Aunque
la proyección de imágenes en movimiento ya existía desde 1893, se considera que
el nacimiento del cine ocurrió el 28 de diciembre de 1895, día en que Auguste
Lumière (1862-1954) y su hermano Louis Lumière (1864-1948)
presentaron en el Salon Indien du Grand Café situado en el Boulevard
des Capucines de París el film "La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon
Monplaisir" (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon
Monplaisir). Tras haber patentado el cinematógrafo el 13 de febrero de ese año,
los Lumière rodaron aquella, su primera película de apenas 46 segundos de
duración, la que fue presentada el 22 de marzo, tres días después del
rodaje, en una sesión de la Société d'Encouragement à l'Industrie Nationale en
París y luego en varias sociedades científicas y diversas universidades. Pero
aquel 28 de diciembre se procedió a la primera exhibición comercial, es decir,
un espectáculo pago a un costo de 1 franco la entrada, lo que marcó
oficialmente el inicio del cine. En aquella oportunidad se ofrecieron además
otros nueve films, todos ellos realizados por los hermanos Lumière, logrando un
éxito clamoroso. La noticia rápidamente corrió de boca en boca por toda la
ciudad y, tres semanas después, la asistencia diaria llegaba a las tres mil
personas.
Tras
aquella presentación en París, en muchas otras ciudades tanto europeas como americanas
empezó a difundirse el nuevo invento. Esto generó un gran número de proyecciones
y, con ellas, la demanda de más títulos, con lo que se inició la producción a
gran escala de películas. En Estados Unidos fue Thomas Alva Edison (1847-1931)
-inventor de la película de celuloide en formato de 35 mm. con
perforaciones laterales, y de los primeros proyectores cinematográficos: el quinetoscopio y
el vitascopio- el máximo impulsor del cine, consolidando una industria en la
que deseaba ser el protagonista indiscutible al considerarse como el inventor y
propietario del nuevo espectáculo. A su sombra fueron creciendo otros
directores como William Heise (1847-1910) que en 1896 filmó "The kiss" (El beso), el primer
ósculo visto en pantalla que se convirtió en el primer escándalo y, también, en
el gran éxito de aquel año; o Edwin S. Porter (1870-1941), quien pasaría a la
historia con su mítica "The great train robbery" (Asalto y robo de un tren), la
película rodada en 1903 que dio inicio al género del western.
Luego
de sus primeros escarceos básicamente artísticos, para la década del '10 el
cine se propuso ser un espectáculo. Sin abandonar la sorpresa que provenía de
cada imagen hecha con una cámara ni la preocupación científica y documental, desde
la pantalla se pasó a contar historias. En los Estados Unidos, David W.
Griffith (1875-1948) -considerado el precursor del cine moderno- basándose
en su notable capacidad de observación comenzó a elaborar un modelo que sería
luego perfeccionado y seguido ciegamente por sus sucesores casi sin excepciones. Por
entonces, la cinematografía se expandía rápidamente por el mundo. Pronto se
entendió que el cine como entretenimiento generaba dinero, y mucho. Así, el
negocio de la cinematografía buscó atrapar a la audiencia. En contraposición
con la tendencia al espectáculo que desde un principio mostró Estados Unidos,
las vanguardias europeas se caracterizaron por su experimentación formal con el
lenguaje cinematográfico, tratando de buscar la especificidad de la recién
inventada técnica capaz de captar y reproducir imágenes en movimiento, y
reivindicando para el cine el estatus de arte. Los rusos hicieron importantes
aportaciones al desarrollar la teoría del montaje como recurso narrativo: todo
un completo estudio de la percepción en base a la asociación que establece el
espectador entre dos planos que se le muestran seguidos; los franceses optaron
por imitar una modalidad de la literatura popular: el cine en episodios,
equivalente del folletín literario en boga a mediados del siglo XIX; los
italianos probaron con el gran entretenimiento: el cine de los colosos y con
el melodrama interior de las grandes divas, primeras estrellas con las que
soñó el espectador en la sala oscura; los alemanes incursionaron en el
expresionismo: una corriente que hizo hincapié en la importancia de las
escenografías para lo cual sustituyeron las telas pintadas por decorados
construidos por arquitectos y pintores, lo que dio paso a una iluminación más
compleja como medio expresivo.
Mientras
tanto, en Estados Unidos, entre 1909 y 1914 se verificó el punto más conflictivo
de la guerra de patentes que desató el trust liderado por Edison con el
objetivo de controlar a productores y exhibidores. Mientras el trust peleaba
con abogados, detectives y una producción uniforme, los directores y
productores independientes se dedicaron a la realización clandestina de
películas para abastecer sus salas. Cansados de las persecuciones
encarnizadas, decidieron abandonar Nueva York -ciudad que, con los estudios
Kaufman-Astoria en Queens y Chelsea en Manhattan, era hasta entonces el
epicentro de los cineastas- y trasladarse a la Costa Oeste. Tras varios
intentos, finalmente encontraron el lugar ideal en un suburbio de Los Angeles
llamado Hollywood. Por sus condiciones climáticas, la variedad de paisajes y su
cercanía con la frontera de México (lo que les permitiría escapar fácilmente de
los acosos legales), uno a uno los independientes se fueron asentando en ese
lugar.
En
1908, el productor William Selig (1864-1948) envió a California al director
Francis Boggs (1870-1911) para rodar escenas de "The Count of Monte Cristo" (El
Conde de Montecristo). Al año siguiente, el mismo director realizó "The heart of
a race tout" (El corazón de un pura sangre) e "In the Sultan's power" (En poder
del Sultán), primeras películas íntegramente filmadas allí, e inició la
construcción de un estudio. En 1913 el productor de operetas Jesse Lasky
(1880-1958) se orientó hacia la producción de películas y, junto a su socio
Cecil B. DeMille (1881-1959), alquilaron, por doscientos dólares a la semana,
un establo en la esquina de las calles Vine y Selma, establo que se convertiría
en el primer verdadero estudio de Hollywood. Pronto aparecerían otras empresas
pioneras, entre ellas la New York Motion Picture Co. de Charles Baumann
(1874-1931) y la Independent Motion Picture de Carl Laemmle (1867-1939)
quien construiría en 1915 Universal City, un gran estudio que distinguiría a la
nueva era de Hollywood. También arribaron la Bison Life Co. de Adam Kessel
(1866-1946), la Essanay Film Manufacturing Co. de George K.
Spoor (1872-1953) y la Kalem Co. de George Kleine (1864-1931). Exhibidores
que querían producir, productores que deseaban comercializar sus películas,
directores y actores que montaban sus propios estudios; la futura meca del
cine mundial estaba en marcha.
Desde
un principio, los productores independientes tuvieron como propósito mejorar la
calidad y la rentabilidad de los films. Para ello le arrebataron a la Motion
Picture Patents Company de Edison sus más destacados actores, directores y
técnicos, ofertándoles mejores salarios y el reconocimiento de ver sus nombres
proyectados en la pantalla. Rápidamente los actores se convirtieron en grandes
estrellas adoradas por el público. Esa estrategia comercial, la
estandarización temática y la adopción del largometraje fueron las claves productivas
sobre la base de las cuales se sistematizó la naciente industria. Con la
fundación en 1917 de la distribuidora Paramount Pictures Co. (la pionera en
la materia) a cargo de Adolph Zukor (1873-1976), se pasó al control total
del circuito que iba desde la realización hasta la distribución y la exhibición
de los films que ésta producía. Se inauguró entonces una nueva modalidad: las
compañías pusieron en práctica dos mecanismos de distribución: el "block-booking"
(compra por lote) y el "blind-booking" (compra a ciegas). De este modo, los
exhibidores eran obligados a comprar un paquete de películas de las cuales sólo
unas pocas tenían la taquilla asegurada, o a adquirir -a veces con un año de
antelación- la producción futura de la empresa, teniendo como única garantía
previa el prestigio del sello productor y del personal contratado.
Durante
la Primera Guerra Mundial, cuando se paralizó la producción europea, Hollywood
aprovechó entonces para expandirse y afianzar la industria. Pero, a excepción
de la Fox Film Co. fundada en 1914 por William Fox (1879-1952), fue apenas
terminada la guerra cuando, con más fuerza que antes, se reactivó la creación
de grandes estudios. Con la intención de tener una mayor independencia, lograr
films de mejor calidad y aumentar la rentabilidad, figuras como Mack Sennett (1880-1960),
Thomas Ince (1882-1924), Douglas Fairbanks (1883-1939), Charles
Chaplin (1889-1977), Mary Pickford (1892-1979) y King Vidor (1894-1982), entre
otras, se vieron involucradas en sucesivas compras, ventas, asociaciones y
fusiones de unas empresas con otras, manteniendo una carrera desenfrenada por
lograr el dominio del negocio cinematográfico. Entre fines de la década del
'10 y mediados de la siguiente, fueron naciendo así compañías cinematográficas
que harían historia: la United Artists, la Associated Producers, la Warner
Bros., la Columbia Pictures y la Metro Goldwyn Mayer. La "máquina de los sueños",
tal como se llamó a Hollywood, no descansaba.
Fueron
épocas de esplendor aquellos "felices años '20" o "años locos". La
prosperidad económica de Estados Unidos desde el fin de la Primera
Guerra Mundial -basada en la venta de armamentos y el colonialismo- vino a
configurar un nuevo diseño mundial. "La vida es algo que se rinde a tus pies si
tienes algo de talento" escribía Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) en "The
great Gatsby" (El gran Gatsby). Toda una generación de jóvenes norteamericanos vivió
una larga borrachera, ambientada con música de jazz y, paradójicamente, a la
sombra de la Ley Seca, aquella que prohibía la fabricación, el transporte y
la venta de alcohol, y que no hizo más abrirle las puertas no
sólo al mercado negro sino también ejemplificar, una vez más, la doble moral
que siempre acompañó al país. Había dinero por todas partes, pero también evasión
y despilfarro. Para Hollywood fue un momento de cambios. Bajo el lema "the
bigger, the better" (cuanto más grande, mejor), la idiosincrasia hollywoodense
de los años '20 aunó las excéntricas mansiones de las estrellas y los
espectaculares escenarios de los films con lujosas salas de exhibición para el
público. Sin embargo, las altísimas ganancias de la recaudación no eran suficientes
para sustentar los costos de la nueva etapa. Hollywood pasó a necesitar de
capitales externos que amortiguasen sus exorbitantes inversiones y Wall Street,
el mayor ícono de la especulación financiera mundial, no dudó en aportar esos
capitales.
La
vinculación de Hollywood con Wall Street implicó en lo inmediato una
reestructuración del sistema productivo. La división del trabajo se hizo más
tajante. El director se convirtió en un asalariado que, salvo raras
excepciones, sólo intervenía en el rodaje, quedando al margen de la concepción
global de la obra. Paralelamente, se crearon departamentos de guión, decorado,
actores, montaje. La figura del productor/supervisor (representante de Wall
Street) era la que controlaba todo. Inevitablemente, esta sistematización
pronto repercutió en la producción fílmica. De allí en más, los films, como
cualquier otro producto de la industria capitalista, debieron regirse según
patrones estándares que asegurasen su rentabilidad y evitasen riesgos económicos.
Para ello se establecieron fórmulas comerciales y artísticas regidas por el
star system -la estrella, base de la propaganda- y la catalogación temática. De
este modo, sólo las grandes productoras sobrevivieron para imponer las leyes
del mercado, llegando a constituir un monopolio más rígido aún que el del trust
que lideraba Edison. Otra etapa comenzaba.
Mientras
todo esto ocurría en Hollywood, Estados Unidos, a unos diez mil kilómetros al
sur, más precisamente en Montevideo, Uruguay, nacía en agosto de 1922 el que
sería uno de los más prestigiosos críticos de cine, un periodista que habría de
convertirse con el correr de los años en un maestro en la materia: Homero
Alsina Thevenet. Él, junto a los argentinos Agustín Mahieu (1924-2010)
y Aníbal Vinelli (1940-2006), compondría la tríada más lúcida y fructífera
del Río de la Plata en lo concerniente al análisis y la apreciación del arte
cinematográfico.