Yo creo que las dos cosas son ciertas. Por un lado, pertenezco totalmente a la cultura española. Por otro lado, por el hecho de vivir fuera, he sustituido la noción de tierra por la noción de cultura. No obstante, si me preguntan si me considero parte de la sociedad española digo que no. No comparto los valores de esta sociedad, me siento extraño a ella. Por otra parte, la mayoría de los escritores que admiro siempre actuaron a contrapelo de la sociedad. Como decía de una manera muy expresiva Luis Cernuda, eran "españoles sin ganas". O sea, que las dos cosas son ciertas.
¿Existe para usted una relación entre el exilio continuo y decidido y el centro nómada de su creación literaria?
Es posible. Hay escritores en los que el exilio acaba con su escritura. Escritores que podemos llamar costumbristas, que reflejan la sociedad en la que viven. Al quedar aislados de esta sociedad, su poder de creación literaria disminuye. También hay otros escritores que, por el contrario, convertirse en apátridas les enriquece. Yo siempre he dicho que la posibilidad de ver la propia cultura a la luz de otras culturas es muy importante, porque la escala de valores cambia completamente. Los que viven en España y sólo conocen la tradición española -suponiendo que la conozcan bien- aceptan los juicios, las ideas, las opiniones casi como por herencia; nunca las ponen en tela de juicio. En cambio, si uno vive fuera, puede establecer comparaciones y ver que cosas muy estimadas dentro de España, son en realidad fruto de imitaciones de otras culturas, mientras que hay obras que son absolutamente originales y no se les da importancia, aunque no se les encuentre el equivalente en ninguna otra lengua. En Europa no hay ninguna obra mudéjar como el "Libro de buen amor", no hay ninguna obra con una carga tan explosiva como "La Celestina". Tenemos que esperar a Shakespeare para encontrar algo de una fuerza tan extraordinaria. O no hay una "La lozana andaluza", no hay un San Juan de la Cruz. Es decir, para mí, esta visión exterior es muy importante. Me parece bastante significativo, como resultado de la discontinuidad cultural de España, el que la mayor parte de estos autores no hayan ejercido influencia. "La Celestina", aunque de grado menor, tuvo una descendencia a lo largo del siglo XVI. "La lozana andaluza" es una obra que quedó enterrada en vida y aunque se redescubrió en el siglo XIX, nadie se atrevió a reeditarla, porque la consideraban obscena. Cervantes fecundó la totalidad de la novela europea -la novela inglesa, francesa, en Rusia la influencia es clarísima, hasta en Brasil tenemos a Machado de Assís, que hizo una novela absolutamente moderna en el siglo XIX- España, hasta el siglo XX, fue el país que más tardó en impregnar la novela. Esto fue, yo creo, gracias a la doble lectura por un lado de Américo Castro, a partir del "El pensamiento de Cervantes", que es la primera obra que la descarga de todas las interpretaciones castizas, del tipo "es la Biblia de la nación española" como decían Unamuno o Maeztu. Todos atribuían al "Quijote..." una serie de cargas nacionalistas o místicas sin leer verdaderamente la obra. Luego yo diría que la lectura descondicionada de Borges demuestra la creatividad y la modernidad de la invención cervantina. Creo que a partir de esto ha surgido un grupo de escritores que, directa o indirectamente, estamos influidos por Cervantes. Pienso en el caso claro de Carlos Fuentes, también en "Tres tristes tigres" de Cabrera Infante. La evolución de Julián Ríos no sería posible sin un conocimiento de Cervantes. Tenemos también el caso de San Juan de la Cruz. Hasta José Angel Valente no ha habido ningún poeta español en el que haya influido. La manifestación de estos huecos, estos espacios en la cultura española, debería hacer que nos interrogáramos sobre qué ha pasado en nuestra cultura. Pero muy poca gente lleva a cabo este análisis.
Se puede decir que la distancia del exilio constituye la condición de la posibilidad de su obra narrativa.
En mi caso concreto, sí. Si yo me hubiera quedado en Barcelona, hubiese tenido los límites que tiene la mayor parte de los escritores de mi generación, que sólo parten de una experiencia local, de una limitación. Esta posibilidad del exiliado de ver una cultura a la vez con intimidad y con distancia me parece fundamental.
Carlos Fuentes definió hace tiempo, en un acto protocolario ante el rey Juan Carlos, que su patria era la lengua española. ¿Podemos decir que la suya sería la literatura de nuestro país?
Yo diría entonces que mi nacionalidad es cervantina. Si miro hacia atrás en mi vida, veo que he pasado la mayor parte de mi tiempo hablando otros idiomas. Así el castellano ha sido el objeto de mi trabajo. Normalmente cuando estoy en Marrakech, hablo árabe; cuando estoy en París, hablo francés; cuando estaba en los Estados Unidos, hablaba inglés. El español no lo practico tanto. Por ejemplo, a veces, cuando estoy en Marrakech, paso bastante tiempo sin hablar castellano. Esto lo vio muy bien Vicente Llorens en uno de sus ensayos, cuando dijo que para el exiliado, al perder la tierra y la sociedad en la que vive, la lengua adquiere para él un valor importantísimo. Esto explica que algunos escritores se hayan convertido en grandes escritores en el exilio. Este es el caso claro de Cernuda. El era un poeta más de su grupo y en el exilio se convirtió en el gran poeta de su generación.
¿Cree usted que hay una línea clara de escritores españoles exiliados?
Este fenómeno empieza con el reinado de los Reyes Católicos. Ya tenemos el ejemplo en los hermanos Valdés o en Vives. O en la gente que intentó salir y no pudo, como Cervantes, al que le denegaron el permiso para emigrar a América. Por fortuna, ya que si se hubiera ido a las Américas, tal vez no habría escrito el "Quijote...". O en el propio Mateo Alemán, quien después de publicar el "Guzmán de Alfarache", estaba en una situación insoportable. Márquez Villanueva descubrió los documentos en los que se explica cómo Mateo Alemán pudo ir a México, entregando a un funcionario corrupto la totalidad de sus bienes, incluidos los derechos de autor del "Guzmán de Alfarache". Se fue con lo que llevaba puesto. Tendría una motivación muy urgente para huir de esta manera.
Dentro del grupo de exiliados, ¿podríamos incluir al anónimo autor del "Kamasutra español" editado por López Baralí?
Bueno, él fue un morisco expulsado. Lo que resulta significativo es que este manuscrito estuviese durante un siglo sin ser publicado. Hay que tener en cuenta la presión que ejerció la gente del medio académico, aquellos que pensaban que no convenía publicar esto y menos por parte de una señora. Es realmente notable el hecho de que se escriba en lengua castellana a principios del siglo XVII un tratado erótico. Es una muestra de que España no pertenece en su totalidad a la cultura occidental, como se pretende.
¿Para usted, la estabilidad y la homogeneidad cultural destruyen la creatividad del autor?
Desconfío totalmente de las identidades fijas, de los nacionalismos de calidad y de las sociedades homogéneas, porque toda esta homogeneidad o identidad icónica es siempre el producto de la violencia hacia los individuos. Esto sólo puede existir dentro de sociedades totalitarias. Cuando nace la idea de España, para Américo Castro a partir del siglo XI, o cuando nace la literatura castellana, siempre están en el horizonte de lo cotidiano las tres comunidades: judíos, cristianos y musulmanes. Esta mirada crítica de unos hacia otros fue un fermento de cultura. El arte mudéjar es el mejor ejemplo de ello. Todo el mundo reconoce que el arte mudéjar es único. Pero sería absurdo que este mudejarismo se manifestara sólo en la arquitectura; se tenía que manifestar obviamente en la literatura: el "Conde Lucanor", el "Cantar del Mío Cid" -desde Galmés de Fuentes queda muy claro que las fuentes no eran visigodas, como soñaba Menéndez Pidal, sino que eran fuentes árabes-, y el "Libro de buen amor", el cual, como descubrió Américo Castro, es un libro mudéjar. El hecho fue que no había una sociedad homogénea, sino una variedad de culturas que a veces se llevaban bien y otras peor. Los reinos del norte de España adquirieron toda su cultura gracias a los mozárabes que no querían vivir en Al-Andalus. Había una continua comunicación y lo vemos claramente en el ejemplo de Alfonso X el Sabio. El libro de Márquez Villanueva "El concepto cultural alfonsí" es realmente extraordinario, porque muestra un proyecto que se anticipa totalmente al Renacimiento. El tenía muy claro que el latín era una lengua muerta -era la lengua de la Iglesia, pero no servía fuera del territorio puramente religioso- y que la ciencia venía a través de los árabes y de la cultura árabe. Los traductores, casi todos judíos, que vertían sus traducciones del árabe al castellano, fueron, de hecho, los que salvaron la cultura europea. Hay una influencia muy clara, como demostró Asín Palacios al descubrir el hecho -que le ganó la furia de toda la clase intelectual italiana- de que el "Libro de la escala del Profeta" era el que había inspirado "La divina comedia" de Dante. Así esta influencia no sólo se reducía a España. En la Sorbona, por ejemplo, se introdujo la idea de Avicena según la cual los bienaventurados no podían tener una visión directa de la divinidad. Para combatir esta idea, la Iglesia encargó a Santo Tomás de Aquino la réplica y para ello, éste tomó los argumentos de Averroes. Es decir, cristianizaron una polémica que ya anteriormente había sido árabe. Todo esto se olvida a partir del Renacimiento. Para mí el siglo XV es un tiempo de una riqueza extraordinaria en España. Ya aparece un precedente de Góngora en Juan de Mena. Todas las grandes creaciones del Siglo de Oro se pueden encontrar en germen en el siglo XV. En esta época, durante el reinado de Enrique IV de Castilla, las ideas averroístas y el racionalismo habían pasado a ser completamente aceptadas en gran parte por lo cristianos nuevos, recién convertidos, que habían perdido la religión judaica pero tampoco se habían hecho por ello católicos. Por ejemplo, existe ese famoso memorial escrito al rey en el que se le advierte que está rodeado de gentes que dicen "nascemos e morimos como bestias". Aquí está el germen de todo el mundo de "La Celestina". El hecho es que Fernando de Rojas, cuya familia fue penitenciada por la Inquisición cuando era niño, vivía en este ambiente y gracias a esto pudo escribir "La Celestina". Doy todos estos ejemplos para mostrar que la heterogeneidad es creadora de riqueza y siempre es más justa la visión del que está en la periferia de lo social que la del que está en el centro. Esto explica el que la gran mayoría de los creadores del Siglo de Oro fueran de origen cristiano nuevo, siempre situados en la periferia, y podían analizar la sociedad tal y como eran, mientras que los otros sentían una inmanencia española y no necesitaban dudar. No olvidemos que la literatura, por lo menos a partir de Cervantes, es el territorio de la duda. Esto se aplicaría a la posición marginal de Fray Luis de León, a la de autores de una espiritualidad completamente nueva como Santa Teresa y San Juan de la Cruz o Juan de Avila. Este último es ahora santo de la Iglesia, pero en su tiempo dijo textualmente "los penitenciados por la Inquisición, mártires son".
¿Podría volver a ser España el puente natural entre Europa y el mundo musulmán, como ya lo fue en la Edad Media?
Debería ser el puente entre Europa, Iberoamérica y el mundo musulmán, por su situación geográfica, por su cultura. Desdichadamente no es así. Hay un rechazo muy grande no sólo dentro de la sociedad, sino incluso dentro de los poderes culturales con respecto a la tradición árabe, con la excepción de un Al-Andalus, como decía don Emilio García Gómez, "mitificado, muerto". Claudio Sánchez Albornoz decía que la cultura de Al-Andalus fue destruida por "las nubes de langosta africana", al hacer referencia a los almohades y almorávides, olvidando que, por ejemplo, habían edificado la Giralda de Sevilla o los palacios del reino nazarí de Granada. O sea, que eran unas langostas muy bien educadas. No olvidemos también que en esta época vivió Averroes. Hay una resistencia enorme a esta tradición. Si me quedaba alguna ilusión era con respecto a Iberoamérica. Con motivo de ese lamentable Quinto Centenario, yo propuse a la universidad organizar un cursillo sobre Blanco White, en especial sobre los artículos que había escrito a favor de la independencia de los países de Iberoamérica. Fue el único intelectual que, primero en "El Español" y después en "El Mensajero de Londres", escribió una serie de artículos extraordinarios sobre el tema. En cualquier otro país, supongamos en Francia, estarían encantados de hablar de un escritor, de cara a los países colonizados, que demostrara la existencia de intelectuales que estuvieran a favor de la independencia, que tuvieran esta lucidez y esta honestidad. En España sigue siendo un traidor. Menéndez Pelayo dice de él que llevó su vileza hasta ensalzar la victoria de Bolívar y, por otra parte, dice que España es la madre espiritual de los hijos del cóndor. Se ve a la hora de la verdad que, en el momento de la guerra, al único intelectual español que tomó partido públicamente por la independencia, lo siguen marginando. Son las constantes de la historia española.
¿Usted tiene la impresión de que España no se ha dado cuenta todavía de su papel en la formación de la identidad europea?
Yo entiendo el complejo de inferioridad que hubo en España a partir del siglo XVIII. Cuando empiezan la Ilustración y la Enciclopedia en Francia, para los escasos intelectuales españoles de aquel momento bastaba con cruzar los Pirineos para darse cuenta de que se trataba de otra cosa enteramente distinta. De ahí viene la frasecita de "L'Afrique commence aux Pirénées" (Africa comienza en los Pirineos). Era un logro que estos intelectuales quisieran europeizarse, negando todo lo que en su pasado no era europeo. En el siglo XIX se encontraron con la paradoja de que eran los viajeros franceses y, en especial, ingleses (como Borrow y Ford) los que descubrían la maravilla de la Alhambra. Borrow cuenta con mucha gracia que él estaba deslumbrado por la Alhambra y la gente de Granada le hablaba de "esas cosillas de los moros que hay arriba". Era como un rechazo. España integrada en la actualidad, política, económica y culturalmente en la Unión Europea, debería perder ya todos los complejos de inferioridad y darse cuenta de que lo que puede aportar al acervo europeo común es precisamente el mudejarismo, porque no existe en ningún otro lado.
¿Es posible todavía en el siglo XX sentirse mudéjar?
Puede haber individualidades. En el terreno de la arquitectura, para mí Gaudí lo es. Gaudí, que es el arquitecto más genial del siglo XX, no existiría sin el mudejarismo y sin las ilustraciones que hizo para los viajes de Alí Bey, ni las imágenes de la mezquitas de Sudán o de Malí que él tenía en su cátedra. Basta ir por ejemplo a Malí y estás viendo a Gaudí por todos lados. Yo creo que una parte, no la totalidad de mi obra, pero sí algunos libros lo son. "La cuarentena" es un ejemplo claro, pues aunque escrito en castellano existe en él un juego entre Dante e Ibn Arabi que se puede calificar de mudéjar. "Las virtudes del pájaro solitario" también.
¿Este mudejarismo es el que le lleva al concepto de la ciudad como confluencia de culturas, de lenguas y de pensamientos?
Además de la literatura, y en el terrero personal la música, lo que siempre me ha interesado más es el urbanismo, la concepción de la "cives", y he escrito bastantes textos sobre el espacio de la ciudad islámica. Cuando estuve hace dos años en Buenos Aires fui invitado a la vez por las facultades de Literatura y de Arquitectura y descubrí que algunos de los films de Alquibla los proyectaban allí. Da la casualidad de que un gran número de los arquitectos de aquella ciudad son árabes, nacidos ya en Argentina pero de origen sirio-libanés. Tenía tantos estudiantes en las conferencias que daba sobre urbanismo como en las que daba sobre literatura. Por esa razón me ha interesado siempre este barrio parisino, el Sentier, por el lado multiétnico. Mi experiencia en Nueva York, donde pasas en una manzana de casas de Little Italy al barrio chino, ha sido también determinante. Siempre me han interesado las ciudades donde se forman estos encuentros o ciudades muy vitales como Estambul. Yo creo que el contacto con gente de otras culturas es necesario. En el ensayo que escribí sobre París como capital del siglo XXI me planteaba las dos alternativas: será una ciudad heterogénea desde el punto de vista cultural o se convertirá en un museo. Son las dos alternativas. Esta tendencia a la "museización" no existe ahora, por ejemplo, en Berlín, donde estuve pasando una temporada hace cinco años y donde se podía ver cómo los marginales estaban dejando Kreuzberg empujados por la especulación inmobiliaria y se pasaban a Berlín Este, donde llegaron los primeros centenares de judíos de origen alemán, que venían de los Estados Unidos, y que tuvieron la buena idea de volver y reconstituir su mundo dentro del nuevo Berlín. Era fascinante. Me impresionó mucho ver que se estaban gestando nuevas formas de vida y, por lo tanto, de cultura. Este Berlín me pareció que tenía el mismo dinamismo que encuentras en Nueva York. Ya dije hace veinte años en una conferencia que los escritores más interesantes en lengua inglesa serían de las Antillas, de Pakistán, de India, los franceses serían del Magreb y de Africa y los alemanes serían turcos. Hubo una especie de risas celebrando mi ocurrencia, pero en Inglaterra ya está ocurriendo, en Alemania tenemos esta novela absolutamente maravillosa escrita por una mujer, Ozdamar, esta escritora turca que llegó a los dieciocho años en un tren de prostitutas a Alemania, y a los cuarenta y ocho años escribe una novela. Yo he vivido siempre en el Sentier en París. Después del golpe militar en Turquía, este barrio se llenó de repente de turcos y al salir de casa veía carteles en turco, que yo no entendía, y me empecé a sentir como un poco extraño aquí. Hablé con un poeta comunista exiliado y le pregunté dónde podía aprender el turco y él me dirigió a un asociación política de emigrados. Era gente muy simpática que me preparaban cada tarde las lecciones. Así aprendí a hablar el turco. No digo que todo el mundo tenga que ponerse aquí a aprenderlo, pero por lo menos ya que han traído restaurantes turcos, pueden aprender la comida turca. Por desdicha no han traído "alhamas" o "hammames" turcos, que son una maravilla, y que serían una educación de su civilización. Siempre se puede aprender algo con la llegada de una cultura ajena. Mi actitud ha sido siempre la de sumar y no la de restar. Tener dos lenguas y dos culturas es mejor que tener una. Tener tres mejor que tener dos. Tener cuatro mejor que tener tres. Por eso cuando veo que quieren imponer el monolingüismo en Cataluña o en el País Vasco no lo entiendo. Los catalanes que son bilingües tienen una suerte mayor al tener dos culturas en vez de una. ¿Para qué mutilar una?, ¿para qué restar? Hay que sumar.
¿No cree que en este proceso de descentralización de la literatura europea también la cultura hispánica fue una avanzadilla, ya que el "boom" de la literatura hispanoamericana ha sido anterior al surgimiento de la literatura india o turca? España no tomó el "boom" hispanoamericano como algo que viene del inferior, sino del igual. Para nosotros Carlos Fuentes, Borges o Paz son grandes escritores de nuestra lengua, mientras que para un inglés o un francés todavía es difícil reconocer que un autor de Africa o de Asia es un gran escritor en su lengua.
No han tenido aún grandes figuras como las de Iberoamérica. Fueron también unos años excepcionales, los años sesenta y setenta. Lo que se escribió en esa época en Iberoamérica sólo puede compararse a lo que se escribió en el Siglo de Oro.
¿No piensa que esto es un orgullo para nosotros?
Claro que sí.
En Francia y en Gran Bretaña ha habido un interés científico muy importante por estudiar y aprender de sus colonias, formando el orientalismo, pero nosotros hemos tenido un resultado mucho más interesante.
También Portugal tiene el mismo resultado, en lo que respecta a Brasil. Guimaraes Rosa es una maravilla por ejemplo.
A nosotros nos sorprende siempre la leyenda negra de España (y a veces de Portugal también) según la cual hemos sido los grandes invasores y destructores de las Indias. Sin embargo los ingleses y franceses han pretendido dar una imagen más amable de su proceso colonizador.
La diferencia es que los españoles necesitaban la población indígena para trabajar y que la población era mucho mayor y no pasó lo que ocurrió en Canadá y en Estados Unidos, donde se acabó con el mundo mesoamericano. Los españoles y los portugueses, por distintas razones históricas, lograron crear esta mezcla.
¿Hacia qué modelo de convivencia cree usted que se dirige Europa?
Hay que ver las cosas clarísimas, no sólo desde la perspectiva de lo que puede llamarse el planeta de los ricos. Hace bastantes años escribí que Europa debía elegir entre ser una fortaleza o un ejido. No podemos, en nombre del neoliberalismo y del pensamiento único, permitir la libre circulación de capitales y de mercancías y vetar la de las personas. Hay que tener en cuenta la diferencia del nivel de vida entre el continente europeo y todo su entorno africano y asiático. Además está la influencia de la televisión. Ahora tienen metida en cada casa la visión exagerada, mitificada y embellecida de la realidad europea. Esto significa que esta gente quiera a toda costa llegar a Europa. Por un lado, hay trabajos que los europeos no quieren hacer. Por otro, no hay un aumento de la natalidad, es una población que envejece. La naturaleza tiene horror al vacío. Lo que está vacío se llena. Es decir, la llegada de gente de otros mundos seguirá y aumentará. Europa tiene que plantearse el problema de aceptar la convivencia, dentro de unas reglas naturalmente. El anfitrión tiene que poner las reglas del estado de los ciudadanos. Una vez aceptadas estas reglas -por ejemplo, la prohibición de costumbres como la de la ablación, que se practica en el valle del Nilo-, pueden preservar su cultura, mientras no sea agresiva. Ha de ser una forma de diversidad dentro de la ciudadanía. Estoy en contra de todas las identidades exclusivas y agresivas que niegan a los demás. Un país que tenga una variedad de culturas, dentro del marco de ciudadanía, me parece idóneo.
El concepto de ciudadano está dirigido al individuo, pero en Europa tenemos también el problema de las minorías que se definen con respecto al grupo. ¿No le parece a usted que hay una contradicción entre la política que va dirigida a los individuos y ese sentimiento de grupo?
Yo creo que son dos cosas distintas. Toda minoría tiene derecho a existir, siempre que no lo haga de una forma opresiva para los individuos que la componen. Las minorías me parecen absolutamente respetables y deben ser defendidas, pero no a costa de que opriman a los individuos que la componen. Esto ha de quedar muy claro.
Me gustaría que nos hablara un poco sobre el papel que juega la risa como hilo conductor en su obra.
Siempre se podrán citar autores en los que la risa o la ironía no desempeña ningún papel -pienso en el caso de Dostoievski-, pero creo que en la tradición cervantina el humor y la parodia desempeñan un papel importante. Hay mucha parodia en "Juan sin Tierra", también en "Makbara" y, sobre todo, en "Paisajes después de la batalla". Esta última es una obra en la que todas las teorías posibles se contradicen y se deshacen. La diferencia entre una obra literaria y un libro de pensamiento es que el segundo siempre se puede contradecir, pero tú no puedes contradecir "Paisajes..." porque en él están todas las ideas y al mismo tiempo la negación de estas ideas. Es la duda total. Es enseñar al lector a dudar. En "La saga de los Marx", en el capítulo de la televisión, se plantea la duda del estatuto del autor, si está hablando con Marx o con el personaje de su novela o con el del folletín de la televisión. Es decir, meter al lector en un terreno que siempre es dudoso. Al mismo tiempo incluyo las teorías acerca de Marx, como las de un tercermundista, la de un neoliberal, la de una feminista, etcétera. Cada una de estas teorías tienen razón pero al oponerlas todo queda relativizado. Esta una demostración más de mi lealtad a Cervantes y la ambigüedad que produce su lectura del mundo.
Uno, como lector, ve en su actitud ante la risa tres etapas bastante claras: la primera desde "Señas de identidad" hasta "Makbara", en la que la risa es más una forma de lucha; la segunda, después de "Makbara", en la que el humor es menos negro y un poco más amable; y la tercera, a partir de "La saga de los Marx", el humor se convierte en un tema nuclear y reviste un carácter más optimista y fresco.
Desde luego el humor es mucho más agresivo en "Juan sin Tierra" y en "Makbara". A partir de "Paisajes..." es un humor más universal. No hay agresividad porque es la duda y la ironía de quien duda de todo. En mis últimos libros hay un proceso de desautorización al meter dentro de la estructura toda la ironía y la parodia. Por ejemplo, no se sabe quién ha escrito "El sitio de los sitios", cada nuevo texto deshace lo que dice el anterior, el que se cree autor descubre que es un personaje. Toda esta ambigüedad la llevo ya a su fin en "Las semanas del jardín", donde no hay autor pero sí veintiocho personas y cada uno cuenta desde su punto de vista. El lector se ve obligado a no ver el primer nivel, sino ir observando que cada afirmación es relativa y que es contradicha por la siguiente.
Da la impresión de que hasta "Makbara" toda su obra fue como una apisonadora y a partir de aquí empieza a crecer, a desarrollarse. Es como si necesitase limpiar el terreno para empezar a construir su obra novelesca.
Efectivamente, era una forma de preparar el terreno. Fue una construcción a partir de una destrucción.
Para mí "La reivindicación del conde don Julián" es el punto álgido del proceso de destrucción, mientras que "La cuarentena" sería el de la construcción y liberación, los dos polos opuestos pero necesarios de su obra.
"Las virtudes del pájaro solitario" y "La cuarentena" están dentro de esta tradición que podríamos llamar mudéjar y donde hay algo de humor, pero no mucho. Es más bien dolor, en los dos casos. Para mí van muy ligadas ambas obras. Son como piezas de un rompecabezas. Una es San Juan de la Cruz y la mística sufí y la otra es Ibn Arabí.