David García Colín Carrillo: La vinculación
entre la psicología y el medio social
David García Colín Carrillo, ha escrito varios
artículos relacionados con Trotsky, entre ellos “A la historia se le combate a
puñetazos. Trotsky contra la posmodernidad”, “Trotsky y el materialismo
dialéctico. Apuntes filosóficos” y “Trotsky, Breton y Rivera. Cuando la
revolución y el arte confluyen”. En “Trotsky y el psicoanálisis”, el mencionado
capítulo de su tesis doctoral, entre otros conceptos sostiene que junto con el
médico psiquiatra y psicoterapeuta austríaco Alfred Adler, el político y
diplomático soviético Adolf Ioffe y el psiquiatra y psicoanalista
austro-estadounidense Wilhelm Reich, Trotsky fue uno de los primeros pensadores
en tratar de vincular el marxismo con el psicoanálisis. Adler, colaborador de
Sigmund Freud hasta su ruptura en 1911 con la Asociación Psicoanalítica Vienesa
y padre de la llamada psicología individual, describió el fuerte vínculo entre
la enfermedad psicológica y las condiciones laborales de los trabajadores,
causa de sus paupérrimas condiciones de vida. Mientras tanto Ioffe, activo
participante en las revoluciones de 1905 y 1917, gran admirador de Freud,
escribió algunos artículos breves al respecto que sirvieron para el desarrollo
pionero del psicoanálisis y a la consolidación de su perspectiva y su práctica,
ya en la Rusia zarista y, fundamentalmente, luego del triunfo de la revolución
bolchevique. Reich, por su parte, consideraba que el capitalismo era
incompatible con la salud mental de la población, la que sólo se podría lograr
con la abolición de la sociedad de clases, y orientó su trabajo hacia la
búsqueda de una síntesis entre el psicoanálisis y el materialismo dialéctico, y
estudió la estructura de carácter neurótico de las masas como consecuencia del
sometimiento a la autoridad. La segunda y última parte de algunos fragmentos de
ese capítulo -cuyo título completo es “Trotsky y el psicoanálisis (Pavlov,
Wilhelm Reich y la psicología de masas). Los deslices y olvidos del último
Freud, una crítica desde el marxismo”,
puede leerse seguidamente.
La deriva
hacia el misticismo de Reich no implica que se deban desechar las ideas de su
segunda etapa. Al menos Trotsky se interesó en establecer un puente con Reich.
Es cierto que Trotsky no compartía el fuerte acento que Reich ponía sobre el
factor sexual. Es cierto que la explicación de Reich acerca del ascenso del
fascismo tenía fallas a ojos de Trotsky. Reich explicaba el ascenso del
fascismo en virtud del factor subjetivo (la psicología de masas) pero lo hacía
de una forma abstracta. Para Trotsky el factor subjetivo puede explicar el
ascenso del fascismo en tanto se descubra el lamentable papel de las
direcciones de los partidos obreros (PCA y SPD) que se negaron a establecer un
frente único y permitieron que Hitler llegara al poder sin romper un sólo
cristal arrojando a las capas medias desesperadas y desencantadas a los brazos
de la reacción. Así la predisposición psicológica de la pequeña burguesía a
apoyar a los nazis se comprende si entendemos no sólo su posición social en
abstracto, sino sobre todo, la forma en que esa psicología evolucionó desde el
polo izquierdo del espectro político hacia la extrema derecha cuando la
izquierda no brindó ninguna alternativa.
Trotsky y Reich compartían la necesidad de vincular a Freud con Marx aunque difirieran en la forma y en énfasis. Es posible que “La psicología de masas del fascismo” no sea la fuente más adecuada para estudiar el fenómeno nazi, pero la contribución pionera de Reich tampoco se opaca por sus errores teóricos ni difumina el hecho de que el enlace establecido entre Marx y Freud es audaz y brillante. Cuando Reich explica la vinculación dialéctica entre las condiciones materiales de vida y las características del carácter psicológico de capas, clases y grupos sociales, o cuando plantea la formación social de la psique y su papel conservador, es decir, la tesis de que la psicología no registra automáticamente el cambio de las condiciones materiales, establece, sin duda, una aportación fecunda al instaurar puentes prometedores y sumamente interesantes entre el psicoanálisis y el marxismo.
Algunas tesis desarrolladas en la obra de marras coinciden con Trotsky: “La ideología de cada formación social -escribe- no solamente tiene como función reflejar el proceso económico, sino también enraizaría en las estructuras psíquicas de los hombres de esa sociedad. Los hombres son tributarios de su condición de existentes a doble título: directamente dependen por sus incidencias económicas y sociales; indirectamente por medio de la estructura ideológica de la sociedad. Por lo tanto, en su estructura psíquica han de desarrollar siempre una antinomia que responda a la contradicción entre las repercusiones de su situación material y las de la estructura ideológica de la sociedad. Y como los hombres que forman parte de las diferentes capas no son solamente los objetos de esas influencias, sino que las reproducen también como individuos activos, su pensamiento y su acción deben ser tan contradictorios como la sociedad de la que emanan. Como quiera que una ideología social modifique la estructura psíquica de los hombres, no se reproduce solamente en esos hombres sino que, lo que es más importante, la ideología toma en la forma de ese hombre concretamente modificado -y que actúa de modo modificado y contradictorio-, el carácter de una fuerza activa, de un poder material. Así y solamente así se explica el efecto de reacción de la ideología de una sociedad sobre la base social de la que ha surgido. El ‘efecto de reacción’ pierde su carácter aparentemente metafísico o psicologista si se entiende su forma funcional como la estructura caracterológica del hombre que actúa socialmente. Precisamente por este motivo se convierte en objeto de la investigación caracterológica científica. Se ve entonces más claramente por qué la ‘ideología’ se transforma más lentamente que la base económica”.
La vinculación entre psicología y medio social es establecida por Trotsky en la misma línea de pensamiento aunque, quizás, establece esta relación con un criterio más dialéctico y complejo: la psicología, como el arte, no consisten en simples expresiones directas de un medio social sino que, hasta cierto punto, obedecen a sus propias leyes e influyen, como factor activo, en su medio; aunque, en última instancia, reflejan el ser social. En su “Historia de la Revolución Rusa” escribió: “No es nuestro propósito, ni mucho menos, negar la importancia que lo personal tiene en la mecánica del proceso histórico ni la influencia del factor fortuito en lo personal. Lo que sostenemos es que la personalidad histórica, con todas sus peculiaridades, no debe enfocarse precisamente como una síntesis escueta de rasgos sicológicos sino como una realidad viva, reflejo de determinadas condiciones sociales sobre las cuales reacciona. Del mismo modo que la rosa no pierde su fragancia por el hecho de que el naturalista indique los elementos del suelo y de la atmósfera de que se nutre, la personalidad no pierde su aroma, o su hedor, por poner en descubierto sus raíces sociales”. Si bien a Reich se le olvida mencionar que esa psicología activa es tanto más un factor histórico en tanto está organizada, en general, Trotsky sostenía, poco más o menos, las mismas posturas acerca de la vinculación entre lo objetivo y lo subjetivo.
Trotsky como dirigente de masas tenía que comprender muy bien el “proceso inconsciente de toma de consciencia” de las masas. Es posible encontrar en sus escritos elementos valiosos para una teoría sobre la psicología de masas en relación con los procesos revolucionarios. Tal es el tipo de psicología sobre la que Reich pretendía teorizar. A Trotsky no le interesa enfocar la psique de los individuos de forma aislada, lo que le importa es comprender las transformaciones psicológicas de las masas en combate. Como señala la dialéctica, en contradicción con la lógica formal, “el todo no es igual a la suma de las partes” y, así como es imposible comprender el movimiento de un gas en función del movimiento de las partículas aisladas, es imposible comprender los cambios en la psicología de las masas por la sumatoria de las psiques individuales. A los fenómenos cualitativos que surgen de la interacción de partes que carecen de dicha cualidad se les conoce como “fenómenos emergentes” en la Teoría del Caos; por su parte, en su “Lógica”, Hegel llamó a este patrón “línea nodal de medida”.
Trotsky y Reich compartían la necesidad de vincular a Freud con Marx aunque difirieran en la forma y en énfasis. Es posible que “La psicología de masas del fascismo” no sea la fuente más adecuada para estudiar el fenómeno nazi, pero la contribución pionera de Reich tampoco se opaca por sus errores teóricos ni difumina el hecho de que el enlace establecido entre Marx y Freud es audaz y brillante. Cuando Reich explica la vinculación dialéctica entre las condiciones materiales de vida y las características del carácter psicológico de capas, clases y grupos sociales, o cuando plantea la formación social de la psique y su papel conservador, es decir, la tesis de que la psicología no registra automáticamente el cambio de las condiciones materiales, establece, sin duda, una aportación fecunda al instaurar puentes prometedores y sumamente interesantes entre el psicoanálisis y el marxismo.
Algunas tesis desarrolladas en la obra de marras coinciden con Trotsky: “La ideología de cada formación social -escribe- no solamente tiene como función reflejar el proceso económico, sino también enraizaría en las estructuras psíquicas de los hombres de esa sociedad. Los hombres son tributarios de su condición de existentes a doble título: directamente dependen por sus incidencias económicas y sociales; indirectamente por medio de la estructura ideológica de la sociedad. Por lo tanto, en su estructura psíquica han de desarrollar siempre una antinomia que responda a la contradicción entre las repercusiones de su situación material y las de la estructura ideológica de la sociedad. Y como los hombres que forman parte de las diferentes capas no son solamente los objetos de esas influencias, sino que las reproducen también como individuos activos, su pensamiento y su acción deben ser tan contradictorios como la sociedad de la que emanan. Como quiera que una ideología social modifique la estructura psíquica de los hombres, no se reproduce solamente en esos hombres sino que, lo que es más importante, la ideología toma en la forma de ese hombre concretamente modificado -y que actúa de modo modificado y contradictorio-, el carácter de una fuerza activa, de un poder material. Así y solamente así se explica el efecto de reacción de la ideología de una sociedad sobre la base social de la que ha surgido. El ‘efecto de reacción’ pierde su carácter aparentemente metafísico o psicologista si se entiende su forma funcional como la estructura caracterológica del hombre que actúa socialmente. Precisamente por este motivo se convierte en objeto de la investigación caracterológica científica. Se ve entonces más claramente por qué la ‘ideología’ se transforma más lentamente que la base económica”.
La vinculación entre psicología y medio social es establecida por Trotsky en la misma línea de pensamiento aunque, quizás, establece esta relación con un criterio más dialéctico y complejo: la psicología, como el arte, no consisten en simples expresiones directas de un medio social sino que, hasta cierto punto, obedecen a sus propias leyes e influyen, como factor activo, en su medio; aunque, en última instancia, reflejan el ser social. En su “Historia de la Revolución Rusa” escribió: “No es nuestro propósito, ni mucho menos, negar la importancia que lo personal tiene en la mecánica del proceso histórico ni la influencia del factor fortuito en lo personal. Lo que sostenemos es que la personalidad histórica, con todas sus peculiaridades, no debe enfocarse precisamente como una síntesis escueta de rasgos sicológicos sino como una realidad viva, reflejo de determinadas condiciones sociales sobre las cuales reacciona. Del mismo modo que la rosa no pierde su fragancia por el hecho de que el naturalista indique los elementos del suelo y de la atmósfera de que se nutre, la personalidad no pierde su aroma, o su hedor, por poner en descubierto sus raíces sociales”. Si bien a Reich se le olvida mencionar que esa psicología activa es tanto más un factor histórico en tanto está organizada, en general, Trotsky sostenía, poco más o menos, las mismas posturas acerca de la vinculación entre lo objetivo y lo subjetivo.
Trotsky como dirigente de masas tenía que comprender muy bien el “proceso inconsciente de toma de consciencia” de las masas. Es posible encontrar en sus escritos elementos valiosos para una teoría sobre la psicología de masas en relación con los procesos revolucionarios. Tal es el tipo de psicología sobre la que Reich pretendía teorizar. A Trotsky no le interesa enfocar la psique de los individuos de forma aislada, lo que le importa es comprender las transformaciones psicológicas de las masas en combate. Como señala la dialéctica, en contradicción con la lógica formal, “el todo no es igual a la suma de las partes” y, así como es imposible comprender el movimiento de un gas en función del movimiento de las partículas aisladas, es imposible comprender los cambios en la psicología de las masas por la sumatoria de las psiques individuales. A los fenómenos cualitativos que surgen de la interacción de partes que carecen de dicha cualidad se les conoce como “fenómenos emergentes” en la Teoría del Caos; por su parte, en su “Lógica”, Hegel llamó a este patrón “línea nodal de medida”.
Aquí nos
encontramos con un tipo de psicología que escapa a los alcances del
psicoanálisis tradicional. Si bien en este terreno el concepto de consciente e
inconsciente sigue siendo de gran trascendencia. Ya no se trata, en sentido
estricto, de psicoanálisis (al menos en su forma tradicional), pero los aportes
de Freud al respecto del inconsciente son incorporados al análisis. Para
entender los aportes de Trotsky acerca de la psicología de las masas debemos
partir de su definición de revolución: “El rasgo característico más
indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los
acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o
democrático, está por encima de la Nación; la historia corre a cargo de los
especialistas en este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los
parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el
orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen la barrera
que las separa de la palestra política, derriban a sus representantes
tradicionales y, con su intervención, crean el punto de partida para el nuevo
régimen”.
El proceso objetivo que conduce al estallido de una revolución fue descrito, en términos generales, por Marx en su famoso prólogo de su “Contribución a la crítica de la economía política” explicando que los periodos revolucionarios surgen en los momentos en que el desarrollo de las fuerzas productivas entra en contradicción con las relaciones sociales vigentes. En el caso del capitalismo, el desarrollo de la industria, el comercio y la producción social entra en contradicción con la propiedad privada de los medios de producción y el Estado-Nación. Pero las condiciones efectivas no bastan por si mismas para que el estado de cosas existente eclosione; si las condiciones objetivas generaran automáticamente cambios en las relaciones de propiedad, las revoluciones serían tan automáticas como los eclipses. Las revoluciones surgen cuando las condiciones objetivas sacuden la consciencia aletargada de las clases sociales y las masas entran en acción tratando de tomar el destino en sus manos: “La dinámica de los cambios revolucionarios -nos dice Trotsky- se hallan directamente informadas por los rápidos, tensos y violentos cambios que sufre la psicología de las clases formadas antes de la revolución”.
La psicología de las masas es, entonces, un elemento de suma relevancia para explicar la continuidad de un sistema social o su derrumbe revolucionario. Esta afirmación puede ser paradójica si consideramos el papel que el marxismo siempre ha puesto en las condiciones objetivas rechazando las interpretaciones idealistas o subjetivistas del proceso histórico. Sin embargo, la paradoja se difumina cuando analizamos la tensión dialéctica entre el proceso objetivo y su expresión subjetiva: son las condiciones sociales las que conforman y sacuden la psicología de las masas, la consciencia es incapaz de transformar aquello que no está objetivamente maduro para “dar a luz” las nuevas formas. La interacción entre lo objetivo y lo subjetivo es contradictoria y no es automática.
“La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita -escribe Trotsky en ‘Historia de la Revolución Rusa’- como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta prácticamente como algo definitivo las instituciones a que se encuentra sometida. Pasan largos años durante los cuales la obra de la crítica de la oposición no es más que una válvula de seguridad para dar salida al descontento de las masas y una condición que garantiza la estabilidad del régimen social dominante. Han de sobrevenir condiciones completamente excepcionales, independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección”.
La contradicción radica en el hecho de que las condiciones objetivas son mucho más dinámicas que la psicología. Esto explica, en parte, que las revoluciones sociales sean fenómenos tan raros en la historia aun cuando conformen los puntos de inflexión que impulsan su desarrollo. En el desarrollo histórico, la psicología representa el factor conservador: “Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y las relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento en que éstas se desploman catastróficamente, por así decirlo, sobre los hombres, es lo que en los periodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los ‘demagogos’”.
El proceso objetivo que conduce al estallido de una revolución fue descrito, en términos generales, por Marx en su famoso prólogo de su “Contribución a la crítica de la economía política” explicando que los periodos revolucionarios surgen en los momentos en que el desarrollo de las fuerzas productivas entra en contradicción con las relaciones sociales vigentes. En el caso del capitalismo, el desarrollo de la industria, el comercio y la producción social entra en contradicción con la propiedad privada de los medios de producción y el Estado-Nación. Pero las condiciones efectivas no bastan por si mismas para que el estado de cosas existente eclosione; si las condiciones objetivas generaran automáticamente cambios en las relaciones de propiedad, las revoluciones serían tan automáticas como los eclipses. Las revoluciones surgen cuando las condiciones objetivas sacuden la consciencia aletargada de las clases sociales y las masas entran en acción tratando de tomar el destino en sus manos: “La dinámica de los cambios revolucionarios -nos dice Trotsky- se hallan directamente informadas por los rápidos, tensos y violentos cambios que sufre la psicología de las clases formadas antes de la revolución”.
La psicología de las masas es, entonces, un elemento de suma relevancia para explicar la continuidad de un sistema social o su derrumbe revolucionario. Esta afirmación puede ser paradójica si consideramos el papel que el marxismo siempre ha puesto en las condiciones objetivas rechazando las interpretaciones idealistas o subjetivistas del proceso histórico. Sin embargo, la paradoja se difumina cuando analizamos la tensión dialéctica entre el proceso objetivo y su expresión subjetiva: son las condiciones sociales las que conforman y sacuden la psicología de las masas, la consciencia es incapaz de transformar aquello que no está objetivamente maduro para “dar a luz” las nuevas formas. La interacción entre lo objetivo y lo subjetivo es contradictoria y no es automática.
“La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita -escribe Trotsky en ‘Historia de la Revolución Rusa’- como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta prácticamente como algo definitivo las instituciones a que se encuentra sometida. Pasan largos años durante los cuales la obra de la crítica de la oposición no es más que una válvula de seguridad para dar salida al descontento de las masas y una condición que garantiza la estabilidad del régimen social dominante. Han de sobrevenir condiciones completamente excepcionales, independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección”.
La contradicción radica en el hecho de que las condiciones objetivas son mucho más dinámicas que la psicología. Esto explica, en parte, que las revoluciones sociales sean fenómenos tan raros en la historia aun cuando conformen los puntos de inflexión que impulsan su desarrollo. En el desarrollo histórico, la psicología representa el factor conservador: “Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y las relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento en que éstas se desploman catastróficamente, por así decirlo, sobre los hombres, es lo que en los periodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los ‘demagogos’”.
Con respecto a la revolución rusa de febrero de 1917 Trotsky describe el
“proceso molecular” de la que surgió: “En cada fábrica, en cada taller, en
cada compañía, en cada café, en el hospital militar, en el punto de etapa,
incluso en la aldea desierta, el pensamiento revolucionario realizaba una labor
callada y molecular. Por dondequiera surgían intérpretes de los
acontecimientos, obreros precisamente, a los cuales podía preguntarse la verdad
de lo sucedido y de quienes podían esperarse las consignas necesarias. Estos
caudillos se hallaban muchas veces entregados a sus propias fuerzas, se
orientaban mediante las generalizaciones revolucionarias que llegaban
fragmentariamente hasta ellos por distintos conductos, sabían leer entre líneas
en los periódicos liberales aquello que les hacía falta. Su instinto de clase
se hallaba agudizado por el criterio político, y aunque no desarrollaran
consecuentemente todas sus ideas, su pensamiento trabajaba invariablemente en
una misma dirección. Estos elementos de experiencia, de crítica, de iniciativa,
de abnegación, iban impregnando a las masas y constituían la mecánica interna,
inaccesible a la mirada superficial, y sin embargo decisiva, del movimiento
revolucionario como proceso consciente”.
Es
necesario acudir al contenido del profundo pozo del inconsciente para explicar
de manera aproximada cómo funciona el “proceso molecular de la revolución” en
la mente de las masas trabajadoras. En periodos de estabilidad social la psique
de las masas está dominada por los prejuicios alienantes absorbidos de la
cotidianidad, de la filosofía inoculada por la clase dominante. El marxismo no
idealiza a las masas explotadas, sólo explica el lugar que a cada sector (en
especial a la clase obrera) le corresponde en el proceso de producción y extrae
las consecuencias políticas que de ello se deriva, haciendo un análisis de los
periodos y procesos históricos para estar en condiciones de intervenir en
ellos. Para explicar el “proceso molecular de la revolución” es necesario
aceptar no sólo la existencia de una capa inconsciente de la psique sino que en
ella se acumulan experiencias de lucha, humillaciones que se ocultan a la razón
consciente, resentimientos, anhelos; todo lo anterior reprimido por la dura
costra del conservadurismo “consciente” dirigido por prejuicios y pensamientos
conservadores.
Y así como en los “actos fallidos del inconsciente” emergen pulsiones reprimidas, en las revoluciones se libera un “instinto de clase” en el que las masas radicalizadas pueden, por “intuición”, desconfiar de los políticos tradicionales, tomar la política en sus manos, discutir y debatir asuntos que parecían exclusivos de “los que saben”, tomar iniciativas, movilizarse, empujar a sus representantes a la izquierda, criticar todo lo que parecía eterno e incuestionable; surge una sed de aprender que hubiera parecido imposible para un trabajador enajenado e inculto. Estos cambios de consciencia son tan radicales que la personalidad parece absolutamente trastocada y los valores haberse trasmutado por completo.
Sin embargo no existe en el análisis de Trotsky la fundamentación de algún tipo de “espontaneísmo revolucionario”. El despertar político de las masas en los procesos revolucionarios es contradictorio, heterogéneo y discontinuo. Si todas las capas de las masas sacaran las mismas conclusiones revolucionarias al mismo tiempo, el proceso de cambio y surgimiento de las diversas formaciones sociales sería fácil y prácticamente automático. Pero la sobrevivencia del capitalismo atestigua que el asunto no es tan fácil y que no es automático. De la existencia de diversas capas en las masas de la población (campesinos, pequeña burguesía, obreros), de la relativa heterogeneidad de la propia clase obrera (trabajadores industriales, del transporte, sector servicios, etc.), así como de las tradiciones políticas de la misma se implican el ritmo desigual y combinado del “proceso molecular de la revolución” y la necesidad de la existencia del “factor subjetivo” por excelencia que, para el marxismo, es la organización revolucionaria. Trotsky lo explica con una metáfora inigualable: “Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor”.
Y así como en los “actos fallidos del inconsciente” emergen pulsiones reprimidas, en las revoluciones se libera un “instinto de clase” en el que las masas radicalizadas pueden, por “intuición”, desconfiar de los políticos tradicionales, tomar la política en sus manos, discutir y debatir asuntos que parecían exclusivos de “los que saben”, tomar iniciativas, movilizarse, empujar a sus representantes a la izquierda, criticar todo lo que parecía eterno e incuestionable; surge una sed de aprender que hubiera parecido imposible para un trabajador enajenado e inculto. Estos cambios de consciencia son tan radicales que la personalidad parece absolutamente trastocada y los valores haberse trasmutado por completo.
Sin embargo no existe en el análisis de Trotsky la fundamentación de algún tipo de “espontaneísmo revolucionario”. El despertar político de las masas en los procesos revolucionarios es contradictorio, heterogéneo y discontinuo. Si todas las capas de las masas sacaran las mismas conclusiones revolucionarias al mismo tiempo, el proceso de cambio y surgimiento de las diversas formaciones sociales sería fácil y prácticamente automático. Pero la sobrevivencia del capitalismo atestigua que el asunto no es tan fácil y que no es automático. De la existencia de diversas capas en las masas de la población (campesinos, pequeña burguesía, obreros), de la relativa heterogeneidad de la propia clase obrera (trabajadores industriales, del transporte, sector servicios, etc.), así como de las tradiciones políticas de la misma se implican el ritmo desigual y combinado del “proceso molecular de la revolución” y la necesidad de la existencia del “factor subjetivo” por excelencia que, para el marxismo, es la organización revolucionaria. Trotsky lo explica con una metáfora inigualable: “Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor”.
La dinámica de una revolución se explica, en parte, por los flujos y reflujos de la consciencia de las masas. De las diversas etapas que describe la Revolución Rusa en los nueve meses que van de febrero a octubre de 1917, Trotsky extrae un patrón general de los procesos revolucionarios en el que la psicología de las masas, junto con la de sus dirigentes políticos, juega un rol central: “Las distintas etapas del proceso revolucionario, consolidadas por el desplazamiento de unos partidos por otros cada vez más extremos, señalan la presión creciente de las masas hacia la izquierda, hasta que el impulso adquirido por el movimiento tropieza con obstáculos objetivos. Entonces comienza la reacción: decepción de ciertos sectores de la clase revolucionaria, difusión del indiferentismo y consiguiente consolidación de las posiciones adquiridas por las fuerzas contrarrevolucionarias. Tal es, al menos, el esquema de las revoluciones tradicionales”.
Trotsky sostiene que es posible comprender y prever los cambios en la psicología de las clases beligerantes. En una escala más amplia estos cambios obedecen a la dinámica de la lucha de clases, a las derrotas o victorias del periodo anterior, a la interacción y estrategia de los dirigentes políticos de los oprimidos y los opresores, a la curva del desarrollo capitalista (periodos amplios de prosperidad o de declive), al nivel de la producción industrial, a los “booms” y recesiones, etc. Para Trotsky no existe una determinación mecánica entre crisis económica y lucha de clases. Después de la derrota de la revolución de 1905 Trotsky, a contracorriente de la opinión de casi todos los dirigentes de la socialdemocracia rusa, saca la conclusión de que una próxima crisis económica no traería consigo el despertar revolucionario de los trabajadores sino, por el contrario, un golpe adicional que fortalecería por un periodo a la reacción triunfante; mientras que un nuevo despertar de la consciencia de las masas no se daría sino hasta un nuevo repunte en la economía. Los efectos de la crisis económica de 1907 y el “boom” de 1912 en el trasfondo de los resultados de la revolución de 1905 confirmarían las perspectivas de Trotsky. En “La curva del desarrollo capitalista” en su debate con Kondrátiev, Trotsky estudia periodos históricos más amplios, periodos de ascenso o descenso del sistema capitalista, los cuales se reflejan en la conciencia de las clases en la forma de un optimismo gradualista o un pesimismo decadente, por un pensamiento político reformista o por la crisis del reformismo. Estos periodos amplios, a diferencia de los “booms” y recesiones clásicos descritos por Marx, están determinados, sobre todo, por los eventos políticos tales como la revolución alemana de 1846 (que posibilitó un periodo de auge capitalista), la derrota de la Comuna de Paris, la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, etc.
El estalinismo se apoyaba en presuntas posturas de Lenin para condenar a Freud como un “hedonista burgués” obsesionado con el sexo. Pero, como en todos los terrenos, las interpretaciones de los estalinistas sobre los clásicos del marxismo son una mezcla de caricaturización mecánica con interpretaciones erróneas, perezosas o malintencionadas. Incluso aunque Lenin hubiera tenido una opinión negativa acerca del psicoanálisis, esto no es argumento suficiente para rechazar de plano la pertinencia de vincular a Marx con Freud; en todo caso, se trata de una cuestión polémica en la que figuras de gran calibre teórico o intachable vida revolucionaria, como el mismo Trotsky o Adolf Ioffe, sostenían la pertinencia de dicho enlace.