En verdad, ya había comenzado antes. Hace tiempo que me encuentro librando una batalla -en la que llevo todas las de perder- contra la destrucción de los criterios cognitivos y estéticos que en las universidades de los países angloparlantes viene afectando a los estudios literarios. Hacia fines de los '70, éstos se habían visto reemplazados por los estudios culturales -esa extraña mezcolanza de Foucault, Marx, el feminismo y distintos menjunjes parisinos-. Me fui dando cuenta de que -aunque tengo la intención de seguir enseñando en Yale y en la Universidad de Nueva York hasta el día de mi muerte- ya no tenía nada en común con mis colegas de la academia, que me estaba haciendo falta un nuevo público. Descubrí que había llegado la hora de hablar el lenguaje común, y tuve que volver a aprender cómo escribir crítica -un cambio que se advierte sobre todo a partir de "The book of J" (El libro de J). Desde entonces, cuando escribo no miro más hacia la universidad, sino que me dirijo al lector común, y no sólo el del mundo angloparlante sino en general. De hecho, he encontrado un público muy amplio en muchos países. También me encontré a mí mismo, y di nueva forma a mi vocación. Lo que aprendí fue, en última instancia, a escribir como hablo -como hablo en clase, como hablo con mis amigos-. Me convertí en un crítico vernáculo.
Usted ha dado el nombre de "la escuela del resentimiento" a sus adversarios críticos y, en general, a los intelectuales militantemente anticonservadores. ¿Que es exactamente lo que resienten?
Me temo que su resentimiento es contra la literatura misma. Están resentidos con la grandeza de Shakespeare, Cervantes, Dante, Chaucer, Tolstoy, con los escritores más importantes de la tradición occidental. Contra lo que llaman la mística de la literatura, la cual, según ellos, no es más que una máscara que oculta la opresión de clase, o lo que llaman el imperialismo occidental, la dominación masculina, o hasta la dominación heterosexual... Están resentidos con la grandeza cognitiva y estética. Eso me sorprende y entristece, y seguiré luchando en su contra, porque implica destruir lo más valioso de la tradición occidental. Lo que importa de Shakespeare es el poder de su intelecto, la amplitud de su conciencia, la intensidad de su belleza, y algo parecido puede decirse de Cervantes y de Dante. No querer verlo me parece horrible, un pecado contra lo que William Blake llamó "la divina forma humana", un pecado contra lo mejor y más generoso que tenemos.
¿En qué está trabajando actualmente?
He terminado un vasto libro, que se supone será mi "magnum opus" y saldrá en los Estados Unidos en septiembre, llamado "Genius. A mosaic of one hundred exemplary creative minds" (Genios. Un mosaico de cien mentes creativas ejemplares) que incluye escritores de todas las latitudes. También he firmado contrato para escribir otro libro, que no he comenzado aún, que se llamará "Reaching wisdom" (Alcanzando la sabiduría), una reflexión personal sobre la utilidad de la literatura para la propia vida, y que se supone sea mi último libro. Porque me ha pasado algo muy extraño... Aquí estoy, a los setenta y un años de edad, y -quizás debido al impacto de haber enseñado Shakespeare durante casi treinta años- me encuentro, para mi inmensa sorpresa, escribiendo una obra de teatro, en prosa y en tres actos, que tiene un título tomado del poema "The Bridge" (El puente) de Hart Crane: "And we have seen night lifted in thine arms" (Hemos visto la noche sostenida en tus brazos) que alude a una Pietá -y transcurre en la ciudad de Nueva York las noches del 11,12 y 13 de septiembre de 2001-. Mi esposa y yo estábamos ahí cuando sucedió, vivimos apenas a quince cuadras del epicentro de la catástrofe, y aunque la obra no tratará específicamente sobre la destrucción del World Trade Center, ése será el punto de partida y el telón de fondo de su intensa acción dramática. No puedo a mi edad abrigar la ilusión de comenzar una nueva carrera, pero es sorprendente y fascinante que algo así me haya sucedido.
¿Considera el ataque a las torres gemelas como un "presagio del milenio"?
Creo que sí. En mi libro "The western canon" (El canon occidental) profeticé el advenimiento de una nueva era teocrática, y como usted sabrá, el señor Ashcroft, nuestro Secretario de Justicia, es un fundamentalista protestante de la peor especie. Aunque la retórica oficial de mi país es decir: "no, no, esto no es una guerra del Islam contra Occidente y su principal representante, los Estados Unidos", creo que todos sabemos que mienten, y que, lamentablemente, esa guerra existe.
Volvamos a hablar de "El canon occidental". El libro, publicado en el '94, no deja de producir polémicas.
Antes de todo quisiera reiterar que lamento lo de la lista de autores canónicos que está al final del libro. Fui presionado por el editor y mi agente, quienes querían incluir algo que llamara la atención y vendiera. Resistí hasta donde pude y luego la hice de memoria, sin consultar nada -esa fue mi manera de protestar-. Pero el resultado fue que hubo muchas lamentables omisiones, y que en muchos países -como en España- lo reseñado y criticado fue la lista, en lugar del libro. Si pudiera extirpar la lista del original y de todas las traducciones, lo haría, pero me temo que ya es tarde. Me puse muy contento al ver que ésta no fue incluida en las ediciones sueca e italiana. Así que no quiero hablar de la lista, la cual repudio por completo.
En ese libro incluye a Borges entre los autores más significativos del siglo XX, debido a su influencia en la literatura latinoamericana. ¿Ha tenido una influencia comparable en las literaturas europeas?
Sin duda. Se nota por ejemplo su efecto en Calvino, el escritor italiano más extraordinario de la segunda mitad del siglo XX. En mi libro "How to read and why" (Cómo leer y por qué) señalo que el relato breve moderno tiene dos vertientes fundamentales: la de Chéjov y la de Kafka y Borges, que en última instancia es más borgeana que kafkiana. Un escritor que quiera escribir cuentos cortos, hoy, debe optar entre Chéjov o Borges. Hay una tradición que, a través de Stevenson y Kafka, conduce a Borges, si bien él la modificó por completo creando senderos alternativos. Su influencia ha sido revolucionaria y no da señales de detenerse, probablemente porque Borges -no sólo con sus cuentos, sino también con sus ensayos- puede guiarnos de manera abierta y consciente, más que ningún otro en toda la tradición, hacia el interior de lo que yo llamaría el laberinto de la literatura. Y es por eso el autor adecuado para una época tardía -en términos de tradición literaria- como la nuestra.
¿Ha tenido una influencia comparable en usted en tanto crítico?
Enorme. En "The anxiety of influence" (La angustia de las influencias), y aun antes, en "The ringers in the tower" (Los timbres en la torre), admití que su ensayo "Kafka y sus precursores" fue uno de mis puntos de partida. "Otras inquisiciones" tuvo una profunda influencia en mí, aunque creo que Borges se engañaba al afirmar que en la relación entre el precursor y el sucesor no había celos o rivalidad. Creo que luego él mismo satiriza este idealismo literario suyo en su gran cuento "El inmortal".
Las estéticas de Joyce o de Borges pueden definirse como teología secularizada. ¿Es el mismo camino que ha seguido usted como crítico?
Debo decir que sí. Comparto con Borges muchas de sus fuentes y él me ha ayudado a seguir lo que llamo la religión de la literatura, en especial porque tenía, como yo, un gran interés por el gnosticismo y la cábala. Tuvo una intuición fundamental, y es que la verdadera religión de los intelectuales y de los literatos no puede sino ser una forma de gnosticismo... Le debo mucho, todos le debemos mucho. Después de Joyce y Proust, los últimos sumos sacerdotes del arte literario, las dos figuras que en la segunda mitad del siglo XX marcaron la diferencia fueron Beckett y Borges.
Sin embargo, cuesta imaginarlos cerca: Beckett, un vanguardista hasta su último minuto, se repliega en el silencio.
Sin embargo, tienen mucho en común, aunque Beckett, luego de su obra "Fin de partie" (Final de partida) y de su novela "L'innomable" (El innombrable), inicia una etapa extraordinaria pero también ilegible para el lector común. Borges se cuida de caer en semejante tentación. Por eso considero que sus logros son mayores que los de Beckett, pues aunque quizás no alcance las alturas de éste en la escala de lo sublime, mantiene sin duda una actitud más amigable hacia el lector. A veces siento que aunque Borges solía mencionar a Chesterton y Thomas de Quincey como sus precursores, su verdadero ancestro es Robert Louis Stevenson, pues éste, al igual que Borges, evidencia similar cuidado por, y afecto hacia, el lector.
Muchos de los autores canónicos del siglo XX, sobre todo aquellos que fueron capaces de ver la tradición de la cultura occidental como una totalidad, provienen no de los grandes centros de la literatura sino de los márgenes de esta cultura. Estoy pensando en Joyce, Beckett, Kafka, también Borges...
Sí, claro, es verdad. Joyce pasó de Dublín al exilio de Trieste, ubicándose y trabajando en los márgenes, al igual que Borges en Argentina. Pero también tenemos el caso de Proust, que no estaba en los márgenes sino en uno de los centros, París.
Su último libro publicado es "Shakespeare: the invention of the human" (Shakespeare: la invención de lo humano). De él se desprende su preferencia por uno de los personajes, el anárquico, obeso, vividor, bebedor y carnavalesco bromista Sir John Falstaff...
Bueno, él es en parte responsable de que haya decidido escribir teatro. Hace un año y medio, junto a actores profesionales, leí en Cambridge la parte de Falstaff en una representación de "Henry IV" (Enrique IV) -luego repetí la experiencia en Nueva York y en Yale-. Falstaff es por lejos mi favorito, pero hay al menos otros tres personajes de Shakespeare que alcanzan un nivel comparable de individuación y por lo tanto de grandeza: Hamlet, Yago y Cleopatra.
¿Se considera un crítico falstaffiano?
John Hollander, un poeta y crítico que enseña aquí en Yale, me dijo el otro día que lo que yo había hecho en este libro es escribir un estudio de todas las obras de Shakespeare desde la perspectiva de Falstaff. Me sugirió que escribiera un segundo volumen -quizás algo más delgado- desde la perspectiva de Hamlet. Pero no creo me queden fuerzas para hacerlo.