27 de octubre de 2008

Abelardo Castillo: "La realidad, en general, a mí no me gusta"

Abelardo Castillo (1935) es uno de los más poderosos y originales narradores de la Argentina de los últimos cuarenta años, autor de muchos cuentos memorables. Además es una figura ineludiblemente vinculada a la dura experiencia de hacer revistas literarias, debido a sus experiencias con algunas casi legendarias que fundó, dirigió o codirigió, tales como "El Grillo de Papel", "El Escarabajo de Oro" y "El Ornitorrinco". El periodista y docente universitario cordobés Marcelo Damiani (1969) lo entrevistó en una fría noche de invierno porteño, en ocasión de cumplirse el 5º aniversario de la emblemática revista "Puro Cuento", la creación del escritor Mempo Giardinelli (1947), en cuyo nº 30 de septiembre/octubre de 1991 apareció publicada la nota.¿Usted está de acuerdo con lo que decía Hemingway acerca de que lo mejor que puede tener un escritor para empezar a escribir es una mala infancia?

No. Tal vez facilita las cosas a ciertos escritores, porque una mala infancia te da una visión acerca del mundo y de la vida tal vez más completa que la de una infancia tradicionalmente apacible. Pero, entre chicos que se críen viviendo muy mal y que el mundo tenga menos escritores, qué querés que te diga, yo prefiero lo segundo. Además, sería sacar de la literatura a escritores como Goethe, o como Eliot, o como Proust, que no la tuvieron, de ninguna manera, en un sentido social. Lo que ocurre es que un artista por lo general es un ser extremadamente sensible, y por eso vive de un modo a veces patético ciertas situaciones de la infancia que son más o menos comunes a todos. No creo que sea condición indispensable para llegar a ser un escritor. Aparte del talento, ¿no? Y eso no tiene nada que ver con lo que sufriste o no sufriste en la infancia.

¿Cómo empezó a escribir?

Bueno. Esta es una pregunta que generalmente suele hacerse a casi todos los escritores y todos tenemos tendencia a contestarla de acuerdo con el estado de ánimo del día en que la contestamos, porque nadie sabe cómo empezó a escribir. Yo me recuerdo con una muy profunda relación con los libros desde muy chico, pero que no tenía que ver con la literatura en el sentido creador, sino con mi papel de lector. Nunca pensé en ser escritor hasta ya pasada la adolescencia. Quería ser poeta, naturalmente, como casi todo el mundo. Escribía versos, por supuesto. Pero nunca me sentí -como otros escritores a los que he oído hablar de este tema- destinado a la literatura. Sartre decía que a los cinco o seis años él ya sabía que iba a ser escritor. Liliana Heker decía que desde muy chica ella se consideraba ya como escritora y hasta tenía programadas vastas novelas cuando apenas había empezado a escribir. Yo creo que pensé ser un montón de cosas: ajedrecista, sacerdote, físico, filósofo; pensaba estudiar filosofía y ciencias exactas. Por otra parte, siempre tuve una cierta facilidad de expresión para la escritura, pero no sentía que éste fuera mi destino. Creo que la literatura para mí fue una elección, una elección que yo ubico alrededor de los veintidós años. Antes escribía, por supuesto, escribía desde la adolescencia y me recuerdo desde siempre escribiendo poemas. Pero, ya te digo, en esa época yo pensaba ser ajedrecista, quería ser campeón mundial de ajedrez. Hasta boxeador, quise ser. O sacerdote, cuando estaba en los colegios salesianos. Hasta que un día sentí que había elegido a la literatura como mi destino. Que la había elegido en el sentido más profundamente existencial, más sartreano. No sé el momento exacto, pienso que fue mientras escribía "El otro Judas", entre los veinte y los veintidós años. Pero aún hoy, si me apuran, yo no sé si me considero un escritor en el sentido tradicional. Soy un hombre que escribe y no podría decir si soy novelista o cuentista o autor dramático. Yo escribo. Y si pudiera no escribir, no escribiría más.

¿Por qué tituló a su primer libro de cuentos "Las otras puertas"?

"Las otras puertas" era el título de un cuento que nunca se publicó. Y además porque siempre tuve la sospecha de que no hay una sóla realidad sino varias. De ahí también el título general que tienen mis libros de cuentos: "Los mundos reales". Hay muchos mundos que son reales y algunos pertenecen a la fantasía. El mundo del sueño es tan real como el mundo de la vigilia, y a veces la realidad del sueño es mucho más decisiva para la vida espiritual de un hombre que la realidad de la vigilia, como lo ha demostrado toda la obra de Freud. "Las otras puertas" era algo así como una metáfora. Además de las puertas tradicionales hay puertas que se abren hacia lugares desconocidos.

Ese misterio que esconden las puertas ¿no?

Claro. Siempre detrás de una puerta hay un misterio. Como dentro de un sobre cerrado.

Aparte de Edgar Allan Poe y Jack London ¿cuáles han sido las influencias más fuertes que usted ha recibido?

Bueno, London menos; London es una pasión no literaria. Lo que me interesa de London es algún libro que leí cuando era muy chico y su vida, su actitud ante la vida. Ante la vida, no ante la muerte porque terminó matándose. De Poe, en cambio, leí de muy chico sus cuentos y sus poemas, cuando tenía diez o doce años. Me impresionó especialmente "The black cat" (El gato negro), como a casi todo el mundo, o "The gold bug" (El escarabajo de oro). Y también me fascinó la vida de Poe, que creo que es una de las vidas más ejemplares en el sentido literario. Un hombre absolutamente entregado a la literatura y que jamás hizo una sóla concesión. Una vida distinta a la de London, por ejemplo, que era un aventurero, un hombre de cuchillo al cinto que iba a cazar focas al Artico, y un borracho descomunal -igual que Poe-; pero no un escritor en el sentido en que lo fue Poe. Los dos me fascinan. Pero creo que los escritores que han influido realmente sobre mí son, por ejemplo, Thomas Mann, o Sartre -sobre todo Sartre-, que influyó en toda la generación del '60; además, para mí, Sartre es como el modelo arquetípico del intelectual comprometido. También me han influido hombres como Camus, o como Miguel de Unamuno, por su concepción del mundo. Y literariamente los hombres que te influyen de verdad son los de tu propia lengua. A mi me han influido escritores como Borges o como Arlt. De los otros te pueden influir los temas o a veces esa especie de novela que uno hace alrededor de determinados escritores. Una influencia muy grande para mí, como para toda mi generación fue la de Hermann Hesse. "Der steppenwolf" (El lobo estepario) fue un libro absolutamente decisivo para mí.

¿Cuáles son los cuentos que más le han gustado o lo han influido?

"William Wilson", de Poe; "The fall of the house of Usher" (Las ruinas de la casa Usher), de Poe; "The killers" (Los asesinos), de Hemingway, "El sur" de Borges... No te digo los que me influyeron, te digo los que me gustaron; nadie sabe realmente cuáles son las cosas que lo influyeron. Porque la influencia que ejerce un escritor sobre otro, o un artista sobre otro, son inconscientes y se dan en profundidad, en una zona que es casi irracional. Lo que nosotros después verbalizamos acerca de la influencia, es todo un proceso consciente en el que rescatamos determinadas cosas que nos importan, pero que pertenecen más a lo ideológico o a lo filosófico que al mundo literario. Entonces, en este momento, te estoy diciendo aquellos cuentos sin los cuales yo no podría vivir, porque en el momento en que los leí sentí que estaba descubriendo algo que estaba más allá de la literatura. Bueno, otro cuento es "The monkey's paw" (La zarpa del mono) de W.W. Jacobs, que era un escritor menor pero que escribió un cuento absolutamente sensacional, o "Enoch Soames" de Max Beerbohm, que es un cuento que yo juzgo ejemplar quizás por mi tendencia a rebuscar en el mito fáustico. La novela que acabo de escribir es sobre el mito fáustico, y, por supuesto, para escribir esa novela yo me he basado en Goethe, en Marlowe, en Thomas Mann, pero probablemente en el fondo de esa novela también haya un cuento como "Enoch Soames".

¿Cuál es el título de su novela?

"Crónica de un iniciado", con el mismo personaje de "El que tiene sed", Esteban Espósito. Esta novela, que saldrá publicada a fin de año, es más larga que "El que tiene sed" y la estoy escribiendo hace como veinte años. Ocurre en un sólo día de 1962 y el tema central es el pacto con el diablo, aunque supongo que hay todo un reflejo de la época.

Alguien ha dicho que la característica más llamativa que tienen sus cuentos es una especie de fuerza avasallante puesta a comentar el mundo, algo muy palpable en "Los ritos", en "Also sprach el señor Núñez" y en "El candelabro de plata", entre otros. ¿Usted opina que esa fuerza es una marca de la experiencia de vida, de la experiencia literaria o de una mezcla de ambas?

Yo creo que no existen las experiencias literarias. Para mí todas las experiencias son vitales. Amar a una mujer, matar a un hombre, ir a la guerra o leer un libro son experiencias vitales. Las experiencias puramente literarias pertenecen al ámbito de lo decorativo. Es decir, te puede deslumbrar la forma de adjetivar de Borges, o un adverbio bien puesto, pero lo que pasa realmente por la experiencia pasa siempre por el cuerpo. Cuando yo escucho la "Novena Sinfonía" o "La pasión según San Mateo", no las escucho con el puro espíritu, la escucho con mi carne, mis huesos, mi inteligencia; es decir, toda experiencia pasa por el cuerpo, del mismo modo que toda experiencia física pasa por el espíritu o pasa por la mente. Te repito, yo no creo en la experiencia literaria en abstracto. Si una experiencia literaria no se transforma en una experiencia vital, si no te cambia de algún modo, si no pasa por la totalidad de lo que sos, no existe como experiencia. Podrá ser una influencia, y más o menos relativa. Podrá ser eso que hoy está tan de moda, ese cholulismo intelectual de citar a un autor o leer a un escritor para ver qué dice y poder comentarlo en un café. Pero las experiencias profundas son siempre experiencias vitales. Y una de las experiencias más profundas que tiene un escritor es la lectura, en la medida que esa lectura pase por su propio ser y no para el mero hecho de estar mirando una palabra que está al lado de la otra. Los libros son objetos muy vivos. Yo, por ejemplo, cuando pienso en los hermanos Karamazov como protagonistas estoy pensando en seres reales. Cuando pienso en Alonso Quijano no estoy pensando en un personaje literario, estoy pensando en un ser real, en un ser tan real como Cervantes, y a veces más real que su propio autor. Los personajes de Homero terminaron siendo más reales que Homero. Ahora, volviendo a tu pregunta, a qué tiene que ver eso con la fuerza que tienen mis cuentos, bueno, no sé, pero supongo que no tiene nada que ver con la literatura. Es decir, mis cuentos deben pasar por una zona que es mi manera de ser en el mundo y no mi manera de escribir. Mi manera de escribir es un reflejo de cómo soy yo en el mundo. Si hay una cierta pasión, una cierta vitalidad en mis cuentos, o una cierta crueldad o ferocidad, y, bueno, supongo que yo debo ser una persona más o menos parecida a mis cuentos. Porque no podés ser un desmayado lírico que huele jazmines y escucha Debussy y después sentarte y escribir las novelas de Arlt.

¿Cuál es el cuento que más le gusta de los que ha escrito?

No tengo un cuento favorito. Hay cuentos que me gustan más que otros, quizás porque para mí representan un momento muy particular. Uno es "La madre de Ernesto", no tanto porque a mí me guste demasiado ese cuento sino por lo que significó como pasaporte a la literatura. Por ese cuento me conoció un montón de gente. Se supone que es uno de los cuentos que me salió bien y ni siquiera es una idea mía, me la regaló un amigo. Otro cuento al que le tengo un gran cariño, y que para mí significa incluso mucho más que el anterior, es "Los ritos", justamente, porque ahí sentí que rompí con una forma tradicional de escribir cuentos y me lancé a una manera abierta que está muy cerca de la novela que se va a publicar ahora. Es decir que ese cuento para mí fue decisivo, porque es como si a través de ese cuento hubiera descubierto otra cosa. Hay un cuento que he escrito no hace mucho que se llama "Carpe Diem" que es otro de mis predilectos. Y el que vos citaste, "Also sprach el señor Nuñez", a mí siempre me gustó mucho. Ahí yo presentí que estaba tocando una zona que para mí era muy importante, sobre todo porque era como si lo estuviera escribiendo por encima de mis posibilidades. Yo tenía entonces veintidós años, y hay un punto de vista muy adulto y una forma de ver la realidad que estaban por encima de mí. Era como si me lo estuviera soplando alguien en la oreja y yo no tuviera más remedio que escribirlo.

Es un cuento muy arltiano.

Muy arltiano, claro, sí, deliberadamente arltiano. Y puedo contar el origen, incluso, de ese cuento. Yo trabajaba en un lugar donde había varios personajes como los que están en el cuento. Y aparte siempre había pensado: qué lástima el monólogo que Arlt se había perdido en su cuento "El jorobadito" cuando el jorobadito tiene el revólver en la mano, en la casa de la novia del narrador. Ese era el momento ideal para hacerle decir todo lo que se le antojara acerca del mundo. Entonces, pensando en eso, un día uní las dos ideas, la del tipo que va a la oficina con un revólver y aquella cosa que a mi me parecía que estaba faltando en "El jorobadito" y escribí "Also aprach el señor Núñez".

Se podría decir que usted hizo lo mismo que Borges al escribir su cuento "El fin", el cual él sostenía que ya estaba en el "Martín Fierro".

Sí, claro. Además, la literatura, sobre todo la literatura contemporánea es una especie de diálogo entre escritores. Este no es el único caso donde un escritor cita literalmente a otro en sus propios textos. Las pruebas son los Faustos. No se podría haber escrito el "Fausto" de Thomas Mann sin acudir al de Goethe y al de Marlowe, y Goethe no hubiera podido escribir lo suyo sin el de Marlowe. Y, salvando las distancias, yo no hubiera podido escribir el mío sin el de Goethe, el de Marlowe y el de Thomas Mann.

Una pregunta amplia: ¿Qué opina de la realidad actual?

Y, si querés que conversemos unos seis meses yo te puedo contestar. La realidad en general a mí no me gusta. Siempre me disgustó, si no no sería escritor, ¿no? Escribir es tratar de organizar un universo más coherente que el llamado universo real. La realidad política actual me parece una mezcla de carnaval con infierno que, si yo no tuviera mucho sentido del humor, me haría sentir patéticamente desconsolado. Hace muchos años que la Argentina viene viviendo en un caos del que parece que no va a salir. En cuanto a la realidad mundial, qué querés que te diga, si pensás nomás en el SIDA, en el agujero de ozono, en la posibilidad de una guerra nuclear, en que nunca ha pasado la humanidad por un momento de catástrofe general más grande que éste y que creo que históricamente estamos en el fin de una época y que todavía no hemos tomado conciencia de que lo que se está terminando acá es todo un concepto que empezó en el Renacimiento y en el Iluminismo, el del progreso incesante de la humanidad; el de que la ciencia iba a terminar con todos los problemas de los hombres, etcétera. Es decir, estamos al fin de los tiempos modernos y probablemente a las puertas de una catástrofe universal como no hay memoria en la historia humana, porque las catástrofes llamadas universales hasta hoy siempre eran parciales, abarcaban sectores a veces mínimos de la realidad, pero parecían mundiales; la de hoy es una catástrofe que nos abarca a todos y que puede acabar con todos nosotros. Teniendo en cuenta todo esto, qué querés que te diga, la realidad me parece un mamarracho descomunal. Lo que pasa, ya te digo, es que soy un hombre con mucho sentido del humor. Y además creo que el hombre tiene una enorme capacidad de sobrevivencia. Aparte quiero pensar que hay todavía en el mundo hombres sensatos como para poder remontar esta situación, que para mí es la más grave que ha habido en la humanidad desde que nos podemos considerar humanidad.

¿Qué opina de lo que conoce de la literatura argentina actual?

Bueno, mirá, yo a la literatura argentina actual la conozco relativamente. A medida que uno va creciendo, va leyendo menos a los escritores contemporáneos. Como decía un amigo mío: "Todavía no terminé de leer a Dickens, cómo me voy a poner a leerte a vos". Y llega un momento en que te das cuenta que la vida es demasiado corta y que hay libros que son muy largos. Además, entre lo que tenés que escribir y lo que te falta leer, es como que no te queda mucho tiempo, ¿no? Vale decir, no tengo un conocimiento demasiado sólido de la literatura actual. Puedo hablar, tal vez, de la generación joven aún no publicada, porque fui jurado en la Bienal hace dos años. Puedo juzgar a través de los escritores jóvenes que vienen a mis talleres. Y de algunos libros de autores jóvenes que he leído. Dentro de lo que conozco, no encuentro una zona de transgresión muy marcada. Es decir, transgresión en el sentido profundo. Una transgresión intelectual, filosófica y vital. A veces encuentro transgresiones formales, pero eso también lo veía en mi época, que son en definitiva transgresiones de taller, no querer parecerse a determinado escritor, y por lo tanto tratar de escribir de una forma nueva. Además después de haber leído el "Ulysses" (Ulises) yo casi no encuentro ninguna forma nueva. Vale decir, una transgresión en serio es un pensamiento que se pone en contra de su época. Como pudieron ser, por ejemplo, las teorías del existencialismo ateo, que eran realmente transgresoras. O la idea de que era necesario cambiar la vida y cambiar el sistema social en el que se vive. Los escritores actuales dan la impresión de que no tienen mucho interés en cambiar nada; parecen estar muy conformes con el mundo burgués tal como se les dio. Se adaptan a las exigencias y los requerimientos del mundo burgués. Entran casi con naturalidad en el sistema. No son transgresores en un sentido vital. Transgresión, yo le llamo, por ejemplo, a la decisión de Sartre de rechazar el premio Nobel. Actitudes que hoy en día se han perdido. Ahora, un escritor que se hace el raro sacándole los puntos a su sintaxis o escribiendo con minúsculas, no me parece transgresor. Además, después se terminan calmando y pertenecen todos a la academia.

Ahora, además de haber una especie de "revival" de los '60, hay una idea de que ésa fue la última época realmente transgresora, ¿no?

Puede ser. Lo que pasa es que yo no viví mi época como transgresora. Me di cuenta después de que era una época transgresora, en todo sentido. Porque no te olvides que ésa es la época del despertar de los pueblos africanos, de las revoluciones latinoamericanas, etcétera. Aparte fue un movimiento mundial. Por ejemplo, Marlon Brando rompió con todos los moldes de la actuación tradicional. Pero aparte estaba toda la escuela de Elia Kazan en cine, o de Strassberg en teatro. Además había cineastas transgresores, físicos transgresores, médicos transgresores. Lo que ocurre es que nadie la vio como una época transgresora. Y ahora, en nuestro país, lo que se da es -lo que a mi me parece- una peligrosa aceptación del sistema tal cual es. Esta teoría que ha cundido últimamente acerca de la muerte de las utopías me parece muy peligrosa. Una sociedad en la que realmente mueren las utopías es una sociedad muerta. Si el hombre no establece sus proyectos de futuro en base a utopías está absolutamente liquidado como hombre y como ente creador. Yo no creo que haya terminado la historia. Y si se han terminado las utopías va a haber que inventar otras. Una humanidad sin utopías es una humanidad de hormigas o de abejas. Ahora, si los jóvenes actuales -no creo que todos, yo conozco algunos que son muy brillantes y no están de acuerdo con estas teorías-, si los jóvenes actuales toman estas ideas como algo cierto, bueno, allá ellos, porque se están comportando como abejas o como hormigas, es decir como sociedades cerradas sin posibilidades de crecimiento. Aparte no se puede vivir sin utopías. Es como vivir sin soñar o sin amar. No tiene sentido pensar que todo está bien, me acomodo a lo que está y trato de vivir lo mejor posible. Y ésto, por otra parte, no es un pensamiento para nada fecundo en un artista. Es decir, un músico o un escritor o un pintor que piensa así está terminado para la música, la literatura o la pintura.

Estaba pensando que tal vez justamente por esta idea de la muerte de las utopías es que se trate de volver a los '60, que fue la última época de Las Utopias, con mayúsculas, ¿no?

Claro. Justamente. Ahora hay un "revival" de los '60, pero que también es un error. Los '60 fue una época como cualquier otra, no una época dorada, como se dice por ahí. Los que vivimos esa época no sabíamos si éramos transgresores o no. Eramos como teníamos ganas de ser. Ahora, querer vestirse como en el '60, o tomar los modelos del '60, no sirve. Hay que crear modelos nuevos. Sartre, precisamente, decía que toda generación tiene la obligación de fundar nuevamente sus propios valores. Acá no se fundan nuevos valores y además se están queriendo recuperar ciertos valores del '60, pero no los más comprometidos, ni los más transgresores, sino los más llamativos, los más cholulos, los que sirven para conversar en el café, pero no aquellos en donde vos tenés que poner el cuerpo para cambiar la vida o para escribir un libro. Aunque tampoco hay que caer en la actitud de esos chicos muy jóvenes que dicen que todo lo del '60 es caca porque ya pasó. Sí, por supuesto que pasó, pero también pasaron Jesucristo y Marx y todavía siguen jodiendo. Es decir, las cosas que pasan no necesariamente dejan de suceder, sino que se ubican históricamente y siguen influyendo. La cuestión es ver qué se hizo para hacer cosas distintas de ésas, ¿no? Además, vivimos en un país que pasó por una época atroz, que liquidó a toda una generación intermedia y que creó un vacío muy grande.

En los años '60 también hubo un apogeo del cine en todo sentido, grandes directores y nuevas tendencias. ¿Lo influyó a usted algo del cine de esa época?

Mi relación con el cine siempre fue bastante distante. Los grandes creadores del cine que me interesaron, tipos como Bergman o Fellini, son casi autores literarios. El cine de Bergman sobre todo me interesaba, un cine de ideas, un cine filosófico o hasta religioso. Sí, pienso que los grandes creadores han influido de alguna manera sobre mí y toda mi generación. La "nouvelle vague" menos, por ejemplo, porque era demasiado formal para mi gusto. Yo creo que el problema de la forma no puede ser separado del problema del contenido porque son exactamente el mismo problema. La gran obra de arte es un equilibrio muy delicado entre el sentido y la forma, como lo ha demostrado toda la historia del arte.

Después de haber dirigido por tantos años "El escarabajo de oro", ¿qué piensa que hay que hacer para que una revista salga adelante?

Primero hay que tener muchísimas ganas de sacarla. Después, no hay que plantearse nunca una revista para el número que viene. Es decir, si no te planteás una revista para diez números, si no tenes muy en claro lo que querés hacer con esa revista de acá a unos años, lo más probable es que saques uno o dos números y nada más. No hay que reunirse con demasiada gente. Los que hacen una revista por lo general son cuatro o cinco que trabajan mucho, y además, sí, un grupo que está alrededor pero que no es el que hace esencialmente la revista. Una revista es casi como un libro, a veces es un proceso casi individual. Es muy difícil unir muchas voluntades. Tiene que haber uno o dos líderes que sepan interpretar las necesidades del grupo y jugarse a que la cosa les va a salir bien. Siempre tiene que pasar por ciertas individualidades. El mito del grupo no funciona ni funcionó nunca. Las revistas las hacen tres o cuatro tipos que tienen muy claro lo que quieren, a los que después se les va agregando gente. Y a veces hay que ser muy antidemocrático. Además hay que tener mucha paciencia y una enorme fuerza de voluntad. Hay que tener una disciplina interna muy grande. Es una profesión, la profesión. Un consejo de oro: la revista se puede criticar hasta el día anterior a la salida, todos pueden opinar y decir esto no va, o esto está mal o qué se yo, pero cuando salió es la mejor revista del mundo y hay que defenderla a muerte. Y si alguien te dice cómo publicamos ésto, le decís cómo como publicamos esto, hasta ayer no dijiste nada, ¿ahora lo decís? A ése le das una patada en el culo y lo echás de la revista por tarado.

Haciendo ya una especie de metarreportaje, ¿qué opina usted del reportaje como tal? ¿Cree que es un género literario más?

Bueno, sobre este tema hay testimonios bastante considerables. Por ejemplo, uno de los libros más importantes que se publicaron entre los '60 y los '70 fue "The children of Sánchez" (Los hijos de Sánchez), de Oscar Lewis, un sociólogo o antropólogo norteamericano, un ensayista. Bueno, este hombre le metió un grabador a toda una familia norteamericana, la hizo hablar y con eso escribió este libro notable que es una mezcla de novela con antropología social, con sociología, etcétera. Y la prueba del valor que puede tener determinado tipo de reportajes, en el sentido más convencional, la ha dado Oriana Fallaci, que ha hecho algunos reportajes notables. Y creo que la verdad más grande sobre ésto ya la dijo Oscar Wilde hace más de cien años: "Lo importante de un reportaje no son las preguntas sino las respuestas". Y a García Márquez hace unos años un periodista le preguntó no sé qué cosa, y le hizo recordar algo que él había contestado en otro reportaje, y era totalmente distinto. Entonces García Márquez le dijo que él siempre contestaba cosas distintas a la misma pregunta porque él creía que el reportaje era un género literario y por eso siempre inventaba algo nuevo. Entonces nacía en lugares distintos, había querido a distintas mujeres, estaba por escribir distintos libros, etcétera.

Una actitud borgeana, ¿no?

Sí. En realidad, si un escritor es coherente, lo más probable es que ante las preguntas esenciales responda casi siempre lo mismo. Pero ante ciertas preguntas circunstanciales, o de muy difícil respuesta, puede contestar cosas antagónicas. Además la mayoría de las preguntas uno las responde de acuerdo al estado de ánimo en que se encuentra. Yo en este momento estoy muy cansado y aburrido de la literatura, entonces digo que nunca me sentí escritor y que si pudiera no ser escritor estaría sembrando papas en Tanzania, qué se yo. Pero si me agarras en un día que estoy vehemente, puedo llegar a decirte que yo sabía que iba a ser escritor desde los cuatro años. De todas maneras hay algo que sí voy a decir siempre, que la literatura es un destino, pero no un destino que viene de arriba hacia abajo, sino un destino absolutamente elegido. Aparte, en el fondo, y si uno lo articula bien, se da cuenta que siempre hay una coherencia. Además si el que hace el reportaje es astuto y conoce el punto débil del entrevistado puede llevarlo a decir eso que exactamente no quiere decir. Y la transcripción del reportaje es un trabajo lingüístico. En el papel no puede estar ni todo lo que se dijo ni nada demasiado pulido. Tiene que haber ciertos "tics" del habla o de quien lo respondió, pero para eso a veces hay que conocer bien a la persona o en su defecto su obra. Yo me acuerdo de un reportaje que le hicieron a Borges que fue el mejor que yo leí. El tipo le hizo dos o tres preguntas y lo dejó hablar. Y a Borges lo dejabas hablar y si eras vivo te armabas un libro. Y como el hombre lo había leído muy bien a Borges lo hizo borgeano al reportaje, vos sentías la voz de Borges al leerlo. Aunque después me enteré que en realidad había cosas que Borges no las había contestado así, o se había negado a contestarlas. Pero este hombre tenía otros reportajes anteriores de Borges y tomó cosas de ahí. Parece que hasta a Borges le gustó ese reportaje. Aparte, Borges tenía dos maneras de hacer creer que respondía. Una era decir sí, y después decía lo que se le antojaba. El famoso "sí, pero...". O si no, hacía sus típicos rodeos. Por ejemplo cuando le preguntaban del símbolo en literatura. Símbolo, en realidad, decía Borges, viene de una vieja costumbre que tenían los griegos de dividir una moneda... Que es cierto, por otra parte. Siempre contestaba así, como por baranda, lateralmente. Además tenía una cantidad de conocimientos realmente notable. Y uno podía saber cuándo estaba de buen humor por las traducciones que hacía o no hacía. Si estaba de buen humor o le habías caído bien y te decía algo en inglés antiguo, después te hacía la traducción. Si estaba de mal humor sólo te lo decía en inglés. Y te las tenías que arreglar solo.