10 de noviembre de 2022

Trotsky revisitado (LXVIII). Aptitudes y conocimientos (2)

Gabriel García Higueras: El historiador teórico

Gabriel García Higueras (1966) nació en Lima y cursó sus estudios primarios en el Colegio San Luis y los secundarios en el colegio jesuita de La Inmaculada, ambos en su ciudad natal. Después de haber estudiado Filosofía y Letras un año y Publicidad otros tres en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, en 1992 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y estudió la carrera de Historia en la Facultad de Ciencias Sociales. Allí obtuvo el bachillerato en Ciencias Sociales y la licenciatura en Historia. Gracias a una beca viajó a España y cursó el Doctorado Iberoamericano de Historia en la Universidad de Huelva, en la que consiguió el Diploma de Estudios Avanzados en 2004. 
Actual docente en la Universidad de Lima, es autor de numerosos artículos y de los libros: “Trotsky en el espejo de la historia” e “Historia y perestroika. La revisión de la historia soviética en tiempos de Gorbachov (1987-1991)”. Lo que sigue es una fracción de su artículo “Trotsky, el historiador. Notas para un estudio”, que fue publicado el 5 de noviembre de 2002 en la página web del Centro de Estudio, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky (ceip.org.ar/Taller-Trotsky-como-alternativa).
 
La historia de los pueblos no es pródiga en ejemplos de hombres representativos que dedicaron esfuerzos a creaciones literarias donde se conjugaran la explicación e interpretación de los hechos sociales, políticos y militares en los que participaron en calidad de testigos o actores. Figuras de nombradía en la historia universal como Tucídides, Jenofonte, Julio César, Tácito o Maquiavelo pueden citarse entre ellos. En los tiempos contemporáneos ingresa a esta antigua tradición León Trotsky, quien además de legar una estela política memorable en la historia de la revolución, edificó una obra histórica sobre el acontecimiento de mayor influencia en el curso del siglo XX: la revolución proletaria en Rusia.
Un primer rasgo que observamos de Trotsky en este dominio es que su actuación participa en los dos significados del término “historia”: como “res gestae” (el acaecer) y como “rerum gestarum” (el conocimiento acerca de ese acaecer). En el primer nivel, Trotsky aparece como protagonista y testigo de los acontecimientos sociales que cancelaron el pasado feudal de Rusia conduciéndola por las vías de la transformación socialista; en el segundo ámbito, el revolucionario se entrega a la evocación histórica de estos episodios para reconstruirlos e interpretarlos a la luz de la teoría materialista de la historia.
No obstante el valor intrínseco que encierra la creación de Trotsky en el papel de historiador, estimamos que este segmento de su obra no ha sido lo suficientemente justipreciado por la historiografía académica mundial, salvo excepciones. La discusión y controversia acerca de las tesis políticas defendidas por Trotsky en el correr de sus días y de las posiciones que asumió ante el destino de la Revolución Rusa, empañaron el estudio de sus escritos. Las clases dominantes vieron en las ideas de Trotsky amenazas al orden establecido y se relegó a la penumbra el conocimiento de su obra, ignorándose por completo y durante décadas su valía histórica. Ello se vio expresado con mayor evidencia en la Unión Soviética y en los países de Europa central y oriental que se hallaron bajo su influencia por más de cuarenta años, en donde el rígido control de la información implantado por regímenes burocráticos confinó los escritos de Trotsky al “index”. Recién sería a finales de los años ‘80 cuando, por efecto de las mutaciones políticas que se sucedieron en la URSS, hubo de emprenderse el camino hacia la apertura de información.
En esa coyuntura tuvo lugar la recuperación progresiva del pasado, y entre los principales nombres que fueron reintegrados a la memoria colectiva figuró el del hombre que presidiera el soviet de Petrogrado en el año 1917. Es significativo destacar en este proceso revisionista de la historia que el primer trabajo de Trotsky publicado íntegramente en Rusia -tras medio siglo de ocultamiento y prohibición- fuera un texto donde aborda hechos y problemas de historia: la “Carta al Instituto Histórico del Partido” de octubre de 1927, que consta en su libro “La revolución desfigurada”. El epílogo del “socialismo real” abrió una coyuntura propicia para el estudio de las ideas de Trotsky en Rusia dada la publicación en idioma original de todos sus libros importantes, con lo cual comenzó el descubrimiento del material histórico aportado en sus trabajos sobre la revolución soviética y el estalinismo, conocimiento que llevó aparejada una nueva valoración de su papel como historiador.
Se advierte en la vida de Trotsky que desde su juventud profesó un acentuado interés por la historia. Según refiere en su ensayo autobiográfico incursionó por primera vez en el reino de Clío cuando tenía diecinueve años de edad y se encontraba en la prisión de Odesa -luego de su primer encarcelamiento por ejercer actividades propagandísticas- y empezó a desarrollar una investigación sobre la francmasonería que no completó. En esos mismos días abordaría la lectura de dos folletos de Antonio Labriola, a los que debió su conocimiento y comprensión originarios del materialismo histórico, filosofía que se convertiría desde entonces en el sustento teórico de su pensamiento y práctica políticos y de su producción doctrinaria y científica. Es de hacer notar asimismo que el libro en el que Trotsky se encontraba trabajando en el atardecer de su vida -cuya conclusión se vio truncada por la mano asesina que llegó a penetrar su último reducto en México- era una obra de historia: la biografía de Stalin.


En el ámbito de la historia hay que distinguir en la obra de Trotsky la existencia de dos géneros: las memorias y los trabajos fruto de su práctica en la investigación. De entre los primeros destacan: “1905”, “De Octubre a Brest-Litovsk”, “Sobre Lenin” y “Mi vida”. En el terreno investigativo tenemos, muy en primer término, “Historia de la Revolución Rusa”, seguida de las biografías de Lenin y Stalin. Asimismo, Trotsky dedicó ensayos a cuestiones contemporáneas donde propone interpretaciones sobre la revolución rusa, como lo hace en “Lecciones de Octubre” (1924), y textos en los que, junto con la exposición de la política soviética, aporta material documental, cual es el caso de “La escuela estalinista de la falsificación”.
La forma de trabajo intelectual y el tratamiento del objeto de estudio son distintos en cada una de estas categorías. Cuando procede como investigador, Trotsky se vale del método histórico: selecciona y confronta los testimonios, ejerce la crítica interna de las fuentes empleadas y desarrolla una minuciosa labor de cotejo de los datos. En los libros de recuerdos, más bien, lo que pretende es proveer un testimonio personal de los hechos en los que tuvo participación directa, información que, en la mayoría de casos, se encuentra respaldada en documentos. No obstante esta precisión, hay que advertir que gran parte de sus trabajos políticos se hallan anegados de informaciones históricas en conexión con la revolución rusa y de analogías que establece con otras experiencias revolucionarias, como la francesa del siglo XVIII.
En Trotsky las interpretaciones acerca de la historia rusa tienen como matriz la concepción histórico-materialista del devenir social. En consonancia con ella, Trotsky sostuvo que el curso de la historia está determinado por leyes internas generales. En ese sentido, la ley del “desarrollo desigual y combinado” -proveniente del marxismo y nominada como tal por Trotsky- fue el instrumento de análisis social por el que dilucidó las características peculiares del desenvolvimiento de Rusia y la clave para explicar porqué era el proletariado y no la burguesía la clase portadora del cambio revolucionario. Por medio de esta ley del desarrollo histórico explicaría, además, la conjunción del programa democrático y el inicio de la fase socialista de la revolución producida en octubre de 1917.
Trotsky percibió que las transformaciones en las bases económicas de la sociedad no bastaban para explicar la dinámica del proceso de la revolución rusa. De ahí que prestó marcada atención a los cambios experimentados en la psicología de las clases sociales a efectos de comprender la evolución de la conciencia del proletariado. Como historiador marxista sostiene que “el motor de la historia es la lucha de clases” y sobre ese fondo estudia el papel de los partidos y de los actores políticos. El Partido Bolchevique sintetizaba el componente moderno por cuanto su ideología era la más avanzada del pensamiento revolucionario de la época. La crisis en la sociedad rusa había madurado y existían las condiciones políticas y sociales que hacían inevitable la insurrección. El Partido fue el instrumento que permitió llevarla a cabo.
En otro respecto interesa exponer algunas apuntaciones breves sobre su visión del rol del individuo en la historia. Se ha afirmado que en la “Historia de la Revolución Rusa” Trotsky, al evaluar el papel de Lenin como “irremplazable” en los acontecimientos de 1917, contravino su concepción general de la revolución e incurrió en una “ilusión óptica” influida por su experiencia en el momento de escribir la obra. Por contraste, advertimos que la evaluación de Trotsky no se apartó de la concepción marxista del proceso histórico. El alcance del factor individual en los acontecimientos -como lo ha explicado de modo cumplido George Novack- está en dependencia de las condiciones históricas. El individuo podrá ejercer una influencia decisiva en las acciones sólo cuando intervenga en el “punto culminante” de una larga evolución que contenga todos los factores objetivos del proceso. El individuo aparece así como el “último eslabón” en la cadena de los acontecimientos. De conformidad con esta teoría, Trotsky correlacionó el liderazgo de Lenin en el Partido Bolchevique con el punto crítico de los conflictos sociales para concluir de ello su papel influyente en el triunfo de la Revolución de Octubre.
Acerca de este problema teórico Trotsky escribió: “Como marxista, sé que la historia se hace según las condiciones materiales. Pero en determinadas circunstancias los hombres pueden llegar a jugar un rol decisivo”. Y añade sobre el particular: “En octubre de 1917 se daban en Rusia todas las condiciones necesarias para la revolución. Pero sin él [Lenin] dudo de que hubiera ocurrido en ese momento. O tal vez hubiera durado tres años y al entrar en juego nuevos factores quizás se hubiera perdido la oportunidad”.
Existe una relación activa entre el pasado y presente. Se trata de un diálogo permanente donde el presente es un componente en el estudio del pasado, pues es desde nuestra realidad y sobre la base de los intereses y motivaciones actuales que formulamos las preguntas que guiaran la reconstrucción del pretérito. Ello hace que la obra del historiador, como testimonio de una época, sea en sí misma histórica. Consciente de la interrelación pasado-presente y sabedor de los aportes que el estudio de la historia ofrece en la praxis social, Trotsky produjo una obra histórica acerca de hechos de su tiempo en los que participó de manera activa. Ello le erige en representante de lo que Arthur Schlesinger ha designado “historia presencial”, esto es: la rama de la historia contemporánea conformada por las narraciones de quienes tomaron parte en los acontecimientos. Tales obras -a diferencia de las memorias- están dotadas de un enfoque histórico. Al historiar sobre los sucesos de su tiempo, Trotsky emprendió un camino no hollado por la historiografía de la época.


Antes de 1940 se sostenía que los historiadores profesionales no podían investigar su propio tiempo. Este criterio argumentaba que entre el historiador y la época escogida para su estudio tenía que existir cuando menos el lapso de una generación, estableciendo que ello aseguraba la suficiente perspectiva temporal. Contemplando este panorama -se decía- habría de evitarse los prejuicios derivados del presente y se posibilitaría la construcción de un conocimiento histórico más sólido. Se invocaba, además, las limitaciones que la época coetánea imponía al historiador dado el restringido acceso a las fuentes y las deficiencias para recopilar los materiales e interpretarlos. Contrariamente a este enfoque, sostenemos que el historiador que trata de los hechos contemporáneos -debido a su cercanía con ellos- se halla mejor situado que los historiadores de la posteridad tanto para percibir los cambios y las tendencias como para establecer sus causas. Por consiguiente, Trotsky estaba calificado para escribir la historia de la revolución en virtud de que su actividad fluyó en el centro de aquellos episodios. Así también, su participación en los hechos le otorgaba la ventaja de ejercer una posición crítica respecto a los materiales fácticos seleccionados y de describir de modo vívido el estado psicológico de las clases populares y de presentar con fidelidad los acontecimientos sociales acaecidos en Petrogrado en 1905 y 1917.
La investigación histórica se encuentra estrechamente vinculada a la práctica y a la vida. A ellas sirve y de éstas se enriquece. La función de la historia no se limita a registrar los hechos “tal como sucedieron” -según la clásica formulación de Ranke, premisa metodológica de la historiografía positivista-, sino que permite la comprensión del presente al efecto de saber qué se debe conservar y qué transformar de la sociedad. Y a partir del análisis correcto de los factores implicados y las tendencias del desarrollo hacer una previsión lúcida de los hechos por venir. Desde que aprehendiera el marxismo, Trotsky estimaba que la función social de la historia consistía en las enseñanzas del pasado que reportaran pautas de acción en la realidad histórica inmediata. De ahí que aparezca con frecuencia en sus escritos la palabra “lecciones”. En “Historia de la Revolución Rusa” dice, por ejemplo: “La historia no tendría ningún valor si no nos enseñó nada”. Existe, pues, en su producción histórica una finalidad pragmática orientada a un proyecto político revolucionario.
Como historiador revolucionario los principales objetivos perseguidos por Trotsky fueron grosso modo: contribuir con su obra a la constitución de una conciencia histórica que afirmara la conciencia de clase revolucionaria; defender la legitimidad histórica de la Revolución de Octubre; a partir de la reconstrucción factual, demostrar que la teoría de la “revolución permanente” formulada en 1905 había sido plenamente corroborada por los acontecimientos de 1917; restablecer la verdad histórica de los hechos de la revolución que sistemáticamente venían siendo ocultados y desfigurados en la Unión Soviética. La reescritura de la historia en ese país obedeció a un propósito político al servicio de los intereses de la burocracia en el poder; concibiendo la historia cual arma del combate político, invalidar desde este terreno el cambio de rumbo en la conducción política y económica de la URSS, calificándolo como una reacción al leninismo y a la Revolución de Octubre; e informar verazmente acerca de su propio rol en la historia de la revolución, que era objeto de tergiversación por la historia oficial ordenada por Stalin.
La relación sintética sujeto-objeto establecida en el proceso de conocimiento constituye en sí misma un testimonio de la vida histórica, así lo admite la teoría de esta ciencia. En dicha relación el investigador social tiene un rol activo por cuanto es también objeto de conocimiento. Ergo, el sujeto cognoscente siempre introducirá en el proceso factores subjetivos. Como ser social el historiador está sometido a un conjunto de relaciones y condicionamientos en el marco de una determinada realidad histórica que influirán en su percepción de los hechos y problemas que estudie. Por consiguiente, el conocimiento se halla condicionado socialmente y la objetividad nunca llega a ser absoluta.
De ahí que la objetividad del conocimiento pueda construirse por medio de la intersubjetividad social. El historiador que sea consciente de esta variable que afecta su trabajo se encontrará en mejores condiciones de alcanzar una visión del pasado que propenda a la objetividad y de mantener la historia en el rango de ciencia. El trabajo de Trotsky como historiador estaba influido por su “inevitable parcialidad” de “combatiente político” (concebía que la ciencia histórica no era incompatible con la acción política), mas su carácter científico se fundaba en una teoría de la historia y en la aplicación de una rigurosa metodología. A este respecto dice Trotsky en la introducción al segundo y tercer volumen de su “Historia de la Revolución Rusa”: “El coeficiente de subjetivismo está definido, limitado y controlado, no tanto por el temperamento del historiador cuanto por la naturaleza de su método”.
A este respecto, dedicó Trotsky en 1933 un artículo rotulado “¿Qué es la objetividad histórica?”. Allí dice: “La historia no es un vaciadero de documentos y sentencias morales. La historia es una ciencia no menos objetiva que la fisiología. Exige un método científico, no una ‘imparcialidad’ hipócrita. Se puede aceptar o rechazar la dialéctica materialista como método histórico científico, pero es menester tenerla en cuenta. La objetividad científica puede y debe ser inherente al método empleado. Si el autor no logró aplicar correctamente su método, hay que señalar exactamente dónde ocurrió”. Y líneas más adelante declara: “Una obra histórica es científica cuando los hechos se combinan en un proceso total que, al igual que en la vida real, se desenvuelve según sus propias leyes internas”.


Trotsky fue consecuente con los principios que enunciara en la realización histórica. Señaló en más de una ocasión que los críticos de su trabajo no podían imputarle un sólo error en la presentación de los hechos o en el uso de los materiales. Sin embargo, sí se echa de menos en su obra -especialmente en la “Historia…”- la presentación del aparato crítico exterior que permitiera al estudioso la localización de la documentación empleada. Este defecto se explica por la intención de agilizar la lectura y evitar el abultamiento innecesario del texto. De ningún modo ello obedeció a un propósito deliberado del autor a ocultar sus fuentes, las cuales menciona aunque sin ofrecer las referencias específicas. Recuérdese en este punto que la historiografía de Trotsky no estuvo dirigida primariamente a los especialistas sino a un público vasto. El fin divulgador explicaría su modo de proceder en el aspecto formal de su trabajo de investigación histórica.
El tiempo que a Trotsky le tocó vivir y el sistema de ideas al que se adscribiera en su juventud condicionaron su quehacer histórico. De otra parte, su profundo conocimiento de la historia le permitió desempeñar un papel histórico de influencia en la Revolución Rusa, y de esa experiencia excepcional se nutrió su labor como historiador. Su condición de actor, testigo e intérprete de su tiempo cuanto por la perspectiva que adoptara en la reflexión histórica hacen de su obra una muestra sin par en la historia de la Revolución Rusa.
Las exploraciones sobre el pasado que Trotsky emprendió dieron como resultado una obra que revela sus cualidades de historiador concienzudo, dotado de una sólida formación teórica y de una admirable destreza narrativa. Era un artista de la palabra y los recursos literarios que empleó infundieron vitalidad a sus estudios históricos otorgando color y movimiento a las escenas de la revolución que recreara con brillantez. Su estudio de los hechos históricos anclaba en un conocimiento crítico de las fuentes y en la aplicación de una metodología apropiada. Sobre la base de la investigación empírica, el método dialéctico del marxismo proveyó a Trotsky de los principios fundamentales para configurar una teoría de la revolución. Estos aspectos de su trabajo intelectual permitieron que la historización de los episodios en los que estuvo comprometido políticamente concluyera en una exposición lógica y pormenorizada del proceso de la revolución, de sus hechos, causas y dinámica interna.
En lo tocante a la posición asumida por Trotsky ante los asuntos abordados históricamente habría que decir que fue idéntica a la que profesó como militante, es decir adoptó el punto de vista determinado por los intereses de clase del proletariado. Según el marxismo, tal posición se encuentra abierta al proceso de cambio social y ofrece una mejor perspectiva en la búsqueda de la verdad, por cuanto ésta es para el proletariado una herramienta necesaria para el cambio social. Tomando el pulso a su obra, podemos sostener, en suma, que la actividad de Trotsky como historiador estuvo presidida por los mismos principios de honradez, consecuencia y laboriosidad que rigieran su práctica política.