22 de octubre de 2008

Entremeses literarios (IV)

FABULA DE UN ANIMAL INVISIBLE
Wilfredo Machado
Venezuela (1956)

El hecho -particular y sin importancia- de que no lo veas, no significa que no exista, o que no esté aquí, acechándote desde algún lugar de la página en blanco, preparado y ansioso de saltar sobre tu ceguera.


EXCEDENTES DEL RETRETE (II)
Blas Sewald
Argentina (1954)

¡Excelente gente es Esther! Bebe té de Tennessee, el jerez le reverdece. Lee Wells, Berger, Greene, Benet. Le enternecen Hesse, Reyes… le estremece Beckett. El eje es tener fe: cree en Hegel, en Engels; le repelen Spengler, Weber. Spencer: ¡qué hereje!, es el germen de mentes dementes que ennegrecen el presente. En tren de entretenerse teje decentemente -prevé desentenderse del tembleque que envejece-. Verme crecer entre seres decentes me embellece, cree.


SU AMOR NO ERA SENCILLO
Mario Benedetti
Uruguay (1920)

Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. El padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.


NOTICIAS DEL PAIS NATAL
Julio Ortega
Perú (1942)

Charlábamos caminando tranquilamente por una avenida de Miraflores de vuelta de una librería. Alguien que pasa a la carrera, nos advierte: "El mar se ha salido"; "gracias", alcanzo a decirle. Mi amigo y yo seguimos en silencio. Vemos que la gente corre alarmada. El agua, en efecto, ha ganado la calle y trepa ya el cordón de la vereda. Pronto, la avenida se inunda. "Siempre he creído, dice mi amigo, que este es un país de maremotos". Nos ahogábamos dignamente cuando un fuerte temblor de tierra reemplazó al maremoto. "En fin, respondo, este es un país contradictorio". Y seguimos de largo.


EL SILENCIO
Felisberto Hernández
Uruguay (1902-1964)

El teatro donde yo daba los conciertos también tenía poca gente y yo había invadido el silencio: yo lo veía agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al silencio le gustaba escuchar música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música; pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones.


EL ARGUMENTO
Alvaro Menén Desleal
El Salvador (1931-2000)

Se había escapado de la escuela. Era la primera vez, y le pareció que la mejor manera de pasar el tiempo sería viendo una película. Depositó su bolso escolar en un tenducho, llegó al cine y compró una localidad barata, listo para sumergirse por noventa minutos en un mundo apasionante. Ya estaban apagadas las luces de la sala, y a tientas buscó un sitio vacío. Los mágicos letreros de la pantalla daban el título de la cinta, la que comenzó de inmediato.
En la película, un pequeño actor hacía el papel de un escolar que, por primera vez, se escapaba de la escuela. Pareciéndole que la mejor manera de llenar el tiempo era en un cine, compra una localidad barata y entra a la sala cuando en la pantalla un actor de pocos años hacía el papel de un escolar que, por primera vez, se fuga de la escuela, y decide ir al cine para pasar el tiempo. El actorcito tomaba asiento en el instante en que, en el film, un niño escolar, fugado de la escuela, entra a un cine para pasar el tiempo. Al frente se proyectaba la imagen de un niño que, por primera vez, faltaba a su escuela y llenaba su tiempo viendo una cinta, cuyo argumento consistía en un chico, por primera vez...


EL QUE SIGUE
Juan Sabia
Argentina (1962)

La sala de espera estaba vacía. Tenía suerte: no iba a perder mucho tiempo. Caminó rápido hasta el único sillón. Al sentarse, le pareció notar algo en el asiento y se levantó. No había nada, el cansancio le hacía imaginarse cosas. Se sentó nuevamente. Cerró los ojos e intentó descansar. Los almohadones eran más mullidos de lo que parecían. Tal vez por eso, recordó cuando era chico e iba a nadar al río. Revivió el placer de sumergirse. El sillón se acomodaba cada vez más a su cuerpo. De pronto, escuchó voces. Alguien vendría a interrumpir su reposo. Abrió los ojos y trató de incorporarse. No pudo. La vista se le fue nublando. Se aferró al apoyabrazos pero supo que era inútil. Ya sin aire, dio un instintivo manotón de ahogado. Desde el fondo del sillón, lo último que percibió fue como otro, el próximo, se sentaba sobre el extremo de su mano derecha que apenas sobresalía.


ARTIFICIOS DEL MERCADO
Macedonio Fernández
Argentina (1874-1952)

- Mujer, ¿cuánto te ha costado esta espumadera?
- 1,90.
- ¿Cómo, tanto? ¡Pero es una barbaridad!
- Sí; es que los agujeros están carísimos. Con esto de la guerra se aprovechan de todo.
- ¡Pues la hubieras comprado sin ellos!
- Pero entonces sería un cucharón y ya no serviría para espumar.
- No importa; no hay que pagar de más. Son artificios del mercado de agujeros.


EL PROFESOR LEIA EL PASAJE DE KIRKE
Julio Torri
México (1889-1970)

El profesor leía el pasaje de Kirké. Uno de los alumnos se puso de pie indignado.
- Ese pasaje -prorrumpió- es ofensivo e intolerable para los cerdos, la especie más vilipendiada y martirizada por nosotros. ¿Por qué se considera perniciosa la transformación de los compañeros de Odiseo en puercos? ¿Para qué, sin tomarles su parecer, se les convierte de nuevo en seres humanos? Cierto que se les embellece y rejuvenece para darles en algún modo una merecida compensación...
El discurso se volvió ininteligible porque se trocó en una sucesión de gruñidos a que hicieron coro los demás discípulos.
Ante los hocicos amenazadores y los colmillos inquietantes, ganó el maestro como pudo la puerta, no sin disculpar débilmente antes al poeta, y aludir con algo de tacto a su linaje israelita y a la repugnancia atávica por perniles y embutidos.


CUENTO DE HORROR
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

La señora Smithson (estas cosas siempre suceden en Londres) resolvió matar a su marido. No por nada sino porque, simplemente, estaba harta de él. Se lo dijo:
- Thaddeus, voy a matarte.
- Bromeas, Euphemia -se rió el marido.
- ¿Cuando he bromeado yo?
- Nunca, es verdad.
- ¿Por qué habría de hacerlo ahora y en un asunto de tanta importancia?
- ¿Y cómo me matarás?
- Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pizca de arsénico en las comidas. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estás dormido para destrozarte el cráneo con un candelabro de plata maciza, conectaré a la bañera un cable de la electricidad. No, todavía no lo sé.
El señor Smithson perdió el sueño y el apetito, se enfermó de los nervios y se le alteraron las facultades mentales. Seis meses después falleció.
Euphemia Smithson le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.