9 de noviembre de 2022

Trotsky revisitado (LXVII). Aptitudes y conocimientos (1)

Neil Smith: El materialismo dialéctico y la ciencia
 
Neil Robert Smith (1954-2012) fue un geógrafo, antropólogo y académico escocés. Obtuvo su licenciatura en Geografía en la University of St. Andrews de Fife (Escocia) y su doctorado en la Johns Hopkins University de Baltimore (Estados Unidos). Fue profesor de Geografía en la Columbia University de New York y en la Rutgers University de New Jersey, en la que también fue miembro del Center for the Critical Analysis of Contemporary Culture (Centro para el Análisis Crítico de la Cultura Contemporánea). Finalizó su carrera docente en la University of Aberdeen en su natal Escocia. Allí profundizó su compromiso en el estudio y divulgación de la Geografía y su vinculación con la teoría social. Sus investigaciones se orientaron principalmente al análisis crítico de las transformaciones urbanas conocidas como gentrificación, un fenómeno urbanístico mediante el cual un barrio humilde se renueva y adquiere un incremento de su valor, por lo que se desplaza a los modestos vecinos que habitaban originalmente la zona y las propiedades son adquiridas por los sectores sociales de mayor nivel económico. Para Smith este es un proceso económico impulsado por la especulación más que por las preferencias culturales de habitar en esos lugares. También realizó estudios sobre la conformación y posterior crisis del proceso de globalización y fue muy crítico con el neoliberalismo capitalista liderado por Estados Unidos. Todos estos temas los desarrolló en ensayos como “The new urban frontier. Gentrification and the revanchist city” (La nueva frontera urbana. Gentrificación y ciudad revanchista), “Geography and empire.
Critical studies in the history of geography” (Geografía e imperio.
Estudios críticos en la historia de la geografía), “Democracy, States and the struggle for global justice” (Democracia, Estados y lucha por la justicia global), “Geography, social welfare and underdevelopment” (Geografía, bienestar social y subdesarrollo) y “The endgame of globalization” (El final del juego de la globalización), entre varios otros. En su libro titulado “Uneven development. Nature, capital and the production of space” (Desarrollo desigual. Naturaleza, capital y producción del espacio) hizo una aportación relevante al conocimiento geográfico centrado en el estudio de la naturaleza y el desarrollo desigual. Tomó algunas ideas del filósofo francés Henri Lefebvre, quien sostuvo que el derecho a la vida urbana se generaba a través del desarrollo capitalista en diferentes dimensiones, tanto la material como la ideológica; y de León Trotsky, para quien el desarrollo capitalista era un proceso desigual y combinado, agregando que esa diferenciación no era sólo social, sino también espacial. Un resumen de ese ensayo se publicó en español titulado “La geografía del desarrollo desigual”, del cual un extracto se reproduce a continuación.
 
La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo con un plan o sistema dispuesto previamente, sino empíricamente, a través de un largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana por la existencia y, luego, por conseguir un dominio cada vez mayor sobre la Naturaleza. En ese marco, explica León Trotsky, la cultura es el producto de la lucha del hombre por la supervivencia, por la mejora de sus condiciones de vida y por el aumento de poder. Ante la necesidad de conocer la Naturaleza para subvenir a sus necesidades, cada sociedad se ha constituido sobre determinados métodos para asegurarse la existencia, que se han ido modificando siguiendo el desarrollo de la técnica y de las fuerzas productivas. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo de esto y como instrumento de reflejos sociales condicionados en último término por las necesidades de la lucha del hombre colectivo contra la Naturaleza, define Trotsky. En su proceso de adaptación a la Naturaleza, en conflicto con las fuerzas exteriores hostiles, la sociedad humana se ha conformado como una compleja organización clasista que ha determinado en alto grado el contenido y la forma de la historia humana, es decir, las relaciones materiales y sus reflejos ideológicos. La sociedad esclavista, la feudal, la burguesa, han engendrado su cultura correspondiente, diferente en sus distintas etapas y con multitud de formas de transición.
La cultura ha sido el principal instrumento de opresión de clase, pero no por eso debemos estar en contra de toda la cultura del pasado, afirma Trotsky. Cuando hablamos de la cultura acumulada por las generaciones pasadas pensamos fundamentalmente en sus logros materiales, en la forma de los instrumentos, en la maquinaria, en los edificios, en los monumentos... todas formas materiales en las que se ha ido depositando la cultura material. Pero la parte más preciosa de la cultura es la que se deposita en la propia conciencia humana, los métodos, costumbres, habilidades adquiridas y desarrolladas a partir de la cultura material preexistente y que, a la vez que son resultado suyo, la enriquecen. Así, la técnica es la principal conquista de la Humanidad, y la ciencia es una enorme reserva de conocimientos y técnicas acumuladas. El trabajo científico se alimenta fundamentalmente de la necesidad de lograr el conocimiento de la Naturaleza, y cada ciencia es una acumulación de conocimientos basados sobre una experiencia relativa a la materia y a sus propiedades, sobre una comprensión generalizada de los medios de someter esta materia a los intereses y a las necesidades del hombre.
El valor de la ciencia reside precisamente en conocer las propiedades de la materia y sus relaciones objetivas. Sólo esto libra seriamente a las ciencias naturales de las distorsiones y de las falsas interpretaciones y falsificaciones, como ocurre en la investigación social. Según León Trotsky, las ciencias sociales se dedicaron primeramente a justificar la sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las “teorías destructoras”. De aquí emana el papel apologético de las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y ésta es la razón por la que sus resultados son de escaso valor. Sin embargo, de la filosofía creada por la sociedad de clases debemos tomar dos elementos inapreciables: el materialismo y la dialéctica. Gracias a la combinación orgánica de ambos, Marx creó su método y levantó su sistema.
La dialéctica y el materialismo son los elementos básicos del conocimiento marxista del mundo, pero esto no significa que puedan ser aplicados a cualquier campo del conocimiento como si se tratara de una llave maestra. La dialéctica no puede ser impuesta a los hechos, sino que tiene que ser reducida de ellos, de su naturaleza y desarrollo. La dialéctica es “materialista” porque sus raíces no están en el cielo ni en las profundidades del “libre albedrío”, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza, recalca Trotsky. La dialéctica no es una ficción ni una mística, sino una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en la medida en que éste no se limita a los problemas cotidianos de la vida y trata de llegar a una comprensión de procesos más profundos y complicados. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y fenómenos en sus cambios continuos, a la vez que determina en las condiciones materiales de aquellos cambios el momento crítico en que “A” deja de ser “A”.


El pensamiento vulgar opera con conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., y su vicio fundamental radica en el hecho de que quiere contentarse con fotografías inertes de una realidad en eterno movimiento. No hay un capitalismo en general, sino un capitalismo dado, en una etapa dada de desarrollo. No hay estado obrero en general, sino un estado obrero dado, en un país atrasado, dentro de un cerco capitalista, etc. El pensamiento dialéctico da a los conceptos -por medio de aproximaciones sucesivas- correcciones, concreciones, riqueza de contenido y flexibilidad; incluso, hasta cierta suculencia que en cierta medida los aproxima a los fenómenos vivientes. Según Trotsky, incluso el pensamiento dialéctico es solamente una de las formas de expresión de la materia cambiante.
El concepto de desarrollo desigual es un enigma en la teoría marxista. Fue enérgicamente desarrollado por Trotsky en relación a la revolución permanente pero también tomado por Stalin para propósitos opuestos. Rápidamente codificado como “ley” en la década de 1920, se transformó en arcano, sólo para ser desempolvado cautelosamente varias décadas después. Una réplica útil para poner fin a la polémica, “la ley de desarrollo desigual y combinado” fue sometida a un análisis con una llamativa falta de seriedad. Mientras que es importante conocer esta historia, es incluso más importante desarrollar la teoría del desarrollo desigual en un modo que nos ayude a entender el mundo actual. En la medida en que es apenas una exageración decir que el “desarrollo desigual” llegó a significar todo para todos los marxistas, la tarea más urgente hoy parece ser el desarrollo de las bases analíticas para el concepto.
La discusión de Trotsky sobre el desarrollo desigual y combinado se desprendió de su teoría de la Revolución Permanente. La última teoría, desarrollada al calor de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, insistía en que ninguna teoría etapista de la historia determinaba la transición al socialismo, y que, a pesar de las expectativas de muchos marxistas, una revolución antizarista en Rusia, donde el proletariado estaba subdesarrollado pero la burguesía lo estaba aún más (y ciertamente demasiado débil políticamente como para gobernar), no estaba condenada a pasar por una etapa capitalista predeterminada. En cambio, la alianza estratégica de obreros y campesinos -quienes dominaban numéricamente, cuyas quejas eran poderosas y estaban a punto de estallar, pero cuya fragmentación crónica, argüía Trotsky, los imposibilitaba para liderar la revolución- podría llegar a la victoria. Contrariamente a la mayoría de las expectativas, la revolución no necesariamente estallaría primero entre las más desarrolladas clases obreras de Europa Occidental y Norteamérica, sino tal vez, como Lenin diría más tarde, golpearía primero en el eslabón más débil. El desarrollo del socialismo era desigual, insistía Trotsky, con respecto a determinado evolucionismo histórico que perneaba mucho a la teoría marxista en esos días (la acusación de Stalin era precisamente que Trotsky estaba tratando de “saltar etapas necesarias de la historia”).
En vez de proceder en etapas relativamente separadas, la revolución sería más bien un evento arrollador, sostenía Trotsky, desde un control democrático de una forma de gobierno inicialmente burguesa, a la dictadura del proletariado aliado con el campesinado. El desarrollo político no era simplemente desigual, en consecuencia, sino “combinado”, en el sentido de que ningún país, y seguramente no la “atrasada” Rusia, podría llegar al socialismo por si sólo. El desarrollo desigual, resumiría luego, “se revela con más agudeza y complejidad en el destino de los países atrasados” quienes  ante “el látigo de la necesidad externa” están “obligados a pegar saltos”. El desarrollo desigual en consecuencia engendra otra ley “que a falta de un nombre mejor, podemos llamar desarrollo combinado”. Como baluarte ante la teoría estalinista del “socialismo en un solo país”, la teoría del desarrollo desigual y combinado se transformó así en el sostén de la teoría de la que había nacido en primer lugar: la teoría de la revolución permanente.


El desarrollo desigual (y combinado) empezó, antes que nada, como un concepto político desplegado para analizar y evaluar las posibilidades y trayectorias de la revolución. Fue fabricado en las batallas políticas del socialismo revolucionario en las primeras tres décadas del siglo XX y en la historia específica de Rusia y la U.R.S.S. Es curioso, dada la prioridad conceptual inversa entre revolución permanente y desarrollo desigual, que en los círculos trotskistas la primera teoría sobrevivió como tal vez, su contribución fundamental a la teoría marxista, mientras sus bases fundamentales, la noción del desarrollo desigual, cayó en una relativa oscuridad. Sólo reapareció como un objeto de interés analítico varias décadas después, tiempo en el que hubo poco desacuerdo en el espectro del pensamiento marxista con que el “desarrollo desigual” representaba una ley universal.
El desarrollo desigual, primero concebido por Trotsky como una condición empírica en Rusia que necesitaba la teoría de la revolución permanente, fue convertido a mitad de siglo en una ley universal para justificar toda posición política. Stalin marcó el camino al sacarle al “desarrollo desigual” todo contenido, y la derrota política de Trotsky y la brutal consolidación en el poder de Stalin, la subsiguiente guerra mundial y eventualmente la Guerra Fría, todo ayudó a marginar toda amplia preocupación analítica o política del concepto. Igual Trotsky no está libre de culpa. Él también apeló a la “ley universal de la desigualdad” como “la ley más general del proceso histórico”. Pero el efecto del estalinismo fue más decisivo y personal: varios manuscritos de principios de los ’20 sobre desarrollo desigual fueron destruidos por Stalin, para que nunca fueran encontrados, y sus autores fueron víctimas de sus primeras purgas. La supresión de semejantes ideas hizo retroceder varias décadas a la teoría marxista.
Un resurgimiento de la teoría del desarrollo desigual tuvo lugar en los ’70 y ’80. Algunos de estos trabajos continuaron los debates del período anterior, pero algunos, durante 1968 y las distintas revueltas por la liberación nacional alrededor del mundo, aún reconociendo que la situación revolucionaria de principios de siglo no estaba en la agenda en sus últimas décadas, pusieron el foco en la economía política del desarrollo desigual. Sin sorpresa el trabajo resultante fue ecléctico, yendo de la teoría de la dependencia en América Latina a las del desarrollo disímil en África y Europa, hasta la geografía política y económica del desarrollo desigual. Que las últimas teorías no hayan estado atadas a los problemas específicos de la Revolución Rusa de seis o siete décadas antes, sino que hayan puesto sus energías en las luchas antiimperialistas de su época y en la sed de conocer la dinámica específica del desarrollo desigual capitalista, fue para mejor.
Hubo suficiente éxito en que, mientras muchos marxistas y teóricos, radicalizados en los ’60 y ’70, se reagrupaban en la academia durante este período, la rúbrica del desarrollo desigual se volvió sino familiar nuevamente, al menos de moda. Desde 1970, una poderosa tradición marxista en la geografía fue especialmente exitosa en reubicar las preguntas del desarrollo desigual, y el concepto es parte del lenguaje común de esta disciplina. Ciertamente se pagó un precio por el redescubrimiento académico del desarrollo desigual a tal grado que en algunos círculos involucra un mayor o menor desprendimiento de cualquier tipo de política marxista. Sin embargo las ganancias dentro de la teoría marxista incluyeron, centralmente, una distancia del callejón sin salida de la polémica de principios de los ’20 y, más positivamente, una visión dentro del proceso que creó las desiguales políticas económicas y geográficas de las que se tuvo que aferrar la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
En una famosa nota al pie en “El Capital”, Marx dice lo siguiente: “A fin de examinar el objeto de nuestra investigación en su integridad, libre de toda molesta circunstancia subsidiaria, debemos tratar a todo el mundo como una sola nación, y asumir que la producción capitalista está establecida en todos lados y se ha apoderado de cada rama de la industria”. Esta abstracción de las diferencias entre los distintos lugares y experiencias fue vital en tanto el objetivo amplio era una crítica analítica a las contradicciones del capitalismo en su esencia; el poder su análisis hubiese sido imposible de otra forma. No es accidental, por consiguiente, que en una era de autodenominada globalización, cerca de un siglo y medio después, Wall Street tropiece de vuela con Marx como el primer diagnosticador del sistema que proporciona sus mansiones, yates y su poder político.
Pero la abstracción de Marx también limitó la aplicabilidad de la teoría. En particular desespació y destemporalizó el desarrollo del capitalismo, y proveyó pocos indicadores para lidiar con las diferencias sociales, políticas y económicas a través del espacio. Aún las concepciones de la especialidad o su aparente ausencia, pueden tener implicaciones políticas profundas. Francamente una teoría que desvela el funcionamiento interno del capitalismo, es un “sine qua non” del análisis político, pero sin una elaboración apropiada y  matizada, puede ser un arma sin filo para evaluar el funcionamiento actual del capitalismo o para decidir qué debe hacerse, tanto en 1905 como un siglo después.


Diferencias histórico geográficas significativas, en formas y niveles del desarrollo del capitalismo, produjeron precisamente los enigmas a los que Trotsky, Lenin, Luxemburgo y muchos otros se vieron en la necesidad de hacer frente
  en sus discusiones sobre el imperialismo, colonialismo y desarrollo desigual. Para Luxemburgo era imposible comprender la reproducción del capitalismo sin situar un “exterior” al capitalismo, una fuente no capitalista de trabajo así como de mercados: “La acumulación del capital se vuelve imposible desde todo punto de vista sin alrededores no capitalistas”. Lenin era más circunspecto, pensando al capitalismo no tanto como un juego geográfico de suma cero. La proliferación del colonialismo europeo, que “ha completado el reparto de los territorios desocupados en nuestro plantea”, no necesariamente implicaba el fin del capitalismo, él insistía, pero era probable que llevara a una “redivisión” y reestructuración interna del poder colonial. Para Lenin, en otras palabras, ya no había un “exterior” al capitalismo. Más bien, el poder de la reorganización interna encontró un significado supremo.
La lógica de la acumulación de capital es espacial tanto como temporal, y el desarrollo desigual es bastante precisamente, sino siempre, el resultado predecible. Los socialistas revolucionarios de comienzos del siglo XX visualizaron esto sólo parcialmente. Trotsky captó la situación geográfica adversa de Rusia, su población esparcida y su “desarrollo económico natural” precapitalista, su clima tanto como su sistema de transporte y su estado absolutista como factores de su “atraso”. Cualquiera que fuera el impulso progresivo implicado en las teorías tempranas del desarrollo desigual, fue truncado abruptamente por el estalinismo y por el interés de las élites capitalistas que mantuvieron el foco ideológico en una pueril igualación de las diferencias espaciales con estrechas miras en la escala nacional, incluso cuando, como con Trotsky, el enfoque político era resueltamente internacionalista. Así como los marxistas hoy no quieren saber nada con el tipo de “leyes de la historia” de hierro que marcaron una era más temprana, es vital al mismo tiempo recuperar un sentido de la ordenada aunque siempre maleable geografía de la acumulación a escalas múltiples. O como Trotsky decía, la fuerza de “la ley del desarrollo desigual opera no sólo en la relación entre países entre sí, sino también en los varios procesos dentro de uno y el mismo país”, y sin embargo la “reconciliación de los desiguales procesos económicos y políticos sólo puede ser logrado a escala mundial”.
Así como la forma de dominio burgués difiere entre países “avanzados” y “atrasados”, Trotsky escribió alguna vez, “la dictadura del proletariado también tendrá un carácter muy variado en términos de bases sociales, formas políticas, las tareas inmediatas y el ritmo de trabajo en los distintos países capitalistas”. A lo largo de la mayor parte del mundo en la actualidad, no estamos viviendo en un momento revolucionario o siquiera pre-revolucionario. La transición al socialismo, que preocupó a los revolucionarios socialistas un siglo atrás, no es ciertamente el contexto dominante hoy, y nuestra compresión del desarrollo desigual debe completarse de acuerdo con esto. Una teoría del desarrollo desigual apropiada para la coyuntura presente necesita comprender la lógica capitalista que yace por debajo del “carácter variado” de los lugares, sus “bases sociales” y “formas políticas”.
En búsqueda de soluciones a las contradicciones internas, las sociedades capitalistas crean geografías específicas, y sin embargo estas geografías se vuelven en sí mismas la prisión de las posibilidades sociales, económicas y políticas. Las geografías del desarrollo desigual capitalista contienen bastante literalmente lucha, ya sea en colonias, imperios o suburbios. Las teorías del desarrollo desigual que se formaron en el primer cuarto del siglo XX visualizaron estas posibilidades al mismo tiempo de el propio desarrollo desigual emergía como el sello de la geografía del capitalismo. Como atestigua ampliamente la historia de las revoluciones y luchas de liberación nacional del siglo XX, no hay necesariamente una correspondencia exacta entre niveles y tipos de desarrollo capitalista en un lugar particular y la propensión a la revolución, pero un análisis certero de las posibilidades políticas en el futuro depende de una teoría desarrollada del desarrollo desigual.