Maurice
Merleau Ponty: Su desaprovechado racionalismo psicológico
El filósofo francés Maurice Merleau Ponty
(1908-1961) fue uno de los más destacados representantes de la corriente
filosófica conocida como fenomenología, la ciencia que estudia la relación
existente entre los hechos (los fenómenos sociales) y la capacidad de un
individuo de percibirlos tal cual son (la toma de conciencia). Realizó sus
estudios iniciales en el Lycée Janson de Sailly y en el Lycée Louis le Grand,
ambos en París. Luego ingresó a la École
Normale Supérieure, también de París, para estudiar Filosofía. Allí fue
compañero de Jean Paul Sartre, quien ejercería alguna influencia en su
pensamiento filosófico posterior. Una vez obtenido el profesorado, ejerció la
docencia en varios institutos de enseñanza secundaria: École Normale de
Beauvais, École de Chartres, Institut Carnot e Institut Condorcet de París.
Simultáneamente regresó a la École Normale Supérieure donde obtuvo el doctorado
en Letras, el mismo título que conseguiría después en la universidad La
Sorbonne. Por entonces ya era notable su interés por los estudios sobre la
metafísica de Henri Bergson, y sobre la fenomenología de Edmund Husserl. Cuando
estalló la Segunda Guerra Mundial participó activamente en la Resistencia.
Interesado en el campo de la política y la sociedad, mostró en su ideología de
entonces una fuerte perspectiva marxista, de la cual renegaría en algunos
aspectos tiempo después. En 1947 escribió “Humanisme et terreur. Essai sur le
problème communiste” (Humanismo y terror. Ensayo sobre el problema comunista),
fragmentos del cual se reproducen a continuación.
Si se
convierte a los procesos de Moscú en un drama de la responsabilidad nos
alejamos ciertamente de la interpretación que les da Vishinsky, pero también de
la interpretación izquierdista. De acuerdo al menos por una vez, Vishinsky y
Trotsky admiten ambos que los procesos de Moscú no plantean ningún problema; el
primero porque los acusados son pura y simplemente culpables, el segundo porque
son pura y simplemente inocentes. Para Vishinsky es preciso creer en las
confesiones de los acusados y no se debe creer en las restricciones que las
acompañan. Para Trotsky es preciso creer en las restricciones y dar como nulas
las confesiones. Han confesado bajo la amenaza del revólver y porque esperaban
salvar sus propias vidas o sus familias, han confesado sobre todo porque no
eran verdaderos bolcheviques-leninistas sino opositores de derecha, prontos a
la capitulación.
Faltos de una plataforma marxista verdaderamente sólida, debían sentirse tentados a unirse a la dirección estalinista cada vez que la situación se distendía en el país y, por el contrario, tentados a pasar a la oposición en los períodos de crisis o de guerra civil encubierta, como por ejemplo en la época de la colectivización forzada. Eran insensibles porque tenían ideas muy confusas y más emoción que pensamiento. Pero todo nuevo acto de plegarse se hacía cada vez más oneroso. Para volver a encontrar sus lugares en el Partido debían negar cada vez más completamente sus propias tesis de la víspera. De allí que hayan terminado por tener un espíritu escéptico y cínico que se traducía tanto por medio de la crítica frívola como por la obediencia sin vergüenza. Estaban “destrozados”. El caso de esos inocentes prontos a la capitulación no es más que un caso psicológico.
En la historia no existe la ambivalencia, sólo hay hombres irresolutos. Trotsky conocía mejor que nosotros el carácter de los hombres de los cuales habla. Justamente es por eso que abusa de la explicación psicológica en lo que concierne a las capitulaciones. Su conocimiento de los individuos le oculta la significación histórica del hecho. Es preciso buscar más allá de la psicología, unir las “capitulaciones” a la fase histórica en la cual aparecen y finalmente a la estructura misma de la historia. Los opositores que han aceptado capitular y que han sido juzgados públicamente son precisamente los más conocidos, los que habían desempeñado el papel más importante en la Revolución de Octubre (con excepción, naturalmente, de Trotsky mismo), por lo tanto probablemente los marxistas más conscientes. A partir de este hecho no resulta razonable explicar las capitulaciones únicamente por la debilidad del carácter y del pensamiento político; es forzoso creer que son motivadas por la fase presente de la historia.
Faltos de una plataforma marxista verdaderamente sólida, debían sentirse tentados a unirse a la dirección estalinista cada vez que la situación se distendía en el país y, por el contrario, tentados a pasar a la oposición en los períodos de crisis o de guerra civil encubierta, como por ejemplo en la época de la colectivización forzada. Eran insensibles porque tenían ideas muy confusas y más emoción que pensamiento. Pero todo nuevo acto de plegarse se hacía cada vez más oneroso. Para volver a encontrar sus lugares en el Partido debían negar cada vez más completamente sus propias tesis de la víspera. De allí que hayan terminado por tener un espíritu escéptico y cínico que se traducía tanto por medio de la crítica frívola como por la obediencia sin vergüenza. Estaban “destrozados”. El caso de esos inocentes prontos a la capitulación no es más que un caso psicológico.
En la historia no existe la ambivalencia, sólo hay hombres irresolutos. Trotsky conocía mejor que nosotros el carácter de los hombres de los cuales habla. Justamente es por eso que abusa de la explicación psicológica en lo que concierne a las capitulaciones. Su conocimiento de los individuos le oculta la significación histórica del hecho. Es preciso buscar más allá de la psicología, unir las “capitulaciones” a la fase histórica en la cual aparecen y finalmente a la estructura misma de la historia. Los opositores que han aceptado capitular y que han sido juzgados públicamente son precisamente los más conocidos, los que habían desempeñado el papel más importante en la Revolución de Octubre (con excepción, naturalmente, de Trotsky mismo), por lo tanto probablemente los marxistas más conscientes. A partir de este hecho no resulta razonable explicar las capitulaciones únicamente por la debilidad del carácter y del pensamiento político; es forzoso creer que son motivadas por la fase presente de la historia.
En su fase
estalinista la U.R.S.S. se encuentra en tal situación que, para la generación
de Octubre, se hace igualmente difícil adaptarse como oponerse hasta el fin. Es
un hecho indiscutible que los procesos de Moscú liquidan a los principales
representantes de esta generación. Zinoviev, Kamenev, Rykov, Bujarin, Trotsky
componían junio con Stalin el Comité Político de Lenin. Los dos primeros han
sido fusilados como consecuencia del proceso de 1936, el tercero luego del
proceso de 1937, el cuarto luego del proceso de 1938. Rykov y Bujarin eran todavía
miembros del Comité Central de 1936. Piatakov y Radek, miembros igualmente del
Comité Central, fueron ejecutados en 1937. El que dirige el juicio contra ellos
entró tardíamente al Partido, después de la Revolución. Entre los seis hombres
de primer orden que mencionaba el testamento de Lenin sólo queda Stalin.
Todos estos hechos son indiscutibles, y también resulta evidente que Lenin se habría rodeado muy mal si todos sus colaboradores, salvo uno, hubiesen tenido un carácter tal como para pasar al servicio de los estados mayores capitalistas. Una oposición tan general debe traducir un cambio profundo en la línea del gobierno soviético. Todo el problema consiste en saber de qué cambio se trata y si Trotsky lo interpreta bien. Para él se trata del paso de la revolución a la contrarrevolución. Sin embargo, como la dirección estalinista tomó por su cuenta la plataforma izquierdista de la industrialización y la colectivización, Trotsky se ve obligado a atemperar su crítica.
Que vaya hacia la izquierda o hacia la derecha, la dirección estalinista procede por una serie de zigzags y no según una verdadera línea marxista. A veces se bate en retirada (sobre el terreno de la política extranjera y de la revolución mundial, o en el interior cuando se acentúa la diferenciación social), a veces dirige contra los restos de la burguesía una ofensiva terrorista (como durante el período de la colectivización forzada), pero en los dos casos hace violencia para la historia; por esa misma razón fracasará y, con el pretexto de salvar la Revolución, la habrá liquidado como Thermidor y Bonaparte han liquidado la Revolución Francesa.
Se podría decir que, en la coyuntura, el compromiso preserva el porvenir de la Revolución Rusa mejor que una política radical, como en la historia del pensamiento político el compromiso hegeliano tenía mayor porvenir que el radicalismo de Hölderlin. Cuando trata de comprender, como marxista consecuente, su propio fracaso y la consolidación de Stalin, Trotsky se ve llevado a definir la fase presente como una fase de reflujo revolucionario en el mundo. En la dinámica mundial de las clases, el empuje revolucionario es seguido inevitablemente de una pausa; luego de cada ola de marea parece detenida por un tiempo. No se trata de un hecho contingente, explicable por las concepciones personales de un hombre o de varios, o por los intereses de una burocracia establecida, sino de un momento que tiene su lugar en el desarrollo de la revolución.
Con ese espíritu analizan la situación presente los mejores textos de Trotsky. Pero, o bien no quieren decir nada, o quieren decir que la Teoría de la Revolución Permanente -la idea de un esfuerzo revolucionario continuo, de una estructura social sin inercia y siempre vuelta a poner en duda por la iniciativa de las masas, de una historia transparente o sin espesor-, expresa, mucho más que la marcha efectiva del proceso revolucionario, los postulados racionalistas del trotskismo. Para una conciencia revolucionaria abstracta -que se aparta del acontecimiento y se acerca a sus fines-, Napoleón liquida la Revolución. De hecho, las armas de Napoleón han llevado a través de Europa, con las violencias de la ocupación militar, una ideología que debía hacer posible seguidamente una recuperación revolucionaria. Muchos volúmenes serían necesarios para establecer el sentido histórico del Thermidor y del bonapartismo.
Aquí bastará con mostrar que Trotsky mismo caracteriza el "Thermidor" soviético de tal modo que aparece como una fase ambigua de la historia y no como el fin de la Revolución. Podría representar, dentro de la escala de la historia universal, un período de latencia durante el cual algo adquirido se estabiliza. El mismo Trotsky escribe a propósito de Stalin: “Cada una de las frases de sus discursos tiene un fin práctico; nunca se eleva el discurso en su totalidad a la altura de una construcción lógica. Esta debilidad constituye su fuerza. Existen ciertas tareas históricas que no pueden ser realizadas a menos de renunciar a las generalizaciones; existen épocas en las que las generalizaciones y la previsión excluyen el éxito inmediato”. En otras palabras: Stalin es el hombre de nuestro tiempo que no es (suponiendo que ningún tiempo lo sea nunca completamente) el de las “construcciones lógicas”. En esa perspectiva los procesos de Moscú serían el drama de una generación que perdió las condiciones objetivas de su actividad política.
Seguramente Trotsky nunca hubiera aceptado esta interpretación. Las “condiciones objetivas” de la fase presente, hubiera dicho, son en parte el resultado de la política estalinista. Respetándolas se agravaría la situación. Por el contrario, es posible mejorarla constituyendo una nueva dirección revolucionaria. Y es sabido que, a partir de 1933, Trotsky renunció a modificar desde el interior la dirección del Partido Comunista y sentó las bases de una IV Internacional. Pero en 1933 Trotsky había sido despojado de la nacionalidad soviética y exiliado. Podemos preguntarnos si fuera del medio soviético, obligado en el exilio a una vida de intelectual aislado, no subestimó las necesidades de hecho y cedió a la tentación de los intelectuales, que es la de construir la historia según su esquema, porque no viven enfrentados con sus dificultades. Hay en esto algo más que una hipótesis. El testimonio de Trotsky, cuando todavía estaba comprometido en la vida soviética, puede ser confrontado con el de un Trotsky aislado y cortado de la historia. Si hubo un momento en que la dirección estalinista no estaba todavía consolidada, fue en 1929, cuando Zinoviev y Kamenev dejaron de constituir un bloque con Stalin. Pero, en esa fecha, Trotsky estimaba que la situación en la U.R.S.S. y fuera de la U.R.S.S. prohibía a la oposición tomar el poder.
de la oposición en los tiempos venideros se convertía necesariamente en papel preparatorio. Era preciso formar nuevos cuadros y esperar los acontecimientos. Es lo que le contesté a Kamenev: 'No estoy de ningún modo fatigado, pero mi parecer es que debemos armarnos de paciencia por un tiempo bastante largo, por todo un período histórico. No se trata hoy en día de luchar por el poder, sino de preparar los instrumentos ideológicos y la organización de la lucha por el poder en vista de un nuevo impulso de la Revolución. Cuándo vendrá ese impulso, no lo sé'”.
Por lo
tanto, al menos una vez, Trotsky se inclinó frente al estalinismo considerado como situación de hecho y frente a la dirección existente considerada como la única
posible. Pero, ¿puede entonces hablar de “cobardía política” cuando otros se
unen a ellas? El retrato que traza de Radek es muy verosímil, y nadie pensará en
comparar a Trotsky, negándose en 1926 a luchar por el poder, con Radek cuando éste
quemaba en 1929 lo que adoraba algunos meses antes. La calidad humana de una y
otra parte no es comparable y, al mismo tiempo que el mal humor, existe algo
así como la envidia y una especie de estima en estas palabras de Bujarin al finalizar
su última declaración: “Es necesario ser Trotsky para no ceder”. Pero la historia
hace posible que existan oponentes irresolutos porque ella misma es ambigua, y
esta ambigüedad, que no determina pero al menos motiva la cobardía de Radek, la
reconoció Trotsky el día en que renunció a reemplazar una dirección que
desaprobaba.
Se responderá
que él nunca adhirió a ella. Y en efecto, frente al dilema de Zinoviev
(gobernar o adherirse), Trotsky esboza una tercera solución: preservar la
herencia revolucionaria, proseguir en el país la agitación a favor de una línea
clásica hasta que las condiciones objetivas se tornen nuevamente favorables y
que un nuevo impulso de las masas lo manifieste; en una palabra, emprender un
trabajo de oposición. ¿Pero si las circunstancias fuesen tales que la oposición
desorganizaría la producción, si el plazo acordado a la U.R.S.S. para construir
su industria fuese demasiado corto para que pueda hacerlo sin obligar al
trabajo por la fuerza? ¿Si en el contexto de la obra emprendida la política “humana”
fuese impracticable y sólo el terror fuese posible? ¿Si el dilema de Zinoviev y
Kamenev -obedecer o mandar- expresara las exigencias de la fase presente? ¿Si
la tercera solución de Trotsky estuviese excluida en principio por la
situación? Ella lo ha sido de hecho y Trotsky fue desterrado.
En ese momento deja de pensar “en situación”. Se ve predominar en él un elemento de racionalismo y de moralidad kantiana que se expresa literalmente en una frase del Boletín de la Oposición: “Jugar a las escondidas con la Revolución, ser astutos con las clases sociales, hacer diplomacia con la historia es absurdo y criminal. Zinoviev y Kamenev caen por no haber observado la única regla válida: haz lo que debas, suceda lo que sucediere”. Naturalmente, el deber del cual habla no es el deber hacia sí mismo y hacia los demás en general; es el deber marxista hacia la clase que tiene una misión histórica. Naturalmente también el “suceda lo que sucediere” debe entenderse referido al porvenir inmediato: para Trotsky como para todos los marxistas es en la historia donde el hombre puede realizarse. Piensa simplemente que la historia inmediata no es la única que cuenta, que ningún sacrificio se pierde puesto que se incorpora a la tradición proletaria y que en condiciones objetivas desfavorables el revolucionario puede servir siempre, muriendo por sus ideas: “Si nuestra generación reveló ser demasiado débil para construir el socialismo sobre la tierra, legaremos al menos a nuestros hijos una bandera sin manchas. Bajo los golpes implacables de la suerte, me sentiría feliz como en los mejores días de mi juventud si contribuyera al triunfo de la verdad. Pues la más alta felicidad humana no se encuentra de ningún modo en la explotación del presente, sino en la preparación del porvenir”.
En ese momento deja de pensar “en situación”. Se ve predominar en él un elemento de racionalismo y de moralidad kantiana que se expresa literalmente en una frase del Boletín de la Oposición: “Jugar a las escondidas con la Revolución, ser astutos con las clases sociales, hacer diplomacia con la historia es absurdo y criminal. Zinoviev y Kamenev caen por no haber observado la única regla válida: haz lo que debas, suceda lo que sucediere”. Naturalmente, el deber del cual habla no es el deber hacia sí mismo y hacia los demás en general; es el deber marxista hacia la clase que tiene una misión histórica. Naturalmente también el “suceda lo que sucediere” debe entenderse referido al porvenir inmediato: para Trotsky como para todos los marxistas es en la historia donde el hombre puede realizarse. Piensa simplemente que la historia inmediata no es la única que cuenta, que ningún sacrificio se pierde puesto que se incorpora a la tradición proletaria y que en condiciones objetivas desfavorables el revolucionario puede servir siempre, muriendo por sus ideas: “Si nuestra generación reveló ser demasiado débil para construir el socialismo sobre la tierra, legaremos al menos a nuestros hijos una bandera sin manchas. Bajo los golpes implacables de la suerte, me sentiría feliz como en los mejores días de mi juventud si contribuyera al triunfo de la verdad. Pues la más alta felicidad humana no se encuentra de ningún modo en la explotación del presente, sino en la preparación del porvenir”.
Aprehendemos tal vez aquí el fondo de los pensamientos de Trotsky, este apuntar inmediato hacia el porvenir o este afrontamiento de la muerte que son el equivalente existencial del racionalismo y, como Hegel lo había visto, la tentación de la conciencia. Sabemos que Trotsky ha hecho lo que decía, no se trata de palabras. Este tipo de hombres es sublime en el orden de lo individual. Nos queda por preguntarnos si son ellos los que hacen la historia. Tanto creen en la racionalidad de la historia que si por un tiempo deja de ser racional se arrojan hacia el porvenir antes de sostener compromisos con la incoherencia. Pero vivir y morir por un porvenir establecido por la voluntad antes que pensar y obrar en el presente es exactamente lo que los marxistas han llamado siempre utopía. Para el presente el precio de esta intransigencia puede ser pesado. Si los planes quinquenales no hubieran sido ejecutados, si la disciplina militar y la propaganda patriótica de tipo tradicional no hubiesen sido reimplantadas en la U.R.S.S., ¿estamos seguros que el Ejército Rojo hubiera vencido? Afirmarlo es postular que las exigencias de la verdad y las de la eficacia, las necesidades de la guerra y las de la revolución, la disciplina y la humanidad no solamente se encuentran al fin, sino más aún, que son idénticas a cada instante; es negar el papel de la contingencia en la historia, que Trotsky, sin embargo, como historiador y como teórico siempre admitió.
Sería absurdo imputar a Trotsky las opiniones de cada uno de los trotskistas. Bajo esta reserva, he aquí una anécdota: recuerdo haber discutido, durante la ocupación, el problema de la eficacia con un amigo trotskista, deportado más tarde y muerto en un comando. Me dijo que tal vez, sin Stalin, la U.R.S.S. hubiera tenido menos artillería y menos tanques, pero que al penetrar en un país donde la democracia de los trabajadores y la iniciativa de las masas habrían sido visibles a cada paso, los nazis hubieran perdido en seguridad lo que ganaban en territorio y que todo hubiera terminado en soviets de soldados dentro del ejército alemán. Ejemplo de lo que podría llamarse historia abstracta. Preferimos, como más consciente, el “suceda lo que sucediere” de Trotsky. Pero si es preciso elegir entre una U.R.S.S. que es “astuta con la historia”, que se mantiene dentro de la existencia y detiene a los alemanes, y una U.R.S.S. que conserva su línea proletaria y desaparece en la guerra, dejando a las generaciones futuras un ejemplo heroico y cincuenta años o más de nazismo, ¿es cobardía política preferir la primera?
Ciertas tesis fundamentales del trotskismo muestran a las claras que para Trotsky como para los marxistas, la política no es solamente un asunto de conciencia, una simple ocasión para la subjetividad de poder expresar hacia afuera ideas o valores, sino el compromiso del sujeto moral abstracto asumido en los acontecimientos ambiguos. Bien sabía que en ciertas situaciones límites no existe otra elección fuera del estar por o contra, y es por eso que hasta el fin sostuvo la tesis de la defensa incondicional de la U.R.S.S. en tiempo de guerra. “Sobre ese punto, y la compilación publicada recientemente en Nueva York dan fe de ello. Yo he combatido invariable e inflexiblemente toda duda. Más de una vez he debido romper con mis amigos por ese problema. Expongo en ‘La Revolución traicionada’ que la guerra pondría en peligro, al mismo tiempo que la burocracia, las nuevas bases sociales de la U.R.S.S., las que representan un inmenso progreso en la historia de la humanidad. De allí el deber, para todo revolucionario, de defender la U.R.S.S. contra el imperialismo a pesar de la burocracia soviética”. Esta defensa de la U.R.S.S. se distingue de una adhesión en esto: en que Trotsky esperaba proseguir en plena guerra la agitación a favor de sus planteos. ¿Pero esta restricción es compatible con la tesis de la defensa de la U.R.S.S.? Tal vez resulte posible que en un país adelantado y en una democracia, la dirección de la guerra sea fácilmente compatible con la existencia de una oposición. En un país que apenas sale de la colectivización y la industrialización forzadas, la existencia de una oposición organizada que se propone derribar la dirección revolucionaria plantea problemas completamente diferentes.