1 de noviembre de 2022

Trotsky revisitado (LXI). Guerras y revoluciones (15)

Pierre Broué: El fin de la República y comienzo de la guerra civil española

Combinando su actividad académica con la militancia política, el historiador francés Pierre Broué (1926- 2005) encaró el estudio de los procesos revolucionarios que se desplegaron durante buena parte del siglo XX, desentrañando su desarrollo en el contexto de la relación entre las condiciones objetivas en que se desenvolvieron las fuerzas sociales que actuaron en ellos, las organizaciones políticas que los dirigieron y aquellas a las que se enfrentaron. Una ardua tarea que volcó en libros, artículos en diversas publicaciones y en numerosos trabajos en colaboración, prólogos, epílogos y anotaciones críticas. En 1961, en coautoría con Émile Temime, historiador y profesor en la Université de Aix-Marselle, publicó “La révolution et la guerre d'Espagne” (La revolución y la guerra en España), una obra que resquebrajó la versión tradicional de la unidad antifranquista, sacando a la luz la persecución que sufrieron los revolucionarios identificados con el trotskismo. Habló de las “falsificaciones históricas”, aquellas que descargaron la responsabilidad de la derrota de las masas españolas sobre ellas mismas y no sobre los partidos que paralizaron o aplastaron el movimiento revolucionario. “Hemos querido -escribió en el prólogo-, contra la ignorancia, el olvido, la falsificación, volver a dar a esta lucha el rostro más verídico posible, desprenderla de la leyenda que, precozmente, la ha sepultado”. En un trabajo posterior publicado en 1973, “La révolution espagnole. 1931-1939” (La revolución española (1931-1939), realizó un estudio de documentos en el que examinó las diferencias entre el POUM y Trotsky. La primera parte de los fragmentos extraídos de esa obra son los que se pueden leer a continuación.

 
Cuando se desencadena el levantamiento de los generales, el 19 de julio de 1936, no sorprende ni a Trotsky ni a los dirigentes del POUM. El gobierno del Frente Popular, emanación de la mayoría obrero-republicana, llevado al poder por las elecciones de febrero, ni pudo ni quiso comprometerse en la lucha contra los preparativos del complot y del levantamiento, y actuó como fiador de la “lealtad” de un ejército que preparaba la contrarrevolución. Pero esta tentativa de contrarrevolución preventiva fracasa frente a la resistencia de los trabajadores, que improvisan en algunas horas el armamento y la resistencia armada: vencen después de encarnizados combates, los marinos en la flota de guerra, los trabajadores en todos los grandes centros de Cataluña, de Asturias -excepto Oviedo, donde se dejan engañar por los dirigentes del Frente Popular- en Levante y en el mismo Madrid.
Al mismo tiempo, los trabajadores crean las organizaciones de su combate: milicias obreras, patrullas de control, comités con diversos nombres que unen a todas las organizaciones obreras y a los que también se unen, de buena o mala gana, los restos de las organizaciones republicanas. Pero los partidos y sindicatos, incluida la CNT, permanecen prisioneros de la orientación del Frente Popular de colaboración de clases: como un fantasma del pasado y de la ley, subsiste un gobierno “republicano”, constituido en el corazón de la insurrección, el gobierno Giral. En toda la España republicana se crea una situación de doble poder, donde, de forma desigual según las regiones y su mapa político, las masas, en el mismo movimiento que les lleva al combate, liquidan los problemas de la sociedad española, aportando sus soluciones, acabando con las fuerzas de represión, cuerpo de policía, ejército, autoridades tradicionales -la Iglesia en primer lugar-, se apoderan de las fábricas y de las tierras y comienzan a ejercer directamente el poder a través de sus comités.
Estos acontecimientos constituyen a los ojos de Trotsky una brillante confirmación de sus análisis sobre la sociedad española en crisis, su salida revolucionaria: sólo el proletariado, agrupado en sus propias organizaciones puede encontrar la respuesta a los problemas históricos que hay delante, comenzar, realizando las tareas “democráticas”, la transformación “socialista”: abatir el fascismo en España y acabar en toda Europa con el reino del capitalismo, empezando por el fascismo de los países que, como Italia y Alemania, se han colocado del lado de los generales españoles. La historia se encuentra de nuevo en uno de estos momentos privilegiados en los que la acción consciente del movimiento obrero puede dar la vuelta a la situación, parar la marcha hacia la guerra mundial, impedir los preparativos de guerra imperialista para un nuevo reparto del mundo, caminar con el espíritu de 1917 hacia la revolución mundial. Pero en las condiciones dadas, después de que los partidos pequeñoburgueses y conciliadores hayan saltado literalmente en pedazos en el encuentro armado, el obstáculo principal se encuentra a la cabeza del movimiento obrero, en la dirección de los partidos y sindicatos tradicionales que, arrastrados por el movimiento de masas, se preocupan sobre todo de controlarlo y de frenarlo, de limitarlo al marco parlamentario, reformista y legalista del Frente Popular.


En el seno de esta coalición contra la revolución, sellada en la alianza electoral de enero, el estalinismo constituye el factor esencial, y será de hecho, el principal agente de la empresa contrarrevolucionaria. Efectivamente, la Unión Soviética intenta a la vez conciliarse con el imperialismo franco-británico (las “democracias”) para la conclusión de una alianza militar contra la Alemania nazi y sus aliados, y evitar que un movimiento revolucionario victorioso en España, pueda poner en cuestión la hegemonía de su propio aparato, las propias bases de la dominación burocrática de la Unión Soviética. En el momento en que la sangrienta farsa del primer proceso de Moscú concreta la voluntad de Stalin de eliminar, al mismo tiempo que los compañeros de Lenin -empujados a confesiones deshonrosas por métodos policíacos-, todo lazo con el bolchevismo, sus lecciones y sus experiencias, con la corriente revolucionaria de Octubre de 1917, el estalinismo no puede más que luchar con toda su fuerza en España a fin de evitar una victoria proletaria, que significaría el fin de su propia dominación.
El camino de la victoria en España, la ruptura de los partidos obreros con la burguesía y sus partidos, es decir, con la dirección política del Frente Popular, la constitución de un gobierno obrero y campesino, la consolidación y transformación de los comités obreros y campesinos en verdaderos soviets, su transformación de organismos de coordinación entre partidos y sindicatos, en organismos que salgan de las propias masas y que ejerzan todo el poder, no puede imponerse más que al precio de un feroz combate contra todos los partidarios de la colaboración de clases, en primer lugar el aparato estalinista internacional, que juega un papel decisivo en España y está decidido a pagar el precio que sea.
Con todo, la lucha por el poder de los “comités-gobiernos”, de los comités transformados en soviets, la batalla por la eliminación del gobierno conciliador del Frente Popular y la creación de un gobierno obrero y campesino, la constitución en plena guerra civil del instrumento decisivo que constituye, sobre el modelo ruso, el ejército rojo, la lucha consciente por extender a toda Europa el incendio revolucionario que acaba de estallar en España; todo esto, no puede ser llevado a cabo sin la existencia de un partido revolucionario que sea, igual que lo fue el Partido Bolchevique, el partido de la dictadura del proletariado, el partido del “poder de los soviets”, el partido del ejército rojo. ¿El POUM, tal como es, puede llegar a ser este partido? ¿En qué condiciones? Esto es lo que Trotsky se pregunta y parece haber resuelto de forma positiva antes de que los acontecimientos desmientan este análisis y le obliguen a un nuevo giro radical y a esta desesperada empresa: la construcción, en plena guerra civil y a partir de nada, del partido revolucionario que es la condición de la victoria.
El POUM de agosto de 1936, no es muy distinto al de sus primeros meses de existencia. Su dirigente indiscutible, Joaquín Maurín, falta a la llamada, sorprendido en Galicia por el levantamiento, es hecho prisionero por los insurrectos fascistas: una ausencia que pesará sobre la historia del partido, ya que deja al POUM bajo la dirección de Nin, su “secretario político” frente a lo que Andrade llamaba el “reflejo de la defensa preventiva”, por parte de los ”ex-dirigentes bloquistas”, “contra los dirigentes originarios de la ICE”, a los que atribuyen la intención de “apoderarse del POUM” y de “imponer el trotskismo”. Por otra parte, el levantamiento militar le ha golpeado en las regiones en las que la Izquierda Comunista ejercía mayor influencia en el seno del POUM: Manuel Fernández Sendón en La Coruña, Luis Rastrollo, secretario general del POUM en Galicia, Luis Fernández Vigo, uno de sus organizadores en Andalucía y muchos otros cuadros y militantes provenientes de la Izquierda Comunista, serán fusilados en los primeros momentos de la insurrección militar. El resultado es que la organización catalana, salida casi totalmente del Bloc, adquiere en la organización unificada un peso aún más considerable.
Sin embargo, las transformaciones de los partidos obreros revolucionarios -lentas en los períodos de estabilidad política y social- pueden adquirir un ritmo acelerado en periodos de luchas de masas y guerra civil. Los militantes del POUM, por sus iniciativas, jugaron un papel importante en la organización de la lucha armada, en la puesta en pie de los organismos de combate proletarios, y su organización adquirió un nuevo peso. El POUM se ha convertido en un partido de masas, no sólo por el aumento de sus efectivos, que pasaron de 6.000 a más de 30.000 militantes, sino porque sus militantes, reconocidos como organizadores, están a punto de convertirse en los cuadros de la propia clase y de su juventud, sobre todo en las milicias.
Por otra parte dispone de los medios materiales que le ha valido su acción y la audiencia adquirida durante las jornadas revolucionarias: diarios en Barcelona, Madrid, Lérida, semanario del Partido y de la JCI, grupos de pioneros, grupos femeninos, locales, posibilidad de organización de actividades públicas de masas, mítines, desfiles, etc. Respecto a esto, el POUM, transformado debido al empuje revolucionario de las masas obreras y campesinas españolas, se priva de su tendencia al particularismo y se eleva a la necesidad de responder a los problemas situados a escala mundial. El antiguo dirigente bloquista Juan Farré, escribe en el diario de las JCI en Lérida: “El triunfo de la revolución española es el principio de un poderoso movimiento revolucionario mundial. El triunfo de la revolución española desplazará el meridiano de origen desde Moscú hasta Barcelona. El partido bolchevique ha degenerado, y es el POUM quien recoge la bandera de su tradición y la despliega en el mundo entero”.


Trotsky no olvida las divergencias pasadas, los incidentes con Nin, la firma del programa electoral de las izquierdas. Pero la situación revolucionaria que acaba de crearse en España exige audacia y grandes esfuerzos para avanzar en el camino de la organización revolucionaria. Según su opinión, el POUM, tal como es, puede ser ganado, a condición de que se le ayude, convirtiéndose en un poderoso factor tanto para la victoria de la revolución proletaria en España como para la construcción de la IV Internacional. Al día siguiente de finalizada la conferencia de Ginebra del movimiento por la IV Internacional, que se celebró a finales de julio, Jean Rous, miembro del Secretariado Internacional, se dirige a Barcelona, a donde llegará el 5 de agosto. Los contactos iniciales con los dirigentes del POUM, sobre todo con Andrés Nin, convertido en Secretario Político en ausencia de Maurín, son cordiales.
El POUM desea que Trotsky sea acogido en Cataluña, y así se lo dice oficialmente a Rous. Acepta gustosamente la colaboración, el “apoyo político, material y técnico” que le es ofrecido por los BL (Bolchevique-Leninistas), y se declara dispuesto a aceptar una colaboración regular de Trotsky en “La Batalla”. Trotsky responde al telegrama de Rous que le informaba sobre sus proposiciones con una carta -que no llegará a su destinatario- en la que insiste sobre la necesidad de “olvidar las divergencias pasadas”: frente a la tarea que deben abordar los revolucionarios en España y en otros lugares, hay que enterrar las antiguas querellas y buscar sinceramente la forma de trabajar juntos. Tiende la mano a Nin y Andrade, aconsejándoles que buscasen sobre todo el apoyo de los combatientes anarquistas, cuyo papel es decisivo en la guerra y la revolución. Sin embargo muy pronto, las presiones del gobierno de Stalin sobre los noruegos, las amenazas de los nazis, el comienzo del primer Proceso de Moscú, la falta de confirmación de las proposiciones de estancia en Cataluña, le privan de la esperanza, acariciada durante un instante, de intervenir personalmente en el desarrollo de la revolución española: prácticamente prisionero en Noruega, se ve obligado al silencio a partir del 26 de agosto.
En el momento en que sus relaciones con Nin y sus antiguos camaradas de la Izquierda Comunista, convertidos en dirigentes del POUM, debían tomar su forma definitiva, en un momento en que la menor iniciativa política, podía tener consecuencias de significado incalculable, Trotsky se ve reducido a la impotencia, incapacitado incluso para intervenir desde lejos, por medio de cartas, como lo había hecho hasta ahora. Es en Barcelona -y sin él- donde se juega el porvenir. Jean Rous -Clart en la organización BL-, ha sido el elegido por cuenta del SI, sobre todo por sus conocimientos de idiomas, aunque es competente, hábil, prudente y buen negociador. Las dificultades se van acumulando sobre sus pasos. Contaba con apoyarse en Barcelona en un militante italiano, Di Bartolomeo -Fosco-, veterano de la “nueva oposición italiana”, expulsado de Francia en la primavera, refugiado en España, donde habla sido arrestado y posteriormente liberado a consecuencia de una campaña del POUM. Los dirigentes del POUM, desbordados, le confiaron la responsabilidad del recibimiento y la organización de los militantes extranjeros que acudiesen. Fue él quien abrió las primeras puertas a Rous, quién le acompañó al mitin del Bosque en el que Nin leyó ante varios millares de trabajadores el “saludo” de la IV Internacional.
Pero las buenas relaciones no duraron mucho. Fosco juega un papel personal, se escribe con Molinier, que llegará pronto a Barcelona. Rous le aconseja que le haga volver en seguida, a fin de no comprometer definitivamente el acercamiento entre Trotsky y Nin. Fue Fosco quien aconsejó a Nin y a Andrade hacer venir a Landau, que pronto se revelará como un antitrotskista encarnizado; fue él quien desaconsejó a Nin hacer venir a Leon Sedov, hijo de Trotsky, que estaba dispuesto a “ponerse a disposición del trabajo militar del POUM”. Los elementos BL venidos del extranjero complican la tarea del representante del SI: a menudo sectarios. Profieren juicios sumarios sobre el POUM, repiten las severas apreciaciones de Trotsky, reiteradas en una carta de julio al SI, publicada por primera vez en agosto en “La Lutte Ouvriere”, toman la lección a los militantes del POUM, ufanos de su combate y de su partido. Uno de ellos, el italiano Stellio (seudónimo de Renato Metteo Pistone) roba una carta de Molinier del despacho de Fosco, cuenta que Blasco la ha enviado para vigilar a Rous y se queja de que los dirigentes del POUM hayan amenazado con hacerle fusilar. Los belgas, que llegan todos con cartas de recomendación de Víctor Serge, miran por encima del hombro a los franceses del POI, y los italianos ensordecen a sus camaradas con el ruido de sus querellas fraccionales.


Barcelona tiende a convertirse en un coto cerrado de los grupos llamados de extrema izquierda que gravitan alrededor del POUM y que se disputan el acceso a sus locales, como el hotel Falcón. Los alemanes del KPO y del SAP, se reclaman del Buró de Londres, pero se inclinan hacia el Frente Popular y son muy antitrotskistas. Michel Collinet, brazo derecho de Marceau Pivert en la Izquierda Revolucionaria de la SFIO, pone en guardia a los dirigentes del POUM contra las empresas trotskistas. La derecha del POUM, los antiguos bloquistas, se jactaban de su posible influencia, de la eventual debilidad de Nin respecto a ellos, de las relaciones que Andrade continúa teniendo con ellos. Se dirá y repetirá que “los trotskistas” se han apoderado de la emisora de radio del POUM en Madrid, donde efectivamente están empleados algunos militantes para las emisiones en lengua extranjera. El primer artículo de Trotsky para “La Batalla” es amputado por Gorkin de una corta frase que atacaba a Marceau Pivert y Maurice Paz, responsables de la SFIO, el partido que patrocina la no-intervención. En el entierro de Robert de Fauconnet, muerto en el frente, Rous está autorizado a hablar, pero el servicio de orden del POUM impide que se despliegue sobre el círculo la bandera de la IV Internacional.
El gobierno de la Generalitat no acepta proporcionar a Trotsky un visado de entrada: los dirigentes anarquistas están lejos de desear su presencia. Por otra parte Trotsky no dio señales de vida desde que Rous le transmitiera por telegrama las proposiciones del POUM; se ha perdido toda esperanza de una explicación directa y los incidentes, que se multiplican, son significativos de un fenómeno mucho más profundo del que dan testimonio tanto las cartas y los informes de Rous desde Barcelona, como las de Moulin desde Madrid: la entrada del POUM en el Consejo Económico, la progresiva integración del Comité Central de las milicias en los resortes del gobierno de la Generalitat, les parecen índices inquietantes de una orientación que se encaminaba hacia la política del Frente Popular, haciendo resurgir las viejas desconfianzas y las antiguas querellas. En seguida se hace evidente que se prepara un giro político en Cataluña y que la dirección del POUM se dispone a seguir una línea que no podría encontrar la aprobación de Trotsky: a partir del momento en que los anarquistas tienen en cuenta la posibilidad de entrar en un gobierno que uniera a todas las fuerzas “antifascistas”, los principales dirigentes del POUM estiman que no pueden hacer otra cosa que seguirlos.
Pensando que esta orientación significaría la ruptura definitiva con Trotsky, Andrade reclama en vano la organización de una discusión con el Secretario Internacional. Por el contrario, otros presionan para que se corten lo más rápido posible estos lazos comprometedores. Y es que el POUM no sólo es centrista por su historia, las posiciones adoptadas por su congreso de unificación, su heterogeneidad, el carácter a menudo contradictorio de sus posturas de una semana a otra, las dudas y las divisiones de sus dirigentes y sus consejeros, lo es también por las oposiciones y los contrastes que nacen entre sus diferentes federaciones: de hecho, hay varios POUM.
En Madrid, el local del POUM está decorado con un inmenso retrato de Trotsky. El núcleo del POUM en la capital -donde no quedaron más que algunos antiguos dirigentes de la Agrupación autónoma que se pasaron al Bloc después de la partida de Portela, que se instaló en Valencia por incompatibilidad de caracteres con los demás dirigentes madrileños- está constituido por los veteranos de la Izquierda Comunista, vieja y joven guardia, que va desde el veterano Luis García Palacios -pronto desmoralizado-, hasta los jóvenes reclutados en la zona Sur, como Jesús Blanco, pasando por los Enrique Rodríguez o Eugenio Fernández Granell, reclutados también en el período de “oposición” en las filas del Partido Comunista. A principios de 1936 cuenta más o menos con 150 militantes, todos sentimentalmente unidos a la IV Internacional y a Trotsky como al POUM en que decidieron constituir a la Izquierda Comunista. Este puñado de hombres tuvo mucha importancia en la lucha contra la insurrección militar de julio. El papel de los militantes madrileños del POUM en el asalto al cuartel de la Montaña, que atacaron al grito de “¡Viva Trotsky!”, así como en los combates de los primeros días, su ardor y dinamismo, en seguida les valieron el aprecio y una audiencia incontestable, sobre todo entre la juventud obrera.
Tanto es así, que el 20 de julio el POUM madrileño constituye una “columna motorizada” -un centenar de hombres que manda el comunista franco-argentino Hipólito Etchebéhère (Juan Rústico)- que será la punta de lanza del “batallón de voluntarios obreros 20 de julio”, bajo el mando de un oficial de carrera, gran lector y admirador de Trotsky, héroe de la batalla por el cuartel de la Montaña, donde había sido hecho prisionero por los fascistas, el capitán Santiago Martínez Vicente.