15 de octubre de 2008

Entremeses literarios (I)

EL ARQUITECTO
Pierre Chaval
Francia (1819-1902)

La criada del arquitecto fue a decirle a su patrón que un tal señor Angereau deseaba verlo lo antes posible.
- Pídale que espere un momento -respondió el arquitecto que estaba almorzando.
Alrededor de media hora más tarde el arquitecto recibió al señor Angereau. Este le pidió los planos de un inmueble que aquél había construido tres años antes.
- Señor -le dijo el arquitecto- ¿puedo saber para qué desea esos planos?
El señor Angereau le informó que su bebé, de pocos meses, había caído en el tubo del incinerador y que los planos serían útiles para practicar aberturas en la mampostería en los lugares donde se suponía que el niño podía haberse trancado.
Al arquitecto le asombró que el señor Angereau no hubiese llamado a los bomberos. El señor Angereau le dijo que había enviado un telegrama a ese organismo, el cual, cuatro días después, le respondió que debía dirigirse, en primer lugar, al administrador del inmueble. Este último respondió que no se podía hacer nada sin el plano y era por esa razón que se había permitido escribirle para pedirle una entrevista. Agregó que había llegado con un poco de adelanto en razón de lo urgente de la situación.
- Es verdad -dijo el arquitecto- es muy urgente y es de temer que su bebé tenga hambre.
- ¿Hambre? No lo creo -dijo el señor Angereau- porque le echamos varios litros de leche pasterizada y un poco debe de haber tragado; por lo menos como para aguantar hasta que lleguen los albañiles.
- ¿No cree que el niño puede haberse lastimado al caer? -preguntó el arquitecto.
- Los diarios dicen que no -respondió el señor Angereau.
- En ese caso, no hay apuro -dijo el arquitecto-. Yo también soy padre de familia y mañana, justamente, tengo que llevar a mi mujer y a mis hijos a La Boule. Me quedaré sólo un día con ellos y estaré de regreso el miércoles próximo. Haré que, mientras tanto, mi secretaria busque los planos del edificio. Puede llamarla por teléfono el jueves a la mañana. Supongo que es lo mejor que podemos hacer.
El señor Angereau le dio las gracias al arquitecto y se retiró tranquilizado.


EL OSO
André Frédéricque
Francia (1915-1957)

Había un oso debajo de una vieja. Entiéndaseme bien. La vieja no estaba sentada encima de un oso. Un oso se ocultaba debajo de la piel de una vieja. Está de más decir lo peligrosa que era la vieja. Estaba sentada, tranquila, remendando un chaleco. Es decir; el oso hacía como que cosía, porque cuando se miraba con atención se veía que el trabajo no adelantaba. Engañar a un hombre como yo no es fácil.
Sin embargo, algunos gruñidos me hicieron comprender que era peligroso permanecer a solas con la vieja dama. ¿Cómo huir? Divisé la ancha palangana enlozada que uso en mi toilette y con un brusco ademán, llena aún con el agua negra de una ablución reciente, se la encasqueté y le amarré los brazos a las espaldas con una lona fuertemente anudada. El oso pareció protestar con sus grandes patas... pero ya no recuerdo lo que me sucedió en ese momento. Caí en un sopor que me duró algunos días, casi una semana.
Los parientes de la vieja consiguieron llevarme a una casa triste, con paredes acolchadas, donde apenas se oye a los vecinos, como sofocados, silenciosos y a veces aullando a lo lejos. Esa gente insiste con que no hay ningún oso debajo de la vieja. No vale de nada que yo grite lo contrario. Fue a mí a quien metieron en la jaula. Y el oso anda suelto todavía.


EL PERRO Y EL MEDICO
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

Un perro que vio a un médico asistir a las exequias de uno de sus adinerados pacientes le preguntó:
- ¿Cuándo piensa desenterrarlo?
- ¿Para qué voy a desenterrarlo? -preguntó el médico.
- Cuando yo entierro un hueso -respondió el perro- es con el propósito de desenterrarlo después para roerlo.
- Los huesos que yo entierro -explicó el médico- son los que ya no puedo roer.


EL MAESTRO TRAICIONADO
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Se celebraba la última cena.
- ¡Todos te aman, oh Maestro! -dijo uno de los discípulos.
- Todos no -respondió gravemente el Maestro-. Conozco a alguien que me tiene envidia y que en la primera oportunidad que se le presente me venderá por treinta dineros.
- Ya sé a quién aludes -exclamó el discípulo-. También a mí me habló mal de ti.
- Y a mí -añadió otro discípulo.
- Y a mí, y a mí - dijeron todos los demás.
Todos, menos uno que permanecía silencioso.
- Pero es el único -prosiguió el que había hablado primero- y para probártelo diremos a coro su nombre sin habernos puesto previamente de acuerdo.
Los discípulos, todos, menos aquel que se mantenía mudo, se miraron, contaron hasta tres y gritaron el nombre del traidor. Las murallas de la ciudad vacilaron con el estrépito, porque los discípulos eran muchos y cada uno había gritado un nombre distinto. Entonces el que no había hablado salió a la calle y, libre de remordimientos, consumó su traición.


EL DIARIO A DIARIO
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.


EL VUDU
Fredric Brown
Estados Unidos (1906-1972)

La esposa del señor Decker volvió de Haití. Había ido sola. Habían decidido pasar un tiempo separados para arreglar luego amistosamente el divorcio. Pero eso nada había cambiado. Se detestaban todavía un poco más que antes.
- Divide en dos partes -exigió firmemente la señora Decker- la mitad de tu dinero y de tus bienes.
- Es ridículo -replicó con aspereza el señor Decker.
- ¿Ridículo, eh? Si quisiera lo tendría todo. En Haití, amigo mío, he estudiado el vudú.
- ¿Y qué?
- Que si no fuera una mujer honrada morirías por paralización del corazón. El vudú no deja huellas.
- ¡Tonterías! -exclamó con superioridad el señor Decker.
- Pues bien, permíteme hacer la prueba. ¡Un trozo de uña o de cabello y verás!
- ¡Patrañas! -afirmó el buen señor Decker.
- Te hago una proposición. Probamos. Si no da buen resultado, nos divorciamos y no pido nada. Si sale bien, heredo y me voy muy agradecida.
- De acuerdo -dijo el excelente señor Decker- trae cera y un alfiler.
Se miró las uñas. Demasiado cortas.
- Te daré un cabello.
Fue al cuarto de baño y volvió con un cabello en un tubo de aspirina. La señora Decker había ablandado ya la cera. Hundió en ella el cabello y luego la modeló groseramente en forma de ser humano.
-Lo lamentarás -aseguró, mientras hundía la aguja en el pecho de la estatuita.
El señor Decker se sorprendió, pero de manera agradable. No creía en el vudú, pero era prudente. Además, siempre le había irritado que su mujer no limpiase nunca el peine.


DEL DILUVIO UNIVERSAL
Bertolt Brecht
Alemania (1898-1956)

Cuando llovía durante mucho tiempo, mi abuela solía decir:
- Hoy llueve. ¿Dejará de llover alguna vez? Eso no se sabe. En tiempos del diluvio universal tampoco dejó de llover.
Mi abuela decía siempre:
- Lo que una vez ocurrió, puede volver a ocurrir... y lo que nunca ocurrió...
Tenía setenta y cuatro años y era tremendamente ilógica.
En ocasión del diluvio universal, todos los animales estuvieron de acuerdo en subir al arca. Fue la única oportunidad en que todos los seres de la creación estuvieron de acuerdo en algo. Realmente se reunieron todos, salvo el ictiosaurio, quien no asistió a la cita. Todos le dijeron que debía embarcarse, pero él no disponía de tiempo en aquellos días. El propio Noé le avisó que se produciría el diluvio, pero él respondió sin alterarse:
- No lo creo.
No gozaba de simpatías cuando se ahogó.
- Es inútil -comentaron todos cuando Noé encendió la lámpara en el arca y dijo "Sigue lloviendo". Es inútil, el ictiosaurio no vendrá.
Era el más viejo de los animales y su gran experiencia le permitía dictaminar sobre la posibilidad de que ocurriera un fenómeno como el diluvio.
Es muy posible que yo mismo, en un caso similar, tampoco quisiera subir al arca. Creo que al atardecer y al caer la noche de su desaparición, el ictiosaurio debe haber visto en toda su magnitud la trapisonda, el chanchullo de la previsión y la infinita estupidez de las criaturas terrestres, en el instante en que reconoció cuán necesarios eran.


LA CABEZA
Arthur "Wimpi" García Nuñez
Uruguay (1906-1956)

Dicen los entendidos que aquellos seres o cosas con los que habemos relación más frecuente, son los que llegan a tener numerosos nombres para señalárseles.
El elefante, por ejemplo, al que ve uno, de tanto en tanto y sin estrechar vínculos, quedó con ese solo apelativo. En cambio el cerdo, debido a su proximidad, a su domesticidad, al menudeo de su trato, es llamado tanto cerdo, como puerco, cochino, verraco, varraco, guarro, marrano, cuchi, cochi y chancho.
El sofá, que no es un mueble de confianza -no estando de novio, de visita o esperando al dentista, por lo general se le pasa de largo-, es sólo el sofá para todo el mundo. A la cama, antes bien, o sea la meta más popular que se conoce, le llaman: cama, lecho, tálamo, catrera, y quienes gustan exhibir su riqueza de idioma -que nunca faltan- hasta apolilladero.
Con la cabeza, empero, se desmiente esa como regla, porque es la parte del cuerpo que menos domesticada tiene el tipo y, sin embargo, es a la que más apodos se le han puesto: coco, azotea, melón, cocorota, sesera, bóveda, croqueta, altillo y cucusa.
La cabeza se emplea, hoy en día, casi exclusivamente en hacer goles y negocios. Para hacer goles de cabeza hay que agarrar a la pelota al vuelo. Para hacer negocios con cabeza hay que agarrar al vuelo a un socio.
El gol hecho de cabeza empieza con un pase que le hacen al que espera la pelota, y termina con un cabezazo que el arquero nunca espera. El negocio hecho con cabeza, al contrario, empieza con un golpe que le dan al que esperaba los billetes, y termina con el pase de los billetes al que los vigilaba para atajarlos. Vale decir: empieza con uno que pone la cabeza y otro que pone la plata; y termina cuando se agarra la plata el que puso la cabeza, y se agarra la cabeza el que puso la plata.


EN EXIEMPLO
Miguel Gomes
Venezuela (1964)

Una hebra de su camisa fue atrapada por la puerta del vagón. El tren comenzó a alejarse. La estación del Metro totalmente desierta.
Un repentino tirón en su hombro lo hizo caer. Aturdido aún por la sorpresa, quiso levantarse, pero no pudo mantener el equilibrio. Nadie que lo ayudase. Su ropa no tardó en desaparecer. Durante algunos segundos, llenos sólo de silencio, pensó que todo había acabado. Pero entonces el hilo llegó a ese sitio oscuro en que la carne y la tela se confundían. Un grito. ¿Fue suyo?
Insensible ya, partió tras el tren, deshilvanado rápida y minuciosamente. Quizá lo último que intentó fue alcanzar las escaleras de la estación.
Jamás lo haría. De él sólo restaba la presencia incierta de todo lo que había sido.


LA MUERTE VIAJA A CABALLO
Ednodio Quintero
Venezuela (1947)

El abuelo sintió que la muerte se aproximaba. Entonces se armó con su gastada escopeta, parapetándose tras la ventana. Entre los alisos, por el pedregoso camino paralelo al río, surgió el jinete en un frenético galopar. Traería el polvo y la sed y el sudor y el hambre de una larga jornada. Cuando estuvo a tiro de escopeta, el abuelo apretó los dientes y disparó. El caballo se paró en seco. El jinete se llevó las manos al pecho, se dobló lentamente y cayó mordiendo el polvo, de espaldas al sol. Corrimos a recoger al caído. Mi tío, con la sucia punta de la bota volteó de un golpe el rostro del jinete, y en la tarde de verano, de frente al sol, brilló la destrozada cara del abuelo.