Marcos Moloeznik: Su genio táctico-organizativo en la Revolución de Octubre
El
politólogo mexicano Marcos Moloeznik (1961) es profesor del Departamento de
Estudios Políticos del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
de la Universidad de Guadalajara e investigador del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología (Conacyt) con sede en Ciudad de México. Cuenta con una Maestría en
Políticas Públicas otorgada por el Instituto Nacional de Administración Pública
(INAP) y un doctorado en Derecho por la Universidad de Alcalá de Henares, ambas
instituciones de España. Se ha desempeñado como profesor huésped en las
universidades de Buenos Aires y Rosario (Argentina), de Colonia y Berlín
(Alemania), de San Remo (Italia) y de Varsovia (Polonia). Sus líneas de
investigación se centran en el derecho internacional, la inteligencia
estratégica, los procesos de militarización de la seguridad pública en
Latinoamérica y la seguridad como política pública. Entre sus artículos y
ensayos pueden mencionarse “Seguridad interior, un concepto ambiguo”, “Orden
público y seguridad” y “Disturbios y tensiones internas”. También es autor del
libro “Tratado sobre pensamiento estratégico-militar”, una obra en la cual
presenta las doctrinas que se desarrollaron históricamente en torno al uso
estratégico y logístico de la guerra. Así, divide a los pensadores del tema
entre los clásicos (Marco Tulio Cicerón y Nicolás Maquiavelo), los ortodoxos
(Antoine Henri Jomini y Karl von Clausewitz), los heterodoxos (Erich Ludendorff
y Basil Liddell Hart) y los utópicos revolucionarios (Vladimir Lenin y Liev
Davidovich Bronstein - Trotsky). A este último lo definió como el organizador
militar del “primer Estado socialista del mundo”. El capítulo sobre Trotsky es
el que se reproduce seguidamente.
Marx y Engels adquieren notables conocimientos militares, siendo en particular este último, quien tiene la oportunidad de profundizar estudios en el plano propiamente técnico y operativo. Cabe preguntarse, ¿por qué ambos, y en especial Engels, se interesan por los temas militares? Friedrich Engels, pensador y dirigente socialista alemán, relacionado con los hegelianos de izquierda y con el movimiento de la Joven Alemania. De familia acomodada, estudia en la Universidad de Berlín, y recala en Londres como empresario para la atención de negocios familiares, donde es testigo de los efectos perniciosos de la revolución industrial que lo llevan a abrazar el socialismo, plasmar en sendas obras sus ideas y teorías revolucionarias, así como cultivar una amistad con Karl Marx. La organización militar de la sociedad, como instrumento al servicio del proletariado y, por ende, de la revolución social, ocupa el centro de sus preocupaciones. En otras palabras, la acción revolucionaria armada guía los estudios de Engels en el campo de la teoría y de la historia militar, con miras a desarrollar una estrategia revolucionaria.
Con posterioridad, Karl Liebknecht se ocupa de esta problemática, concluyendo que “haciendo abstracciones de la división en clases, el desarrollo de la relación de dominio está en todas partes estrechamente ligado al desarrollo de la técnica de las armas”. De este modo, la violencia está condicionada por la situación económica: el armamento, la composición del ejército, la organización, la táctica y la estrategia dependen, esencialmente, del nivel de producción alcanzado y del sistema de comunicaciones. De acuerdo a este análisis, “lo primario” de la propia violencia se encuentra, “en el poder económico, en la posibilidad de disponer de los poderosos recursos de la industria moderna”. Por otra parte, Engels comparte con Marx la concepción sobre el papel que desempeña la violencia en la historia: “es la revuelta masiva, la insurrección general del pueblo para conquistar su independencia”.
De esta forma, el examen del rol de la insurrección como matrona de la historia, se convierte en un imperativo categórico puesto que, “la insurrección es un arte, lo mismo que la guerra, y está sujeta a ciertas reglas. En primer lugar, no se jugará nunca con las insurrecciones, si no existe la decisión de llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias. En segundo lugar, una vez iniciada la insurrección, es menester obrar con la mayor determinación y pasar a la ofensiva. Dicho en otros términos, es fundamental contar con un ejército regular, como base para la creación de un ejército de voluntarios; con una organización militar sobre la que se edifique un nuevo edificio”.
Así, a lo largo de sus escritos, Lenin no deja de insistir en ello; en que “no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases e instaurar el socialismo. Hay guerras y guerras. Hay la guerra como aventura, que sirve a los intereses de una dinastía y a los apetitos de una banda de salteadores, que da satisfacción a las ambiciones de los héroes de la ganancia capitalista. Y hay guerra que es la única legítima, en la sociedad capitalista, contra los opresores y esclavizadores del pueblo”. Tampoco pierde de vista que, “la guerra es la prolongación de la política por otros medios” (por la violencia); tesis que toma de Clausewitz, a quien define como “uno de los escritores más profundos sobre temas militares”. Puesto que considera a esta sentencia, “como la base teórica de la ideas sobre la significación de toda guerra” para los marxistas. Por tanto, la guerra es la última razón, el fenómeno que caracteriza a la sociedad clasista; constituye el estallido de las contradicciones históricas, agudizadas de tal manera que no pueden ser resueltas de ninguna otra forma.
Esta guerra, de carácter netamente burgués, imperialista y dinástico, que lucha por la conquista de los mercados y por el sojuzgamiento y el saqueo de otros pueblos y países, con el afán de reprimir el movimiento revolucionario del proletariado, desgarra en dos claras posturas irreconciliables al socialismo: “una es la Internacional de aquellos que ayudan a sus gobiernos a realizar la guerra imperialista; y la otra es la Internacional de aquellos que realizan la lucha revolucionaria contra esa guerra”. En síntesis, “Lo más penoso para un socialista no son los horrores de la guerra, sino los horrores de la traición de los jefes del socialismo de nuestro tiempo, los horrores de la bancarrota de la II Internacional”.
En lo que respecta a la organización militar, Lenin se muestra partidario de la creación de un ejército revolucionario, dado que una clase oprimida que aspire a alcanzar su liberación debe aprender el manejo de las armas: “El ejército revolucionario responde a una necesidad, porque los grandes problemas históricos sólo pueden resolverse por la fuerza, y la organización de la fuerza es, en la lucha moderna, la organización militar”. Es decir, la forma de lucha y la cuestión de la organización con vistas a la lucha, constituyen dos caras de la misma moneda. Y esta organización armada, producto de la sustitución del ejército permanente por el pueblo en armas, exige el sistema de milicia proletaria: “Mientras haya en el mundo oprimidos y explotados, lo que debemos obtener no es el desarme, sino el armamento general del pueblo. Sólo él podrá asegurar plenamente la libertad. Sólo él podrá barrer por completo a la reacción”. Termina afirmando que este tipo de milicia -que se opone a la milicia burguesa- demanda: la elección popular de los oficiales, la abolición de toda justicia militar, el internacionalismo proletario y que el aprendizaje del manejo de las armas se haga a través de la libre asociación de los trabajadores.
Si el estratega de la revolución bolchevique es Lenin, el táctico del golpe de Estado de 1917 es Trotsky, porque de conformidad con el periodista y ensayista italiano, Curzio Malaparte quien en “Técnica del golpe de Estado” decía que, tratándose de una revolución, “lo que importa es la táctica insurreccional, es la técnica del golpe de Estado que no depende de las condiciones generales en las que se encuentre el país, ni de la existencia de una situación revolucionaria favorable a la insurrección”. La tropa de asalto de Trotsky se compone de un millar de obreros, de soldados y de marineros. Con ese personal cuidadosamente seleccionado, con esa tropa de asalto convenientemente ejercitada, en un terreno limitado, concentra sus esfuerzos sobre objetivos principales y da el golpe directa y duramente, tomando los edificios que constituyen los puntos estratégicos de la máquina burocrática y política.
Así, una vez que los bolcheviques se adueñan del poder, hacen tabla rasa con el desmoralizado e inservible ejército de los zares. Sin embargo, el vacío dejado por el hundimiento y disolución del antiguo brazo armado pone en peligro a la revolución: la arrolladora ofensiva desencadenada por el ejército alemán el 18 de febrero de 1918, rompe las líneas defensivas rusas, conquistando y ocupando la rica región de orden técnico, ya que -dice Earle- para apoderarse del Estado moderno “hace falta una tropa de asalto y técnicos: equipos de hombres armados dirigidos por ingenieros”. En otras palabras, en este caso las que el filósofo y sociólogo ruso volcó en “Crítica y acción”: “Las revoluciones no son juegos de niños, no son debates académicos en los que sólo se dañan las vanidades, ni justas literarias en las que sólo se derrama profusamente tinta. Revolución significa guerra y eso implica la destrucción de hombres y de cosas. Es de lamentar, por supuesto, que la humanidad no haya inventado todavía un medio más pacífico de progreso, pero hasta ahora cada paso adelante en la historia sólo ha sido alcanzado a costa de mucha sangre”.
Ante esta delicada situación, Lenin anuncia cinco días después: “Es tiempo de poner fin a las frases revolucionarias y de entrar a trabajar en forma real. Si esto no se hace renunciaré a formar parte del gobierno. Para llevar adelante una guerra revolucionaria, es necesario tener un ejército que por ahora no tenemos”. De resultas de estas palabras, nace el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos creado por decreto del 23 de febrero de 1918. Además, a lo largo de ese año, la joven república sufre numerosas intervenciones extranjeras: el 3 de abril, tropas japonesas desembarcan en Vladivostock; al día siguiente, los turcos se apoderan de Batum, sobre el mar Negro; el 12 de mayo, son expulsados las tropas rojas de Finlandia; el 1º de agosto, unidades británicas se adueñan de Arcángel, y hacen lo propio con Bakú, en el extremo sur; y, el 7 del mismo mes, tropas checoslovacas sublevadas, toman Kazán. Esta precaria posición del gobierno revolucionario, demuestra a Lenin que los principios revolucionarios requieren del soporte material de un ejército.
A esta sombría realidad tiene que hacer frente León Trotsky, como flamante Comisario del Pueblo para Asuntos de Guerra y responsable de la construcción del instrumento de defensa de la revolución. Es decir tiene que crear un ejército “de la nada” o, lo que es lo mismo, sobre las ruinas de otro, que la misma revolución había colaborado en destruir. Desde su primer día al frente del Consejo de Guerra Revolucionario -cargo que ocupa durante siete trascendentes años-, reconoce que “la cosa importante era la guerra como continuación de la política. Y el ejército como el instrumento de esta última. Los problemas de organización y técnica militar estaban aún en atraso”. Y a la guerra de conquista y agresión, como método propio del capitalismo, “el proletariado debe oponer su propio método: el de la revolución social”. Pero en la praxis y presionado por las amenazas que se ciernen sobre el Estado socialista, el sistema creado por Trotsky no corresponde a las concepciones utópicas de Marx y Engels acerca de las milicias proletarias como instrumento armado de esa revolución.
No obstante estas medidas, el tradicional recelo marxista con respecto al ejército permanente origina una polémica al seno del gobierno revolucionario; la cuestión de si esta organización armada debe ser una tropa revolucionaria, ideológicamente inspirada, o un ejército profesional, ocupa el centro del debate. Del mismo afloran dos posiciones encontradas: por un lado, los defensores de un ejército revolucionario, formado por una milicia proletaria o tropas territoriales, con escaso control central; para éstos, una doctrina militar revolucionaria debía reemplazar a las formas militares tradicionales o “burguesas”, tales como la disciplina, el escalafón, la cadena de mando y el servicio militar obligatorio. Del otro lado, los enemigos de la idea de la milicia, abogando en cambio por un ejército regular o acuartelado; con un núcleo de oficiales profesionales y una estricta organización, de la mano de una disciplina draconiana. Y, por sobre todo, partidarios de la dirección central, rechazan la autonomía local propugnada por los partidarios de la milicia proletaria.
Ahora bien, tanto los defensores de las milicias autónomas como los del ejercito permanente, comparten el proyecto de la revolución mundial: “Fieles a la tradición marxista proclamaban que antes de que el Estado Socialista pudiera ser transformado en una sociedad comunista, era necesaria la revolución mundial”, escribió el político laborista y articulista periodístico Richard H. S. Crossman. Esto explica la específica composición clasista del nuevo ejército (sólo podrían servir en él obreros y campesinos) y su elevado porcentaje de extranjeros; ejército como brazo armado de la Revolución y expresión del internacionalismo proletario.
Recapitulado, las notas esenciales de la organización militar soviética creada por Trotsky son las siguientes: a) Binomio sistema militar centralizado-ejército regular, en transición hacia un ejército de clases: “La transición hacia un sistema de milicia debe llevarse a cabo, sin falta, de manera gradual, en función de la situación militar, diplomática a internacional de la República soviética”. b) Empapado de un profundo espíritu internacionalista, persigue la revolución socialista internacional, construyéndose el brazo armado de la revolución sobre principios de clase: “En esta época de transición histórica, el proletariado hace del poder del Estado y de su aparato militar el monopolio de su propia clase”. Y c) Se introduce la figura de los comisarios políticos como una nueva orden de samurái comunista, encargados de concientizar a las masas populares, aleccionar a las tropas, efectuar tareas partidarias y ejercer vigilancia sobre los ex oficiales zaristas. Son “antes que nada los portadores del espíritu de nuestro Partido, de su disciplina, de su firmeza y su coraje en la lucha por alcanzar el objetivo fijado”.
Esta institución, responde al carácter revolucionario del ejército, definido por el carácter del régimen socialista que le da la vida, que le brinda un objetivo, transformándolo de esta forma en su instrumento. El juramento socialista del soldado del Ejército Rojo, es la plasmación de ese internacionalismo por excelencia: el compromiso que asumen los miembros de la organización militar de la República Soviética, es ante las clases trabajadoras del mundo entero, teniendo en vista su liberación.
En conclusión, afirma el mencionado Edward Mead Earle: “Examinado en forma retrospectiva, el trabajo de Trotsky en organizar, en proveer abastecimientos, en formar oficiales y hasta en mandar personalmente el Ejército Rojo, es una de las más notables hazañas de la historia militar moderna”; y los logros del creador del brazo armado del “Primer Estado Socialista del Mundo”, recibe también el reconocimiento de los generales alemanes Hoffman y Ludendorff, quienes califican como “hazaña napoleónica” el trabajo ciclópeo de aquel. No es para menos, en el lapso de tan sólo dos años y medio, el Ejercicio Rojo -bajo su dirección- recupera la iniciativa estratégica, pasando a la ofensiva y arrojando fuera de las fronteras de la joven República Soviética a las tropas agresoras. Este fue, además, el periodo en que los jóvenes comandantes de la guerra civil, entre ellos los futuros mariscales de la Segunda Guerra Mundial, se forjan en combate y obtienen un adiestramiento adecuado y el Ejército Rojo es dotado de sus reglamentos que lo coloca al mismo nivel que sus pares europeos.