Ian D. Thatcher: Sus debates en Nueva York
sobre la Primera Guerra Mundial
Ian D.
Thatcher (1965) es un historiador británico especializado en la historia de la
socialdemocracia rusa, la Revolución Rusa de 1917 y la Unión Soviética. Realizó
sus estudios de especialización profesional en el Institute of Soviet and East
European Studies (Instituto de Estudios Soviéticos y de Europa del Este) de la
University of Glasgow, y llevó a cabo actividades de investigación en el Centro
de Investigación Eslava de la Hokkaidō Daigaku, la universidad pública japonesa
ubicada en Sapporo, y en el Colegio de Estudios Avanzados de la Helsingin
Yliopisto, la mayor universidad finlandesa ubicada en Helsinki. Es profesor de
Historia en la Facultad de Artes, Humanidades y Ciencias Sociales de la Ulster
University de Coleraine, Irlanda del Norte, cargo al que llegó tras desempeñar
diversos puestos académicos en Escocia, Nueva Zelanda e Inglaterra, país este
último en el que fue profesor en la Brunel
University London, institución ubicada en el municipio de Uxbridge, en el
noroeste de Londres. Como investigador del legado periodístico de Trotsky, en
junio de 1996 publicó en la revista “History Review” -editada por el Instituto
de Investigaciones Históricas de la Escuela de Estudios Avanzados de la
University of London-, el artículo “Leon Trotsky in New York City” (León Trotsky
en Nueva York). Una versión en español de este texto fue publicada en 2020 en
la página web de “La Izquierda Diario” (laizquierdadiario.com). En dicho
escrito habla sobre los tres meses que Trotsky pasó en Nueva York, tiempo en el
cual se dedicó activamente al periodismo y entró en la refriega de la política
socialista estadounidense. La primera parte de esa publicación, a la cual se le
agregan fragmentos de “Leon Trotsky and World War One. August 1914-February 1917” (León Trotsky y la
Primera Guerra Mundial. Agosto 1914-Febrero de 1917), libro que Thatcher
publicó en el año 2000, puede leerse a continuación.
En su autobiografía “Mi vida” Trotsky relata el día que pasó en San Sebastián, “donde estaba encantado con el mar pero horrorizado con los precios”; su rápida marcha a Madrid donde, tras siete días de libertad, fue detenido; su posterior traslado a Cádiz donde, bajo vigilancia policial, se le permitió deambular por la ciudad hasta que su destino quedó sellado: permanecería en España hasta que pudiera embarcar en un barco con destino a América. El 20 de diciembre viajó a Barcelona, desde donde, reunido con su familia, el 25 de diciembre zarpó hacia Nueva York.
El barco que llevaba a Trotsky y su familia fuera de España se detuvo en Nueva York en las primeras horas del 14 de enero de 1917. La llegada de los Bronstein no fue inesperada. Desde Cádiz Trotsky envió cartas a los editores de “Novy Mir” informándoles del desenlace de su episodio español. El 6 de diciembre de 1916 “Novy Mir” transmitió a sus lectores las noticias que había recibido de uno de los comunicados más recientes de Trotsky: iba a ser expulsado de España y estaba intentando ir a Nueva York, el puerto estadounidense de arribo para muchos inmigrantes europeos. En cuanto arribó, “Novy Mir” le dio una cálida bienvenida, declarando que “Estados Unidos ha adquirido un luchador pilar de la Internacional revolucionaria”. En su autobiografía Trotsky describió su ocupación en los Estados Unidos como la de un “revolucionario socialista”. De hecho, veinticuatro horas después de pisar suelo americano, publicó su primer artículo en “Novy Mir”.
En “¡Viva la lucha!” Trotsky describió cómo la guerra había transformado a Europa en una “empresa cautivadora” en la que los métodos zaristas de censura y opresión reinaban a ambos lados de las trincheras. Sin embargo, junto a esto, señaló que, desde el punto de vista de un socialista revolucionario, cambios de carácter más optimista también habían tenido lugar. Más importante aún, en respuesta a la guerra más sangrienta y vergonzosa de la historia, las masas estaban cada vez más descontentas y adquiriendo más y más un análisis crítico. La Europa que acababa de dejar estaba, así la sentía, madura para la agitación: “La combinación de odio concentrado con pensamientos críticos es terrible para los gobernantes de Europa de hoy porque significa revolución”. Trotsky siguió la práctica común entre los inmigrantes de firmar en algunas ocasiones sus artículos con un seudónimo. Para “Novy Mir” el más obscuro de ellos fue Al’fa (esparto), nombre que él había usado por varios años.
Uno podría haber pensado que un revolucionario profesional se resistiría a dejar esta situación detrás. ¿Aterrizar en Estados Unidos no significaría la pérdida de la oportunidad de liderar una revolución y del análisis que le corresponde? Pero la mudanza de Trotsky al “Nuevo Mundo suficientemente viejo” no lo llevó a abandonar los puntos de vista que se había formado en París. Él aseguraba a sus lectores estadounidenses que Estados Unidos se enfrentaba a los mismos “problemas, peligros y obligaciones” que se encuentran en Europa. Él podría así entrar en la refriega del socialismo estadounidense totalmente equipado para luchar.
Una de sus primeras oportunidades para iluminar a una audiencia estadounidense de lo que había para ellos fue durante un discurso del 25 de enero en una reunión internacional de bienvenida, en la que expuso la conexión entre la guerra y la revolución. Trotsky pronunció muchas charlas en Nueva York, la gran mayoría de las cuales permanecieron inéditas. Por lo tanto, tenemos la suerte de que Trotsky haya incluido el texto de su conferencia del 25 de enero en “Guerra y Revolución”, una colección de sus discursos y escritos en tiempos de guerra publicados (en 1923) cuando era Comisario del Pueblo en el gobierno bolchevique.
Él argumentaba que ahora uno puede rastrear varias consecuencias del estallido de la guerra que, tomadas de conjunto, estaban conduciendo a levantamientos revolucionarios. Para empezar, las sociedades se habían dividido cada vez más en dos campos hostiles, “los ricos se habían vuelto más ricos y los pobres más pobres”. Sumado a esto, las arcas del Estado por toda Europa ahora estaban vacías, excluyendo así la posibilidad de que las clases dominantes hicieran que las masas estuvieran de acuerdo con nuevas reformas sociales: “la gente se hace más pobre no sólo materialmente sino también en ilusiones”.
Abundando sobre este último punto, Trotsky discernió un nuevo y, desde su punto de vista, emocionante “estado mental”. Los individuos, afirmó, ya no estaban dominados por la rutina y estaban preparados para ser audaces; en otras palabras, habían adquirido las cualidades de los revolucionarios. Finalmente había un grupo internacional de redentores socialistas -Liebknecht en Alemania, MacLean en Gran Bretaña, Höglund en Suecia, Rakovsky en Rumania, etc.- quienes enfrentaban a la hostilidad de las instituciones burguesas y la traición de antiguos camaradas, y habían estado durante mucho tiempo en minoría, pero pronto dirigirían a la mayoría de los descontentos hacia la revolución. Al comienzo de su discurso, Trotsky comparó un Estados Unidos rico en bienes materiales, aunque vendidos a “precios escandalosos”, con una empobrecida Europa, y le preocupaba si su continente natal sobreviviría. Sus comentarios finales fueron más optimistas: “La época venidera será una época de revolución social. Saqué esta convicción de una Europa devastada, quemada y drenada. Aquí, en América, les doy la bienvenida bajo la bandera de ¡la revolución social que se avecina!”, dijo en su discurso del 25 de enero.
La última categoría, comentario social y político, consistía en los pensamientos de Trotsky sobre los efectos de la guerra y en las respuestas de varios socialistas a ella. Él mencionó un encuentro con un revolucionario serbio que había estado involucrado en los planes para asesinar al Archiduque Fernando. Relató la desesperación del joven ante el destino posterior de su país como peón en las maniobras diplomáticas de las grandes potencias; en esta historia destaca la naturaleza imperialista de la guerra. Su descripción de Viena después de la muerte de Fernando estuvo llena de odio hacia la “prensa burguesa” que hacía “la tarea de trabajar los sentimientos populares”. Al mismo tiempo, lamentó que esta “prueba irrefutable de la degeneración moral de la sociedad burguesa” haya sido oscurecida por socialistas influyentes que habían salido en apoyo de la guerra. Desafortunadamente, afirmó Trotsky, la traición al socialismo por parte de los socialistas, aunque fue una sorpresa para muchos, no fue inesperada para él. Durante su estancia en Viena desde 1907 hasta 1914 tuvo amplia oportunidad de familiarizarse con la “naturaleza puramente chovinista” de las editoriales de “Arbeiterzeitung” (Prensa obrera) sobre asuntos internacionales. ¿Qué sorprendía entonces de la respuesta patriótica del Partido austríaco a la declaración de guerra de su gobierno? Aunque Trotsky dijo que no esperaba que Plejánov llegara tan lejos como exponente del militarismo nacional, afirmó que en la era anterior a la guerra ya tenía motivos para sospechar del internacionalismo de Plejánov: “En 1913, cuando estaba en Bucarest, Rakovsky me dijo que justo en el momento de la guerra ruso-japonesa, Plejánov le había asegurado que, en su opinión, la idea de que el socialismo debería ‘trabajar por la derrota nacional’ era una importación al Partido que había sido introducida por los intelectuales hebreos”.
En una nota posterior en “Novy Mir” Trotsky dijo que había recibido una carta en la que se le preguntaba por qué había guardado silencio sobre el social-patriotismo de Plejánov cuando se enteró de él por primera vez por Rakovsky en 1913. En respuesta, Trotsky señaló la situación en la era anterior a la guerra. En público, Plejanov hablaba el lenguaje del internacionalismo o no decía nada en absoluto. En tales circunstancias, ¿qué base habría tenido el público para creer las revelaciones de Trotsky basadas en una conversación personal? Fue la postura actual de la posguerra de Plejanov la que hizo posible la revelación de Trotsky: “Si ahora consideré posible citar estas observaciones personales, fue sólo porque complementan los excesos públicos actuales de Plejanov y hasta cierto punto les agregan una clave psicológica”.
En Austria, Suiza y Francia, Trotsky fue testigo de la misma división entre la derecha socialpatriota, el centro pasivo, que actuó como apéndice de la derecha, y la minoría de izquierda internacional. Hizo hincapié en el amplio abismo que separaba el último de los demás, escribiendo que “el social-patriotismo degrada a los hombres moral y mentalmente”, y no dejó al lector ninguna duda sobre la seriedad de la batalla entre social-patriotismo e internacionalismo. La guerra había generado esperanzas que no pudo cumplir y la desilusión resultante de las masas sólo podría usarse en beneficio de la revolución si los socialistas permanecían fieles a su fe.
Entonces él describió las dificultades
psicológicas que la guerra de trincheras traía a los campesinos, quienes solían
vivir sobre el suelo con un horizonte pleno a la vista. Los mineros, al menos,
trabajaban bajo tierra incluso en tiempos de paz, y estaban familiarizados con
los peligros de los explosivos y gases venenosos. Sin embargo, el único aspecto
de la guerra que era nuevo para todos, ya fueran mineros, campesinos, soldados,
oficiales, franceses o alemanes, era el alcance y el carácter de la batalla:
“La cosa más espantosa es el disparo ininterrumpido de cientos de armas
diferentes. Cada sonido es terrible a su manera y todo, desprovisto de tempo y
ritmo, se une en un choque indescriptible e insoportable del que no se puede
escapar. Eres conducido a un estado rayano en la locura”.
En la
segunda y última sección de “En un carruaje francés”, Trotsky se centró en las
consecuencias psicológicas positivas de la guerra de trincheras. En el tren se
dio cuenta del movimiento de miles de personas de todas las nacionalidades. Él
contrastó esto con la era anterior a la guerra en la que, por un lado, los
obreros industriales habían llegado a ocupar la posición estratégica más
importante en las economías de las naciones avanzadas; y, por el otro, las
viejas clases sociales, los campesinos y la pequeña burguesía, caracterizados
por una perspectiva limitada y una sospecha de todo lo nuevo, habían conservado
una influencia dirigente en asuntos sociales y políticos. Dos días después,
Trotsky presentó otro relato deprimente de la guerra de trincheras cuando
reprodujo la carta de un voluntario ruso que servía en el ejército francés.
Sin embargo, desde agosto de 1914, los campesinos, que no habían estado en una ciudad durante décadas, habían visitado varias en el transcurso de varios meses. Trotsky expresó su convicción de que este trastorno no podía sino crear una transformación psicológica. Específicamente, afirmó que la guerra estaba destruyendo los “fetichismos tradicionales”. El mundo de la posguerra estaría habitado por un humano de nuevo tipo, lleno de críticas y atrevimiento, dispuesto a introducir el racionalismo en la producción, la política y la economía. Esto, por supuesto, significaba socialismo.
Los artículos que Trotsky produjo desde su diario para “Novy Mir” no pudieron haber traído mucho consuelo tanto a un gobierno que está considerando declarar la guerra como a los que tendrían que salir a luchar. Sin embargo, en el momento de la aparición de las “notas de guerra” de Trotsky era cada vez más probable que Estados Unidos entrara en el entonces conflicto mundial. A finales de enero de 1917, el gobierno alemán anunció que iba a enfrascarse en una guerra submarina sin restricciones a partir de febrero. Tomó esta decisión con la esperanza de que Gran Bretaña se muriera de hambre hasta la rendición. Al mismo tiempo, sin embargo, significaba romper los términos de la neutralidad estadounidense.
Los intervencionistas pidieron inmediatamente al presidente Wilson que declarara la guerra a Alemania. Con la esperanza de que el Káiser pudiera ser persuadido de que cambiara de opinión, Wilson al principio optó por romper las relaciones diplomáticas con Alemania, lo que él anunció el 3 de febrero. Varios días después de este anuncio, el primero de una serie de artículos en los que Trotsky examinó las crecientes tensiones en Estados Unidos a través del prisma de sus experiencias europeas, apareció en “Novy Mir”.
Sin embargo, desde agosto de 1914, los campesinos, que no habían estado en una ciudad durante décadas, habían visitado varias en el transcurso de varios meses. Trotsky expresó su convicción de que este trastorno no podía sino crear una transformación psicológica. Específicamente, afirmó que la guerra estaba destruyendo los “fetichismos tradicionales”. El mundo de la posguerra estaría habitado por un humano de nuevo tipo, lleno de críticas y atrevimiento, dispuesto a introducir el racionalismo en la producción, la política y la economía. Esto, por supuesto, significaba socialismo.
Los artículos que Trotsky produjo desde su diario para “Novy Mir” no pudieron haber traído mucho consuelo tanto a un gobierno que está considerando declarar la guerra como a los que tendrían que salir a luchar. Sin embargo, en el momento de la aparición de las “notas de guerra” de Trotsky era cada vez más probable que Estados Unidos entrara en el entonces conflicto mundial. A finales de enero de 1917, el gobierno alemán anunció que iba a enfrascarse en una guerra submarina sin restricciones a partir de febrero. Tomó esta decisión con la esperanza de que Gran Bretaña se muriera de hambre hasta la rendición. Al mismo tiempo, sin embargo, significaba romper los términos de la neutralidad estadounidense.
Los intervencionistas pidieron inmediatamente al presidente Wilson que declarara la guerra a Alemania. Con la esperanza de que el Káiser pudiera ser persuadido de que cambiara de opinión, Wilson al principio optó por romper las relaciones diplomáticas con Alemania, lo que él anunció el 3 de febrero. Varios días después de este anuncio, el primero de una serie de artículos en los que Trotsky examinó las crecientes tensiones en Estados Unidos a través del prisma de sus experiencias europeas, apareció en “Novy Mir”.
En “Repetición del pasado”, por ejemplo, Trotsky afirmó que Estados Unidos, un país sin tradiciones e ideología propias, muchas veces había proporcionado un hogar para ideas que ya se habían agotado en Europa. Anteriormente, esto había involucrado ideas políticas y religiosas; ahora era la leyenda de una “guerra de liberación”. Él aconsejó a los estadounidenses que leyeran los periódicos europeos de finales de julio y principios de agosto 1914. A partir de estas fuentes obtendrían una comprensión de los objetivos de la campaña patriótica que la prensa estadounidense estaba llevando a cabo actualmente. A saber, los barones de la prensa tenían que convencer a la gente de que su gobierno estaba preocupado por la “libertad” y la “justicia” y que estaba reaccionando a los actos agresivos de otros. Al principio, el “trabajo preparatorio para la guerra” ofrecería la posibilidad de una resolución pacífica de la crisis, publicitando las “buenas intenciones” del gobierno nacional en términos humildes. Sólo cuando los planes de movilización estuvieran completos, la música diabólica chovinista “se tocaría en su máxima extensión”. Procediendo en esta forma, Trotsky afirmó que el gobierno y la prensa esperaban incómodos las preguntas sobre las verdaderas razones de la intervención estadounidense: “¿Y qué hay de los envíos de guerra que amenazan los submarinos alemanes?” -preguntó en “Repetición del pasado”, el artículo publicado en “Novy Mir”- “¿Y qué de los miles de millones de ganancias disminuyendo con una Europa desangrándose? ¿Quién es capaz de hablar de esto en un momento de gran entusiasmo nacional? Si el mercado de valores de Nueva York está preparado para “grandes sacrificios” (la gente será quien los padezca) entonces, no hace falta decir que esto no es en el nombre del despreciable dinero, sino en la causa de una gran verdad… ¿cómo llamarla?... moral. Eso no es culpa del mercado de valores si, al servir a la justicia eterna, ¡recibe el 100% y más en beneficios!”. La respuesta que exigió a los socialistas estadounidenses y a los trabajadores avanzados fue elevar la “poderosa melodía de la Internacional”.
Uno de los principales mensajes que Trotsky había propagado en Europa era que la melodía de la Internacional no sólo tenía que ser “poderosa” sino también “pura”. En otras palabras, los socialistas tenían que mantener una posición internacionalista y no tener nada que ver con el socialpatriotismo. Trotsky repitió este mensaje a sus colegas estadounidenses a través de las páginas de “Novy Mir”. En su artículo “En la escuela de la guerra”, por ejemplo,relató cómo el honor del socialismo se había salvado en Europa, entre otros, por Liebknecht, MacLean y Rakovsky. Mostró al partido italiano como un ejemplo de cómo la influencia sobre las masas podría retenerse y fortalecerse si los socialistas ocuparan una posición anti guerra. La pregunta a la que se enfrentaban los socialistas estadounidenses era: ¿aceptarán las lecciones que se pueden aprender de Europa?
Trotsky
escribió un extenso relato de los últimos dos años y medio de su vida en Europa
que apareció en varios números de “Novy Mir”, que se extendieron durante varios
meses. Publicados bajo el subtítulo “De un diario”, estos artículos eran una
mezcla de incidente autobiográfico, esbozos biográficos y comentario social y
político. La primera categoría incluía, por ejemplo, una transcripción de la
conversación de Trotsky de agosto de 1914 con el jefe de la policía de Viena,
tras la cual decidió tomar el primer tren a Zurich; quedar atrapado en una
calle de París durante un ataque con (bombarderos) Zeppelin y así
sucesivamente. Las figuras que se encontraron en la segunda categoría no
podrían haberse sentido halagadas por lo que Trotsky escribió sobre ellas.
Briand, por ejemplo, fue descrito como un “maestro en el arte de tirar de los
hilos, un traficante entre las almas perdidas del parlamento francés,
instigador del soborno y la corrupción”.