Budapest es una ciudad construida sobre sus propias ruinas y muertos, tanto como cualquier otra urbe europea. No obstante, probablemente no haya ciudad en el mundo tantas veces destruida y reconstruida; un proceso que empezó en tiempos remotos y que no se contradice con el hecho de que Budapest sea, posiblemente, la capital más joven de Europa.
Durante miles de años ha habido gente habitando el área que actualmente abarca Budapest. El monte Gellért de sólo 250 metros de alto junto el Danubio, estuvo poblado por una tribu celta durante los siglos III y IV a.C. En el año 89, los romanos despojaron del terreno a estos celtas llamados eraviscusos para levantar en el lugar Aquincum, una ciudad de 50.000 habitantes. Todavía hoy en Obuda (una de las tres ciudades de cuya unión nació Budapest en 1873) existen innumerables huellas de aquella ciudad: villas, palacios, anfiteatros, baños, mercados, tiendas, acueductos, estatuas, altares y sarcófagos.
Tres siglos después, los hunos vinieron a reemplazar a los romanos, pero entre las huestes de Atila (406-453) y los magiares tribales, la ciudad tuvo varios otros inquilinos. Primero los ostrogodos (siglo V), una versión aria de los hunos a escala menor, quienes desaparecieron sin dejar rastro. Les siguieron los longobardos (siglo VI), que empezaron a ser culturalmente evaluables unos cientos de kilómetros más al sur, convertidos ya en lombardos. Después se establecieron los ávaros (siglo VII) que, refutando la etimología neolatina de su nombre, resultaron ser pródigos en lucir joyas. Luego estuvieron los moravos hasta que en 896, los magiares -una tribu finesa de nómadas paganos que provenía de la península de Kola, en la actual Rusia- consiguió dominar la región. La conquista estuvo dirigida por Arpád (840-907) quien se estableció en Obuda.
Los magiares edificaron a ambos lados del Danubio, utilizando Aquincum como base. En el año 1000, el rey István I (969-1038) fundó el Estado Húngaro e hizo que el país se aliara con la Europa cristiana. En 1241 llegaron los tártaros. En una breve batalla derrotaron a las tropas húngaras y cometieron horribles matanzas en todo el territorio, provocando la muerte de un tercio de la población. Cuando los tártaros se retiraron cinco años después, el rey Bela IV (1206-1270) inició la reconstrucción de la ciudad levantando castillos y fortalezas. Aquincum fue renombrada como Obuda (Antigua Buda) para distinguirla de la reconstruida Buda.
En el siglo XIII, Buda se convirtió en sede real y comenzó a desarrollarse rápidamente. Prosperó bajo el dominio del rey Sigismund (1368-1437) y alcanzó su época dorada bajo el reinado del rey Matthias Corvino (1443-1490) en el siglo XV. El esplendor de Buda duró exactamente hasta la siguiente destrucción, acaecida con la aparición de los turcos en el siglo XVI.
En 1541, los turcos ocuparon Buda. Permanecieron allí durante 150 años, periodo durante el cual se deterioró la ciudad. La reconquista de Buda en 1686 por parte de los Habsburgo, dejó la ciudad en ruinas. Pero el casco antiguo, volvió a resucitar y a partir de entonces empezó a tener su actual aire barroco. Más o menos en esa época, en el siglo XVIII, se convirtió en ciudad el pueblo situado en la otra orilla del Danubio. Pero Pest tardó aún en ser la mitad más grande de la capital y el centro de su vida comercial y cultural. Su esplendor comenzó después de una nueva destrucción, aunque esta vez no de carácter militar: en 1838 una inundación devastó toda la ciudad. La reconstrucción coincide con el despertar nacionalista, el auge económico y la arquitectura neoclásica.
Durante los siglos XVIII y XIX, Hungría formó parte del Imperio Austríaco, lo que ocasionó varios conflictos entre la nobleza magiar, poderosa y de espíritu independiente y las tendencias centralistas de Viena. En 1848, estallaron rebeliones en todas partes del imperio, y en Budapest las multitudes tomaron las calles protestando contra la dominación de los austríacos. La rebelión fracasó y entre 1849 y 1866 se reimplantó una política centralista y autoritaria. La posterior época de depresión económica y psicológica llegó a su final feliz con el compromiso histórico con los Habsburgo en 1867, mediante el cual Hungría se convirtió en una parte autónoma del Imperio Austrohúngaro. En este tratado se le otorgó a Hungría instituciones políticas, gobierno y ejército propios, con plena independencia excepto en asuntos militares, exteriores, monetarios y aduaneros.Por entonces, la ciudad ya contaba con una prensa de imprenta, una universidad y el primer puente permanente sobre el Danubio. En 1873, las tres ciudades, Obuda, Buda y Pest quedaron unificadas legislativa y administrativamente. Se formó un Consejo de Obras Públicas que seguía un moderno concepto de urbanismo y se construyeron tres carreteras de circunvalación junto con una red de avenidas. A partir de allí, y hasta la Primera Guerra Mundial, Budapest conoció una prosperidad nunca vista. Llegó a ser más grande que cualquier otra ciudad de la región, incluida Viena, su eterna rival, a la que adelantó, por ejemplo, en la construcción del ferrocarril subterráneo, el primero en el continente y el tercero en el mundo.
Pero la inmensa ambición de la flamante burguesía húngara, aristocratizante, nacionalista y básicamente de origen judío y alemán (con multitud de serbios, eslovacos, croatas y griegos en el pequeño comercio y artesanía), no se contentó con superar a Viena. Cayó presa de un auténtico delirio de grandeza, sumamente provechoso para el futuro turismo, que culminó en 1896 con los festejos milenarios de la llegada de los magiares. En apenas 40 años, Budapest se convirtió en una imponente metrópolis de arquitectura ecléctica.Sin embargo el Imperio fue derrotado durante la Primera Guerra Mundial, por lo que Hungría declaró su independencia el 1 de octubre de 1918. Poco después, hubo una revolución que instauró la República Soviética Húngara, pero fue sofocada tres meses más tarde mediante el empleo del terror por parte de las fuerzas comandadas por el almirante Miklos Horthy (1868-1957), quien tomó el poder como regente permanente y encabezó un régimen reaccionario, semidictatorial y atrasado. Con la firma de los tratados de paz, Hungría perdió dos terceras partes de su territorio, mientras la política de Horthy empujaba al país a una guerra suicida al lado de Adolf Hitler (1889-1945), y preparó la aniquilación de medio millón de judíos húngaros.Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Budapest estaba casi tan destruida como Stalingrado, Berlín o Varsovia. En aquel invierno extremamente frío de 1945 la naturaleza vino en ayuda de la ciudad: los cadáveres tardaron en descomponerse, y sobre el Danubio congelado se produjo un movimiento migratorio que -proporcionalmente- fue superior al ocurrido catorce siglos antes tras la invasión de los longobardos.Hungría cayó bajo el área de influencia del estalinismo. Las tropas soviéticas entraron en Hungría en 1944, permaneciendo inicialmente como un frente de ocupación (tras expulsar al ejército alemán), posteriormente por invitación expresa del gobierno de Hungría, y finalmente como requisito impuesto por la pertenencia del país al Pacto de Varsovia. Los húngaros se rebelaron en 1956, pero la rebelión fue aplastada por la artillería y los tanques soviéticos que dejaron la ciudad agujereada y aterrorizada.En los años sesenta y los setenta, luego de conseguir cierta liberalización con respecto a la Unión Soviética, el país alcanzó un boom conocido internacionalmente como "socialismo goulash", que hizo de Hungría uno de los países económicamente más fuertes del Este. Quedaron de esa época los bloques de edificios prefabricados, las fábricas convertidas hoy en grandes almacenes y las líneas de subterráneo.
Durante la década de los 80, un gobierno encabezado por el Partido Socialista de los Trabajadores Húngaros impulsó una política reformista, permitiéndose el establecimiento de pequeñas empresas particulares, y tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, Hungría desarrolló enlaces más cercanos con Europa occidental, uniéndose a la organización militar internacional OTAN en 1999 y a la Unión Europea en 2004.
La irrupción desenfrenada de la economía de mercado generó fuertes contrastes sociales y económicos que derivaron en una casta de ciudadanos opulentos vinculados al mundo de los negocios, y una población variada y múltiple, sumergida en la pobreza. Así pueden verse hoy los autos lujosos y las enormes mansiones de los millonarios y, por ejemplo, el mercado de hombres que se encuentra en la deprimente plaza Moscú, en Buda. Allí se reúnen cada día a las 7 de la mañana los jornaleros que quieren vender su mano de obra, formando distintos grupos sociales y étnicos. Por un lado los gitanos, por otro, los alcohólicos, luego los obreros cualificados, después los jóvenes de aspecto rockero y finalmente los más baratos, los ilegales, divididos a su vez por nacionalidades: los vietnamitas, los rusos, los ucranianos y los húngaros de Transilvania. Hoy en día se vende cualquier cosa en Budapest: adolescentes homosexuales en la Estación del Oeste, o mujeres en el Corso, un lujoso paseo en la orilla del Danubio.
También existe otro escenario de la miseria, aunque mucho más vital, casi optimista. Se trata de los así llamados mercados del Pequeño Comecón, posiblemente el único organismo internacional que sobrevivió a la caída del Muro. Son mercados informales que se montan en algún barrio de bloques nuevos hasta que la policía decide expulsarlos de allí. Entonces vuelven a aparecer en otro barrio. Fieles a su denominación de origen, son internacionales tanto por la composición de sus vendedores como por el surtido de los productos que ofrecen. Estos mercados tal vez sean el mayor símbolo de la Budapest actual.
Para los vendedores informales que allí trabajan se ha producido una catástrofe: ha estallado la revolución nacional-capitalista, ha empezado el reparto del país y de la riqueza en el que no pueden participar, se introducen los códigos de una nueva/vieja moral clasista que los degrada y a menudo los deja sin trabajo y, a veces, sin hogar. Pero ellos no dan la mano a torcer están pululando por ahí inventando una vida paralela, comprando y revendiendo, trabajando y sobreviviendo.
Todavía hubo tiempo para más episodios violentos cuando, en 2006 miles de húngaros, en gran parte pertenecientes al partido conservador mayoritario (comúnmente identificado con los movimientos de extrema derecha), salieron a las calles enarbolando las banderas del antiguo régimen pro-nazi de Horthy, produciéndose enfrentamientos donde la policía fue desbordada y fue tomado e incendiado el edificio de la televisión estatal húngara, en lo que fueron las jornadas más violentas vistas por Budapest en muchos años. La historia siempre se repite.