18 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (LII). Guerras y revoluciones (6)

Ian D. Thatcher: Estados Unidos entra a la Primera Guerra Mundial

Ian D. Thatcher, gran estudioso de la historia rusa, especialmente en su etapa soviética, es autor de varias obras dedicadas a ese tema. Entre ellas pueden mencionarse “Reinterpreting revolutionary Russia” (Reinterpretando la Rusia Revolucionaria), “Regime and society in twentieth-century Russia” (Régimen y sociedad en la Rusia del siglo XX), “Late imperial Russia. Problems and prospects” (La Rusia imperial tardía. Problemas y perspectivas), “Markets and Socialism” 
(Mercados y Socialismo) en coautoría con Alec Nove, y el capítulo “Khrushchev as leader” (Kruschev como líder) que forma parte del libro “Khrushchev in the Kremlin. Policy and government in the Soviet Union, 1953-64” (Kruschev en el Kremlin.
Política y gobierno en la Unión Soviética, 1953-1964) en el cual participaron historiadoras como Nataliya Kibita y Katalin Miklossy, e historiadores como Nikolay Mitrokhin y John Westwood, entre otros. Sobre Kruschev escribió: “Después de la muerte de Stalin en 1956, le tocó a Kruschev tratar de encontrar una justificación para la continuación del experimento soviético mientras admitía los crímenes pasados del régimen contra su propio partido y pueblo. Esta fue una tarea poco envidiable y difícil”. En la tercera y última parte de “León Trotsky en Nueva York”, el artículo de Thatcher publicado en “La Izquierda Diario” (laizquierdadiario.com) en octubre de 2020, al que se le suman párrafos de “León Trotsky y la Primera Guerra Mundial. Agosto 1914-Febrero de 1917”, su autor narra los percances vividos en Estados Unidos cuando las organizaciones y la prensa de izquierda abandonaron su postura de oposición a la guerra y apoyaron la participación estadounidense en el conflicto mundial. Trotsky criticó este proceder al mismo tiempo que le llegaron, en febrero de 1917, noticias de la caída del zar, por lo que se embarcó hacia Rusia. Tras varias semanas de travesía, llegó primero a Suecia y más tarde a Finlandia, desde donde viajó a Petrogrado, ciudad a la que llegaría el 4 de mayo.
 
Durante su conflicto con el diario judío, Trotsky mencionó varias veces su dependencia de amigos para traducir del yiddish al ruso. Dados los orígenes judíos de Trotsky, a primera vista puede parecer extraño que necesitara a alguien que le tradujera del yiddish al ruso. Sin embargo, a partir de su autobiografía descubrimos que Trotsky no aprendió a hablar yiddish en casa (su padre hablaba una mezcla de ucraniano/ruso) y debe haber adquirido sólo el más mínimo conocimiento del hebreo durante su breve período de estudio de la Biblia en hebreo. Para una visión alternativa, es decir, que Trotsky conocía bien el yidish y podía comunicarse fácilmente en él, Nedava afirma que Trotsky ocultó su conocimiento del yiddish cuando vino a escribir su autobiografía, ya que quería enfatizar que era un ciudadano del mundo. Dado que nunca se consideró un hijo de “Pale of Settlement” (“Asentamiento Cercado” se refiere a los territorios del imperio ruso en los que se permitía el asentamiento de judíos) sino un verdadero ciudadano del mundo, naturalmente no podría admitir haber mostrado nunca interés en aprender el idioma de los “cercados”.
No tuvo tales dificultades en la campaña que libró contra los periódicos “no partidistas” producidos para la colonia rusa de Nueva York, “Russkii Golos” y “Russkoe Slovo”. Su primer comentario sobre estas publicaciones resaltó sus diferentes puntos de vista sobre la probabilidad de la intervención estadounidense en la guerra. Ivan Okuntsov, escribiendo en “Russkii Golos”, pensó que la oposición de Wall Street mantendría a Estados Unidos neutral, mientras que Dymov, corresponsal de “Russkoe Slovo”, pensaba que la presión de la misma fuente, que había obtenido grandes beneficios de la “sangre del pueblo”, conduciría a Estados Unidos a la batalla. Trotsky dijo que, por muy reconfortante que fuera la opinión de Okuntsov, tenía que estar de acuerdo con Dymov. Esto lo dejaba con una sola “dificultad para el lector”. Un editorial del mismo número de “Russkoe Slovo” en el que apareció el artículo de Dymov vio la entrada de Estados Unidos en la guerra no como un deseo de ganar más dinero, sino como una “garantía de progreso”. “¿Por qué -concluyó Trotsky- la editorial y el corresponsal acordaron llevar a su público a la confusión?”.
La siguiente vez que Trotsky tomó su pluma para escribir sobre protagonistas “no partidarios’’, fue no para acusarlos de desconcertar a sus lectores, sino de “indecencia”. La causa del cargo de Trotsky fue la aparición de anuncios, colocados en “Russkii Golos” y “Russkoe Slovo” por el Consejo de Defensa Nacional de Nueva York, instando a los ciudadanos a agregar sus nombres a una petición que se enviaría al presidente Wilson recomendando la intervención. Anteriormente, señaló, ninguno de estos periódicos se había unido a los esfuerzos para azotar la población con una furia patriótica, sabían que la colonia rusa no quería la guerra. Lo que hizo que los periódicos cambiaran de rumbo, afirmó Trotsky, fue el dinero. “En esos momentos críticos uno llega a conocer el valor real de las personas, las ideas, partidos y publicaciones. Cuando se añadió oro a la preparación ideológica de la gente, ‘Russkoe Slovo’ y ‘Russkii Golos’ encontraron su lugar”.
Cuando finalmente Estados Unidos entró oficialmente en la Primera Guerra Mundial el 6 de abril de 1917, Trotsky ya había dejado Estados Unidos. Antes de su partida, sin embargo, él ya había escrito análisis críticos tanto de las razones de la intervención de Estados Unidos como de sus probables consecuencias. En su discurso de guerra al pueblo estadounidense, el presidente Wilson declaró: “La actual guerra submarina alemana contra el comercio es una guerra contra la humanidad. El mundo debe estar a salvo para la democracia”. Trotsky describió la escena, presenciada mientras miraba por la ventana de la oficina de “Novy Mir”, de un anciano abriéndose camino a través de un contenedor de desperdicios y seleccionando un poco de pan mohoso, y se preguntó cómo el presidente Wilson explicaría cómo los derechos del viejo y la dignidad estaban siendo defendidos por la guerra.
Aprovechando las palabras del presidente, Trotsky, en un artículo en “Novy Mir”, afirmó que, si uno lo toma por su valor nominal, Estados Unidos debería haber declarado la guerra a Gran Bretaña hace mucho tiempo por su bloqueo de Austria-Alemania. Lo que impidió que se diera este paso, según Trotsky, fue que habría resultado en la pérdida de los pedidos de los suministros de guerra de la Entente, de los que la industria estadounidense estaba obteniendo superbeneficios. A su vez, Wilson estaba tan molesto por el reciente bloqueo alemán no porque violó algún principio, sino porque ponía fin de manera efectiva a las órdenes de compra de la Entente sin reemplazarlas con sus equivalentes de Berlín.
Estados Unidos ahora estaba privado de todo el comercio de guerra y sus ganancias. Esto le dejó en una posición de neutralidad real que, según Trotsky, no podía sostenerse porque desde agosto de 1914 su industria había sido cada vez más creciente y luego finalmente reestructurada para atender las demandas militares. En otras palabras, se había convertido en una economía de guerra. Luego descartó la posibilidad de que los soldados estadounidenses pudieran cambiar la situación militar en Europa, señalando que si la flota (británica) más poderosa en el mundo no podía garantizar un paso libre para las mercancías, entonces nadie podría hacerlo. Para él, fueron los jefes del capital financiero y sus intereses los que dictaron la política exterior de Estados Unidos y, en ese momento, esto significaba la guerra: “un colosal nuevo mercado se abrirá inmediatamente para los jefes de fábricas de municiones estadounidenses en los mismos Estados Unidos. Necesitan un ‘peligro nacional’ para poder colocar la torre de Babel de la industria de la guerra sobre los hombros del pueblo estadounidense”, escribió en “¿Qué es la guerra para Estados Unidos?”, artículo publicado en “Novy Mir”.


Al mismo tiempo que pone al descubierto los motivos de lucro que exigía la guerra, en otros artículos de “Novy Mir” Trotsky argumentaba que el verdadero ganador de la intervención estadounidense no serían los patrones capitalistas, sino la revolución. Cuando resumió sus experiencias de Nueva York en su autobiografía, Trotsky mencionó las comodidades a la mano (con luz eléctrica, bañera y teléfono) que los europeos no solían tener. Sin embargo, en uno de sus comentarios sobre la vida diaria en Nueva York en esa época (“Pensamientos sobrios”), escribió una descripción conmovedora de los efectos del trabajo penoso sufrido por la gente común y corriente, a partir de la cual el capital estadounidense construyó sus logros. El notó, durante un viaje en una hora pico en el metro, una multitud humilde y deprimida cuyo único consuelo residía en mascar chicle. La guerra, predijo en otros escritos, mostraría al proletariado que sólo él, a través de la revolución social, podría resolver los problemas que acosaban al capitalismo y que habían conducido a la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Aconsejó a todos los socialistas que “prepararan a los soldados para la revuelta”.
Después de la abdicación del trono ruso por Nicolás II en marzo de 1917, cualquiera que buscara la confirmación del vínculo que Trotsky construyó entre la guerra y la revolución tenía un listo y actualizado ejemplo a mano. Los acontecimientos en Rusia continuaron ocupando a Trotsky mientras estaba en Nueva York, antes, pero especialmente después, del colapso de la monarquía. Envió dos artículos a “Novy Mir” sobre Rusia antes de la caída de Nicolás del poder. El primero (“Lecciones del gran año. 9 de enero de 1905-9 de enero de 1917”) fue para conmemorar el duodécimo aniversario del “domingo sangriento”. Llamando a los días de aniversarios revolucionarios para un “gran estudio”, así como rememorarlos, Trotsky enumeró las lecciones que se pueden aprender de los eventos de 1905: el proletariado era la única clase revolucionaria en Rusia y todos los llamamientos para que cooperara con la burguesía eran desesperanzadamente utópicos”.
1905 no sólo fue un año trascendental para la Rusia imperial tardía, sino que también marcó un punto de inflexión importante en la vida de León Trotsky. Fue precisamente en 1905 cuando, como el mismo Trotsky afirmó, avanzó por primera vez la teoría de la revolución permanente; una doctrina que estaría asociada con él hasta su muerte y más allá. Por si esto fuera poco, 1905 fue un acontecimiento notable en la vida de Trotsky por otras razones. Le ofreció una primera oportunidad de participar en una situación revolucionaria real.
En su segundo artículo anterior a la revolución sobre Rusia (“Abrió la Duma de nuevo”), remarcó la visión cínica del zar sobre la Duma y la voluntad de esta última de satisfacer las necesidades de su amo. Lo logró principalmente a través de una conversación imaginaria entre un diplomático ruso y uno extranjero, en la que el primero declaró que el zar retiraría la Duma para recibir a otro préstamo extranjero, tras la recepción del cual el parlamento ruso volvería a cerrarse. “Así -comentó Trotsky sin más comentarios- la política rusa marcha a lo largo del camino del progreso”.
La caída del zar Nicolás II alteró fundamentalmente la situación en la socialdemocracia rusa, cuyas facciones habían disputado cómo ocurriría una revuelta antiautocrática. Con el final del zarismo, la pregunta clave era: “¿Qué sigue?”. El poder en Rusia estaba disperso entre numerosos organismos locales y nacionales, incluido el Gobierno Provisional Ruso, el Sóviet de Petrogrado, los soviets locales, los ayuntamientos locales, las organizaciones sociales y las instituciones nacionales emergentes en Finlandia, Ucrania y otros lugares. En opinión de Trotsky, los socialistas tenían que unirse detrás de los soviets y exigir que todo el poder se transfiriera a estos organismos democráticos de los trabajadores. Para ello, todos los internacionalistas debían unirse en un solo Partido. El socialismo tenía que ser antibelicista, pro-obrero e internacionalista.


Tres puntos habían sido durante mucho tiempo parte del análisis de Trotsky sobre el curso que tomaría un levantamiento revolucionario en Rusia: primero, sería dirigido por el proletariado; segundo, sus políticas tendrían un contenido socialista; y tercero, evocaría, ya sea por inspiración o por la fuerza de las armas, una serie de revoluciones en toda Europa. Durante la Primera Guerra Mundial, Trotsky modificó un poco este análisis, agregando que los Estados Unidos de Europa sería la forma de Estado a través del cual la revolución se realizaría a sí misma, y esa revolución se produciría ante todo en Alemania. La noticia de la caída del zarismo obviamente confundió la última predicción de Trotsky, pero en su mayor parte pudo retener sus pronósticos para interpretar los hechos que tenían lugar en su tierra natal.
Según Trotsky, fueron las manifestaciones callejeras de los trabajadores, eventualmente respaldadas por el ejército, lo que había provocado la abdicación del zar. La burguesía, liderada por su antiguo antagonista, el profesor Milyukov, no había querido que la monarquía cayera. Por el contrario, afirmaba, los liberales consideraban al zar como el más digno de confianza defensor de la propiedad contra el proletariado, y a la institución de la monarquía como la forma de gobierno más adecuada para llevar a cabo una política exterior imperialista. Para Trotsky, los liberales se habían visto obligados a formar un gobierno provisional por dos presiones, una externa y otra interna. Desde fuera del país, los mercados monetarios francés, británico y estadounidense le habían dicho a la burguesía rusa que asumiera el poder porque no querían que Nicolás II concluyera una paz separada con Alemania, y la burguesía era el único grupo que continuaría la guerra. Entonces, la propia burguesía temía que su responsabilidad por la guerra fuera revelada si un gobierno obrero pedía el cese de las hostilidades.
Sin embargo, Trotsky argumentó en “Dos caras. (Fuerzas internas de la revolución rusa)”, publicado en “Novy Mir”, que la burguesía no podría retener el poder por mucho tiempo. La caída del gobierno provisional estaba garantizada porque no pudo satisfacer al pueblo las demandas de paz, pan y tierra. Señaló que un comité de trabajadores ya se había formado para “protestar contra los intentos de los liberales de apropiarse indebidamente de la revolución y traicionar al pueblo a favor de la monarquía”, y lo llamó a tomar el control total en sus manos para sacar a Rusia de la guerra y resolver la cuestión agraria. Para Trotsky cualquier otro resultado significaría que la revolución había fracasado, ya que sólo un gobierno “obrero revolucionario” será capaz de asegurar el destino de la revolución y la clase trabajadora.
Trotsky encontró un aliado listo en Lenin, con quien rápidamente forjó una relación de trabajo positiva. Ambos líderes compartían el objetivo de efectuar la revolución; ninguno de los dos se vio frenado por viejas lealtades entre facciones. Su mensaje y asociación fueron particularmente efectivos frente a la desintegración de la vida política, económica y social rusa en 1917. Con un movimiento que superó los reveses en abril y julio, una base de apoyo cada vez mayor sin duda permitió un derrocamiento exitoso del Gobierno provisional ruso en Octubre de 1917, una revolución que se dio según la estrategia de Trotsky.
A su vez, miró al establecimiento de un gobierno obrero revolucionario en Rusia como un ejemplo a seguir por el proletariado alemán. De lo contrario, le preocupaba, Wilhelm II usaría el apoyo del proletariado ruso a su burguesía para reavivar el entusiasmo de los trabajadores alemanes por la guerra. Planteó la posibilidad de que la revolución no se extendiera de un país a otro, pero sólo para desestimar dicha posibilidad. La revolución saltaría de Rusia a Alemania ya sea por el ejemplo o por los trabajadores rusos triunfantes que liberan a sus camaradas alemanes por la fuerza de las armas; o saltaría de Alemania a Rusia por los mismos medios.
Trotsky estaba tan convencido de que toda Europa hervía de descontento, que “la guerra ha convertido a toda Europa en un polvorín de la revolución social”, que él estaba preparado para todas las eventualidades. Así lo expresó en varios artículos en “Novy Mir” (“Inquietud en Europa”, “Levantad la bandera de La Comuna”, “¿Guerra o paz? Las fuerzas internas de la revolución”). Fue con este ánimo optimista que Trotsky y su familia zarparon de Nueva York para Rusia el 27 de marzo de 1917, después de superar las dificultades que encontró en la embajada rusa en Nueva York para obtener un pasaporte.


Podía recordar su estadía en Estados Unidos con cierta satisfacción. Había abogado por un análisis socialista revolucionario y la respuesta a los acontecimientos actuales en medios impresos y en una serie de reuniones. Dar conferencias también era una forma conveniente de recaudar dinero. Mientras estuvo en Nueva York, según relata el historiador norteamericano Theodore Draper en “Las raíces del comunismo estadounidense”, Trotsky “dio no menos de treinta y cinco conferencias a diez dólares cada una”. Por otro lado, su campaña contra el social-patriotismo no había impedido que Estados Unidos entrara en la guerra, pero Trotsky debe haberse dado cuenta de que su periodismo no podía haber hecho esto. Además, ahora le daba la bienvenida a la guerra como presagio de la revolución sin, por supuesto, recomendar el derrotismo. Él se opuso a la insistencia de Lenin de que los socialistas deberían proclamar la derrota de su propio gobierno.
No, las mayores decepciones de Trotsky residen en el futuro. Ahora sabemos que sus esperanzas de un gobierno revolucionario paneuropeo en forma de Estados Unidos de Europa no se realizaron. Los trabajadores alemanes no lograron tomar el poder, a pesar de que los bolcheviques derrocaron al gobierno provisional en octubre de 1917 y a pesar de los esfuerzos de Trotsky por revelar la naturaleza imperialista de la guerra a través de su estrategia de “ni paz, ni guerra” durante las negociaciones de paz con el gobierno del Kaiser. Tal vez fuera bastante apropiado que el hombre que había argumentado que el proletariado necesitaba detener la guerra antes de poder volver los cañones contra la clase enemiga tuvo que negociar la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.
Trotsky interpretó los orígenes de la Primera Guerra Mundial en el marco del análisis económico y de clase marxista. Las hostilidades, para él, eran la consecuencia de que las fuerzas productivas sobrepasaran las fronteras nacionales. Para que las fuerzas productivas continúen creciendo y desarrollándose, las “relaciones de producción” (es decir, gobierno, propiedad) tendrían que cruzar las fronteras nacionales. Bajo el capitalismo y el imperialismo esto significaba que un grupo de capitalistas intentaba afirmar su hegemonía internacional mediante el uso de la fuerza. Cualquier mención de la guerra como una guerra de “liberación nacional” era, por lo tanto, según la lectura de Trotsky, una tontería. El conflicto armado era la única respuesta que el capitalismo podía tener ante un imperativo económico subyacente. Trotsky, como siempre lleno de optimismo revolucionario, percibió algunas buenas noticias para los radicales de izquierda en su análisis. Si el Estado-Nación era una base demasiado estrecha para el desarrollo económico, también era redundante como centro revolucionario. Para Trotsky, al menos en Europa, una estrategia revolucionaria tendría que ser continental. La revolución tendría que ocurrir a través de las antiguas fronteras nacionales en Europa, convirtiéndose en su consumación en los Estados Unidos socialistas de Europa.
El período del triunfo de Trotsky contenía también el germen de sus futuras decepciones. La revolución nacional no se extendió más allá de las fronteras de Rusia. El liderazgo de Joseph Stalin intentó construir el socialismo en forma aislada. Era un ambiente político que, tras la muerte de Lenin, vio a Trotsky aplastado políticamente y exiliado de la URSS. Trotsky nunca abandonó la política revolucionaria, continuó escribiendo y organizando y eventualmente formando una nueva Cuarta Internacional. Se vio obligado a cambiar de país de residencia con frecuencia hasta que finalmente encontró refugio en México. Fue allí donde, después de varios intentos fallidos de asesinato, uno de los agentes de Stalin asesinó a Trotsky en su estudio.