Erich Wollenberg: El organizador de un ejército de
obreros y campesinos
Erich
Wollenberg (1892-1973) nació en Königsberg, Alemania en el seno de una familia
de clase media. Estudió medicina en la Ludwig Maximilians Universität de Múnich
y cuando estalló la Primera Guerra Mundial se ofreció como voluntario de la
Reichswehr (Ejército Imperial). En 1918 se sumó al movimiento revolucionario
que derrotó al Káiser Wilhelm II. Se hizo miembro del Unabhängige
Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Independiente
de Alemania -USPD) y de la Spartakusbund (Liga Espartaquista), el movimiento
revolucionario fundado, entre otros, por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y
Clara Zetkin. Más tarde se incorporó al Kommunistische Partei Deutschlands
(Partido Comunista de Alemania - KPD) y fue uno de los líderes militares del
soviet bávaro en Dachau. Completó sus estudios militares en Moscú y se
convirtió en instructor del Ejército Rojo, al cual veía como un ejército al
servicio de la clase obrera mundial. Su rechazo a la política de “socialismo en
un solo país” impuesta por Stalin lo hizo caer en desgracia y pronto se vio obligado
a abandonar el país. No pudo volver a su Alemania natal porque allí lo buscaba
la justicia. Se refugió en Francia y luego en el norte de África. Al término de
la Segunda Guerra Mundial se hizo periodista y escritor especializado en
asuntos soviéticos y militares. Entre sus libros pueden citarse
“Militärpolitische schriften” (Escritos político-militares), “Hitler, der
deutsche militarismus und der europäische frieden” (Hitler, el militarismo
alemán y la paz europea), “Als Rotarmist vor München” (Como soldado del
Ejército Rojo antes de Munich) y “Die Rote Armee” (El Ejército Rojo), obra en
la cual dedicó un capítulo a Trotsky. El mismo se reproduce a continuación.
La
historia oficial, tal como se escribió durante muchos años en la Unión
Soviética, niega el papel cumplido por Trotsky como organizador de las
victorias del Ejército Rojo, y pinta a Stalin como el mayor líder militar de la
Guerra Civil. “El alto honor de haber organizado las victorias del Ejército
Rojo le pertenece en primer lugar al Partido y a su líder, Lenin. El mejor y
más leal colaborador de Lenin en la esfera militar fue el compañero Stalin. En
los primeros meses de 1919 la esforzada acción del compañero Stalin frenó el
avance de Kolchak en el sector norte del frente oriental. El compañero Stalin
también desplegó gran actividad en los frentes occidental y noroccidental en la
primera mitad de 1919. Finalmente fue quien ideó el plan para la aniquilación
de Denikin en el frente sur en el otoño de 1919”.
Esta historia oficial guarda silencio sobre el papel cumplido por Stalin en la campaña polaca de 1920 pero hace los siguientes comentarios sobre Trotsky: “El partido obtuvo sus victorias en la Guerra Civil sobre los principales enemigos de los soviets bajo la conducción de Lenin y contra los consejos contenidos en los planes de Trotsky. No podemos negar el papel de Trotsky en la Guerra Civil como propagandista y como ejecutor de las decisiones del Comité Central, cuando quiso cumplirlas, pero su estrategia y toda su política estaban viciadas de muchos defectos orgánicos. El profundo descrecimiento de Trotsky en la capacidad del proletariado para dirigir al campesinado y la capacidad del Partido para dirigir el Ejército Rojo es característico de su estrategia y política. Esto explica su introducción de la disciplina exclusivamente formal y de los métodos compulsivos acostumbrados de los ejércitos burgueses; aquí también podemos hallar la razón de sus esfuerzos por mantener al partido lo más alejado posible del ejército, su ilimitada confianza en los especialistas burgueses y su baja opinión del Ejército Rojo en comparación con los ejércitos de la Guardia Blanca. Todo esto refleja la psicología de los ex oficiales zaristas que obtuvieron puestos en el Estado Mayor”.
Karl Radek escribió de un modo similar el 23 de febrero de 1935, el decimoséptimo aniversario del Ejército Rojo. Llamó a Stalin “el líder del ejército proletario y el genio militar de la Guerra Civil”, pero dijo de Trotsky que era “el prototipo del general pequeño burgués vacilante que saturó el frente con ex oficiales zaristas del estado mayor, sin tomar en cuenta su actitud hacia la Revolución o su capacidad militar, y trató de impresionar con sus imposibles uniformes de Estado Mayor. Pero a Stalin nunca le importaron las charreteras de los oficiales”.
Las historias oficiales actuales no sólo le niegan a Trotsky sus méritos como conductor del Ejército Rojo; también niegan su papel como líder de la Revolución de Octubre en Petrogrado. Nada menos que Stalin ha escrito las siguientes palabras en su folleto titulado “Acerca del trotskismo”: “Debo decir que Trotsky no cumplió ningún papel dirigente en la Revolución de Octubre ni podía haberlo hecho. Como presidente del Soviet de Petrogrado, simplemente ejecutó la voluntad del Partido tal como se expresaba en sus resoluciones, que guiaron cada uno de sus pasos. No cumplió ningún papel destacado en el Partido ni en la Revolución de Octubre, y por cierto no podía hacerlo, porque era un miembro relativamente nuevo del partido en aquellos días de Octubre”.
Esta historia oficial guarda silencio sobre el papel cumplido por Stalin en la campaña polaca de 1920 pero hace los siguientes comentarios sobre Trotsky: “El partido obtuvo sus victorias en la Guerra Civil sobre los principales enemigos de los soviets bajo la conducción de Lenin y contra los consejos contenidos en los planes de Trotsky. No podemos negar el papel de Trotsky en la Guerra Civil como propagandista y como ejecutor de las decisiones del Comité Central, cuando quiso cumplirlas, pero su estrategia y toda su política estaban viciadas de muchos defectos orgánicos. El profundo descrecimiento de Trotsky en la capacidad del proletariado para dirigir al campesinado y la capacidad del Partido para dirigir el Ejército Rojo es característico de su estrategia y política. Esto explica su introducción de la disciplina exclusivamente formal y de los métodos compulsivos acostumbrados de los ejércitos burgueses; aquí también podemos hallar la razón de sus esfuerzos por mantener al partido lo más alejado posible del ejército, su ilimitada confianza en los especialistas burgueses y su baja opinión del Ejército Rojo en comparación con los ejércitos de la Guardia Blanca. Todo esto refleja la psicología de los ex oficiales zaristas que obtuvieron puestos en el Estado Mayor”.
Karl Radek escribió de un modo similar el 23 de febrero de 1935, el decimoséptimo aniversario del Ejército Rojo. Llamó a Stalin “el líder del ejército proletario y el genio militar de la Guerra Civil”, pero dijo de Trotsky que era “el prototipo del general pequeño burgués vacilante que saturó el frente con ex oficiales zaristas del estado mayor, sin tomar en cuenta su actitud hacia la Revolución o su capacidad militar, y trató de impresionar con sus imposibles uniformes de Estado Mayor. Pero a Stalin nunca le importaron las charreteras de los oficiales”.
Las historias oficiales actuales no sólo le niegan a Trotsky sus méritos como conductor del Ejército Rojo; también niegan su papel como líder de la Revolución de Octubre en Petrogrado. Nada menos que Stalin ha escrito las siguientes palabras en su folleto titulado “Acerca del trotskismo”: “Debo decir que Trotsky no cumplió ningún papel dirigente en la Revolución de Octubre ni podía haberlo hecho. Como presidente del Soviet de Petrogrado, simplemente ejecutó la voluntad del Partido tal como se expresaba en sus resoluciones, que guiaron cada uno de sus pasos. No cumplió ningún papel destacado en el Partido ni en la Revolución de Octubre, y por cierto no podía hacerlo, porque era un miembro relativamente nuevo del partido en aquellos días de Octubre”.
Un artículo central que apareció en “Pravda” el 6 de noviembre de 1918, en conmemoración del primer aniversario de la Revolución de Octubre, echa una luz relativamente diferente sobre la actividad de Trotsky durante esos días, pues afirma: “Todo el trabajo y la organización práctica del levantamiento fue llevado a cabo bajo la dirección directa de Trotsky, el presidente del Soviet de Petrogrado. Podemos afirmar con toda certeza que debemos la pronta adhesión de la guarnición a la causa de los soviets y la hábil organización del trabajo del Comité Revolucionario de Guerra del partido en primer y principal lugar al compañero Trotsky”. El autor de este artículo fue Stalin y lo firmó con su nombre completo.
Larissa Reissner, la muchacha bolchevique que peleó en las filas de la Guardia Roja en la Revolución de Octubre y luego ingresó al Ejército Rojo como soldado raso, tomó parte en 1919 en la Guerra Civil como Comisario, agregada al estado mayor de la Flota del Báltico, y ganó reputación mundial más tarde por sus descripciones de la Guerra Civil. Ella describe a Trotsky en el frente en su libro “Octubre”. El pasaje que cita se refiere a los días críticos de la Insurrección checoeslovaca, cuando el Ejército Rojo, que entonces recién estaba en proceso de formación, aún no había recibido su bautismo de fuego. Sus regimientos retrocedían aterrorizados ante la carga de los checoeslovacos. Se había perdido Kazan, y los restos del derrotado Ejército Rojo se reagruparon en Sviyazhsk. “Trotsky llegó a Sviyazhsk el tercer o cuarto día después de la caída de Kazan. Su tren blindado se detuvo en la pequeña estación con la evidente intención de quedarse un largo tiempo. Pronto se manifestó todo el genio organizativo de Trotsky. Se las arregló para hacer un racionamiento efectivo y trajo más baterías y varios regimientos a Sviyazhsk, pese a la evidente quiebra de los ferrocarriles. En síntesis, hizo todo lo necesario para enfrentar el inminente ataque. Lo que es más, no deberíamos olvidar lo que hubo que hacer en 1918, cuando aún ejercía su influencia destructiva la desmovilización general, y la gran sensación que causó en las calles de Moscú la aparición de un destacamento bien equipado del Ejército Rojo”.
Trotsky, en
aquellos días remaba contra la corriente, contra el cansancio de cuatro años de
guerra y contra la remezón de la revolución que inundaba todo el país, llevando
consigo las ruinas de la vieja disciplina zarista y engendraba un odio feroz a
todo lo que hiciera recordar las órdenes de los oficiales, las barracas y la
vida militar. A pesar de todo, las raciones mejoraron notoriamente; llegaron
diarios, sobretodos y botas. Y allí donde se distribuían las botas encontramos
un verdadero Estado Mayor. El ejército hundió fuerte sus raíces allí y ya no
pensó en huir. “Trotsky
logró darle a su ejército recién nacido una columna vertebral de acero. Se
quedó a vivir en Sviyazhsk con la firme determinación de no ceder una pulgada
de territorio. Logró ser un conductor sabio, inflexible y firme de su pequeño
puñado de defensores”.
Mientras el Ejército Rojo se preparaba para atacar Kazan, una gran formación de tropas de la Guardia Blanca ganó la retaguardia de las fuerzas soviéticas por la noche y atacó la estación de ferrocarril de Sviyazhsk. Entonces Trotsky movilizó todo el personal del tren - funcionarios, telegrafistas, camilleros y su propia custodia-, en pocas palabras, todo el que pudiera empuñar un fusil. Las oficinas del estado mayor se vaciaron en un abrir y cerrar de ojos; nadie se quedó en la base. Todas estas fuerzas fueron lanzadas contra los guardias blancos que se acercaban al tren; el enemigo no descubrió que toda la oposición que lo enfrentaba era un puñado de combatientes reunidos de apuro, detrás de los cuales no había nadie más que Trotsky y Slavin, el comandante del 5º cuerpo de ejército. Esa noche el tren de Trotsky se quedó ahí, sin su locomotora, como lo hacía siempre. Ni una sola unidad del 5º Ejército, que estaba por iniciar la ofensiva y había avanzado una distancia considerable desde Sviyazhsk, vio interrumpido su descanso por un llamado para que volviera del frente a ayudar en la defensa de la ciudad casi desprotegida. El ejército y la flotilla no supieron nada del ataque nocturno hasta que ya había pasado, y los guardias blancos retrocedieron en la firme convicción que se habían enfrentado prácticamente con una división entera.
“Cualquiera que haya vivido con el Ejército Rojo, que haya nacido y crecido con él en la lucha en Kazan, puede confirmar el hecho de que el espíritu de hierro de este ejército nunca podría haberse solidificado y que nunca se habría dado el estrecho contacto entre el Partido y la masa de soldados y el igualmente estrecho contacto entre el combatiente raso y el oficial al mando supremo, si en las vísperas del sitio a Kazan, que habría de costar la vida de tantos cientos de soldados, el Partido no hubiese hecho esta demostración ante los ojos de todo el ejército de hombres dispuestos a hacer el sacrificio supremo por la Revolución, si no hubiese mostrado que las duras leyes de la disciplina fraterna les cabía también a los miembros del Partido, y que tenía el coraje de aplicar las leyes de la República Soviética tan duramente a ellos como a cualquier otro transgresor”.
“Un ejército de obreros y campesinos tenía que expresarse de un modo u otro; tenía que crear su propio aspecto exterior y tomar su propia forma, pero nadie podía profetizar cómo se daría esto. En aquel entonces naturalmente no había ningún programa dogmático y ninguna receta para el crecimiento y desarrollo de este poderoso organismo. Sólo había una premonición en el Partido y en las masas, una especie de conjetura creativa, concerniente a la naturaleza de esta, hasta entonces, desconocida organización militar revolucionaria, que forjó características nuevas y genuinas en cada día de combate. El mérito especial de Trotsky puede encontrarse en el hecho de que necesitaba sólo un instante para percibir la menor reacción en las masas de hombres, que ya llevaban la marca de esta fórmula organizativa única en sus personas. Trotsky recolectó y sistematizó cada pequeño método de trabajo que podía ayudar a la asediada Sviyazhsk a simplificar, corregir y acelerar el trabajo militar. Trotsky poseía esta capacidad de iniciativa. El soldado, comandante y comisario de guerra que había en él nunca pudieron eliminar al revolucionario. Y cuando en su voz metálica sobrehumana denunciaba a un desertor, realmente temía en él al amotinado cuya traición o simple cobardía eran tan dañinas y destructivas, no sólo para las operaciones militares, sino para toda la causa de la revolución proletaria”. Estas son las palabras de Larissa Reissner. Se puede agregar que la gran moral revolucionaria de Trotsky le permitía ver a los combatientes del Ejército Rojo, no sólo como sus soldados de la Guerra Civil, sino también como los constructores del futuro orden socialista.
Mientras el Ejército Rojo se preparaba para atacar Kazan, una gran formación de tropas de la Guardia Blanca ganó la retaguardia de las fuerzas soviéticas por la noche y atacó la estación de ferrocarril de Sviyazhsk. Entonces Trotsky movilizó todo el personal del tren - funcionarios, telegrafistas, camilleros y su propia custodia-, en pocas palabras, todo el que pudiera empuñar un fusil. Las oficinas del estado mayor se vaciaron en un abrir y cerrar de ojos; nadie se quedó en la base. Todas estas fuerzas fueron lanzadas contra los guardias blancos que se acercaban al tren; el enemigo no descubrió que toda la oposición que lo enfrentaba era un puñado de combatientes reunidos de apuro, detrás de los cuales no había nadie más que Trotsky y Slavin, el comandante del 5º cuerpo de ejército. Esa noche el tren de Trotsky se quedó ahí, sin su locomotora, como lo hacía siempre. Ni una sola unidad del 5º Ejército, que estaba por iniciar la ofensiva y había avanzado una distancia considerable desde Sviyazhsk, vio interrumpido su descanso por un llamado para que volviera del frente a ayudar en la defensa de la ciudad casi desprotegida. El ejército y la flotilla no supieron nada del ataque nocturno hasta que ya había pasado, y los guardias blancos retrocedieron en la firme convicción que se habían enfrentado prácticamente con una división entera.
“Cualquiera que haya vivido con el Ejército Rojo, que haya nacido y crecido con él en la lucha en Kazan, puede confirmar el hecho de que el espíritu de hierro de este ejército nunca podría haberse solidificado y que nunca se habría dado el estrecho contacto entre el Partido y la masa de soldados y el igualmente estrecho contacto entre el combatiente raso y el oficial al mando supremo, si en las vísperas del sitio a Kazan, que habría de costar la vida de tantos cientos de soldados, el Partido no hubiese hecho esta demostración ante los ojos de todo el ejército de hombres dispuestos a hacer el sacrificio supremo por la Revolución, si no hubiese mostrado que las duras leyes de la disciplina fraterna les cabía también a los miembros del Partido, y que tenía el coraje de aplicar las leyes de la República Soviética tan duramente a ellos como a cualquier otro transgresor”.
“Un ejército de obreros y campesinos tenía que expresarse de un modo u otro; tenía que crear su propio aspecto exterior y tomar su propia forma, pero nadie podía profetizar cómo se daría esto. En aquel entonces naturalmente no había ningún programa dogmático y ninguna receta para el crecimiento y desarrollo de este poderoso organismo. Sólo había una premonición en el Partido y en las masas, una especie de conjetura creativa, concerniente a la naturaleza de esta, hasta entonces, desconocida organización militar revolucionaria, que forjó características nuevas y genuinas en cada día de combate. El mérito especial de Trotsky puede encontrarse en el hecho de que necesitaba sólo un instante para percibir la menor reacción en las masas de hombres, que ya llevaban la marca de esta fórmula organizativa única en sus personas. Trotsky recolectó y sistematizó cada pequeño método de trabajo que podía ayudar a la asediada Sviyazhsk a simplificar, corregir y acelerar el trabajo militar. Trotsky poseía esta capacidad de iniciativa. El soldado, comandante y comisario de guerra que había en él nunca pudieron eliminar al revolucionario. Y cuando en su voz metálica sobrehumana denunciaba a un desertor, realmente temía en él al amotinado cuya traición o simple cobardía eran tan dañinas y destructivas, no sólo para las operaciones militares, sino para toda la causa de la revolución proletaria”. Estas son las palabras de Larissa Reissner. Se puede agregar que la gran moral revolucionaria de Trotsky le permitía ver a los combatientes del Ejército Rojo, no sólo como sus soldados de la Guerra Civil, sino también como los constructores del futuro orden socialista.
Uno de los grandes méritos de Trotsky como organizador del Ejército Rojo, fue la manera en que aplicó su conocimiento teórico al trabajo práctico menor de todos los días, en la construcción del ejército. Poco después del comienzo de los cuatro años de Guerra Civil un grupo de trabajadores militares bolcheviques propuso una “Doctrina Militar Especial del Proletariado Revolucionario”, que culminaba con la “Teoría de la Ofensiva Total”, a lo que Trotsky les dio la siguiente respuesta: “Debemos dedicar toda nuestra atención al mejoramiento de nuestros materiales y a hacerlos más eficientes, más que a fantásticos esquemas de reorganización. Cada unidad del ejército debe recibir sus raciones regularmente, no se debe permitir que se pudran aprovisionamientos de comida y las comidas deben cocinarse como es debido. Debemos enseñarles a nuestros soldados a ser limpios y asegurarnos de que exterminen a los insectos. Deben hacer correctamente la instrucción militar y lo más posible al aire libre. Debe enseñárseles a hacer breve y razonable su discurso político, a limpiar sus fusiles y engrasar sus botas. Deben aprender tiro y deben ayudar a sus oficiales a asegurar una observancia estricta de los reglamentos para mantener el contacto con otras unidades en el campo de batalla, el trabajo de reconocimiento, informes y montar guardia. Deben aprender y enseñar el arte de la adaptación a condiciones locales, deben saber colocarse en forma apropiada las polainas para evitar lastimarse las piernas y una vez más deben aprender a engrasar sus botas. Ese es nuestro programa para el año que viene en general y la próxima primavera en particular, y si cualquiera quiere aprovechar ocasiones solemnes para describir este programa práctico como una doctrina militar, bienvenido”. Con esta definición de las tareas que tenía por delante, Trotsky le dio al Ejército Rojo la palanca que necesitaba para levantar el nivel general de eficiencia.
Dado que ya hemos citado la opinión de Radek en 1935 sobre el papel cumplido por Trotsky en la evolución del Ejército Rojo, no estaría mal citar el artículo titulado “León Trotsky, organizador de la victoria”, que escribió en 1923: “Nuestro aparato de Estado suena y rueda. Pero nuestro verdadero éxito es el Ejército Rojo. Su creador y su centro nervioso es el compañero L. D. Trotsky. La historia de la revolución proletaria ha demostrado que las plumas (Pluma era el seudónimo de Trotsky antes de la Revolución) pueden convertirse en espadas. Trotsky es uno de los mejores escritores sobre socialismo internacional, pero sus dotes literarias no le han impedido transformarse en el primer conductor y el primer organizador del primer ejército del proletariado”.
“El genio
organizativo de Trotsky se expresó en la actitud valiente con la que adoptó la
idea de emplear especialistas militares para construir el ejército. Sólo la
fogosa fe de Trotsky en nuestro poder social, su fe en nuestra capacidad de
encontrar los mejores medios para obtener réditos de los conocimientos de
estos expertos militares, al mismo tiempo que nuestra negativa a permitirles
que nos mandaran en cuestiones políticas, su fe en la capacidad de vigilancia
de los trabajadores progresistas para triunfar sobre las intrigas contrarrevolucionarias de los antiguos oficiales zaristas, pudo quebrar las sospechas de
nuestros trabajadores militares y enseñarles a utilizar las habilidades de
estos oficiales. Sólo podíamos encontrar una solución práctica exitosa a este
problema descubriendo un jefe militar con una voluntad de hierro y que no
sólo contara con la plena confianza del partido sino que también pudiera
utilizar su voluntad de hierro para dominar a los capataces a los que obligó a
servir a nuestra causa. No sólo encontró el compañero Trotsky una manera de
subyugar a estos ex oficiales del viejo ejército en virtud de la energía que
desplegó; fue aún más lejos, pues se las arregló para ganar la confianza de los
mejores elementos entre los expertos y convertirlos de enemigos de la Rusia
soviética en convencidos adherentes a nuestra causa”.
“En este
caso la Revolución Rusa ha trabajado a través del cerebro, el corazón y el
sistema nervioso de su gran representante. Cuando nos aventuramos por primera
vez a la batalla,
L. D. Trotsky nos mostró cómo aplicar los principios de una campaña política al conflicto armado en el que teníamos que usar argumentos de acero. Concentramos todas nuestras fuerzas materiales en la guerra. Todo nuestro Partido comprende la necesidad de hacerlo, pero esta necesidad encontró su mayor expresión en la voluntad de hierro de Trotsky. Luego de nuestra victoria sobre Denikin en marzo de 1920, Trotsky le dijo al Congreso del Partido: ¡Saquearemos toda Rusia para vencer a los Blancos!. En estas pocas palabras expresó toda la vasta concentración de voluntad que necesitábamos para la victoria. Necesitábamos un hombre que pudiera encarnar nuestro llamado a la lucha, que pudiera ser un toque a rebato que nos llamara a las armas y a obedecer esa voluntad que demandaba, primero y principalmente, subordinación incondicional a la gran y terrible necesidad de ir a la guerra. Sólo un hombre que supiera trabajar como lo hizo Trotsky, sólo un hombre que supiera hablarle a los soldados como lo hacía Trotsky, sólo un hombre así podía convertirse en el portaestandarte de los obreros armados”.
L. D. Trotsky nos mostró cómo aplicar los principios de una campaña política al conflicto armado en el que teníamos que usar argumentos de acero. Concentramos todas nuestras fuerzas materiales en la guerra. Todo nuestro Partido comprende la necesidad de hacerlo, pero esta necesidad encontró su mayor expresión en la voluntad de hierro de Trotsky. Luego de nuestra victoria sobre Denikin en marzo de 1920, Trotsky le dijo al Congreso del Partido: ¡Saquearemos toda Rusia para vencer a los Blancos!. En estas pocas palabras expresó toda la vasta concentración de voluntad que necesitábamos para la victoria. Necesitábamos un hombre que pudiera encarnar nuestro llamado a la lucha, que pudiera ser un toque a rebato que nos llamara a las armas y a obedecer esa voluntad que demandaba, primero y principalmente, subordinación incondicional a la gran y terrible necesidad de ir a la guerra. Sólo un hombre que supiera trabajar como lo hizo Trotsky, sólo un hombre que supiera hablarle a los soldados como lo hacía Trotsky, sólo un hombre así podía convertirse en el portaestandarte de los obreros armados”.
El
nuestro era un ejército campesino. En él la dictadura del proletariado, es
decir, el comando de este ejército por obreros y representantes de las clases
trabajadoras, se concretó en la persona de Trotsky y en las de los compañeros
que colaboraron con él. Se logró, por sobre todo, gracias al modo en que
Trotsky se servía de la ayuda de todo el aparato del Partido para
inspirar a este ejército de campesinos cansados de guerra, con la profunda
convicción de que peleaban por sus propios intereses”.
“Trotsky trabajó con todo nuestro Partido en la tarea de crear un Ejército Rojo. No lo
podría haber hecho sin la cooperación del partido. Pero la creación del
Ejército Rojo y sus victorias hubieran exigido muchos más sacrificios si él no
hubiese estado allí. Si nuestro partido es el primer partido del proletariado que logró construir un gran ejército, esta página gloriosa en la
historia de la Revolución Rusa debe ir unida por siempre al nombre de León
Davidovitch Trotsky, el hombre cuyos trabajos y hazañas serán objeto no sólo de
veneración, sino también de estudio para las generaciones futuras de trabajadores, que se lancen a la conquista de todo el mundo”.
Este fue
el juicio de Karl Radek sobre el papel de Trotsky como creador, organizador y
conductor del Ejército Rojo en febrero de 1923, cuando Lenin vivía, y él estaba
aún bajo el control de Lenin. En sus
recuerdos de Lenin (“Vladimir Lenin ”) Máximo Gorki relató una conversación que tuvo
con él. Cuando en el curso de la misma mencionó la hostilidad de ciertos
bolcheviques hacia Trotsky, Lenin golpeó la mesa con el puño y dijo: “Muéstreme
otro hombre que sea capaz de crear prácticamente un ejército modelo en un año y
ganar también el respeto de los expertos militares. ¡Nosotros tenemos ese
hombre! ¡Nosotros tenemos todo!”