4 de noviembre de 2022

Trotsky revisitado (LXIV). Guerras y revoluciones (18)

Wilebaldo Solano: Su amistad con el incorruptible revolucionario Andreu Nin
 
El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) se fundó el 29 de septiembre de 1935 a través de la fusión del Bloque Obrero y Campesino, que dirigía Joaquín Maurín (1896-1973), y la Izquierda Comunista, dirigida por Andreu Nin (1892-1937). Por entonces, Wilebaldo Solano (1916-2010) ya era un militante revolucionario muy conocido en Barcelona. En 1932 se incorporó al BOC y animó la Asociación de Estudiantes Revolucionarios de Barcelona. Siendo miembro del Comité Ejecutivo de las Juventudes de dicho partido, comenzó a trabajar como periodista en 1934 en “Adelante”, diario dirigido por el propio Maurín. Durante la Revolución y la Guerra Civil representó a la Juventud Comunista Ibérica (JCI) en el Comité Ejecutivo del POUM y dirigió el semanario “Juventud Comunista”. Tras una intensa actividad militante fue detenido en abril de 1938 hasta que, a causa de la caída de Barcelona, pasó a Francia en febrero de 1939 donde continuó con su actividad política. En febrero de 1941 fue detenido, juzgado y condenado a veinte años de trabajos forzados por un tribunal francés al servicio de los nazis. Fue liberado en julio de 1944 por un grupo de guerrilleros de la Resistencia francesa y, a partir de entonces, se consagró a la reorganización del POUM. Durante su largo exilio en Francia, además de dirigir “La Batalla”, considerada como una de las mejores publicaciones españolas de la emigración, Solano fundó y animó “Tribuna Socialista” en 1960, revista que alcanzó una notable difusión en España al tiempo que trabajaba en la Agencia France Presse. En 1976, cuando se produjo la crisis del POUM, se opuso a la disolución del Partido y al ingreso en la socialdemocracia. Desde mediados de los años ‘80, fue uno de los fundadores y animadores de la Fundación Andreu Nin, que se fijó como objetivo la rehabilitación del revolucionario y la aclaración definitiva de su secuestro y asesinato. Solano es autor de “Andreu Nin. Ensayo biográfico” y “El POUM en la historia. Andreu Nin y la Revolución Española” entre otros ensayos. “Andreu Nin y León Trotsky” es el título de la conferencia que dictó durante las jornadas “Trotsky hoy” celebradas en el Ateneo de Madrid en febrero de 1989. Fueron organizadas por la Fundación Andreu Nin, en cuyo portal “fundanin.net” fue publicada la exposición de Wilebaldo Solano, fragmentos de la cual se reproducen a continuación.

 
Nin fue uno de los amigos más fieles de Trotsky y de los mejor considerados por éste. La amistad entre ambos se prolongó durante más de quince años, entre 1921 y 1935. Como se sabe, Nin llegó a Moscú en el verano de 1921, formando parte de la delegación enviada por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) al congreso de fundación de la Internacional Sindical Roja. Nin se destacó en seguida en los debates de dichos comicios. En septiembre del mismo año, cuando quiso volver a España, fue detenido en Berlín a causa de una reclamación del gobierno español que quería implicarle en la causa que se seguía por el asesinato del jefe de Gobierno Eduardo Dato. Al recobrar la libertad cuando el gobierno alemán rechazó la extradición, Nin regresó a Moscú, donde fue nombrado secretario general adjunto de la Internacional Sindical Roja (ISR). Más tarde fue elegido diputado del Soviet de Moscú y representante de la ISR en la Internacional Comunista.
Estas funciones hicieron que se mantuviera en relación constante con los dirigentes rusos más significados. En realidad, se puede decir que ningún otro comunista español ocupó nunca funciones tan importantes y estuvo tan cerca de los jefes de la Revolución de Octubre y del Estado Soviético. En 1967, Maurín escribió en “España Libre” de Nueva York: “Los dirigentes comunistas rusos, desde Lenin y Trotsky hasta Bujarin y Zinoviev, sabían cuál era el valor de Nin y consideraban su cooperación en lo que valía”. De ahí que interviniera en asuntos muy importantes y asumiera funciones como la reorganización de los sindicatos italianos en la clandestinidad en 1924 bajo el fascismo, o la estructuración del movimiento sindical latinoamericano. De ahí que fuera, también, el introductor de todos los españoles de alguna significación que visitaron la URSS entre los años 1921 y 1927: Josep Pla, Rodolfo LLopis, Diego Hidalgo y, sobre todo, Francesc Maciá, el futuro presidente de la Generalitat de Cataluña, que fue a Moscú para reclamar el apoyo del gobierno soviético al catalanismo militante.
Algunos, por ignorancia o por mala fe, han tenido la osadía de decir que Nin era “un alto funcionario” o “un alto burócrata”. Toda su vida militante desmiente semejante patraña. También se ha dicho que en algunos momentos estuvo más cerca de Zinoviev y de Bujarin que de Trotsky. La verdad es que estuvo cerca de todos ellos hasta que se agravó la lucha de tendencias en el Partido Bolchevique. No se incorporó inmediatamente a la Oposición de Izquierda, pero no tardó en hacerlo y no se escondió ni capituló como tantos otros. Muchos funcionarios, altos o no, se inclinaron ante los poderosos para mantener sus privilegios. Nin, como dijo Víctor Serge, “era de los que reclamaban el derecho a pensar, a hablar y a una reforma capital del régimen al objeto de restablecer la democracia obrera”. En todo caso, cuando se incorporó a la Oposición era todavía Secretario General Adjunto de la ISR y vivía en libertad vigilada en Moscú. Cuando fue destituido, su amigo Lozovski, secretario general de la ISR, mantuvo las relaciones con él y no vacilaba en consultarle sobre los problemas que se planteaban en el movimiento sindical mundial.
Según Rosmer, Nin no fue detenido ni deportado a Siberia porque Stalin no se atrevía a perseguir a los militantes extranjeros prestigiosos. Nin aprovechó esta circunstancia para intensificar su labor en la Oposición de Izquierda y organizar, con Víctor Serge, la ayuda a los presos y a los deportados. Fue uno de los dirigentes de la Oposición y animó la sección internacional con Radek, Kapitonov y Stepanov (futuro agente de Stalin en España) y mantuvo una relación especial con Trotsky mientras ello fue posible. Algunas de sus cartas a Trotsky cuando éste se hallaba deportado en Alma Ata se han publicado estos últimos años y dan una idea de la calidad de la relación establecida en aquel entonces. En una ocasión, Nin envió a Trotsky un volumen de reproducciones de pinturas y esculturas de Diego Rivera. Trotsky le respondió para darle las gracias por el envío del libro y le hizo saber que apreciaba a este artista que -ironías de la historia- iba a abrirle las puertas de su casa en México en 1937.


En esa época, Nin no sólo se preocupaba por Trotsky y los oposicionistas rusos deportados en Siberia. Se interesaba también por sus camaradas españoles recluidos en la Cárcel Modelo y en el castillo de Montjuich. Con la ayuda de Serge, exigía que el Socorro Rojo Internacional se movilizara para ayudarlos. En los años 1927-1929, Nin mantuvo una correspondencia bastante frecuente con su amigo Maurín, tanto cuando éste se encontraba en la fortaleza militar que domina Barcelona como cuando pudo refugiarse en París. El 17 de enero de 1929, Nin envió una carta por correo especial a Maurín en la que, entre otras cosas, le decía que aprovechaba la ocasión para escribirle extensamente y sin tapujos. En esa carta no solamente le informaba sobre lo sucedido en el último pleno del Comité Central del PCUS y las medidas represivas adoptadas recientemente por Stalin, sino que añadía lo siguiente: “Quieren que Moscú quede completamente limpio de oposicionistas. La situación de los deportados ha empeorado: hace tres meses que Trotsky no recibe cartas de nadie. El Buró Político ha decidido expulsar a Trotsky de la URSS. Todo el mundo supone que esta decisión está inspirada en el propósito de liquidar físicamente a Trotsky. Como no se tiene valor para hacerlo aquí, se hará en otro país. Esta gente está decidida a todo. Es preciso alertar a la opinión en todas partes. Se puede esperar cualquier cosa. Hay el precedente de la muerte de Butov, secretario de Trotsky” (fallecido en la cárcel tras cincuenta días de huelga de hambre). Es decir, Nin lanza al mundo, por medio de Maurín, el primer grito de defensa de Trotsky en peligro. La carta es más extensa y tiene un gran interés político. Explica que Stalin negocia con Turquía para sacarle de allí y así “se le podrá eliminar de una forma o de otra”.
En el momento en que Nin escribió esta carta, el núcleo dirigente de la Oposición de Izquierda había quedado reducido a la primera mujer de Trotsky (Aleksandra Sokolovskaya), Serge en Leningrado y Nin en Moscú. La alarma de Nin tenía justificación. El caso de Butov y de otros demostraba que se había pasado de la represión a la exterminación física. En fin, uno de los hombres que estuvo en relación más estrecha con Trotsky, escribiéndole, informándole, enviándole paquetes y libros, fue Andreu Nin. Después, cuando Nin consiguió salir de la URSS y establecerse en España, se mantiene una correspondencia entre los dos por lo menos hasta el año 1933. Por eso, Trotsky dijo en una ocasión a Serge que nunca se escribió tan seguidamente con nadie y que las cartas escritas a Nin representarían un volumen de centenares de páginas. Para explicar los motivos de su correspondencia con Nin, Trotsky precisaba a Serge su pasión por la Revolución Española en primer lugar y su amistad con Nin, al que quería ayudar a desempeñar el papel que suponía que podía jugar en el proceso revolucionario español. Esta correspondencia se interrumpió a comienzos de 1933 porque había conflicto entre la Oposición de Izquierda y la Izquierda Comunista de España, que era una organización pequeña pero integrada por militantes muy valiosos y con mucha personalidad. Era un conflicto político sobre la perspectiva del partido en España y el papel y los métodos del Secretariado Internacional de la Oposición de Izquierda. Por eso se terminó con una carta muy dura de Trotsky y una réplica de Nin diciéndole que, en adelante, se dirigiera a la Izquierda Comunista y no a él, ya que la misma era “una organización responsable, democrática y no un grupo de amigos”. A partir de entonces, las relaciones entre Nin y Trotsky se interrumpieron. La Alianza Obrera, inspirada y teorizada por el Bloque Obrero y Campesino (BOC), abrió el camino a la constitución de un partido revolucionario peninsular con una base de masas en Cataluña. Ahora bien, en este período, Trotsky preconizó el llamado viraje francés, es decir, la entrada de los trotskistas en los partidos socialistas a fin de crear alas de izquierda capaces de jugar un papel en la Europa amenazada por Hitler. La Izquierda Comunista y el BOC habían rechazado las invitaciones a ingresar en el PSOE porque tenían otra perspectiva y no creían en la consistencia de los virajes de los socialistas de izquierda ni en la bolchevización de las Juventudes Socialistas que, por cierto, se terminó en 1936 en Moscú de una manera vergonzosa.
Trotsky siguió con pasión este proceso y, contrariamente a lo que se ha dicho en ciertas publicaciones, no tuvo una actitud tan clara como algunos se imaginan en lo referente a la formación del POUM. La prueba es que en una carta enviada a Jean Rous en 1935, decía que “el nuevo Partido se ha constituido; tomo nota de ello” y manifestaba su disposición a colaborar con él. Claro, después vinieron las elecciones de febrero de 1936 en las que el POUM participó formando parte de la coalición electoral obrero-republicana que los estalinistas se apresuraron a bautizar Frente Popular. En realidad, no era la fórmula clásica del Frente Popular. No se trataba de una coalición orgánica, sino de un frente electoral. Las cosas se desarrollaron de tal manera en Madrid que no hubo nunca reunión de conjunto.


Trotsky, mal informado y creyendo que se repetía el Frente Popular francés, escribió un artículo muy agresivo contra Nin y Andrade que sorprendió a los propios militantes trotskistas franceses, por lo que éstos se limitaron a publicarlo en su Boletín Interior. Trotsky demostraba una incomprensión total de un fenómeno de masas prodigioso que iba a modificar radicalmente la situación española. En efecto, la victoria electoral permitió la liberación de los treinta mil presos de la Revolución de Octubre, la derrota política de la derecha y el ascenso del movimiento de masas. Fue una afirmación extraordinaria del movimiento popular en un período en el que Hitler estaba en pleno ascenso y Europa estaba en evidente peligro. Sin la victoria electoral del movimiento de masas del 16 de febrero, que permitió alcanzar posiciones decisivas, no hubiera sido posible la réplica de los trabajadores a la insurrección militar-fascista de julio de 1936 y el proceso revolucionario ulterior. En la Europa avasallada por el fascismo, esa resistencia armada y la tentativa de realizar una radical transformación socialista de la sociedad española quedarán en la historia como uno de los principales acontecimientos del siglo XX.
Como es natural, Trotsky, pese a que las condiciones de su exilio en Noruega se habían agravado  considerablemente y que la mano del “clan Stalin-Iagoda”, como decía él, se había alargado hasta su residencia, saludó con gran entusiasmo la victoria de los trabajadores de Madrid y de Barcelona y se sintió orgulloso del papel del POUM en la lucha. En una carta a Jean Rous, escrita a principios de agosto (que, por cierto, fue interceptada por la policía de Mussolini y descubierta muchos años después por el historiador italiano Paolo Spriano), después de manifestar su inquietud por la “desaparición” de Joaquín Maurín, cuyo valor apreciaba más de lo que se imaginaban algunos de sus amigos, escribía: “En cuanto a Nin, Andrade y los demás, en la actual situación sería criminal dejarse llevar por las reminiscencias del período precedente. A pesar de que haya divergencias de programa y de método, incluso después de la pasada experiencia, éstas de ninguna forma han de impedir un acercamiento sincero y duradero, la experiencia posterior hará el resto. En cuanto a mí, estoy absolutamente dispuesto a colaborar en ‘La Batalla’. Mi más ferviente saludo a todos los amigos, incluso -y sobre todo- para los que creen tener razones para estar descontentos de mí”. Desgraciadamente, Nin no vio nunca esta carta. Pero, de todos modos supo, por Rous y otros compañeros, el estado de ánimo de Trotsky y, como se sabe, el POUM reclamó el derecho de asilo en Cataluña para el creador del Ejército Rojo. Probablemente si Trotsky hubiera podido vivir en Cataluña hubiese comprendido mejor -sin necesidad de intermediarios- las características del proceso revolucionario español, y sus relaciones con Nin y con el POUM se habrían desarrollado en condiciones mucho más sanas e interesantes. Cierto, la GPU estaba presente en España y Stalin dirigía sus pasos y operaba a través de sus múltiples agentes rusos y españoles. Pero, primero se encontraba en Noruega, atado de pies y manos, prácticamente prisionero; luego, cuando al fin obtuvo el visado para México -solicitado por Nin a Cárdenas-, estaba de viaje por el Atlántico en un buque petrolero. Por lo demás, a comienzos de agosto, el primer Proceso de Moscú trastornó todos sus planes. Aunque sabía que en la gran batalla de España se decidían los destinos de Europa para un largo período, Trotsky era plenamente consciente de que la vida le imponía una misión esencial: denunciar la terrible impostura de Stalin ante el movimiento obrero y la opinión internacional.


Trotsky desembarcó en Tampico el 9 de enero de 1937. Apenas instalado en Coyoacán (donde varios militantes del POUM encabezados por David Rey, en viaje de propaganda pero en realidad a la búsqueda de armamento, contribuyeron a asegurar la guardia de su casa), el 19 de enero la agencia de noticias “Tass” anunció para el día 23 el segundo Proceso de Moscú. Estaba previsto pero se dudaba de que Stalin, tras la penosa impresión del proceso de Kamenev-Zinoviev, prosiguiera una farsa tan criminal como absurda. Sin embargo así fue y Trotsky volvió al ataque con más energía que nunca. En “Los crímenes de Stalin”, libro menos conocido que “La Revolución traicionada”, ha quedado espléndidamente registrada la lucha de Trotsky contra la nueva impostura del Kremlin. Lucha que comportó un análisis magistral del estalinismo como degeneración monstruosa de la propia dictadura de la burocracia rusa.
Entre el 25 de agosto de 1936, aislado en su prisión noruega, y la fecha de su desembarco en México, Trotsky había tenido muy pocas posibilidades de informarse sobre la Revolución Española, la que había recorrido seis meses decisivos. Las primeras informaciones serias fueron las de la delegación del POUM, la que fue muy bien acogida por Trotsky. Más, en aquella época, México estaba mucho más lejos de España que hoy. Trotsky recibía todo muy tarde, sus informaciones eran muy deficientes y, a veces, el proceder de los grupos trotskistas en pugna por sus problemas internos aumentaba la confusión. Los dirigentes del POUM no se explicaban el tono de algunos de sus artículos o que se les reprochara haber organizado sus propias milicias cuando todas las organizaciones habían hecho lo mismo y el POUM bregaba por la creación de un ejército revolucionario.
Ciertas críticas, como la relativa a la participación de Nin en el Consell de la Generalitat de Cataluña o su intervención en las Jornadas de Mayo, podían haber sido acogidas mejor -ya que en el seno del POUM se formularon también-, pero el tono general de Trotsky estaba muy influido por la crisis que se había abierto en el movimiento por la IV Internacional alrededor del POUM y de su política. El partido holandés de Sneevliet, la tendencia belga de Vereecken, sus viejos amigos Víctor Serge y Alfred Rosmer, entre otros, le habían reprochado su nueva actitud con respecto al POUM, acusándole de sectarismo. Todo esto era demasiado para Trotsky en aquellas circunstancias.
Las polémicas que se abrieron entonces fueron muy dolorosas para Nin porque esperaba otra actitud de Trotsky. Es verdad que éste, alejado de Europa en Coyoacán, se encontraba en uno de los momentos más dramáticos de su vida. La represión estalinista se había cebado en su propia familia, sus mejores amigos rusos habían capitulado o habían sido eliminados por Stalin. Le pesaba más que nunca su soledad y sabía que Stalin haría lo imposible para eliminarle. No ignoraba tampoco que la GPU trataba de infiltrarse en el movimiento trotskista, pero quizás subestimó la importancia de esta acción. Una de las tareas de la GPU en aquel período consistió en abrir un abismo entre Trotsky y Nin. Era muy tentador aislar y desacreditar a un Partido revolucionario que desempeñaba un papel importante en la España combatiente y que constituía una esperanza para los socialistas revolucionarios del mundo entero.
En 1938, en la Prisión del Estado de Barcelona donde estaban recluidos los dirigentes del POUM, éstos se extrañaban del “silencio de Trotsky” ante la represión contra el POUM y el asesinato de Nin. En realidad, también ellos estaban mal informados. El 8 de agosto de 1937, Trotsky había publicado una declaración en México en la que decía: “Nin es un veterano e incorruptible revolucionario. Defendía los intereses del pueblo español y combatía a los agentes de la burocracia soviética. Se esforzaba por defender la independencia del proletariado español contra las maquinaciones burocráticas de la pandilla en el poder en Moscú. Rehusó colaborar con la GPU para arruinar los intereses del proletariado español. Éste es su único crimen. Y lo pagó con su vida”. El tono de esta declaración hace suponer que debió de lamentar la ausencia de un diálogo eficaz con Nin y la falta de una cooperación eficaz con el POUM, del que dijo que “era el partido más honesto de España”. Trotsky dijo en varias ocasiones que Nin era “su amigo” y esto tenía mucho valor para él, aunque no siempre fue justo con sus verdaderos amigos y camaradas. Todos los hombres -y sobre todo los más eminentes- tienen sus pasiones y sus flaquezas.