14 de noviembre de 2022

Trotsky revisitado (LXX). Aptitudes y conocimientos (4)

David García Colín Carrillo: Lo consciente y lo inconsciente en la dinámica revolucionaria
 
El docente e investigador mexicano David García Colín Carrillo (1984), obtuvo su Maestría en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con su tesis “El materialismo histórico y dialéctico aplicado al proceso de hominización, el surgimiento de las clases sociales y la civilización”. Desde muy joven militó en la organización Tendencia Marxista Militante. Luego fue Secretario de Prensa del Sindicato de la Unión de Trabajadores del Instituto de Educación Media Superior (SUTIEMS) de la Ciudad de México (CDMX) e integrante de la Academia de Filosofía de la Universidad Insurgentes (UI). Actualmente es miembro de Izquierda Socialista, la sección mexicana de la Corriente Marxista Internacional, una de las mayores agrupaciones que se reivindica heredera de la IV Internacional fundada por Trotsky en 1938. Ha escrito numerosos artículos, entre ellos “La última batalla de Lenin”, “Materialismo dialéctico y ciencia. Teoría del caos, relatividad y mecánica cuántica”, “Revolución vs. revisionismo posmoderno”, “La producción de herramientas y el origen del lenguaje”, “Walter Benjamin, entre la revolución y la posmodernidad”, “Reflexiones sobre dialéctica y ajedrez”, “El marxismo y la teoría crítica”, “La Liga de los Comunistas y la génesis del Manifiesto del Partido Comunista”, “El sacrificio humano en los pueblos mesoamericanos” y 
“La miseria de la posmodernidad”. En el 2015, en la UNAM, con su tesis “Trotsky acerca del psicoanálisis, la cultura y la filosofía. Encuentros y desencuentros con Wilhelm Reich, Walter Benjamín y Herbert Marcuse” obtuvo su Doctorado en Filosofía. En el capítulo V de dicha tesis -publicada en la página web de la Dirección General de Bibliotecas. Departamento de Tesis de la UNAM (132.248.9.195/ptd2015/septiembre/0735135/0735135.pdf)-, bajo el título “Trotsky y el psicoanálisis”, García Colín Carrillo estudia la dinámica de la psicología de las masas a partir de las teorías del fisiólogo ruso Iván Pávlov y su ligazón con la obra de Freud, Reich y, naturalmente, Trotsky. La primera parte de un resumen de ese capítulo pueden leerse seguidamente.
 
Si bien Trotsky no escribió ningún libro sobre marxismo y psicoanálisis, sus reflexiones al respecto son de gran calado al darle a la teoría de Freud (en lo referente al inconsciente) alcances mucho más amplios y al enriquecer la visión marxista sobre la formación y complejidad de la subjetividad. En la obra de Trotsky las referencias a Freud son recurrentes. En su estudios de la dinámica de la revoluciones la referencia a lo consciente y lo inconsciente juega un rol central. Es muy probable que el interés de Trotsky por el psicoanálisis surgiera a partir de su emigración en Viena en donde debatió el tema con los Adler (Alfred y su esposa Raisa) y frecuentó los círculos de debate en torno a Freud. Su interés por el psicoanálisis está, sobre todo, relacionado con la intención de integrar los aportes de Freud dentro de la teoría marxista dotando a su teoría de un interés que va más allá del sillón del psicoanalista.
Dado el interés que en la Rusia Soviética existía por la ideas de Pavlov y su enorme prestigio, Trotsky intenta señalar el nexo que existe entre aquel y la teoría freudiana. Pavlov estableció un puente entre los fenómenos mentales y los fenómenos fisiológicos por medio de los “reflejos condicionados” que surgen a partir de la experiencia; así se habría una puerta para comprender la psique humana en relación con el ambiente social y la fisiología, Pavlov daba la razón, a su manera, a Marx en la afirmación que el ser social determina la consciencia. La teoría de Pavlov, no obstante, tenía cierto dejo mecanicista pues “los reflejos condicionados” estaban demasiado vinculados a condicionantes inmediatos pero su teoría abre la puerta para una concepción materialista y dialéctica de la psique. Freud, por su parte, señala que en la psique humana está escondido un trasfondo inconsciente que explica en gran medida el comportamiento y cuya fuerza deviene de las pulsiones sexuales; considerando las condiciones preliminares e inacabadas de ambas teorías, Trotsky señala en “Cultura y Socialismo” que, aunque los métodos de ambas escuelas de la psicología son divergentes, confluyen en el hecho de explicar la mente humana en función de fenómenos fisiológicos.
“El estudio de los reflejos de Pavlov -escribe- está enteramente encuadrado dentro de los cauces del materialismo dialéctico. Conclusivamente destruye la barrera entre la fisiología y la psicología, el reflejo más amplio es fisiológico, pero un sistema de reflejos nos da la ‘consciencia’. La acumulación de la cantidad fisiológica da una nueva calidad ‘psicológica’. El método de la escuela de Pavlov es experimental y concienzudo. La escuela del psicoanalista vienés Freud procede de una forma diferente. Da por sentado anticipadamente que la fuerza impulsora del más complejo y delicado de los procesos psíquicos es una necesidad fisiológica. En este sentido general es materialista, si se deja a un lado el problema de si no otorga uno exagerado al factor sexual a expensas de otros, pues esto es ya una discordancia dentro de las fronteras del materialismo. Sin embargo, el psicoanalista se aproxima a los fenómenos de la consciencia no experimentalmente, yendo del fenómeno más bajo al superior, del reflejo simple al reflejo complejo, sino que intenta superar todas estas etapas intermedias en un salto de arriba hacia abajo, desde el mito religioso, el poema lírico o el sueño no interrumpido hasta las bases fisiológicas de la psique. Pavlov, como un buzo, desciende al fondo y laboriosamente investiga el pozo subiendo poco a poco a la superficie, mientras que Freud, de pie junto al pozo, trata, con una mirada penetrante, de atravesar sus siempre turbulentas y revueltas aguas y se figura o conjetura la forma de los objetos del fondo. El método de Pavlov es experimental, el de Freud es conjetural. La tentativa para declarar al psicoanálisis ‘incompatible’ con el marxismo y mecánicamente volver la espalda al freudismo es muy simple, o más correctamente muy simplista. Más en ningún caso estamos obligados a adoptar el freudismo. Es una hipótesis de trabajo que puede producir e indudablemente produce deducciones y conjeturas que están dentro de las líneas de la psicología materialista”.
El entusiasmo por el aporte teórico de Freud, a quien consideraba como un genio, llevó a Trotsky a enviarle una carta personal a Pavlov convocándolo a establecer puentes con el psicoanálisis en un ambiente de tolerancia y libertad en la discusión. Pavlov, a diferencia del estalinismo, no consideraba al psicoanálisis como incompatible con su teoría. Cuando en 1938 Freud se entera por un alumno suyo (que habría entablado contacto con Pavlov) que éste expresó su idea de que la psicología daría grandes pasos si sus perspectivas se unieran, Freud expresaría: “Pavlov habría debido hacer público lo que usted me cuenta unas buenas décadas antes”. Lamentablemente era imposible que Pavlov hiciera públicas sus pretensiones so pena de caer en desgracia en el contexto de las purgas sangrientas de Stalin, pero resulta sumamente interesante que la unión pretendida por Trotsky no fuera tan descabellada a los ojos de sus más grandes teóricos.


La aproximación de Trotsky a ambas teorías no está exenta de críticas amistosas pero firmes: si bien en sus referencias a Pavlov no polemiza con su relativo mecanicismo, si atendemos su teoría de “el proceso molecular de la revolución” -expuesta en su “Historia de la Revolución Rusa”- nos daremos cuenta que lo que para Pavlov era un reflejo mecánico en Trotsky era un reflejo dialéctico: era consciente de que los reflejos mentales expresan todo un entorno social de manera dialéctica y no son expresiones mecánicas e inmediatas al estilo del conductismo estrecho. Con respecto a la teoría de Freud no está convencido de que las pulsiones sexuales inconscientes sean el elemento central para explicar el subconsciente. Las neurosis dentro del sistema actual pueden explicarse, además de por los factores sexuales, por el estrés y la tensión extrema provocados por las condiciones de explotación; en el subconsciente pueden estar almacenadas vivencias reprimidas que expresan un entorno social en toda su complejidad.
Aunque Trotsky no desarrolló más su punto de vista, se sigue de éste que la serie de complejos descritos por Freud tales como el complejo de Edipo y el complejo de Electra sólo tendrían cierto grado de verosimilitud en sociedades monogámicas patriarcales en donde la temprana infancia es moldeada. Sería dudosa la existencia del complejo de Electra, por ejemplo, en sociedades matrilineales en donde la mujer es altamente apreciada o el complejo de Edipo en sociedades clánicas en donde la paternidad es dudosa o el hermano de la madre juega un rol más importante que el padre. La sublimación, por su parte, no tendría por qué tener sólo un componente sexual. No sólo sería esta la que se sublima sino diversos contenidos del inconsciente registrados en la temprana infancia y aún en las diferentes etapas de la vida del individuo las cuales expresan su ser social. Así, por ejemplo, la competitividad salvaje del modo de producción capitalista es introyectada en el inconsciente desde la temprana infancia y, a su vez, sublimada de diversas formas en la vida adulta (por ejemplo proyectada en sistemas de moral individualistas).
Las etapas de la vida propuestas por Freud están asociadas unilateralmente a pulsiones sexuales. Trotsky está lejos de negar la importancia de la sexualidad en la formación del carácter y el inconsciente. Pero cabe cuestionar al psicoanálisis ortodoxo lo siguiente: si la pulsión sexual, como pulsión básica primitiva formadora del carácter, es el elemento central de la psique, ¿por qué no podríamos darle el mismo peso a la necesidad fisiológica de la respiración? Aquí, quizás, queda de relieve la arbitrariedad de las etapas freudianas de la maduración individual. Se puede discutir, a favor del psicoanálisis, el hecho de que el factor sexual (que no se reduce a la genitalidad) es un impulso que requiere ser satisfecho (principio del placer) y que implica la vinculación social. Por otra parte la “pulsión de muerte” de Freud pretende hacer pasar un estado psíquico, producido por el “mórbido” sistema capitalista y por la división de clases, como una característica eterna propia de los seres humanos, se acepta el statu quo al establecer como normal el estado psíquico que genera.
Para Trotsky, en cambio, “mientras el hombre se encierre en el subsuelo ahogándose en las emociones estomacales y sexuales no perderá el miedo a la muerte. Sólo al abrir una ventana de par en par a las mentalidades colectivas, a los problemas de las masas, a la lucha social, se pueden sacudir esas pesadillas de la espera de la muerte”. En sus conversaciones con Malraux, Trotsky debate, también, contra el punto que sería convertido en central por el existencialismo decadente de Heidegger: “Yo creo que la muerte es, ante todo, producto del uso. De una parte uso del cuerpo; de otra parte, del espíritu. Si se logra que este uso se produzca de una manera armónica, efectuándose al mismo tiempo, la muerte será un fenómeno muy simple. No encontrará resistencia”. Sea como fuere, para el marxismo lo relevante no es tanto la existencia evidente de necesidades fisiológicas primarias sino la configuración cultural que las hace propiamente humanas. Además, entre los factores que impulsan y moldean el carácter humano se deberían incluir, sobre todo, a los factores sociales tales como la división de clases, la pertenencia a una capa social, el contexto social que conforma la psique y la forma en que dichos factores se cristalizan de forma peculiar en cada individuo. Si explicamos el carácter tan sólo por los impulsos fisiológicos caeríamos en un reduccionismo médico.


El interés central de Trotsky sobre Freud fue el descubrimiento del inconsciente, hecho que abre la posibilidad de conocer sus leyes y los factores que lo condicionan. Incluso si suponemos que habrá siempre en la psique un elemento de irracionalidad, se debe comprender que éste tiene su “orden” así como en el “caos” se oculta un patrón. La locura generada por esquizofrenia describe patrones que la distinguen de la psicosis, es por ello que la ciencia puede hablar de distintos tipos de enfermedades mentales. Es perfectamente posible controlar el “caos” que se oculta en la mente humana. Aún si aceptamos que hay una capa de la psique que escapa al control consciente, ello no implicaría que no se pueda comprender. La historia de la ciencia, como señalaba Engels en “Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, es la infinita progresión que va de lo desconocido a lo conocido; no existe barrera infranqueable para el conocimiento humano, no creemos que la psique humana constituya una excepción. No controlamos conscientemente, por ejemplo, los impulsos nerviosos enviados por el hipotálamo, pero ello no impide que esos impulsos se puedan comprender y controlar por medio de fármacos u otros procedimientos.
Trotsky, en “Literatura y revolución”, llama la atención acerca del “orden” que oculta la locura: “Nadie puede salir de sí mismo. Hasta los delirios de un loco no contienen nada que el enfermo no haya recibido previamente del mundo exterior. Sólo un psiquiatra experimentado, con una mente penetrante e informado del pasado del enfermo, sabrá encontrar los rastros alterados y deformados de la realidad”. A continuación Trotsky establece un vínculo entre la psique trastornada del loco y el inconsciente del artista que se expresa en su obra: “Evidentemente la creación artística no es un delirio. Pero también entraña una alteración, una deformación, una transformación de la realidad según las leyes particulares del arte”. Trotsky no se ocupa de la psique como un ente aislado y metafísico. Para él, Freud abrió la posibilidad de controlar o dominar nuestra psique por medio de la racionalización de las condiciones de vida, es decir, por medio de la transformación social. Dice en “Cultura y socialismo”: “El hombre procurará ser dueño de sus propios sentimientos, elevar sus instintos hasta la cúspide de su consciencia haciéndolos completamente diáfanos, extendiendo los hilos conductores de su voluntad hasta el umbral de su consciencia, para remontarse mediante ellos a un grado socio-biológico más elevado o, si se prefiere, para hacerse un superhombre”.
El “psicoanálisis de diván” pretende curar la neurosis en la medida en que el individuo psicoanalizado hace consciente su inconsciente. Para Trotsky, al igual que Wilhelm Reich, este tipo de terapia puede enterar al sujeto de las causas de su neurosis pero no elimina los factores sociales que la generan; de ahí devienen las limitaciones de la terapia psicoanalítica. Por supuesto, Trotsky no negaba la posibilidad de “cura” para aquellos individuos con una situación social más o menos estable atendidos por terapeutas serios. En virtud de la contradicción implícita en el psicoanálisis entre un inconsciente que se trata de analizar y comprender y, por otro lado, unas condiciones sociales que se rebelan contra toda posibilidad de racionalización, la posición de Trotsky con respecto a la terapia psicoanalítica puede parecer ambigua. Por ejemplo en una carta a su hijo León Sedov fechada el 21 de noviembre de 1931, Trotsky expresa sus opiniones sobre el psicoanálisis individual: “Me pides mi parecer sobre el tratamiento psicoanalítico: para el 90%, como tratamiento es pura charlatanería. Sólo una plena comprensión de parte del médico -no sólo de la compresión del comportamiento del paciente mismo, sino también de su educación, de su pasado, de su medio- puede llegar a un buen puerto”. Por otro lado su hija Zinaida -quien finalmente se suicidaría- recibió terapia psicoanalítica por consejo del mismo Trotsky.
Sin duda era sumamente escéptico respecto al psicoanálisis individual porque consideraba que la “cura” a la “subordinación animal” del hombre con respecto a su subconsciente se encuentra por la vía social y no individual.  Con relación al tratamiento psicoanalítico de su camarada y amigo Adolf Ioffe, Trotsky afirmaría que “la revolución había hecho mucho más que el psicoanálisis por liberar a Ioffe de sus complejos”. El psicoanálisis individual puede a lo sumo informar a un individuo acerca de los orígenes de su neurosis -y como tal tener ciertos efectos para gente con condiciones de cierta comodidad- pero es incapaz, al menos con lo que respecta a las masas trabajadoras (que ni siquiera tienen medios para acudir al psicoanalista), de transformar las condiciones objetivas que la generan. Por ello, para Trotsky, en el 90% de los casos se trata pura charlatanería.
Hay testimonios de que Reich (el padre del llamado “freudomarxismo”) se entrevistó con el creador el Ejército Rojo en algún momento entre 1935-1936. Colaborador brillante de Freud en 1922, la evolución teórica de Reich puede ser estudiada en tres etapas. La primera de ellas (1922-1927) describe el rompimiento con Freud en torno al factor sexual que Reich acentuaría aún más que su maestro. Reich sostenía que la salud mental de un individuo está relacionada con su “potencial orgásmico” que es bloqueado por las inhibiciones y represiones del mundo contemporáneo generando sujetos neuróticos y enfermos. Sin renunciar a las tesis de su primera etapa, la segunda (1927-1940) puede caracterizarse por su intento por vincular el psicoanálisis con el marxismo.
En este periodo, entre otras ideas, Reich sostiene que la represión sexual de las sociedades divididas en clases es la causa fundamental de las enfermedades mentales. El capitalismo es hostil a la salud mental de la población; la solución de las enfermedades psíquicas se encuentra en la abolición de capitalismo y la implementación de una “política sexual” que libere a la energía sexual de toda represión y el autoritarismo. Se adhiere al Partido Comunista Austríaco (1927) y funda diversos centros de orientación y consejería sexual de la juventud obrera por una política sexual. Estos centros se orientaban a brindar apoyo psicoanalítico a los obreros y a obtener estadísticas para fundamentar sus ideas. Su trabajo clínico distaba mucho del clásico trabajo de diván del psicoanálisis tradicional orientado a sectores acomodados. La nueva sociedad de investigación de Reich contaba con una larga lista de pacientes, lo que le permitió realizar estudios minuciosos, consistentes y frecuentes. Naturalmente esto tuvo beneficios inmediatos en los pacientes obreros. Gracias al análisis de un gran número de casos clínicos, mucho mayor que los utilizados por los freudianos para sustentar su trabajo, Reich proporcionó un apoyo estadístico excepcional a sus investigaciones y conclusiones.
Tras la publicación de “La psicología de masas del fascismo” en 1933, Reich es expulsado del PC pues su obra atentaba contra el pacto Hitler-Stalin. El libro era peligroso para la nomenclatura porque todas sus reflexiones podían aplicarse perfectamente a la dictadura estalinista, además de que el psicoanálisis había sido declarado por la burocracia estalinista como una teoría burguesa hedonista y degenerada. En esta etapa Reich se acerca al trotskismo: lee varios escritos de Trotsky y establece una correspondencia con él argumentando la necesidad de lanzar una “plataforma sexual”. Trotsky respondió en dos ocasiones a las cartas que le envío Reich en 1933 y 1935. En la primera se declara incompetente en los temas sexuales pero espera continuar el debate y aterrizarlo en el terreno político; en la segunda Trotsky lo invita a establecer un contacto personal.


De acuerdo con los testimonios de Heinz Epe -un viejo amigo de Trotsky- en una carta a Albert Glotzer del 28 de abril de 1936, en su encuentro Trotsky señaló sus diferencias con el acento que Reich ponía en la sexualidad y su proyecto, un tanto excéntrico, de una “política sexual” que aglutinara a las masas en torno a la idea de la liberación sexual como un requisito elemental para la desalienación. Reich opinaba que una de las causas de la degeneración estalinista estaba en la ausencia de la resolución de la represión sexual que pudiera liberar a las masas de su enajenación. Epe, entre otras cosas, señala que “Reich está a la cabeza de una escuela cuyas raíces son freudianas y abrazó el marxismo, pero hoy, en lugar de desarrollar una psicología materialista a partir de los elementos materialistas dialécticos contenidos en el psicoanálisis, trata de utilizar las leyes del psicoanálisis en la sociología y con ello va más allá de sus propios límites”.
La carta continúa describiendo el tacto con el cual Trotsky explicó a Reich las condiciones objetivas de la Revolución de Octubre que, si bien conmovieron las relaciones familiares heredadas por siglos de tradición, impedían las bases materiales para cualquier revolución sexual. Aun cuando no compartiera todas las ideas de Reich, es claro que Trotsky intentó llevar a la práctica una especie de frente único. Lamentablemente los encuentros entre Trotsky y Reich no se pudieron concretar en el plano organizativo en tanto Reich era escéptico de la construcción de la IV Internacional (a la que calificó como un fracaso sin futuro) y tendía a explicar la reacción política por “el espíritu de las masas” más que por la ausencia de una organización revolucionaria.
La tercera y última etapa de la evolución teórica de Reich fue, quizá, una expresión de las terribles condiciones de un hombre aislado y obligado por el nazismo (que incluiría sus obras en el Index de libros prohibidos) a peregrinar de Dinamarca a Suecia, luego a Noruega, para llegar finalmente (en 1939) a Estados Unidos donde, después de unos años de vida relativamente tranquila, fue acosado por la policía. Sin perspectivas, solo, paranoico y desmoralizado, las ideas de Reich comienzan a deslizarse por la pendiente del delirio. Su obsesión por el factor sexual es llevada al extremo en su teoría pseudocientífica del “Orgón” o energía “orgásmica” vital de todos los organismo vivos. Incluso sostuvo que el origen del universo estaba relacionado con esa energía vital de carácter sexual. En este punto sus teorías coincidían con el espiritismo y estaban en total oposición a las ideas materialistas de su mejor etapa. Reich no desistió de sus disparatadas teorías hasta el momento de su muerte en 1957.