7 de mayo de 2008

Soñar: un teatro absurdo en medio de la noche

Los afamados psicólogos norteamericanos Calvin Hall (1909-1985) y Fred Snyder (1926-2008) entre otros, reunieron y analizaron estadísticamente miles de informes de sueños, obteniendo así una espe­cie de censo de la población soñante. A partir de estos datos puede inferirse con bastante exactitud el contenido de esta activi­dad.
Según las investigaciones de Hall, los niños de entre 3 y 4 años apenas sueñan con sus pa­dres, y si lo hacen con personas, suele tratarse de sus hermanos. Su tema fundamental son los animales, que aparecen en un 33 a 45% de sus sueños, un tema que para los psicólogos freudianos es factible considerar a estos animales sólo incidentalmente como tales, concibiéndolos como sustitutos de personas.
En los sueños femeninos hay más contactos amistosos, más sentimien­tos, más contenidos familiares que en los masculinos. Los hom­bres, en cambio, sueñan más a menudo con otros hombres, con agresiones, desgracias o ambición. El tema más habitual en los sueños de los adultos es la familia (44%), y en la mayoría de los casos se trata de la familia creada por el sujeto que sueña, y no de sus antecesores o hermanos.

En un 29% de los sueños aparecen familiares o amigos, amenazados, heridos, agonizantes o muer­tos. En un 8%, las propias personas que sueñan son perseguidas o atacadas. Un 6% de los procesos oníricos estudiados versan sobre el trabajo, el 5% sobre caídas a través del espacio, el 1% se re­fiere a las comidas, y entre un 1 y un 6% muestran actos de violencia sexual. El 33% transcurre en la casa, el 15% en medios de transporte, el 10% en la calle, y otro 10% en fiestas, en la playa o en otros lugares de diversión. Por lo general, en los sueños se camina y se conversa. En buena parte de ellos aparece junto al que sueña otra persona, y en un tercio son dos o más los protagonistas, generalmente parientes o conocidos. La desgracia (46%) es mucho más frecuente que el éxito (17%), y en cuanto a emociones, se destacan la angus­tia (14%), la ira y la sorpresa (cada una 10%), la amistad (7%), la tristeza (5%) y la vergüenza (1%); en conjunto, es evidente, se sueña mu­cho más con sensaciones desagradables que placenteras. El sexo y la edad determinan decisivamente el contenido onírico, en tanto que el nivel de formación, la clase social y la raza apenas lo hacen. Por su parte Snyder -en su censo de sueños- aprecia que los contenidos oníricos parecen modificarse en función de las preocupaciones sociales. Entre los sue­ños femeninos predominan los afectivos; los hombres, por el contrario, sueñan con otros hombres. Pero las agresiones, la desgracia y la ambición se presentan con igual frecuencia en ambos sexos. Estas estadísticas sobre sueños pueden parecer absurdas, constituyendo un trabajo enor­me y vacío de contenido. Aunque, de hecho, no ayudan a nadie a comprender mejor sus sueños, son indispensables para excluir ligeras generalizaciones acerca de los propios sueños. Gra­cias a ellos se sabe, por ejemplo, que soñar con hacer el ridículo -uno se examina ante un tribunal y no sabe nada; sale a un escenario y no recuerda ni una sola palabra del diá­logo; aparece desnudo o en pijama por la calle o en una fiesta elegante- es propio de la mayoría de las personas. Tanto los neuróticos como los que no lo son, los individuos seguros de sí mismos y los inseguros, los impulsivos y los tímidos, lo han so­ñado alguna vez. Este sueño no puede entenderse más que como indicio de un estado de ánimo extraño, anormal, acaso patoló­gico. Los sueños tampoco son lo que el psicólogo británico Havelock Ellis (1859-1939) pen­saba: un "arcaico mundo de exagerados sentimientos y pensa­mientos fragmentarios". Aunque hay momentos de gran intensi­dad en los sueños, también los hay en los que los sentimientos brillan por su ausencia. El filósofo alemán Georg Lichtenberg (1742-1799), por ejemplo, se asombraba de soñar que iba a ser quemado y recibía la noticia sin inmutarse. La mayor parte de las veces los sentimientos son corrientes y vul­gares.Por otra parte, los sueños no son un desagravio, una com­pensación de lo que perdemos o sacrificamos en el transcurso de la vida, y de hecho en ellos abundan las situaciones desagradables. Ante todo, son mucho más banales y menos fantásticos de lo que se suele pensar. Los temas, imágenes y escenarios, proce­den en su mayoría de la vida cotidiana y tratan preferentemente de problemas habituales. Soñamos con lo que hemos visto, di­cho, deseado y realizado, algo que ya había apreciado claramente en 1853 el psicólogo francés Alfred Maury(1817-1892) en su libro "Le sommeil et les réves" (Dormir y soñar). La realidad, aunque cambiante, está ya inventada. Los sueños resultan extra­ños debido principalmente a sus bruscos e ilógicos cambios de escenario. Del mismo modo se ha desechado la creencia popular, hasta ahora vigente, de que los sueños son sólo cosa de un instante, aunque al que sueña le parezcan tan largos. También dicha creencia proviene de Maury, quien una noche soñó una larga historia: durante la Revolución Francesa era llevado ante un tribunal, y posteriormente conducido a la guillotina. En ese momento se despertó y comprobó que el soporte del techo de su cama había caído sobre su garganta. De esto dedujo que todo el sueño se había desarrollado entre esa caída y el instante en que se despertó.
Probablemente no sucedió así. Tal vez Maury estaba soñan­do una escena indeterminada que el desprendimiento del objeto sobre su garganta reorientó hacia una dirección específica. Es posible que la conciencia de los sueños haya ocupado, con su propia inercia, el período de tiempo que media entre la apre­ciación del hecho y la recapitulación del mismo. En todo caso, en los laboratorios de investigación se ha podido comprobar que los sueños man­tienen el tiempo de las fantasías diurnas. Por lo tanto, los sueños normales no parecen ser una acción cerra­da en sí misma, con un comienzo y un final. Resulta más sencillo considerarlos como fantasías errantes que tienen lugar en el momento de so­ñar. El hecho de que aparezcan ante las personas que sueñan como un drama previamente planificado se debe a que sólo se recuerda una parte relativamente coherente y fácil de retener, de aquello que en realidad constituye una fantasía mucho más larga; además, las personas las recuerdan cuando un aspecto dramático las despierta total o parcialmente, permitiendo con ello incorporar lo soñado a su memoria. Ese momento es a la vez el punto álgido y el final del sueño, cuyo desarrollo parece resumido posteriormente en ese punto.