencia ficción, que no digo que sean malas, pero que no me gustan. De todas formas, pienso que es un género maravilloso, con autores de la talla de Philip Dick o Ursula Le Guin.
Dick y Le Guin son dos grandes narradores, más allá de la ciencia ficción.
Claro. Son realmente buenos escritores y eso es lo que importa.
¿Te gusta Ray Bradbury?
No. "The martian chronicles" (Crónicas marcianas) es un libro precioso y también "Fahrenheit 451" y algunos cuentos de "The illustrated man" (El hombre ilustrado). Pero a mí me resulta muy sentimentaloide, muy blandito. No me entusiasma.
Entonces, decidiste dejar la ciencia ficción para incursionar en cosas nuevas.
Dejé la ciencia ficción clásica, pero quedó la huella. No soy una escritora realista, yo empiezo escribiendo un cuento donde suceden cosas cotidianas y los protagonistas son gente común, y de repente, ¡paf! la historia sale disparada para cualquier parte.
Leímos en alguna ocasión que te fue muy difícil dedicarte a la literatura.
Es muy difícil para una mujer ser escritora. Mae West decía al respecto algo muy interesante: "Las mujeres debemos hacer las cosas el doble de bien que los hombres, ¡suerte que no es difícil!", ¡já, já, já!
Mujer ocurrente...
Mucho, también dijo: "Hacía tanto frío, que casi me caso", ¡já, já, já! Era una mina impresionante.
Pero volviendo a las dificultades para dedicarse a la literatura...
Yo no era una mujer abandonada, ni vivía en la indigencia, pero tenía dificultades: marido, tres hijos, una casa que atender. Y, como quería escribir, la cosa fue dura. Sé que no soy la única, muchos me dicen que para Proust y Kafka también fue muy difícil, ¡pero tenían las camisas planchadas y la comida sobre la mesa, qué embromar!
Para una mujer todavía es más difícil.
Sí. Tenía la máquina de escribir debajo de la cama y, a la noche, la colocaba sobre la mesita de luz y me ponía a escribir. Ahora soy una bacana, mis hijos se casaron, tengo un cuarto propio. Escribir es mi trabajo, mi oficio. Para ser escritora, no se puede ser una monja de clausura. Dicho de otra manera: yo quiero todo, ser madre, esposa y escritora.
¿Cuáles de tus libros te gustan más?
Los que más me gustan son "Prodigios", "Trafalgar" y "Kalpa imperial".
¿Cómo te sentís más cómoda, en la novela o en el cuento?
Las dos cosas. Lo que me gusta es contar. Nunca en mi vida escribí un poema, ni siquiera cuando me agarré a los dieciséis años un metejón con algún mino.
Sin embargo, en "Menta" hay algunos textos cortos que tienen una prosa poética.
Eso dicen. No diría que es una prosa poética, lo que hago es sacar a relucir el lenguaje escondido. Puede parecer una pavada, pero, sí lo pensás, el acto de escribir se parece al acto psicoanalítico: tenés que aprender a largar lo que tenés muy adentro y, después, a reflexionar sobre lo que dijiste. Y una vez que reflexionaste, llegan otras imágenes a completar tu discurso inicial.
En "Menta", la Señora Muerte se convirtió en un interlocutor válido para los personajes.
Todos estamos preocupados por la muerte. En cualquier momento la pelada viene y te dice: "Loca, vamos". Una manera de conjurarla, de quitarle importancia al tema, es que aparezca en algunos cuentos, haciendo su trabajo. Eso pasa en "Menta". Pero, como soy una optimista patológica, el último es un cuento de resurrección; los demás relatos son de muerte.
Siendo cuentos sobre la muerte, no son pesimistas.
Una puede tratar con humor y con alegría cualquier tema, cualquier cosa que sea parte de la vida. Pero no se puede hacer chistes con los desaparecidos o con los torturadores, porque eso no es parte de la vida, es inhumano. La muerte sí forma parte de la vida, es su otra cara.
¿Estás conforme con "Menta"?
Claro que sí. En realidad yo estoy conforme con todos mis libros, aún con los primeros.
¿"Menta" fue pensado como un libro o está formado por cuentos dispersos?
Cuando escribo una novela, me la paso pensando en ella hasta que la termino. Estoy viviendo en la novela y eso es muy desgastante y asfixiante; por eso, para respirar un poco, escribo cuentos que se acumulan. Pasa un tiempo y me digo: "Yo tenía un cuento así y asá que tiene que ver con este otro". Los libros de cuentos nacen a mis espaldas.
¿Te considerás una escritora de "literatura feminista"? Pensemos en, por ejemplo, Marcela Serrano.
¡Dios me libre y guarde, che! ¡No me insulten! ¡Já, já, já!
En serio, ¿qué opinás de la llamada "literatura femenina"?
Existe una enorme tradición de literatura escrita por mujeres que poca gente conoce y que recién ahora se está revelando. Las monjas hacían literatura en los conventos al mismo tiempo que los monjes, pero de las monjas nunca se dijo nada. Por eso te digo que hay una literatura escrita por mujeres, y hay otra cosa, algo que llaman literatura femenina, que es la que se escribe con conciencia de género. Como bien dijo Virginia Woolf: "No es cierto que las mujeres sólo hablemos de bebés y los hombres hablen de la guerra. Lo que pasa es que cada género habla de sí mismo". Así como la ideología está inmersa en el texto, el género también lo está. No hay que asustarse cuando dicen "literatura femenina". No quiere decir nada. No quiere decir que es buena o mala. Pero la mina que ustedes nombraron -Marcela Serrano- es sólo una autora de moda, que banaliza el tema, con lugares comunes y personajes de mujeres maravillosas que sufren y sufren. Es literatura fácil, que se vende muy bien, que les dice a las mujeres que son únicas y excepcionales. ¡Dejáme de embromar! Las mujeres somos personas, no somos santas, ni putas, ni brujas, ni comehombres, ¡somos personas! Cuando todo esto se banaliza y se pone de moda, el resultado es Marcela Serrano, que no sabe escribir y que publica libros que no sirven para nada. Como bien dijo Susan Sontag: "Todo lo que tiende a adormecer, no sirve para nada. El verdadero arte tiene la particularidad de poner nerviosa a la gente". La verdadera literatura hace que vuelvas sobre los textos una y otra vez, no se olvida, uno la relee. De Marcela Serrano nunca te vas a acordar, ni de Jorge Bucay, tampoco de las telenovelas. Lo terrible es creer que eso es arte.
¿A qué autores te sentís cercana?
Eso depende, una pasa por distintas épocas. Hubo un tiempo que tuve un amor profundo por Aldous Huxley y por Thomas Mann, dos grandes escritores de los que aprendí mucho. Hoy creo que siguen siéndolo, pero esa pasión ya pasó. Después tuve una época de amor por Balzac, que todavía me dura. Sigo creyendo que Balzac es la literatura. Así como también creo que Borges es Gardel. Después hay un montón de escritores que me gustan: Virginia Woolf, Sontag y Eco como ensayistas y no como narradores, y también hay algunos autores menores que disfruto, como Anne Perry, cuyas novelas policiales de la época victoriana me encantan.
¿Cuando escribís, pensás en el lector?
No. Yo escribo para escribir, no escribo para nadie, ni siquiera para mí. Tengo ganas de escribir desde que empecé a leer, a los cinco años. Mi casa estaba llena de libros y a los siete años ya había leído un montón de cosas y ya sabía que iba a ser escritora.