Pierre Broué: La esperanza de una victoria
revolucionaria que se perdió en el horizonte
Pierre
Broué dedicó los últimos veinticinco años de su vida al desarrollo del Institut
Léon Trotsky, una institución por él fundada en París en 1977 con el objetivo
de editar las obras completas de Trotsky incluyendo textos que no formaron
parte de sus libros. Cuando en 1978 se produjo la apertura de la sección
secreta de los archivos de Trotsky que se encontraban en la Houghton Library de
la Harvard University, pudo acceder a artículos, entrevistas, publicaciones en
revistas y periódicos y correspondencia, a los que sumó los encontrados por
Jean Van Heijenoort (quien fuera secretario de Trotsky) en la Hoover
Institution de la Stanford University. Con ese material comenzó la edición de
las “Oeuvres” (Obras) que abarcó veintisiete tomos. Tres tomos incluyeron
escritos de Trotsky entre los años 1928 y 1929, y los veinticuatro restantes
los escritos entre los años 1933 y 1940. También el instituto publicó
trimestralmente entre 1979 y 2003 los “Cahiers Leon Trotsky” (Cuadernos León
Trotsky) en los que difundió ensayos y artículos relacionados con las ciencias
sociales y la política. En cuanto a su texto “La revolución española
(1931-1939)”, Broué se basó en el análisis que Trotsky hiciera sobre la
Revolución Española, la cual, según su perspectiva, fracasó por los errores
cometidos por el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), partido al que
no consideraba como revolucionario. Para Trotsky, la guerra contra el fascismo
era inseparable de la lucha por el socialismo. Con la derrota de la Revolución
Española, el fascismo se reforzó y el mundo se hundió en la guerra.
Seguidamente, la tercera y última parte del opúsculo de Broué.
Es
precisamente en España donde se puede soldar la alianza que el gobierno de
Stalin busca desde 1934 con Gran Bretaña y Francia y de la que el pacto
Laval-Stalin de 1935 no constituyó más que un primer paso, desde su punto de
vista, insuficiente. Se trata de demostrar a las dos potencias occidentales
“democráticas” que, no sólo la alianza rusa no constituye para ellas un peligro
en el plano de la subversión y de la revolución social, sino incluso que el
gobierno ruso -así como las fuerzas que le apoyan incondicionalmente en España,
PCE-PSUC, JSU- son las más eficaces defensoras de la legalidad, de la propiedad
y del orden. Los
análisis teóricos justifican la lucha contra una “revolución inoportuna”, que
no es ni más ni menos que un combate contrarrevolucionario. El PCE y el PSUC se
han convertido en los defensores de la pequeña burguesía, del “pequeño
industrial”, del “pequeño comerciante”, del “pequeño campesino”, que están
aterrorizados por el colectivismo sumario de los obreros y campesinos
anarquistas.
En nombre de la necesidad de eficacia en la lucha contra las
fuerzas de Franco y sus aliados Hitler y Mussolini, los portavoces españoles de
Stalin luchan políticamente por la reconstrucción de un “Estado fuerte”, rebautizado
“popular” para las necesidades de la causa, con un “ejército regular”, una
policía y una administración que escapan al control de los “comités”. El
enemigo es denunciado a través de los “incontrolados” -ciertamente muy
numerosos- término que, para los Hernández, José Díaz, Pasionaria, Comorera y
otros dirigentes del PCE, sirve para designar la actividad obrera que escapa a
su control. La alianza del PCE y del PSUC con el ala derecha del Partido Socialista
y los partidos republicanos burgueses da a estos últimos la seguridad moral de
ser la única potencia que ayuda militarmente a la República y que goza, entre
los trabajadores, del prestigio de la Revolución de Octubre. Es bajo el
gobierno Largo Caballero -en el que hay dos ministros comunistas y cuatro
ministros anarquistas- donde se efectúa, en un marco esencialmente militar,
esta restauración del Estado burgués español. Al mismo tiempo, el gobierno de
Stalin no disimula que su ayuda es condicional, subordinada a la ejecución de
una política “moderada”, tranquilizadora para Londres y París, y que él aconseja
al gobierno republicano.
El POUM se
creyó situado en la Generalitat de Cataluña a la izquierda de una coalición a
cuyo remolque marchaban los partidos burgueses tradicionales. Pero la alianza
de estos últimos con el PSUC en Cataluña, la constitución, bajo la tapadera del
Frente Popular, de una coalición “estalino-burguesa” para un Estado fuerte, dio
la vuelta a la correlación de fuerzas. De repente, fue el POUM el que se
encontró a remolque de una coalición que iba eliminando sucesivamente todas las
conquistas de julio de los obreros y campesinos. En seguida, las amenazas de “Pravda”,
la campaña de asesinatos lanzada poco después de los Procesos de Moscú, la
orquestación, por parte de “Mundo Obrero”, “Treball”, “Frente Rojo”, “Ahora”,
de la denuncia de los “trotskistas”, “divisores”, “agentes de Franco, Hitler y
Mussolini”, “espías fascistas”, etc., le hacen temer por su propia existencia,
y en una situación que se deteriora día a día, la dirección del POUM se agarra
fuertemente a los dirigentes de la CNT-FAI, a la organización que les parece la
única fuerza capaz de parar este proceso contrarrevolucionario. Pero los
dirigentes anarquistas, profundamente desorientados, incapaces de oponer la más
mínima perspectiva al programa “antifascista” de restauración del orden, no
pueden más que retroceder paso a paso, arrastrando consigo al POUM.
En noviembre se produce la petición -en forma de ultimátum- del embajador de la U.R.S.S., Marcel Rosenberg, de que el POUM sea expulsado de la Junta de Defensa de Madrid, que asegura la defensa político-militar de la capital en estos meses decisivos que, gracias a la unión de los delegados del PCE, de la UGT y de las JSU, se convertirá, bajo la vara del ultraconservador general Miaja, en el instrumento decisivo de la toma estalinista de la España republicana, a través sobre todo de los puestos de mando decisivos del ejército y de la policía. Al mismo tiempo, en el seno del POUM la presión de la corriente frentepopulista sobre los elementos de derecha -los hombres como Portela, los “caciques exbloquistas” como dice Andrade- es tal, que la prensa censura por adelantado sus propias protestas a fin de evitar todo ataque y todo reproche de “dividir a los combatientes” o de “atentar a la unidad antifascista”. “La Batalla”, comentando el voto ruso, contrario a la entrada del POUM en la Junta de Madrid, escribe: “Es intolerable que, al mismo tiempo que se nos da cierta ayuda, se pretenda imponernos normas políticas determinadas, emitir vetos y dirigir de hecho la política española”; el mismo periódico, el 28 de enero de 1937, reproducía este pasaje para que sus lectores pudieran apreciar la moderación de los términos empleados.
En noviembre se produce la petición -en forma de ultimátum- del embajador de la U.R.S.S., Marcel Rosenberg, de que el POUM sea expulsado de la Junta de Defensa de Madrid, que asegura la defensa político-militar de la capital en estos meses decisivos que, gracias a la unión de los delegados del PCE, de la UGT y de las JSU, se convertirá, bajo la vara del ultraconservador general Miaja, en el instrumento decisivo de la toma estalinista de la España republicana, a través sobre todo de los puestos de mando decisivos del ejército y de la policía. Al mismo tiempo, en el seno del POUM la presión de la corriente frentepopulista sobre los elementos de derecha -los hombres como Portela, los “caciques exbloquistas” como dice Andrade- es tal, que la prensa censura por adelantado sus propias protestas a fin de evitar todo ataque y todo reproche de “dividir a los combatientes” o de “atentar a la unidad antifascista”. “La Batalla”, comentando el voto ruso, contrario a la entrada del POUM en la Junta de Madrid, escribe: “Es intolerable que, al mismo tiempo que se nos da cierta ayuda, se pretenda imponernos normas políticas determinadas, emitir vetos y dirigir de hecho la política española”; el mismo periódico, el 28 de enero de 1937, reproducía este pasaje para que sus lectores pudieran apreciar la moderación de los términos empleados.
De hecho,
el rápido deterioro de la situación política, el aumento de los ataques contra
el POUM en Madrid, al que pronto se prohibirá toda actuación pública, incluso
todo tipo de organización, el ataque cada vez más abierto, tanto del gobierno
de Madrid y del de Barcelona como del ala correspondiente al PCE-PSUC, hacen
nacer cada vez más reticencias, no sólo en el POUM, sino incluso en las filas
de las juventudes unificadas, entre los veteranos de las Juventudes
Socialistas, en la UGT y el PS0E, en la CNT, y particularmente entre las
Juventudes Libertarias. Fue el representante de Tarrasa en el Comité Central de
diciembre el que señaló que las relaciones con la CNT reposaban sobre la
diplomacia secreta de los acuerdos en la cumbre, ya que, debido a la política
sindical del POUM, los militantes de este partido no están en ninguna parte en
contacto directo con las masas de militantes cenetistas. El madrileño Enrique
Rodríguez evoca en “La Batalla” la disolución de los comités, diciendo que a
través de ellos “la clase obrera hubiera podido ejercer su propio poder” y que
su disolución -refrendada en Cataluña por Nin- “consiguió evitar la
intervención de las masas en la vida del país”. Juan Andrade, evocando la
discusión del próximo congreso del POUM, dice que debiera haber juzgado su
“experiencia de colaboración”, pero esto sin olvidar las condiciones particulares
en las que fue decidida, “y que hubieran podido ser altamente favorables a la
clase obrera” pero fueron «enteramente negativas, e incluso nocivas desde el
punto de vista del desarrollo revolucionario”. El órgano de las JCI, Juventud
Comunista, así como la propia organización de estas juventudes, se lanzaron a
una campaña de organización de un Frente Revolucionario de la Juventud, que
comenzó a arrastrar a ciertos elementos de las JSU que se rebelaban
abiertamente contra la orientación proestalinista de Santiago Carrillo.
Harán falta sin embargo muchas semanas para que se dibuje un giro por parte de la dirección del POUM, que denuncia abiertamente la empresa contrarrevolucionaria y la ofensiva estalinista a partir de las posiciones gubernamentales, volviendo a lanzar las consignas de “gobierno obrero y campesino” de “comités de obreros, campesinos y combatientes”, de los que reclama que constituyan la base de una “asamblea constituyente” que reflejaría únicamente la voluntad de las masas y permitiría crear el “gobierno fuerte, que todos juzgan necesario”. En esta campaña, en la que el rasgo más evidente es la tentativa por parte de los dirigentes del POUM de hacer presión sobre los dirigentes de la CNT-FAI por medio de sus militantes y de sus cuadros inquietos ante el relanzamiento de la contrarrevolución, la perspectiva de Nin es la de la transición pacífica, y los artículos y discursos de este período insisten sobre la posibilidad para la clase obrera de retomar la iniciativa, y posteriormente el poder, sin necesidad de recurrir a la violencia. Trotsky, desde su nueva residencia mexicana, en la que dispone de más información que en Noruega -“La Batalla”, y no solamente el boletín francés del POUM, “La Révolution Espagnole”- abre de nuevo directamente la polémica contra su antiguo compañero de armas, subrayando que, desde su punto de vista, la España republicana se encuentra al borde de la guerra civil, y que hacer creer a la clase obrera que puede tomar el poder sin necesidad de emplear la fuerza, significa sencillamente desarmarla.
La huelga y los combates en la calle que se desarrollan en Barcelona en los primeros días de mayo confirman este análisis de Trotsky y desautorizan la perspectiva demasiado optimista dibujada hasta ahora por Nin. El movimiento espontáneo de la clase obrera barcelonesa y de toda Cataluña, su levantamiento frente a la provocación organizada contra ella por los servicios de policía de la Generalitat, se sitúan muy por encima de las reacciones de las organizaciones. Esta vez el POUM comprende el objetivo de esta batalla y se esfuerza una vez más en convencer a los dirigentes de la CNT que no depongan las armas sin antes haber obtenido las más sólidas garantías. Pero los grupos de militantes cenetistas hostiles a la colaboración de clases no son lo suficientemente coherentes ni están lo suficientemente organizados como para provocar una inflexión en la política de colaboración de los dirigentes de la central anarcosindicalista. Sólo un pequeño grupo de antiguos fascistas, que animan Jaime Balius, Pablo Ruiz y Francisco Carreño, saca coherentemente el balance de la experiencia anarquista de colaboración gubernamental, y se pronuncia por una junta revolucionaria.
Harán falta sin embargo muchas semanas para que se dibuje un giro por parte de la dirección del POUM, que denuncia abiertamente la empresa contrarrevolucionaria y la ofensiva estalinista a partir de las posiciones gubernamentales, volviendo a lanzar las consignas de “gobierno obrero y campesino” de “comités de obreros, campesinos y combatientes”, de los que reclama que constituyan la base de una “asamblea constituyente” que reflejaría únicamente la voluntad de las masas y permitiría crear el “gobierno fuerte, que todos juzgan necesario”. En esta campaña, en la que el rasgo más evidente es la tentativa por parte de los dirigentes del POUM de hacer presión sobre los dirigentes de la CNT-FAI por medio de sus militantes y de sus cuadros inquietos ante el relanzamiento de la contrarrevolución, la perspectiva de Nin es la de la transición pacífica, y los artículos y discursos de este período insisten sobre la posibilidad para la clase obrera de retomar la iniciativa, y posteriormente el poder, sin necesidad de recurrir a la violencia. Trotsky, desde su nueva residencia mexicana, en la que dispone de más información que en Noruega -“La Batalla”, y no solamente el boletín francés del POUM, “La Révolution Espagnole”- abre de nuevo directamente la polémica contra su antiguo compañero de armas, subrayando que, desde su punto de vista, la España republicana se encuentra al borde de la guerra civil, y que hacer creer a la clase obrera que puede tomar el poder sin necesidad de emplear la fuerza, significa sencillamente desarmarla.
La huelga y los combates en la calle que se desarrollan en Barcelona en los primeros días de mayo confirman este análisis de Trotsky y desautorizan la perspectiva demasiado optimista dibujada hasta ahora por Nin. El movimiento espontáneo de la clase obrera barcelonesa y de toda Cataluña, su levantamiento frente a la provocación organizada contra ella por los servicios de policía de la Generalitat, se sitúan muy por encima de las reacciones de las organizaciones. Esta vez el POUM comprende el objetivo de esta batalla y se esfuerza una vez más en convencer a los dirigentes de la CNT que no depongan las armas sin antes haber obtenido las más sólidas garantías. Pero los grupos de militantes cenetistas hostiles a la colaboración de clases no son lo suficientemente coherentes ni están lo suficientemente organizados como para provocar una inflexión en la política de colaboración de los dirigentes de la central anarcosindicalista. Sólo un pequeño grupo de antiguos fascistas, que animan Jaime Balius, Pablo Ruiz y Francisco Carreño, saca coherentemente el balance de la experiencia anarquista de colaboración gubernamental, y se pronuncia por una junta revolucionaria.
Andrade acaba de escribir en “La Batalla”: “Los amigos de Durruti han formulado los puntos de su programa en carteles colocados en todas las calles de Barcelona. Estamos absolutamente de acuerdo con sus consignas, que aceptamos en la actual situación. Es un programa que aceptamos y con el cual estamos dispuestos a concluir todos los acuerdos que nos sean propuestos. En estas consignas hay dos puntos que son igualmente fundamentales para nosotros. Todo el poder para la clase obrera y para los organismos democráticos de los obreros, campesinos y soldados, como expresión del poder proletario”. Moulin que ahora dirige el minúsculo grupo de los fieles a Trotsky, con Munis y Carlini, comprendió también la importancia que podía revestir el grupo de los Amigos de Durruti, anarquistas a punto de revisar su posición teórica sobre la cuestión del Estado y del poder revolucionario: de la misma forma que la oposición de estos últimos no modifica en nada el resuelto conservadurismo de los dirigentes de la CNT, la alianza entre los bolchevique-leninistas y los amigos de Durruti no pesará en las decisiones del POUM. Una vez más, sus dirigentes renuncian a seguir el camino que ellos consideran justo desde el momento en que la CNT lo rechaza. El POUM -después de un silencio de varios días en los momentos decisivos- acepta seguir el llamamiento a abandonar las barricadas que hacen los dirigentes nacionales y regionales de la CNT-FAI. El movimiento de masas -desorientado, desprovisto de toda perspectiva después del fracaso de la solución que veía- remite. Para Trotsky, ésta es la última capitulación, que señala el destino histórico del partido de Maurín y de Nin.
En el seno del POUM, la crisis está abierta. La derecha, y particularmente Portela, juzga aventurada la postura del partido durante las jornadas de mayo y algunas organizaciones incluso llegarán a condenar -con todo el coro del Frente Popular- a los militantes de Barcelona. Pero el descontento se manifiesta sobre todo en la izquierda, alrededor de la “célula 72”, que inspira un miembro del Comité Central, José Rebull. Su grupo, que ya había redactado en el mes de abril unas “contratesis” políticas, en las que se oponía vivamente a la actitud “seguidista” de los dirigentes frente a la CNT, condenando de pasada, al igual que Andrade, la colaboración con el gobierno de la Generalitat, fustiga el “atentismo” y la capitulación de sus dirigentes ante la traición de los dirigentes anarquistas. Parece arrastrar tras suyo a la mayoría de los militantes de Barcelona y a su Comité Local. La sección de Madrid adopta posturas semejantes a las de los trotskistas, sobre todo en lo que concierne a la perspectiva de la reconstrucción de una Internacional Comunista.
Los artículos de Juan Andrade dejan caer precisas inquietudes en cuanto a las consecuencias de las jornadas de mayo, pero la postura oficial del Partido es mucho más optimista: el Ejecutivo comienza grandes trabajos para abrir una sala de proyección en su local de Barcelona y Julián Gorkin dice a su corresponsal extranjero que piensa que en seguida el POUM se verá solicitado para volver al seno del gobierno catalán. La prohibición del POUM, el arresto de sus dirigentes -lo que Trotsky había llamado muchas semanas antes su “fin”- cayeron sobre un partido profundamente dividido, en el que al menos una buena parte de los dirigentes no comprendían lo que estaba pasando. Incluso si no se toma al pie de la letra el testimonio de George Orwell según el cual el POUM estaba desprovisto, el día de la represión, de cualquier aparato clandestino, material y locales, está claro que no sabrá proteger a sus principales dirigentes, arrestados en sus propios locales, o bien, esa misma tarde, en el primer refugio clandestino. Señalemos que fue solamente en los últimos momentos cuando su Ejecutivo, al desencadenarse contra el POUM una campaña sin precedentes de odio y de asesinato, se decidió a excluir de sus filas a Portela y al grupo de Valencia, que eran cómplices inconsecuentes de esta provocación. Sin duda es tanto debido a la preparación del congreso -que jamás llegó a celebrarse- como a las contradicciones sociales y políticas, la multiplicación durante estas semanas de expulsiones de militantes trotskistas, a pesar de que Landau -bajo el seudónimo de Spectador- y Julián Gorkin, polemizan contra Trotsky y los trotskistas en las columnas de “La Batalla”.
Desde ahora, la polémica sobre España no tendrá el objetivo de convencer a los dirigentes o a los militantes españoles: los textos de Trotsky no pueden llegar hasta ellos en las prisiones o en la clandestinidad, en un país donde, después de la caída del gobierno Largo Caballero, reemplazado por el socialista de derecha Juan Negrín, la GPU goza de una impunidad total abatiendo confusamente a los hombres del POUM, a los anarquistas disidentes, a los socialistas de izquierda y a los trotskistas. Andrés Nin es la víctima más ilustre: arrestado por la policía oficial, fue sin embargo detenido, torturado y posteriormente asesinado en una prisión privada que dirigían los policías rusos. Pero caen otros, víctimas de la colaboración, apenas disimulada de la policía “republicana” y de los asesinos de la GPU: Kurt Landau, Moulin, organizador del grupo bolchevique-leninista, posteriormente Erwin Wolf, llegado a finales de mayo a “primera línea” en España. A finales de 1938, la GPU monta una formidable provocación contra los restos del pequeño núcleo trotskista en España: los últimos dirigentes BL, el italiano Adolfo Carlini, los españoles Jaime Fernández y Francisco Rodríguez son acusados de haber asesinado a un agente de la GPU. Arrestados en olas sucesivas, entre 1937 y 1938, condenados a pesadas penas de prisión, conseguirán evadirse de sus prisiones y posteriormente de España, momentos antes de la ocupación de toda Cataluña por las tropas franquistas.
Sin embargo, Trotsky considera que el ejemplo español es rico en enseñanzas para los militantes de todos los países, y sobre todo para los que están empeñados en construir la IV Internacional. Trotsky lucha a izquierda y derecha contra los anarquistas, cuyas frases revolucionarias no les han impedido convertirse en la “quinta rueda” del carro de la burguesía, contra los socialistas de izquierda, que han capitulado igualmente, incluso sin frases. Insiste en el papel del estalinismo, desmonta el mecanismo de su política en España, llama a movilizarse contra él, contra sus crímenes que continúan llevándose a cabo en España y, a partir de allí, en el resto del mundo: León Sedov, Rudolf Klement, Ignace Reiss, caen a su vez bajo los golpes de los asesinos. Pero Trotsky también tiene que discutir con sus propios camaradas contra los que están obsesionados por la necesidad de la lucha militar, los que si fueran españoles, votarían los créditos de guerra del gobierno Negrín, o por el contrario, los que se inclinan hacia una postura derrotista en una guerra en la que no ven en presencia más que dos “ejércitos burgueses”. Sobre todo la cuestión del POUM no ha hecho más que agravar las divergencias, ya serias, con los que se han convertido en sus defensores: Víctor Serge en primer lugar, pero también Sneevliet en Holanda, Vereecken en Bélgica. Este último será contra el que dirija varias veces una dura polémica, que estima necesaria para la formación de sólidos cuadros revolucionarios. En su opinión, la revolución española ha constituido una prueba, el campo de experiencia que ha permitido la verificación de los hombres y su política, un fruto que hay que tomar con amargura, ya que su jugo es amargo, mientras que la esperanza de una victoria revolucionaria se pierde en el horizonte.
Los hombres que habían sido sus compañeros en España durante esta gran empresa, la revolución, el enderezamiento de la Internacional Comunista, y posteriormente la construcción de la IV Internacional, se encuentran dispersos o han muerto: Andrés Nin asesinado, Andrade prisionero, José Luis Arenillas colgado por los verdugos franquistas. Otros no murieron más que en plano de la acción política: Fersen, convertido en carabinero, Lacroix, al que la venganza estalinista esperará para colgarlo a escasas decenas de metros de la frontera francesa. Sus antiguos camaradas que se pudren en las cárceles republicanas, no saldrán todos vivos. Muchos de los que esperan en los calabozos franquistas encontrarán allí mismo la muerte, algunos otros saldrán, veinte años más tarde. Los antiguos dirigentes de las Juventudes Socialistas, los Santiago Carrillo, los Federico Melchor, que en 1934 flirteaban con la idea de construir una IV Internacional, se convirtieron en responsables del PCE, y suben en el aparato. Solamente después de treinta años “descubrirán” los crímenes de Stalin.