Claro. Pero ocurre que mi formación fue muy rupestre, asistemática. Llegó un momento, cuando tenía quince años, y había entrado al preparatorio de arquitectura, mientras publicaba paralelamente dibujos en los medios gráficos de Montevideo, en que no me sentía ni buen alumno, ni buen dibujante, ni buen hijo. Me sentía fracasado y totalmente desubicado. Ya tenía condicionantes internos con respecto al poder. A los veinte o veintidós años algo me rebelaba. En 1954 estaba sin trabajo, y me ofrecieron incorporarme al diario "Visión", de Luis Battle Berres, que mandaba en Uruguay. Me lo ofreció su hijo Jorge, y le contesté que no aceptaba porque no pensaba votar a su viejo. Después de las elecciones, que ganaron fácil, me volvió a llamar y me preguntó a quién había votado. Eso me indignó y le reafirmé que no lo había hecho por su padre. Entonces, con las cosas claras, acepté, y fue allí cuando me dijo una frase tan absurda que me quedó grabada: "Mi destino es tu destino, y así como yo suba en el diario, vos vas a subir junto a mí". Mi respuesta fue una guarangada irreproducible. Pero en el Uruguay ese tipo de fidelidades suelen generar otras cosas: ahí cerca de mí, cuando recibía esas deferencias, estaba el señor Julio María Sanguinetti...
Esa resistencia a los manejos del poder y la política prefiguraban tu futuro...
Claro. Toda mi vida me preparé para hacer lo que hago. Sin condicionamientos, ni contratos con nadie. También mi trabajo en un diario estuvo pensado para poder pintar. Porque pienso (a menos que la neurosis me haya rayado los parietales) que los políticos se preparan toda una vida para algo que dura muy poco. Por eso yo sigo creyendo en los músicos, en los pintores, en los escritores; porque no están condicionados por los plazos fijos de la vida.
Se puede suponer también que esa relación con el poder influye en tus caricaturas políticas.
Afortunadamente desde chico comencé a mirar a los políticos, y los políticos no cambian. A partir de esa familiaridad con el mundo de los políticos, percibí la diferencia que existía entre ellos y yo, y otros que andamos por allí. Hay un caso paradigmático de los políticos que renunciaron al poder para dedicarse por entero al arte: Pedro Figari, que llegó a ser ministro. Pero para hacer su obra tuvo que bajar la cortina.
Pero en tu caso hay otra contradicción: la de ser un famoso caricaturista político y un pintor casi anónimo.
Esto lo considero inevitable, desde el momento que no puede haber un diario que reproduzca mis cuadros todos los días difundiéndolos a miles y miles de personas. Yo acepté estar en la casa de la gente como caricaturista, y así me gano la vida, creo que legítima y dignamente. Ahora, cuidado, ganarse la vida haciendo lo que uno quiere es muy difícil. Pueden producirse incitaciones a la rutina, al conformismo y a tirarse a chanta. En mi caso tuve que llegar a los treinta y siete años (cuando comencé a trabajar en "La Opinión") para encontrar mi lugar y ganar un salario digno haciendo lo que quería. Pero pasé veintidós años trabajando para lograrlo. Sin embargo siempre debo luchar para que se acepte lo que hago sin condicionamientos, y para conservar el trabajo debo ser prolijo en lo que pienso y en lo que muestro. Yo pasé siete años muy duros, en los que me quedaba sistemáticamente en la calle. Entonces decidí hacer dibujos que prescindiesen de las palabras, y gracias a eso estoy vivo. Porque ahora todo es muy fácil, y hay mucha gente que se rasga las vestiduras y se hace la víctima. Lo cierto es que me gané la vida durante el proceso haciendo lo que hago ahora. ¿Y qué significaba eso? Ver al señor Videla o al señor Martínez de Hoz haciendo lo que hacían. Pero ojo, no me hacía el gracioso. La clave está en que no había palabras. Pero si había que ponerle palabras entonces sí, tenían que venir veintisiete especialistas, filólogos, etcétera.
Algún problema con la censura habrás tenido.
Pero es la única manera que tengo de funcionar. Converso y genero una buena relación con la gente para informarme. Porque no tengo informantes, y aparentemente el trabajo demuestra que no los necesito. Eso a veces me perjudica, porque no estoy enterado de lo que ocurre. Pero la intuición no me falla y eso me da cierta tranquilidad.
¿Y cómo opera la certeza de que cada dibujo que hacés llegará a las pocas horas a miles y miles de personas?
Me intimida porque respeto a la gente y considero que cada individuo es un crítico potencial de lo que hago. Pero hay algo concreto que debo asumir: mi trabajo no es anónimo, es más bien un "strip-tease" público. Creo que esa doble condición: la que detento en el diario, que me paga para que haga eso, y la del lector que inevitablemente va a ver mi dibujo si mira el diario, genera una situación que no llega a ser tensionante, pero que me obliga a pensar bastante lo que voy a hacer. Mi lucidez aparece ante el tablero, porque durante el día no pienso lo que voy a hacer en el diario. No me psicoanalizo, pero debe haber una suerte de desdoblamiento cuando llego acá, al taller, y me pongo a trabajar sin cargas derivadas de aquello otro...
Frente al caballete es otra cosa...
¡Totalmente! Vivo atemorizado por falencias mías, o mejor dicho, por mi propia facilidad de expresión. He pensado mucho sobre la pintura, y tal vez de una manera demasiado reverencial. Entonces me pregunto por qué se han dado casos de individuos absolutamente ignorantes que han generado imágenes rutilantes y perdurables, y otros lograron cosas valiosas sólo a fuerza de pensar. Salvo Balthus, (que no es francés sino polaco) creo que el último gran pintor francés contemporáneo se llamó Jean Dubuffet. Este señor -que vivió 84 años- pintó desde los cuarenta y cinco. Es cierto que había ido a la escuela de Bellas Artes, pero se pasó la mitad de su vida administrando una bodega familiar. Fabricaba vino. Pero el punto está en esto: en el respeto. Yo, tal vez genéticamente, nací respetando las formas del espíritu, que son innumerables. Pero con los respetos debidos, creo que no se pueden mezclar ciertas cosas. No digo que existan géneros de rango inferior. El pintor, hasta el siglo pasado, era un hombre más de la comunidad. Sólo algunos destacados eran contratados por reyes y papas. Ahora los pintores no se integran con el pueblo. Pero "contrario sensu" hay una sensación de que cierto tipo de cosas, por el hecho de su difusión masiva, han adquirido dimensión parangonable con otras. Es un error, porque siguen siendo cosas diferentes, incomparables como un cognac con un hidrato de carbono. Es lo que ocurre, por ejemplo, entre una historieta y una pintura. Forman parte de diferentes mecanismos visuales, y también se utilizan mecanismos diferentes para hacerlos.
Sin embargo muchos pintores han pintado y pintan a partir de la historieta o de las fotografías...
Claro. Si hasta Utrillo, que era reconocido como el gran paisajista de París, no se movía de su atelier. Incluso, el mecanismo de elaboración puede presentar problemas muy semejantes para el ilustrador y para el pintor. Las situaciones de trance y frustración son casi similares. Pero cuando miro un cuadro éste me obliga a ponerme en una situación diferente. Porque existe hasta una cuestión de escala, de tratamiento. Faltan las palabras... Es cierto que a veces las cosas se confunden. ¿Dónde ubicamos, por ejemplo, a un caso como el de Gustav Doré? ¿En la ilustración o en la pintura? Hacía imágenes magníficas porque le apasionaban el grabado y la ilustración.
Y en tu caso ¿cómo se integran ambas actividades?
Desde mi experiencia no pueden integrarse. Aunque en algunos dibujos haga ciertas cosas que están implícitas en algún cuadro. Ocurre que el carácter no multitudinario de lo que hago en el taller me lleva a una situación de reclusión, de apartamiento. También he tomado distanda del circuito comercial como consecuencia de algo muy doloroso: ser llamado por ciertas galerías no por lo que pinto, sino porque soy el tipo que trabaja en el diario "Clarín". Eso me generó una gran frustración. Por otro lado es imposible tener un pinacoteca personal, porque llega un momento en que de tanto ver tus propias telas te cansás, y terminás pintándoles encima. Pero creo que en medio de este bombardeo visual al que estamos sometidos, la única forma de que la pintura sobreviva y prevalezca es que se transforme en testimonio de la vida y la gente de su época. Esto no significa una defensa incondicional de la pintura figurativa. Tampoco que la gente tenga que ser pintada, porque para eso están el cine y la televisión. Pero sí ser un reflejo de lo que es la gente. Creo que el cubismo y las formas abstractas que se dieron a principio de siglo (con Kandinsky, Klee, Picasso o Braque) eran contemporáneas de una forma representativa del hombre absolutamente decadente. Entonces, eso surgió como una respuesta positiva ante la visión de un inminente final de la pintura. Ante la sensación de que no tenía ninguna razón de ser y sucumbiría. Pero como vos decías hace un rato ¿por qué tienen valor Lucien Freud o Bacon? Porque representan al hombre tal cual ellos lo ven, y hacen una pintura de este siglo. El problema es que pertenecen a esa raza de artistas que no pueden tener discípulos, igual que Picasso o Velázquez. ¿Por qué razón? Porque la gente comienza por los resultados y no por los problemas cuando debería ser a la inversa. Lo que importa es el problema y el razonamiento utilizado para resolverlo. Esa es la razón de que exista tanta cantidad de "baconcitos" por allí. Porque empiezan por el resultado, y a partir de este no se puede hacer el "racconto" del problema. Por otro lado la gente se siente protegida falsamente pintando lo fácil, copiando la última revista que anda por ahí. Creo que la única opción es mirarse en el espejo, y si no somos lindos mala suerte. La única opción es trabajar con vivencias propias. No tanto por una búsqueda de autenticidad, sino para encontrar elementos desconocidos de uno mismo. Porque creo que estamos nutridos por una gran cantidad de elementos que ignoramos.
¿Aludís a elementos inconscientes que pueden emerger, por ejemplo, mediante el automatismo surrealista?
No. No me refiero a esto porque fijate que los surrealistas conforman junto a los expresionistas alemanes las dos escuelas realmente importantes del siglo. Pero en el surrealismo el esfuerzo literario y de intensidad intelectual pasa por alto muchas veces el hecho pictórico, como ocurre en el caso de Magritte, un artista notable por sus ideas, y diría que absolutamente intrascendente por su imagen pictórica. En el expresionismo alemán la cosa es distinta, porque todos se sacaban chispas: Otto Dix, Kirchner, Grosz, todos eran buenísimos, aunque fueran considerados luego autores de la "pintura degenerada". Entre los degenerados también estaba Van Gogh, por supuesto. Hace poco se hizo una muestra de la pintura degenerada y concurrieron dos millones de personas. Estaba integrada por la obra de artistas que fueron perseguidos o vivieron en la marginalidad.
La marginalidad, ese fantasma...
Pero hay muchas excepciones. Caminos impensados. Un artista maravilloso como Alberto Giacometti no abandonó nunca el mismo estudio atorrante que tenía en París. Cuando comenzó a ganar mucha plata prefirió pagarle un buen departamento a su hermano Diego, o regalarle pieles o coches a las putas y "yiras" con quienes andaba. Un día, cuando ya era un hombre próspero, dos señoritos muy bacanes, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, le insistían para que dejara el bulín infecto y se fuera a vivir cerca de ellos. Pero Giacometti siempre siguió en la de él, y continuó "chupando" en el mismo boliche. El la pasaba bien porque era un auténtico existencialista. Pero también es muy actual. Por eso insisto en que el arte, si se salva será representando al hombre tal cual es, y no, por ejemplo, con los cuadros del señor Frank Stella. Cuadros que no emocionan, ni inducen a pensar en nada, y más bien parecen un muestrario de colores.
¿Y Jackson Pollock?
¡Ah, Pollock es otra cosa! Es el primer pintor auténticamente americano del arte contemporáneo. Porque creo que ya no pueden quedar dudas de que estos tres señores tan célebres: Rivera, Orozco y Siqueiros, son pintores europeos. Pollock, en cambio, nos guste o no nos guste, es el tipo que presenta una opción diferente de la cultura occidental y cristiana en América. Es al menos tan americano como el Tiahuanaco y todas esas cosas, pero diferente y de este siglo. Con un amigo solemos hablar del origen del arte, y una vez me planteaba si en los Estados Unidos habían surgido artistas relevantes. Creo que allí se junta lo más sublime junto a lo más deleznable. Es un país que puede dar consecutivamente a un señor Poe, a Frank Lloyd Right, a Hemingway, a Duke Ellington y a Jackson Pollock, y eso omitiendo a Orson Welles y tantos otros. Claro, al lado están el general Westmorelland o el señor Oliver North. Es una sociedad que deglute gente, la traga constantemente. La mata. Acá, por otra parte, se omite todo para defender cosas totalmente marginales. Entonces debemos asumir lo obvio: estamos en la parte más baja del mapa. Aceptemos eso y comencemos a mirarnos a nosotros mismos, y si no nos gustamos mala suerte; pero somos así. Miremos lo que hicieron Gómez Cornet, Gramajo Gutiérrez, Molina Campos y el señor Cándido López.
Pero para eso hace falta cuidarse de ciertos críticos.
Claro, cuidarse de aquellos que se aprovechan de estas cosas para hablar de sí mismos. Porque de gente que habla de sí misma estamos pasados.
Sin embargo, tipos insospechables, como Gorriarena, consideran oportuna la introducción de la Transvanguardia...
Y está bien. Lo único grave es la actitud de dependencia cuando hace que la gente se olvide de lo obvio: que pintar también es un laburo. Porque así como soy respetuoso de la pintura, no soy genuflexo ante ella. Hay gente que se postra ante ciertos críticos, ante lo que dicen ellos, y no ante la pintura misma. Creo que a partir del siglo pasado la irrupción de los críticos y de los "marchands" cambió la historia de la pintura y para mal, por supuesto, aunque haya excepciones, porque la irrupción de la palabra sistematizada generó confusiones terribles.