6 de mayo de 2008

Alondras y búhos

Entre las personas de todo el mundo hay madrugadores y trasnochado­res. Unos se levantan pronto y muy despabilados, pero por las noches suelen ser incapaces de realizar una actividad que exija concentración. A otros les cuesta bastante levantarse por las ma­ñanas y ponerse en movimiento; su hora de trabajo preferida es el final de la tarde, y es entonces cuando se sienten más despiertos. En Inglaterra se conoce a los dos tipos como "alondras" y "buhos". La mayoría de las personas no son ni alondras ni buhos, sino tipos intermedios.
Hasta hace poco, los especialistas se inclinaban a creer que la costumbre era el único factor determinante de la adscripción a uno u otro tipo. Quien se habitúa a permanecer despierto has­ta las 3 de la mañana, se convierte necesariamente en un noc­támbulo; pero en cuanto se vuelve a acostumbrar a acostarse a las 11, desaparece por completo su carácter trasnochador.
Pero, según han demos­trado algunos experimentos realizados por la Linköping University de Suecia hace unos años, muchas funciones del organismo humano presentan en el transcurso del día un ritmo oscilante, cosa que se puede comprobar fácilmente si se toma como ejemplo la temperatura. Normalmente, antes de que nuestro cuerpo alcance el mínimo térmico transcurren de cuatro a seis horas en las que sentimos tal cansancio que de­searíamos echarnos a dormir; sin embargo, dos o tres horas des­pués del mínimo el cansancio desaparece. Así pues, la mayor parte del reposo nocturno tiene lugar en el curso del descenso de la temperatura corporal. Si durante un tiempo uno se acuesta más tarde de lo acostumbrado, porque, por ejemplo, se queda trabajando hasta muy tarde, desplaza sus ritmos corporales y con ellos el mínimo térmico y la hora óptima de acostarse a dormir. Aunque tal desplazamiento no es irreversible, cuesta un par de noches recuperar el ritmo perdido.
Los estudiosos suecos descubrieron que la diferencia entre madrugadores y trasnochadores no radicaba únicamente en el desplazamiento en sentido contrario de sus ritmos diarios. No es sólo que las máximas y mínimas de sus curvas diarias se produz­can en distintas horas: es que además presentan un aspecto di­ferente. Según se demostró, los madrugadores tienen las curvas térmicas más planas. Los sujetos observados se despertaban ha­cia las 7 de la mañana con 36,5° y alcanzaban el máximo de 36,9° cuatro horas más tarde; después, su temperatura descendía lentamente hasta llegar la noche. Por el contrario, los trasnochado­res se levantaban dos horas más tarde, hacia las 9, con 36,4°. Nueve horas después, a las 18 horas, alcanzaban un máximo de aproximadamente 37,2°. Pasado éste, descendía con relativa ra­pidez la temperatura. Así pues, la amplitud térmica oscilaba en torno a 0,4° en el caso de los madrugadores, y a 0,8°, el doble, en los trasnochadores. A lo largo del día las temperaturas de ambos grupos eran iguales, y tampoco se diferenciaban en el transcurso del sueño.
También parece existir una relación entre el emplazamiento temporal del sueño, la amplitud térmica corporal y determinadas características personales: los madrugadores más tajantes presentan las curvas térmicas más planas y son más introvertidos; los noctámbulos, sin embargo, tienen curvas térmicas más marcadas y son más extrovertidos y sociables.El simple emplazamiento del ritmo corporal en un horario determinado no es cuestión de costumbre; las diferencias de amplitud de los ritmos diarios, profundamente interrelacionadas con el temperamento, son expresión de una estructura biológica diferenciada e innata, o al menos así parece desprenderse de los datos que se conocen actualmente. Como ocurre en otros mu­chos aspectos, también en éste parece darse una "costumbre", que uno puede en principio marcarse por sí mismo (como, por ejemplo, acostarse tarde); pero, de hecho, serán predominante­mente noctámbulos los hombres impulsados a ello por la natura­leza de sus ritmos corporales "tardíos". Esta es una propiedad que parece heredarse de los padres.