Cuando los miembros de la expedición holandesa que al mando del capitán Jakob Roggeveen (1659-1729) descubrieron, el 5 de abril de 1722, a la más oriental de las islas polinesias del océano Pacífico, no se podía sospechar el enorme interés que despertaría, con el transcurso de los años, la que entonces bautizaron con el nombre de Isla de Pascua.
Las estatuas, conocidas en dialecto maorí como moai, son gigantescos bustos que representan enormes cabezas. Exceptuando unos raros ejemplos en basalto, todas fueron talladas de una enorme cantera sita en las faldas del Rano Raraku, volcán que forma la punta este de la isla; es evidente que en algún momento los trabajos de tallado fueron bruscamente interrumpidos, por lo cual hay más de cien estatuas abandonadas en la cantera, que varían desde el primer al último momento de elaboración. Existen también varios colosos casi terminados (el más alto mide veintiún metros), adheridos apenas a la roca basáltica. La misteriosa Rapa Nui tiene otros dos aspectos notables: según parece, la isla fue habitada, cuando menos, por dos razas humanas de distinta procedencia, en épocas diferentes; además, en algunas cuevas se han encontrado las llamadas tablillas Rongo Rongo, láminas de piedra de cierto grosor grabadas con el lenguaje pascuense primitivo, que se supone contienen la historia de la isla y sus monumentos.
Para explicar los misterios de la Isla de Pascua se han elaborado decenas de hipótesis. Una propone que la isla no es sino el último resquicio de un antiquísimo continente que se hundió en las aguas del Pacífico, llamado Lemuria. Otra afirma que los gigantescos bustos fueron hechos por una raza de constructores que provino de Asia y se extendió por América, siendo Pascua su punto de entrada.
En 1926, un militar angloamericano, James Churchward (1851-1936), publicó el libro "The lost continent of Mu" (El continente perdido de Mu), una obra en la que el autor dijo que en la India le había sido posible leer documentos antiquísimos donde se afirmaba que los continentes perdidos eran dos: la Atlántida y Mu, en el Pacífico, siendo Pascua un fragmento del segundo.
Por otro lado, el investigador español Antonio Ribera (1920-2001) creyó que la isla había recibido la visita de navegantes egipcios de la época de Ptolomeo II (siglo X a.C.), y que dichos marinos fueron los escultores de las cabezas de piedra. Las dos hipótesis antes citadas presentaron extrema debilidad al ser puestas a prueba: estudios realizados por científicos que estudiaron la topografía submarina en torno a la isla dieron clara muestra de que Pascua no pertenece a ningún continente desaparecido bajo las aguas, ya que a poca distancia de la orilla, la tierra desciende cortada casi a pico hasta profundidades superiores a los ochenta metros; además, se trata de una isla emergida por formación volcánica. Por su parte, la hipótesis del origen egipcio carece del sostén histórico necesario para ser admitida, ya que si los súbditos de Ptolomeo II hubiesen cruzado el Atlántico y llegado a otro continente, ésto hubiese sido conocido en la antigüedad.También existen teorías disparatadas que atribuyen a visitantes extraterrestres el origen de las estatuas. A principios de los años sesenta, varios estudiosos efectuaron un análisis de los mitos y leyendas que narran los actuales aborígenes de Pascua, encontrando en ellos una serie de datos insólitos. Por ejemplo, que el primer planeta que los hombres pisarán será Venus; que Júpiter y Marte, lo mismo que la Tierra, poseen un campo de fuerza eléctrica; o que el cuerpo humano no podrá resistir más de tres meses en otros mundos. También otros charlatanes han impulsado la hipótesis de la presencia extraterrestre en Pascua, considerando que tanto esta isla como las ruinas de Tiahuanaco y las llanuras de Nazca pertenecen a un mismo sistema de construcciones megalíticas, realizadas con la ayuda de astronautas-dioses que posteriormente abandonaron nuestro planeta.
Han sido muchas las expediciones que llegaron a la isla de Pascua con el ánimo de desentrañar sus misterios. Algunas de ellas han hecho descubrimientos importantes, como la dirigida en 1935 por Stephen Chauvet (1885-1950), que encontró las legendarias tablillas rongo-rongo, unas pequeñas tablas de madera talladas con puntas de obsidiana o dientes de tiburón, que contienen una escritura ideográfica que, de acuerdo a los estudios más recientes sobre el tema, registraban básicamente motivos religiosos de carácter atemporal y prácticas rituales, desde oraciones hasta sacrificios humanos y canibalismo, además de contener informaciones astronómicas o de navegación. Tal vez no eran solamente páginas de lectura, sino de semántica, o sea los varios significados que correspondían a cada signo o grupo de signos. Tal vez, las tablillas fueron también diccionarios. La desaparición de los originarios habitantes, a mediados del siglo XIX como consecuencia de las expediciones esclavistas que diezmaron la población, hizo imposible cualquier intento por descifrar este peculiar sistema de escritura. Pero quizá la más célebre de las expediciones haya sido la encabezada en 1956 por el explorador noruego Thor Heyerdhal (1914-2002), cuyas hipótesis basadas en pruebas que él mismo encontró, se consideran sólidas y bien fundadas, por lo menos en el ámbito científico. La posición de la arqueología contemporánea con respecto a los misterios de Rapa Nui está bien definida. El caso de la isla de Pascua es claro: los actuales aborígenes hablan lengua polinesia y presentan rasgos faciales y anatómicos característicos de las razas polinesias. Por lo tanto, lo más factible es pensar que los pascuenses no sean sino descendientes de algún pueblo polinesio migratorio que llegó a Pascua en tiempos remotos, estableciéndose allí. Sin embargo, para aceptar dicha suposición habría primero que admitir la posibilidad de que algún pueblo polinesio fuese capaz de viajar más de 2.500 km. y descubrir a la minúscula Rapa Nui en la inmensidad del océano. Sobre este punto, también hay una respuesta: aunque las culturas polinesias viajaban en naves de poca altura -por lo que su visibilidad era escasa- podían descubrir islas en alta mar con un método muy sencillo. En mar abierto hay dos tipos de nubes: las que corren en la misma dirección que el viento y las que se mantienen quietas. Las nubes que se mantienen quietas se forman sobre las islas, debido a la evaporación del agua y a la exudación de plantas y animales. Así, los polinesios sabían cuándo había una isla observando las nubes lejanas. Heyerdhal, tras su expedición, elaboró una teoría que ha alcanzado gran aceptación entre los arqueólogos contemporáneos. Según ésta, hace alrededor de diez siglos un grupo de navegantes polinesios llegó a Pascua y se asentó en la isla, dando lugar, con el paso de los años, a una cultura autóctona. Fue esa cultura la que esculpió los colosos de piedra, con picos y herramientas de sílex (un mineral de gran dureza), de las cuales, el propio Heyerdahl encontró algunas al pie del volcán Rano Raraku. Una vez terminadas, las esculturas fueron movidas por los aborígenes mediante un sistema de rodamiento sobre troncos, talados de los árboles que se supone poblaban la isla hace cientos de años. Heyerdhal apoyó su teoría en el hecho de que dos investigadores norteamericanos que realizaron estudios paleobotánicos en la isla, encontraron muestras de polen que demuestra la existencia, centenares de años atrás, de una tupida vegetación.
Si se acepta que los polinesios fueron los verdaderos escultores de las estatuas, falta por dilucidar a quién o a quiénes quisieron representar. Las características faciales de los gigantes de Pascua no se encuentran entre los miembros de ninguna de las tribus polinesias; narices rectas y prolongadas, labios finos, bocas apretadas, ojos hundidos, frentes anchas y mentón sobresaliente. Heyerdahl propuso otra hipótesis, alternativa a la anterior, acerca de la posible identidad peruana de los primitivos habitantes de la isla; el célebre explorador -y más recientemente otros viajeros- han demostrado la factibilidad de enlaces marinos entre América del Sur y Polinesia.
Además, Heyerdahl sostuvo que en Vinapú, al sur de la isla, se encontraron enormes losas de piedra, idénticamente trabajadas a las construcciones de Machu Picchu en Perú, lo mismo que una pequeña estatua cuyas manos tenían cuatro dedos, lo que abre la posibilidad de relacionar a la civilización de Pascua con la de Tiahuanaco, único lugar del mundo donde las representaciones humanas tienen esa peculiaridad.