LOS VIAJEROS
Alvaro Menén Desleal
El Salvador (1931-2000)
Un pasajero, a su vecino de asiento:
- ¿Ha visto? El periódico informa de otro accidente de aviación.
- Si, he visto; en la lista de muertos estamos nosotros.
EL PESCADOR DE PIEDRAS
Bertolt Brecht
Alemania (1898-1956)
El gran pescador ha vuelto a aparecer. Está sentado en un bote de tablazón podrida y pesca desde que se enciende la primera lámpara en la madrugada, hasta que se apaga la última por la noche. Los habitantes de la aldea se sientan en el pedregullo de la costa y lo contemplan sonrientes. Trata de pescar arenques, pero sólo saca piedras. Todos ríen. Los hombres se golpean los muslos, las mujeres se agarran el estómago y los chicos saltan de risa. Cuando el gran pescador recoge su rotosa red y ve que en ella sólo hay piedras, no las esconde, sino que estira sus brazos morenos y fuertes, toma la piedra y la levanta para que la vean los desdichados.
SENSIBILIDAD
Luis Chitarroni
Argentina (1958)
Los guantes no me pertenecían. Se adecuaban tan bien a mis manos que, sin que nadie pudiera advertirlo, guardé la piedra preciosa de la estupefacción en el bolsillo de la codicia. Después del inventario, cuando acusaron al dueño de los guantes, el remordimiento ayudó a que me los sacara para persignarme.
DILEMA PARA REYES
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)
El Rey ordenó comparecer a su Primer Ministro y le dijo:
- Ahora sé a quién le debo mi mala fama. Eres tú quien ha difundido la calumnia de que soy un hombre despótico, vengativo, cruel, rencoroso, feroz, despiadado. Y que además acumulo inmensas riquezas gracias al pillaje y el latrocinio.
El Primer Ministro le contestó:
- Es cierto. Te calumnié en tu provecho. Si revelase que eres amable, justo, pío, cortés, generoso y encima pobre, estarías perdido. Tus enemigos no sentirían el menor temor de ti y ya te habrían desalojado del trono. En cambio, creyéndote el monstruo que les pinté, se cuidan muy bien de hostigarte.
El Rey pensó: "¿Qué vale más, mi trono de rey o mi reputación de hombre?".
Esa duda todavía lo roe en el Infierno.
CUENTO CRUEL
Villiers de L'Isle Adam
Francia (1838-1889)
Desfile patriótico. Cuando pasa la bandera, un espectador permanece sin descubrirse. La muchedumbre rezonga, luego grita: "¡el sombrero!" y se lanza contra el recalcitrante, que persiste en monospreciar el emblema. Algunos patriotas le darán su merecido...
Se trataba de un gran mutilado de guerra que tenía amputados los dos brazos.
UNA NOCHE DE LUNA
Giorgio Scerbanenco
Italia (1911-1969)
Fue una noche de luna cuando descubrió que había matado a su padre.
Era el decimocuarto o decimoquinto día de su viaje de bodas y estaban en la terraza del hotel, mirando, abajo, el quieto e incoloro jardincillo al que la luna llena daba una lúcida apariencia de irrealidad que ciertamente no tenía de día, tan geométrico y modesto como era. Y ellos, con las palabras, seguían escudriñándose, ojeándose, uno a otro, como grandes y misteriosos libros que se desearía haber leído enteros sin el lento recorrer de una línea y otra y de página a página. Entonces ella dijo que la luna le despertaba penosos recuerdos y él preguntó qué clase de recuerdos eran ésos. Ella le habló de aquella noche, mucho antes de casarse con él, cuando en una hora de luna como aquella había ido a identificar a su padre, atropellado por un coche en la carretera que conducía a su pueblo. Y recordaba el largo vial que daba al hospital, todo lleno de manchas de luna, recorrido dos veces, a la ida y a la vuelta, y todas aquellas manchas de luna, toda aquella luz lunar estaba vinculada indisolublemente al recuerdo de su padre destrozado, al inútil rencor hacia aquel que lo atropelló y había huído, que nunca se supo quién era.
- Entremos... -dijo él.
Le ardían las manos, el cuello y las sienes, porque por el nombre del pueblo de ella -que siempre le había ocasionado una oscura sensación de remordimiento-, por el día y la hora, de noche y con tanta luna, en que ocurrió el accidente, o asesinato, aunque sin premeditación, sabía con seguridad absoluta que él era el culpable.
- No, quedémonos todavía aquí -replicó ella-. Contigo es tan hermoso...
Y, tierna y rubia, apoyó la cabeza en el hombro de él.
COINCIDENCIA
Vladimir Nabokov
Rusia (1899-1977)
Un hombre, cierta vez -dijo Rex, doblando la esquina con Margot-, perdió unos gemelos de diamantes en el ancho mar azul, y veinte años después, exactamente en la misma fecha, un viernes según parece, comió un pescado grande... pero no encontró los gemelos. Eso es lo que me gusta de las coincidencias.
DIALOGO DE SORDOS
Fernando Alegría
Chile (1918-2005)
- Usted sabe, he perdido las llaves y el acordeón maldito sigue tocando.
- No lo sabía. ¿Usted escuchaba ese tango entrelazando sus dedos con los míos?
- No, no, los zapatos.
- ¡Ah! Por eso se llovió la cama.
- Usted demoraba tanto...
- Es que los gatos corrían ardiendo por el techo. Y sus manos tan heladas...
- ¿Con la rodilla?
- A veces. A veces me levantaba la cortina bien alto para que usted nadara con todos sus brazos y con mucha pierna. Pero, el mar era más fuerte que nosotros.
- Ya le advertí que la rodilla puede entrenarse. Lo importante es que toque fondo. Por eso muevo la rodilla como un paraguas, así.
- Usted, amigo mío, es el orador que nunca dice nada y la vida se escurre entre sus manos, arrugada y seca como el fuelle de un burro.
- Parece mentira, pero usted se meneaba con todas sus fuerzas. El amor, señora, es como la lluvia: nunca debe recalentarse.
- Sin embargo, es obvio que va a tronar y usted no da muestras de quedarse.
- ¿Tronar? Están golpeando la puerta. Su marido.
- ¡Sí, sí! La cena está servida. Pasemos.
- ¡No, mi amor! En esta liebre me subo yo. Gustazo de conocerla.
EL PARLAMENTARISMO
Guillaume Apollinaire
Francia (1880-1918)
El príncipe de San Meco encuentra un piojo en la cabeza de su mujer y le hace una escena. La princesa, desde seis meses atrás, no se ha acostado más que con el vizconde de Dendelope. Los esposos hacen una escena al vizconde quien, no habiéndose acostado sino con la princesa y madame Lafoulue, mujer de un secretario de Estado, hace caer el ministerio y abruma a madame Lafoulue con su desprecio. Madame Lafoulue hace una escena a su marido.Todo se explica cuando llega mesier Bibier, diputado. Se rasca la cabeza. Es despiojado. Acusa a sus electores de ser unos piojosos. Finalmente todo se arregla.
EL ILUSO Y LOS INCREDULOS
Ana María Shua
Argentina (1951)
Hace calor. En el bar un grupo de hombres mira sin mirar los polvorientos rayos de luz que se filtran a través de la persiana.
- Puedo caminar por esos rayos - dice el iluso.
Los hombres se ríen y hacen apuestas. El iluso se trepa a uno de los rayos de luz, intenta dar un paso, tambalea y se cae. Los incrédulos cobran sus apuestas.