6 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (XLIV). Críticas y reproches (18)

Kostas Mavrakis: Su dudosa concepción sobre la relación entre teoría y práctica

En “
Du trotskysme. Problèmes de théorie et d'histoire” (Sobre el Trotskismo. Problemas de la teoría y la historia), Mavrakis presenta un análisis crítico del trotskismo desde una posición de simpatía con el maoísmo. Según el filósofo greco-francés, uno de los argumentos más curiosos de los apologistas de Trotsky consiste en comparar al hombre espiritual y brillante escritor con el autodidacta Stalin, de estilo pesado y sin atractivos, para concluir que el segundo no podía tener razón contra el primero. Como si la solidez en la ciencia marxista-leninista fuera una cuestión de talento literario. “Sus artículos -dice - si bien tienen a veces el brillo del vidrio, tienen también su fragilidad. Al tener estilo y una vasta cultura, tenía la convicción de que sus ideas eran tan profundas y sólidas como brillantemente formuladas. Muy a menudo, en él, la comparación representa el papel de la razón, y la retórica el del pensamiento concreto. De manera que se puede decir que fue víctima tanto de sus puntos fuertes como de sus debilidades”. A continuación, la segunda parte de los fragmentos seleccionados de su obra.
 
La línea política adoptada en el momento del lanzamiento de los planes quinquenales y de la colectivización acelerada condujo a grandes éxitos, pero comportaba aspectos negativos cuyos efectos más perniciosos no son los que se hicieron sentir de inmediato. Algunos de los errores cometidos en este período fueron la importancia exagerada acordada a los estímulos materiales, la enorme apertura del abanico de los salarios en provecho de una pequeña capa de privilegiados en la cumbre de la jerarquía y el carácter en gran parte forzado de la colectivización. Algunos de estos errores eran culpables; otros eran evitables, pero no fueron evitados en razón de debilidades subjetivas de la dirección soviética. Ciertas críticas formuladas por Trotsky en esta época denunciaron en el Estado estalinista un poder contrarrevolucionario y negaron el carácter necesario de ciertos errores que se originaban en condiciones objetivas desfavorables heredadas de los períodos precedentes. Para Stalin, sus críticas, incluso cuando contenían un elemento de verdad, eran las de los anticomunistas.
En cuanto a la acumulación socialista primitiva y los problemas de la transición, en 1922 Trotsky decía: “El proletariado está obligado a comprometerse en una fase que puede ser calificada de acumulación socialista primitiva. No podemos conformarnos con utilizar nuestro equipo industrial de antes de 1914. Fue destruido y debe ser reconstruido por medio de un esfuerzo colosal de parte de nuestra mano de obra”. Y la clase obrera “no puede avanzar hacia el socialismo más que a través de los mayores sacrificios, tendiendo todas sus fuerzas y dando su sangre y sus nervios”. Estas citas muestran que hay un grave error teórico en el origen de la comparación con la acumulación primitiva de la que habla Marx. Éste dio la siguiente definición: “La llamada acumulación primitiva no es nada más que el proceso histórico de separación del productor y sus medios de producción. El dinero y la mercadería no son en sí mismos capital, no más que los medios de producción y de subsistencia. Necesitan ser transformados en capital”.
Trotsky, y tampoco Preobrazensky, no ve que la acumulación primitiva no es más que el proceso de creación de las relaciones de producción capitalistas, y no simplemente la acumulación de “elementos materiales de la producción” (Preobrazensky) o de “equipo industrial” (Trotsky). Trotsky se mostró menos consecuente en este tema que Preobrazensky. Este último afirmaba que, en un país predominantemente agrícola, la mayor parte de los fondos de inversión en el sector industrial socialista provendría de los excedentes agrícolas y que la industrialización acelerada no podía realizarse más que por medio de la transferencia de valor del campo a la ciudad. Era una forma de explotación de la que es posible dudar que fuera compatible con la elevación del nivel de vida de los campesinos. Trotsky, aun compartiendo fundamentalmente la oposición de Preobrazensky, temía que se lo acusase de preconizar la explotación del campesinado y se abstuvo de reivindicarla. El concepto de acumulación primitiva le servirá de nuevo una quincena de años más tarde en “La revolución traicionada”.
Trotsky y Preobrazensky no tenían una noción marxista de la acumulación primitiva de capital. Trotsky consideraba la tendencia a la acumulación primitiva como una ley de la transición, en tanto Preobrazensky al igual que Stalin, pensaba que era necesario tomar un “tributo” sobre los campesinos. Por otra parte, Stalin y Trotsky identificaban la edificación del socialismo con el simple crecimiento de las fuerzas productivas, reducidas a las máquinas, con el factor hombre eliminado. No veían que después de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción todavía quedaba por hacer lo esencial: revolucionar las relaciones de producción y todas las relaciones sociales ligadas a ellas. Sospechaban aún menos la interacción dialéctica entre estas transformaciones y el desarrollo de fuerzas productivas específicamente socialistas. El trabajo en cadena, la división de tareas, la concepción de las máquinas, la organización capitalista de la producción, suponen una mano de obra recalcitrante que se somete a disgusto y pasivamente a la esclavitud asalariada.
El taylorismo intenta obtener el máximo de los obreros, haciendo de ellos simples apéndices de la máquina, desprovistos de voluntad. Las relaciones autoritarias en la fábrica, el tipo de disciplina que reina en ella, el abismo entre trabajo intelectual y trabajo manual, son también condiciones necesarias de la explotación. Al contrario, las fuerzas productivas propias del socialismo están fundadas sobre la iniciativa y la creatividad de las masas, su entusiasmo, su ingenio, su autodisciplina y su autoeducación.


Estudiando el proceso revolucionario desde el punto de vista de la diacronía, el trotskismo enfatiza la continuidad y la posibilidad de avanzar sin parar, saltando etapas: “El curso vivo de los acontecimientos históricos salta siempre por encima de las etapas que son el resultado de una división teórica de la evolución tomada en su totalidad. Por supuesto, en circunstancias históricas concretas, los elementos del pasado se entrelazan con los del futuro; los dos caminos se confunden. Pero esto no nos impide en lo más mínimo distinguir lógicamente e históricamente entre las grandes etapas de desarrollo. ¿No oponemos todos la revolución burguesa a la revolución socialista? ¿No insistimos todos, sin reservas, en distinguir la revolución burguesa y la revolución socialista? Insistimos en la necesidad absoluta de distinguir estrictamente entre ellas”.
Si esto no se realiza ya no es posible distinguir entre la contradicción principal y las contradicciones secundarias, es imposible determinar las alianzas de clase requeridas por las tareas de la etapa, la ubicación de la línea de demarcación entre amigos y enemigos. El resultado es que es imposible llevar a cabo una correcta política de frente único que supone que se mantendrán en segundo plano las contradicciones que son secundarias objetivamente haciendo concesiones a los aliados; no se permite, por consiguiente, al proletariado tomar la dirección del frente único, es aislado y condenado a la impotencia.
Al considerar la sociedad en sincronía, en el espacio, por así decirlo, Trotsky nuevamente sólo vio allí la continuidad y la unidad del mercado mundial. Insiste en que “la presión de las mercancías baratas” producida por los países capitalistas es uno de los factores que imposibilita la construcción del socialismo en un país relativamente atrasado como Rusia. Esta idea se remonta a “Resultados y perspectivas”: “Uniendo todos los países con su modo de producción y su comercio, el capitalismo ha convertido todo el mundo en un solo organismo económico y político”.
Al presentar el mundo (en 1905) como ya unificado “en un sólo organismo económico”, Trotsky llevó a descuidar las peculiaridades nacionales, las específicas condiciones concretas (determinadas por la historia y el patrimonio cultural) de la lucha de clases y la necesidad de deducir las leyes peculiares de la revolución en cada país. En particular, él exagera el papel de las influencias externas sin ver que estas sólo pueden actuar a través de fuerzas interiores de cada una de esas totalidades parciales que es una formación social. Por esta razón, explicó todas las derrotas sufridas por diferentes partidos comunistas entre las dos guerras a través de la influencia perniciosa de Stalin y la III internacional.
El énfasis unilateral de Trotsky en la continuidad es el signo de la incomprensión de la dialéctica marxista que le llevó a hacer caso omiso de las consecuencias fundamentales de la ley del desarrollo desigual. Esta ley no sólo significa que las potencias imperialistas y los monopolios crecen a un ritmo desigual, sino también que, en cada formación social, la base económica y las superestructuras políticas e ideológicas evolucionan a un ritmo desigual y a saltos, que estas instancias poseen una autonomía relativa y una peculiar temporalidad y que en cada una de ellas las contradicciones y sus aspectos se desplazan y se transforman en su contrario. La revolución estalla cuando la contradicción principal alcanza una fase explosiva. El desplazamiento de sus aspectos, a continuación, trae consigo una reestructuración del conjunto. Esta contradicción es el punto nodal donde convergen todas las demás. Que esa convergencia se produzca en el sentido de una ruptura es raro y aún más en varios países a la vez. Esto es por qué, según a Lenin, la victoria del proletariado en un país es el caso típico, mientras que la revolución en varios países sólo puede ser una rara excepción.
En “Balance y perspectivas”, Trotsky profetizó la extensión de la revolución en toda Europa cuando el proletariado victorioso ruso llame a sus hermanos en todo el mundo para la última pelea. Isaac Deutscher reconoció que el tenor del argumento de Trotsky sugiere que él prevé la revolución europea como un proceso “único y continuo”, basándose en la verdad general que Europa estaba madura para el socialismo, pero olvidando la otra verdad que “la historia no marca la misma hora en París, Roma, Londres o Moscú”. ¿Por qué es esto así? Sin duda porque la humanidad no constituye un todo integrado, porque está dividido en distintas formaciones sociales, pero también porque los niveles (o instancias) de esa formación (económica, política, ideológica) nunca están “a la misma hora”. Para Trotsky, la sociedad tiene una estructura simple en la que la principal contradicción proletariado-burguesía es siempre y en todas partes principal “de facto” durante todo el período de transición. Por eso sólo vio la revolución mundial. Él la concibe como si se desarrollara en un espacio-tiempo socio-histórico continuo y homogéneo. Sabemos que el concepto de “ruptura” que Althusser ha tomado de Bachelard fue inspirado en este último por el de “discontinuidad” en física de partículas (física corpuscular). Si uno no puede entender incluso la universalidad de la contradicción demostrada por la unidad y la oposición de continuidad y discontinuidad en todas las ciencias, ¿cómo podía uno penetrar su especificidad en el materialismo histórico?


La concepción que Trotsky tenía de la relación entre la teoría y la práctica fue igualmente no dialéctica. Para él, la teoría prevé la práctica y la práctica aplica la teoría. Por el contrario, Lenin, está escuchando constantemente a las masas. Según él, el Partido siempre debe estar listo para llevar a cabo las tareas que el movimiento de masas sí ha puesto a la orden del día. Sólo la práctica de las masas hace posible dar un contenido concreto a las directrices generales que guiarán a la vanguardia. Trotsky criticó la fórmula de Lenin de “la dictadura democrática del proletariado y el campesinado” por ser algebraica (hay una incógnita: ¿cuál sería el papel político del campesinado?); por el contrario, Trotsky quería sólo aritmética. Por eso, el término “pronóstico”, que no encontramos en los escritos de Lenin, es tan frecuente en el suyo, donde a veces ocupa el lugar vacío de la consigna. Para Trotsky todos los problemas se resuelven de antemano sobre la base de “principios”. La experiencia de la lucha de clases invalida o valida la solución. Eso es todo. El dogmatismo de Trotsky y su correlato, el empirismo, están íntegros en esta oposición entre aritmética y álgebra.
La fórmula de Lenin “la teoría es una guía para la acción” fue tomada literalmente por Trotsky, que ignora la mediación fundamental que Lenin nunca olvidó, es decir, “el análisis concreto de la situación concreta”. La verdad universal del marxismo nos ayuda a llevar a cabo este análisis: pensar que podría suplantarlo, es simplemente el dogmatismo. Este dogmatismo está aislado de la práctica y desvía de la práctica. Hemos dado un ejemplo típico de él: la hegemonía de la ciudad en la revolución burguesa, de la que se hizo un axioma: “¿los críticos tardíos de la revolución permanente están preparados para extender esta proposición elemental a los países del este, China, India, etc.? ¿Sí o no?”.¡Obviamente no! El gran principio del que tan orgulloso estaba Trotsky resultó tan inútil como una flecha que no se puede dar en el blanco. En un sentido expresa una verdad (la dominación del modo de producción capitalista) pero en su interpretación dogmática sólo podría llevar la acción de los revolucionarios chinos a un callejón sin salida. Tuvo que ser sustituida por otra, la del cerco de las ciudades por el campo, que fue victoriosamente aplicada por el Partido Comunista Chino y los revolucionarios indochinos.
Los trotskistas chinos sacaron la conclusión de que en  lo que deben poner todos sus esfuerzos es en la organización del proletariado urbano y Trotsky así lo entendía. Era inconcebible para ellos que el campesinado podría ser la principal fuerza motriz de la Revolución China, y que el proletariado podría conducir al campesinado organizándolo en el campo y reeducándolo ideológicamente. La misma negativa a reconocer el futuro revolucionario de los campesinos coloniales y semicoloniales llevó Trotsky a formular en “La IV Internacional y la URSS” este pronóstico desastrosamente falso: “el centro de gravedad revolucionario ha pasado definitivamente a Occidente”. Trotsky no entendía la enorme importancia de las indicaciones de Marx sobre la necesidad de combinar la revolución proletaria con guerra campesina incluso en un país industrializado como Alemania.
Después de la tardía unión con Lenin, continuó subestimando el potencial revolucionario del campesinado, negándose a definir la línea política del partido en términos de la alianza necesaria con él y formular consignas apropiadas para su movilización amplia. Por lo tanto los rasgos que distinguen al trotskismo del marxismo así como del leninismo, son “desviaciones” que lo apartan no de dogmas petrificados, a los que parece seguir siendo escrupulosamente fiel, sino de la realidad. Si bien es cierto que en la acción política es necesario partir de la realidad ateniéndose firmemente a los principios, no es menos cierto que es imposible atenerse firmemente a los principios a menos que uno parta de la realidad.
Hemos dado algunas indicaciones acerca de sociologismo de Trotsky en que es evidente la influencia persistente de Parvus. Esta desviación al menos puede adoptar el disfraz del marxismo. Trotsky arrojó completamente este disfraz cuando explicó los acontecimientos históricos a través de la psicología individual o colectiva. Su “Historia de la revolución rusa” constantemente habla de “los sobresaltos de ideas y pasiones” y de “los rápidos cambios de opiniones y estados de ánimo de las masas”. “La dinámica de sucesos revolucionarios -Trotsky nos dice- es directamente determinada por cambios rápidos, intensos y apasionados en la psicología de las clases”. Además, explica que Stalin y Kamenev estuvieron de acuerdo en marzo de 1917, “a pesar de sus caracteres opuestos” porque sus personalidades “se complementan mutuamente”. Los conceptos pseudocientíficos del trotskismo tales como “El Estado Obrero” (¡en el que la clase obrera no está en el poder!), “casta burocrática”, “bonapartismo”, “Thermidor”, etc., son engañosos porque son descriptivos y se aferran a apariencias. Proveen a los trotskistas de esquemas cómodos, gracias a los que tienen una respuesta para todo, sin estudiar nada. Los trotskistas, por lo tanto, no tienen ninguna necesidad de pensar. Éste es el secreto de la estéril fertilidad de sus ideólogos.


¿Qué decir acerca de los discípulos de Trotsky? Él se aplica a sí mismo una frase de Marx (que citaba Heine): “He sembrado dragones y cosechadas pulgas”. Por supuesto, son más trotskistas que su maestro y sus éxitos actuales no son menos brillantes (si se puede decir así) que los que lograron bajo su liderazgo después de 1929. Pero su impotencia, años después de su muerte y su revolucionarismo simplista, de personas que nunca han hecho una revolución pero han socavado las de los demás (a quienes llaman estalinistas) sin duda habría inspirado algunas reflexiones amargas y desilusionadas en el escritor de las siguientes líneas de “En defensa del marxismo”: “La IV Internacional no por casualidad se llamó a sí misma el Partido Mundial de la revolución socialista”.
Cinco años después el IXº Congreso de la Internacional mencionada, esta definición conserva todo su humor o, si se prefiere, su patetismo involuntario. Los trotskistas reaccionan con furia cuando uno es lo suficientemente audaz como para hacer tales reflexiones. Invocan las persecuciones que han sufrido. Ahora bien, los comunistas han tenido millones de víctimas en todo el mundo. Esto no quita nada la gravedad de sus errores (Indonesia) y no aporta nada al valor de una línea correcta victoriosa (China). Dado que los partidarios de la IV Internacional pudieron aprovechar las favorables condiciones objetivas tanto como aquellos a los que ellos describen como “estalinistas”, la victoria debe ponerse en la cuenta de los que tuvieron una dirección correcta. Los trotskistas no reconocen esto. Ellos mismos se condenarían.
Sin embargo, su padre fundador escribió en 1937: “la necesidad histórica acuciante de un liderazgo revolucionario garantiza a la IV Internacional un ritmo excepcionalmente rápido de crecimiento”. Trotsky no estaba equivocado al vincular el rápido crecimiento de la IV Internacional y la necesidad de un liderazgo revolucionario. Sus discípulos presentes nos permiten argumentar como él lo hizo, “mutatis mutandis” (cambiando lo que se deba cambiar) y a deducir de la debilidad persistente de su movimiento en los últimos treinta años su incapacidad para ofrecer el tipo de liderazgo requerido por las masas revolucionarias.
La tragedia del trotskismo fue y sigue siendo que, en un mundo polarizado entre el campo de revolución y contrarrevolución no pueden encontrar un lugar reconocible en ningún lugar. Argumentando que ellos mismos constituyen el polo de la revolución atacando juntos a los “estalinistas” y a la reacción mundial, lograron la re-polarización deseada; pero por desgracia, sólo en su imaginación. Como esta solución a su problema fue contradicha por los hechos, han llevado el arte de “salvar el fenómeno” hasta el punto de paranoia. Para ellos, los más frenéticos anticomunistas -Churchill, Truman, McCarthy- eran “estalinistas” precisamente porque se opusieron a la URSS, dando “la apariencia engañosa de un régimen revolucionario”. Como un líder gaullista, Malraux fue un “estalinista” y uno doblemente culpable, ya que expresó una simpatía por la causa lamentable de Trotsky.
Así, los sucesores de Trotsky han sido acorralados entre una actividad que rara vez va más allá de una inútil y anodina mascarada revolucionaria, la búsqueda desesperada de una tercera vía y el puro y simple pasaje al otro lado de la barricada con el pretexto de realismo y efectividad. Como esta última elección ha sido hecha por importantes organizaciones así como por muchos pequeños grupos e individuos, no puede atribuirse al azar sino a la conciencia del callejón sin salida que la ortodoxia trotskista representa. Encontraremos la conformación de esto si estudiamos las diferentes encarnaciones o avatares del trotskismo y sus desventuras. Aquí estamos penetrando el dominio de infra-trotskismo que ya no merece una elevada crítica teórica, en ausencia de ese mínimo de coherencia y rigor que el padre fundador había logrado mantener. Es el último círculo del infierno en el que la multitud confusa de sectarios, entregados a sus obsesiones, hablan agitadamente a sí mismos.