24 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (LVI). Guerras y revoluciones (10)

Jean Jacques Marie: A bordo del tren blindado
 
Jean Jacques Marie forma parte del Centre d´Étude et de Recherches sur les Mouvements Trotskystes et Révolutionnaires Internationaux (Centro de Estudios e Investigaciones sobre los Movimientos Trotskistas y Revolucionarios Internacionales - CERMTRI), una institución con sede en París que posee un archivo de material principalmente trotskista. Además dirige la revista “Les Cahiers du Mouvement Ouvrier” y colabora regularmente en los periódicos “L'Histoire” y “La Quinzaine littéraire”. En la tercera parte del capítulo “Guerra civil” de su libro “Trotsky, un revolucionario sin fronteras”, Jean Jacques Marie cuenta las peripecias vividas por Trotsky a bordo del tren blindado que había puesto en marcha el 7 de agosto de 1918 tras dejar el Comisariado de Asuntos Extranjeros y asumir el de Guerra. El tren, que había sido utilizado anteriormente por uno de los ministros del Zar, fue blindado por órdenes de Trotsky. En él instaló su comando militar y vivió buena parte de los siguientes dos años y medio, recorriendo constantemente los distintos frentes en momentos en que, según recordó en su autobiografía, ante los avances de los ejércitos enemigos “la revolución estuvo al borde de la ruina”. En el tren había un vagón imprenta desde el cual se publicaba el periódico “V Puti” (En Camino), un periódico que contenía tanto órdenes, comunicados e informaciones como artículos de contenido político. Desde el tren se coordinaban también todas las operaciones por telégrafo con el frente y se proporcionaban suministros de armamento, que en caso necesario, los pequeños camiones que llevaba en uno de sus vagones los hacían llegar a los campamentos militares.

 
En Kazán, los obreros de la fábrica de pólvora se sublevan contra los blancos, que los exterminan. Lenin, inquieto ante la posibilidad de que Trotsky se muestre demasiado blando durante la recuperación de Kazán, le telegrafía: “Es imposible ser indulgente con la ciudad y demorar más tiempo”. Trotsky lo tranquiliza: “La suposición de que yo pueda ser indulgente con Kazán carece de fundamento”, pero en una octavilla invita de inmediato a “la población laboriosa” de la ciudad a abandonarla con urgencia e insiste en la necesidad de “alejar a los niños lo más rápidamente posible”.
La toma de Kazán, el 10 de septiembre, permite a Trotsky recuperar una parte (110 millones de rublos oro) del tesoro imperial confiscado por los legionarios. Lenin, satisfecho, lo invita a no escatimar primas a los soldados victoriosos. Trotsky adoptará la costumbre de recompensar o condecorar a los efectivos más valerosos. Según los casos, los premia con 250 rublos (con los cuales pueden comprar un paquete de tabaco acre llamado majorka) o con relojes. Un día, decidido a recompensar de ese modo a veinte soldados, pero sólo provisto de un paquete de 19 relojes, agrega el suyo y su cigarrera, puramente decorativa, puesto que no fuma. En opinión del amigo de Stalin, Gusiev, los veinticinco días que Trotsky pasó en Sviask “transformaron a los elementos disgregados y desamparados del 5º ejército en tropas combativas. El tren de Trotsky transmitía una fuerte voluntad de victoria, iniciativa y una presión resuelta”.
El 13 de septiembre, tras la reconquista de Kazán, Trotsky parte hacia Arzamas. Comienza entonces el gran vagabundeo de su tren que, a lo largo de toda la guerra civil, lo llevará de un frente a otro sobre vías deterioradas y obstruidas, pasando por estaciones de clasificación atestadas. Para coordinar los distintos aspectos de su actividad militar, acondiciona ese tren especial de blindaje sumario, constituido por simples bolsas de arena, pero armado con cañones y ametralladoras. En total, doscientos cincuenta colaboradores, todos con uniformes de cuero negro, entre ellos un destacamento de tiradores letones y un destacamento de ametralladoristas, trabajan en ese tren bajo el control de Peterson, un militante letón encargado de la seguridad y la defensa del convoy.
Ese largo tren, compuesto inicialmente de doce vagones, es arrastrado por dos locomotoras. El salón del viejo vagón central ministerial ha sido dividido en dos para Trotsky: de un lado, un despacho y biblioteca (donde Rosmer, asombrado, detecta la presencia de un volumen de “Verso y prosa” de Mallarmé, entre obras técnicas y enciclopedias); de otro, un baño flanqueado en sus dos extremos por un cuchitril en el que hay un diván. Siguen los vagones de la media docena de secretarios de Trotsky, dirigidos por dos jóvenes militantes veinteañeros, Glazman y Sermuks, un vagón imprenta, un vagón de enlace radiofónico y otros tipos de contacto, un vagón comedor, un vagón de provisiones y ropa, un vagón ambulancia, un vagón garaje con dos automóviles, un vagón ocupado por una brigada de agitadores de masas y una brigada de técnicos reparadores de vías férreas, un vagón de tiradores letones, un vagón con un tribunal militar de campaña y un vagón salón de juegos.
Más adelante, cuando el tren se divida en dos convoyes, en uno de ellos se instalará una plataforma para dos aviones. Cotidianamente se publica “V Puti”, un diario que contiene artículos políticos, informaciones y las órdenes del día y comunicados de Trotsky. El tren, a la vez instrumento de mando, de enlace, de agitación, de propaganda y de combate, será varias veces el objeto de ataques aéreos, de disparos de artillería y de emboscadas. Quince de sus miembros recibirán heridas o morirán. Según el historiador ruso Volkogonov, a pesar del temor que despertaba, “soldados, comisarios y comandantes creían que la llegada del Comisario del Pueblo haría progresar las cosas y contribuiría a decidir en nuestro beneficio el desenlace de la lucha en la primera línea”. Aureolados con esta reputación, el tren blindado y su destacamento de combatientes vestidos de cuero negro no tardaron en generar leyendas a ambos lados de la línea móvil del frente. El tren cubrirá más de 150.000 kilómetros en el curso de treinta y seis misiones, para terminar en un museo antes de que Stalin lo convierta en chatarra.
De agosto de 1918 a noviembre de 1920, Trotsky vivió en él la mitad del tiempo y viajó a todos los rincones de Rusia, entre las reuniones del Comité Central y las del Politburó y el Consejo del Trabajo y la Defensa, los congresos del Partido y las reuniones del Estado Mayor que, hasta julio de 1919, sesiona en Serpujov, al sur de Moscú. Entre dos órdenes del día o dos artículos para “V Puti”, dicta un folleto o una obra, a veces al mismo tiempo, a los secretarios y colaboradores que reúne entonces y lo seguirán hasta la muerte: Butov, Glazman, Sermuks, Poznanski, Necháiev, Lentziner, Vermel. Todos ellos son veinteañeros. Preparan los expedientes de Trotsky, con frecuencia escriben los borradores de sus llamamientos y decretos. Todos morirán a manos de la policía de Stalin.


En esta época, Trotsky adopta la costumbre de dictar sus escritos y discursos y comienza a perder el hábito de escribirlos él mismo. Al circular en su tren blindado por los diversos frentes, necesita un adjunto que se ocupe del trabajo cotidiano del Comité Militar de la república. El 22 de octubre de 1918 consigue que se designe para ese puesto a Efraím Sklianski, joven médico judío tranquilo, modesto, casi invisible, afiliado al Partido Bolchevique desde 1913. Más adelante, Trotsky evocará a Sklianski con una calidez poco común: “El trabajo cotidiano con él acrecentó día tras día mi respeto y mi afecto por ese trabajador sin par. Era una máquina humana excepcional, que trabajaba sin descanso ni interrupciones, un individuo extraordinariamente dotado, un organizador, un concentrador, un constructor fuera de lo común”. Es él quien organiza el contacto cotidiano entre los órganos que siguen los asuntos militares (Comité Central, Politburó, Consejo de Comisarios del Pueblo, Consejo del Trabajo y la Defensa, Comisariado de Guerra y Comité Militar Revolucionario de la República). Tendrá un fin trágico: destituido en 1924 por Stalin, puesto a la cabeza de la industria textil de Moscú, se le encargará una misión económica en Canadá, donde morirá ahogado en un lago en circunstancias que jamás se esclarecieron.
El 30 de agosto de 1918, la revolución experimenta un viraje. A la mañana, un estudiante eserista mata al jefe de la Checa de Petrogrado, Uritski, viejo amigo de Trotsky. A la noche, una eserista de derecha hiere a Lenin de dos disparos. Trotsky deja por un momento Kazán para participar de la reunión del Comité Ejecutivo Central del 2 de septiembre. El gobierno decreta el terror rojo. Trotsky manifiesta su pleno acuerdo con la decisión que juzga necesaria para salvar el régimen nacido de la revolución, pero a su entender sólo se trata de un medio impuesto por la situación en “esta época de sangre y acero”.
Ya en agosto de 1918, el ex menchevique de izquierda Yuri Larin había propuesto reemplazar por comunistas el Estado Mayor formado por generales zaristas. Desde Sviask, Trotsky respondió contundentemente a Lenin, quien le había transmitido la sugerencia: “Quienes más protestan contra la utilización de los oficiales son, sea alarmistas, sea incluso miembros del partido que, incapaces de afrontar sus tareas, se comportan como sátrapas, pasan el tiempo sin hacer nada y, cuando fracasan, trasladan la culpa a los oficiales del Estado Mayor”. Miembro del Partido desde hace apenas un año, Trotsky trata de ese modo a muchos cuadros y militantes de vieja data con una dureza que éstos le harán pagar más adelante. Sus adversarios utilizan sus declaraciones para acusarlo de rebajar el papel de los comunistas en el ejército.
Stalin defiende a las personas que Trotsky denuncia como incompetentes y charlatanes y señala su voluntad de independencia al comunicarse directamente con Lenin, pasando por encima del Comisario de Guerra, de quien depende en el plano militar. En una carta del 10 de julio de 1918, solicita a Lenin que “le meta en la cabeza” a Trotsky que “no debe efectuar designaciones a espaldas de la gente del lugar”. En resumen, los que deben decidir son los poderes locales. El anarquista Majnó demanda exactamente lo mismo. Y Stalin agrega, desdeñoso: “La falta de un pedazo de papel de Trotsky no me detendrá. Destituiré sin más formalidades a los comandantes y comisarios que arruinen las cosas”. El 3 de octubre, en una carta secreta a Lenin, levanta una verdadera acta de acusación contra Trotsky, en la que encontramos en germen los principales argumentos utilizados más adelante por el aparato contra él: “En Brest-Litovsk asestó un golpe a la causa debido a su gesticulación, increíblemente izquierdista. Con los checoslovacos, en mayo, también perjudicó la causa con su gesticulación entre diplomática y chillona”. Y, sobre todo, “Trotsky que ingresó apenas ayer al Partido, quiere enseñarme la disciplina partidaria. Si hoy no le ponemos freno, nos echará a perder todo el ejército en beneficio de una disciplina ‘izquierdista’ y ‘roja’ que da náuseas a los camaradas más disciplinados. En consecuencia, hay que parar a Trotsky ya mismo, antes de que sea demasiado tarde, y llamarlo al orden”.


Es el comienzo de una pulseada en dos tiempos. Stalin se vale de las torpezas cometidas por Trotsky en su intento de transformar lo más rápidamente posible los grupos autónomos e indisciplinados de partisanos en un verdadero ejército. La urgencia lo lleva a elegir una transición por la fuerza. Así, el 14 de octubre de 1918, al enterarse de que varios oficiales del 3º Ejército del frente se han pasado a los blancos, exige, furioso, la ejecución de los comisarios políticos de las unidades en que se han producido esas defecciones. Los dos miembros del Comité Central que dirigen el consejo militar del 3º Ejército, Ivar Smilga y Mijaíl Lashévich, reaccionan indignados. La exigencia de Trotsky, afirman, significaría hacer fusilar a Bakaiev, miembro del partido desde 1906, y a Zalutski, miembro desde 1907. Se niegan a tomar esa decisión y se ofrecen a comparecer ante un tribunal por incumplimiento de una orden.
Trotsky acusa a los dos hombres de no responder sus preguntas. Smilga y Lashévich, superados por la situación, dirigen al Comité Central una enérgica protesta “contra la actitud extremadamente ligera de Trotsky con respecto a cosas tales como una ejecución”. “¡Como hay casos de traición en todas las divisiones, habría que fusilar a la mitad del Comité Militar Revolucionario del ejército!”. Conclusión: “Telegramas semejantes no hacen más que debilitar la autoridad de Trotsky y de los comisarios”. El Comité Central les da entonces la razón contra él.
Stalin se apresura a aprovechar la oportunidad: el 25 de diciembre de 1918, “Pravda” publica un artículo de su protegido, Kaminski, que condena la utilización de los especialistas militares, a quienes trata de “contrarrevolucionarios zaristas”. Aunque nunca lo nombra, Kaminski acusa a Trotsky de manera transparente de ejecutar “a los mejores camaradas sin juicio”, entre ellos el comisario político Panteléiev en Sviask; afirma que “dos de nuestros mejores camaradas, los viejos bolcheviques Zalutski y Bakaiev, sólo deben la vida a una intervención de arriba”, y pretende estar en posesión de una lista de comunistas fusilados por Trotsky.
Éste acusa el golpe. Ese mismo día envía una carta al Comité Central: al margen del fusilamiento de Panteléiev, “no se produjo ninguna otra ejecución de comisarios con mi participación, ni siquiera indirecta”.  Demanda que Kaminski publique el legajo que dice tener en su poder y que el Comité Central reafirme la justeza de la política militar seguida. Este organismo censura horas después a Kaminski por haber presentado una visión personal de la política militar del Partido, pero no dice una palabra sobre el caso Panteléiev. Kaminski no publicará ni una sola página del legajo falsificado por Stalin sin fundamento alguno, pero el rumor persistirá. En la reunión del Politburó del 18 de abril de 1919, en vísperas del VIIIº Congreso, Trotsky volverá a pedir al Comité Central una investigación sobre la ejecución de Panteléiev. El buró de organización designa entonces una comisión que lo exime de culpa y cargo, pero no detiene los rumores.
Ahora bien, lo cierto es que Trotsky se opuso a las ejecuciones sumarias a lo largo de toda la guerra civil. Así, el 6 de mayo de 1919 recuerda al consejo militar del 2° Ejército que “el sistema de las ejecuciones sin juicio es completamente inadmisible”, e invita a tomar la firme decisión de suspenderlas en todas las divisiones. Esas intrigas se alimentan de todos los choques que Trotsky tiene por entonces con numerosos cuadros comunistas opuestos a un ejército centralizado y partidarios de la guerrilla. La hostilidad a la centralización de la que él se erige en heraldo público y organizador se encarna en el mismo frente, sobre todo el del sur, dirigido por Stalin y su clan. Trotsky rechaza la guerrilla como método de un ejército gubernamental pues, si bien puede ser eficaz para insurrectos, “es el arma del beligerante más débil contra el más fuerte. No puede, por lo tanto, ser la de un Estado. Su objetivo es debilitar y agotar al adversario” pero no puede derrotarlo.
La cuestión, decisiva a los ojos de Trotsky, constituye el meollo de su discurso en el congreso de fundación de la Internacional Comunista en marzo de 1919. Los primeros choques entre los destacamentos de guardias rojos y los destacamentos regulares de la Reichswehr en febrero de 1918 han demostrado con claridad, sostiene, que los grupos improvisados son incapaces de hacer retroceder a un ejército disciplinado. Los adversarios de Trotsky en el Partido Comunista intentan transformar sus discrepancias con él en el plano militar en una oposición entre él y Lenin en materia de política campesina: la hostilidad de Trotsky hacia los grupos de partisanos reflejaría una hostilidad orgánica al campesinado (que, en el lenguaje fosilizado de la burocracia, se traducirá algunos años más adelante en la fórmula “subestimación del campesinado”). El 2 de febrero de 1919, “Izvestia” publica la carta de un soldado del Ejército Rojo que menciona un desacuerdo entre Trotsky, juzgado como enemigo del campesino medio, y Lenin, su defensor.
En el número del 7 de febrero de esa publicación, Trotsky niega el desacuerdo y Lenin confirma su inexistencia en “Pravda” e “Izvestia” del 15 del mismo mes. Según Mólotov, el futuro ministro de Asuntos Exteriores del estalinismo, falsario de marca mayor y estrecho de miras a quien llamaban “culo de hierro”, Stalin protestó ante Lenin, que le contestó: “¿Qué quiere que haga? Trotski tiene en sus manos el ejército, compuesto en un ciento por ciento de campesinos. Con el país deshecho, ¿vamos a exhibir delante de todo el mundo nuestras trifulcas en el más alto nivel?”.  Pura invención: ambos hombres coinciden en que el Estado debe requisar los productos agrícolas, de cantidad insuficiente, para distribuirlos en función de las necesidades consideradas prioritarias, en primer lugar para el ejército, luego para las ciudades.


El rechazo de la centralización acompaña el reino de la simulación y la mentira que enfurecen a Trotsky. Así, el 14 de mayo de 1919 escribe a Lenin: “Para muchos, el arte del mando se reduce a emitir informes de operaciones que son mendacidades del principio al fin, y en los cuales una retirada lamentable frente a un enemigo inferior en número se convierte en resistencia heroica ante un enemigo más numeroso”. A esos informes amañados se suman la desidia, el desenfado, el diletantismo de una parte del mando al que Trotsky acusa de “dar abundantes pruebas de una gran negligencia e indolencia en el campo de los enlaces, la guardia, los movimientos, los informes de operación y reconocimiento”.
El 25 de marzo de 1919, telegrafiaba a Lenin: “La causa más importante del debilitamiento del ejército es sin duda alguna el régimen de la apatía, el rezongo y la crítica implantado desde arriba; una orden, en vez de ser ejecutada de inmediato, es objeto de discusión”. En una extensa carta al Comité Central, especificaba: “El camino que lleva de una orden a su cumplimiento es extremadamente largo y doloroso”. La indisciplina de los encargados de misión del Partido suscita la indisciplina de los soldados. En el IX Congreso del Partido, Trotsky declara que en Ucrania, bajo la batuta de Voroshílov y Stalin, de cien militantes movilizados hacia el frente, apenas cinco marchaban al combate; los restantes noventa y cinco desertaban.
La oposición a su política militar se concentra en el 10° Ejército, estacionado en Tsaritsyn (futura Stalingrado y luego Volgogrado) y dirigido por Voroshílov y Minin, apoyados por Stalin. En lo personal, Voroshílov da muestras de gran valentía. Este ex obrero metalúrgico carga con el sable desenvainado a la cabeza de su escuadrón. Pero su incompetencia es tan poco discutible como su coraje. Por odio plebeyo, su grupo desprecia a los “especialistas militares”, sus órdenes y las del Estado Mayor. Trotsky denuncia a ese grupo gritón e ineficaz, su desorden administrativo, su mentalidad guerrillera, su falta de respeto por el centro, su grosería provocadora. Gracias a la parálisis vigente, Tsaritsyn cae en manos de los blancos el 18 de septiembre de 1918. En Moscú hay inquietud. El 4 de octubre, Trotsky exige la revocación de Stalin, que se ve obligado a regresar a la ciudad dos días después. Trotsky se traslada a Tsaritsyn, reúne a los indisciplinados, denuncia el desorden y la desobediencia de algunos comandantes y anuncia el final de esas costumbres. La partida de Stalin hacia otros cielos no induce a Voroshílov y sus adjuntos a abandonar su combate de guerrilla. El 11 de enero de 1919, Trotsky telegrafía a Lenin: “Considero que la actitud de Stalin de patrocinar la tendencia de Tsaritsyn es una plaga peligrosa, peor que cualquier traición de especialistas militares. Ese grupo eleva la ignorancia a la altura de un principio”. Lenin no puede sino estar de acuerdo, pues el 6 de enero ha telegrafiado al dirigente ucraniano Artiom: “Pueden designar a quien quieran como comandante, ¡pero no a Voroshílov!”. Desde entonces, Stalin se dedica a reunir en su entorno a aquellos a quienes Trotsky, durante los tres años de guerra civil, ofende, hiere o humilla.
En 1932, los archivistas soviéticos descubrirán cinco de los telegramas conminatorios dirigidos por Trotsky a Voroshílov, Stalin y su clan, anotados por estos dos últimos. En uno de ellos, Voroshílov ha garrapateado: “Trotski es un jactancioso, un presumido y sobre todo un vil mentiroso”. En otro documento, ha escrito: “Trotski miente y hace trampas para engañar a Lenin sobre la situación real en el frente de Tsaritsyn”. En otro lugar, lo acusa de haber “organizado luego la rendición de Tsaritsyn” en connivencia con el jefe de Estado Mayor Sytin y Shliapnikov, el futuro dirigente de la Oposición Obrera. Stalin, por su parte, siembra esos documentos de exclamaciones lacónicas bastante limitadas: “¡Ah, ah!”, “¡Eh, eh!", “¡Fanfarrón!”.