Actor, productor y director inglés que alcanzó
fama internacional con sus películas mudas, Charles Chaplin (1889-1977) fue uno
de los más grandes creadores de la historia del cine, un fino observador de la
realidad que satirizó a la sociedad con inteligencia, poesía y espíritu crítico.
Realizó un total de ochenta y dos películas filmadas a lo largo de algo más de
cincuenta años de actividad. En la casi totalidad de ellas fue también autor
del guión y compositor de la música en las sonoras.
El cine cómico fue uno de los pilares de la industria
en los comienzos de Hollywood. Mack Sennett (1884-1960) fue quien cumplió
un papel sistematizador dentro del género y lo cierto es que de su productora,
la Keystone Films Company, salieron casi todos los actores cómicos norteamericanos de
la época: Ben Turpin (1869-1940), Mack Swain (1876-1935), W.C. Fields (1880-1946),
Harry Langdon (1884-1944), Chester Conklin (1886-1971), Roscoe Arbuckle (1887-1933),
Harold Lloyd (1893-1971), Buster Keaton (1895-1966) y, por supuesto, nuestro Charles
Chaplin. Chaplin llegó a Hollywood en la primavera de 1913 dejando atrás una infancia
miserable en Londres y, a pesar de su juventud, una larga carrera como
comediante en su país natal. Había llegado a Estados Unidos formando parte de
la célebre compañía de pantomimas del empresario teatral británico Fred
Karno (1866-1941), en la que también actuaba Stan Laurel (1890-1965). Debutó en
el cine en "Making a living" (Ganarse la vida), la primera de las treinta y seis
películas producidas por la Keystone en las que Chaplin apareció en 1914. En
ellas comenzaría a delinear su personal estilo de interpretación derivado del
payaso de circo y del mimo, combinando la elegancia acrobática, la expresividad
del gesto y la elocuencia facial. De todos modos, aquellos films llevaron
todavía el estilo que Sennett había impuesto a las comedias.
Al año siguiente,
Chaplin pasó a la Essanay Film Manufacturing Company, los estudios
cinematográficos fundados en Chicago en 1907 por George Spoor (1872-1953) y Gilbert Anderson (1880-1971).
Allí experimentó y desarrolló el personaje del vagabundo noble, sentimental,
ingenuo y humanitario a lo largo de las quince películas que escribió, dirigió
y actuó (trece en 1915, una en 1916 y otra en 1918). Él mismo contaría después
que fue escogiendo casi al azar -como lo haría un vagabundo real- el sombrero,
el bastón, los anchos pantalones, la chaqueta estrecha y los zapatones. El
resultado fue el atuendo más famoso y perdurable en la historia del cine. Cuando
en 1916 firmó un abultado contrato con la Mutual Film Corporation, ya era una
estrella. Para la compañía fundada en 1906 en Milwaukee por John Freuler (1872-1958), Harry Aitken (1877-1956) y Roy Aitken
(1882-1976), Chaplin escribió, produjo, dirigió y actuó en doce películas entre
1916 y 1917. En este último año, Thomas Tally (1861-1945) y James Williams (1877-1934) fundaban en Nueva York la First National Pictures
Inc., compañía que sería la encargada de distribuir las nueve películas que
Chaplin realizó entre 1918 y 1923. Por entonces se había convertido en un mito.
Aquel personaje del vagabundo de sus comienzos ya estaba muy lejos de las disparatadas
criaturas de Sennett y, si bien conservaba su corrosivo sentido de la sátira,
había desarrollado una inmensa ternura hacia el prójimo.
A partir
de 1923 Chaplin comenzó a lanzar sus películas a través de la United
Artists Co., la compañía que él mismo había fundado en 1919 junto a David W.
Griffith (1875-1948), Douglas Fairbanks (1883-1939) y Mary
Pickford (1892-1979). Desde ese momento todas sus películas fueron
largometrajes. Produjo, dirigió y escribió ocho películas y actuó en todas
menos en la primera: "A woman of Paris" (Una mujer de París). A ésta le siguieron
lo que sería la trilogía final del personaje de Charlot (Carlitos): "The gold rush" (La
quimera del oro), "The circus" (El circo) y "City lights" (Luces de la ciudad). En
esos años la industria cinematográfica debió adecuar prontamente los viejos
logros al nuevo modelo propuesto por el sonido. No tardó en reimponer los
moldes genéricos con el melodrama a la cabeza, lo que era entendible desde el
punto de vista del llamado "sistema de estudios", la superestructura industrial
donde la producción se hacía seriada y los films se fabricaban uno detrás del
otro sobre hormas probadas y aprobadas. Fue la época en la que muchos directores
europeos, acostumbrados a una relativa libertad artística, encajaron mal en la
complicada maquinaria industrial de Hollywood, que creaba sus productos pensando
en la gloria del dólar y con métodos de producción en cadena.
Fue este
sistema de trabajo lo que llevó al genial director austríaco Erich von
Stroheim (1885-1957) a declarar: "Producir películas con la regularidad
de una máquina de hacer salchichas forzosamente tiene que hacerlas tan
parecidas como salchichas". Fue también lo que convirtió a creadores de gran
capacidad en grises operarios de esa inmensa fábrica de embutidos
cinematográficos, luchando a brazo partido para imprimir aunque sea un asomo de
su sello personal a sus productos realizados en Hollywood. A pesar de que en 1927
se estrenó la primera película sonora, "The jazz singer" (El cantor de jazz),
Chaplin siguió fiel al cine mudo alegando que la voz sólo destruiría el antiguo
arte de la pantomima: "La palabra destruye la gran belleza del silencio y
no deja nada a la imaginación”. Así, "Luces de la ciudad", en 1931, fue sonoro
pero no hablado, y lo mismo sucedió con "Modern times" (Tiempos modernos)
en 1936, su último film del ciclo mudo. En él, las injusticias sociales -que Chaplin
nunca había dejado de denunciar- cobraron las formas deshumanizadas del
capitalismo salvaje y la alienación del trabajo en las fábricas. Luego, en "The great
dictator" (El gran dictador), denunció en tono de comedia los horrores de la
guerra y la ambición de poder de las tiranías. En aquel mundo violento de 1940,
el inocente personaje del vagabundo ya no tenía más cabida. Desengañado y
escéptico, Chaplin realizó los que serían sus últimos films en Estados Unidos: "Monsieur
Verdoux" (El Señor Verdoux) en 1947, una comedia negra que cuestionaba la hipócrita
moral de los Estados modernos; y "Limelight" (Candilejas), una melancólica mirada
sobre el ocaso de un viejo actor cómico.
Por
entonces Chaplin cayó bajo la ola del maccarthismo que tenía como blanco a
intelectuales y artistas de Hollywood. La crítica social que rezumaba su obra,
sumada probablemente a su origen judío y al hecho de ser extranjero (nunca se
nacionalizó), lo llevaron a comparecer en 1949 ante el inquisitorial Comité de
Actividades Antinorteamericanas. En 1952, durante un viaje
a Inglaterra para asistir al estreno de "Candilejas", Chaplin se
enteró de que su permiso de retorno a Estados Unidos había sido cancelado. Decidió
no volver y se instaló en Ginebra, Suiza. Sus dos últimas películas fueron
hechas en Inglaterra: "A king in New York" (Un rey en Nueva York) y "A countess
from Hong Kong" (La condesa de Hong Kong). Recién veinte años más tarde aceptaría
un breve retorno a Hollywood. Lo hizo para recibir un Oscar por la totalidad de
su obra. Este episodio llevó a Alsina Thevenet a escribir "Carlitos inmigrante. Segunda parte",
un artículo que apareció en la revista "Panorama" en abril de 1972 en Buenos
Aires, ciudad en la que vivía y trabajaba por entonces el crítico uruguayo.
Veinte
años después de su alejamiento, Charles Chaplin ha vuelto a Estados Unidos de
América, ha recibido del alcalde John V. Lindsay una condecoración que marcó
su paso por Nueva York, y ha llegado a Hollywood, cuya Academia de Artes y
Ciencias le otorga un premio especial, que será asimismo su mejor regalo en el
cumpleaños (abril 16). Estos tardíos homenajes a un hombre de ochenta y tres años adquieren
un doble sentido de justicia final, primero porque allí se regulariza una
vieja omisión de la Academia, y después porque restablece las buenas
relaciones entre Chaplin y un país del que estuvo distanciado, con extremos de
odio político, durante los últimos veinte años. Cuando Chaplin hizo "Carlitos inmigrante" (1917) no podía sospechar hasta qué punto puede complicarse el ingreso de un
inglés a los Estados Unidos de América.
La
Academia había premiado a Chaplin por única vez en su primerísimo fallo
(1927-28) "por su versatilidad y genio" al escribir, actuar, dirigir y
producir "El circo". Era un Premio Especial de los que la Academia
concede fuera de rubro, y quedó oculto en la noche de los tiempos y en la
letra chica de los libros de consulta. Fue cierto, en cambio, que Chaplin nunca
recibió alguno de los premios regulares. Tanto "Luces de la ciudad" (1930) como "Tiempos modernos" (1935) resultaron omitidos de toda candidatura previa a los
Oscar, mientras que "El gran dictador" (1940), que fue candidato en varios rubros
(film, actuaciones de Chaplin y Jack Oakie, libreto, partitura musical),
terminó sin premio alguno. De hecho, la Academia olvidó a un actor
cinematográfico que ha
sido considerado genial y que contribuyó decisivamente a la creación de
Hollywood y del cine mismo. En estos casos, las omisiones se salvan
demoradamente con premios especiales, como fue el caso de Greta Garbo,
homenajeada con un Osear en 1954, trece años después de su retiro del cine,
mediante un galardón amplio y vago a "sus inolvidables labores
cinematográficas". Para Chaplin, un Oscar tardío y especial representa
ganar una vieja guerra después de haber perdido sus batallas. Para la Academia,
representa una admisión implícita de que sus fallos anuales están viciados,
demasiado a menudo, por simpatía y antipatías, fenómeno del cual hay otros
síntomas.
Esas
relaciones de Chaplin con la Academia, desde 1927 hasta hoy, llenan una parte
ínfima de sus relaciones con los Estados Unidos de América, un país donde
conoció la pobreza, el éxito, la adulación y el odio en cantidades abrumadoras. Era un joven actor de veintitrés años cuando dejó Inglaterra y se instaló en
tierra americana (1912), casi al mismo tiempo que la creación de Hollywood
mismo. En siete años realizó casi toda su obra de corto metraje, obtuvo la fama
mundial y la riqueza, se convirtió en su propio productor, contribuyó a fundar
el nuevo sello Artistas Unidos (1919, junto a Mary Pickford, Douglas
Fairbanks, D.W. Griffith) e impuso como personaje a su pequeño vagabundo,
cuyas desventuras fueron luego imitadas por buena parte del cine cómico. Sus
relaciones con el gobierno norteamericano eran excelentes, incluso después de
haberse permitido sus bromas contra el ejército y la guerra (en "Armas al
hombro", 1918), simultáneas al ingreso de Estados Unidos a la Primera Guerra
Mundial. En esa época realizó su única contribución a la causa nacional con un
film corto destinado a promover la venta de bonos bélicos ("The bond", 1917) y
nadie creyó que Chaplin fuera un elemento subversivo. Bajo la comicidad se
delineaba sin embargo un callado alegato social, porque su hombrecito humilde
mantenía en casi todo film un enfrentamiento con el
patrón, con las clases ricas, con la policía misma. La doble vertiente de
comicidad y de crítica social recorre también su obra de la década siguiente,
que se integra con sus primeros cinco films de largo metraje y que culmina con
el patetismo magistral de "Luces de la ciudad" (1931), donde se burla, al paso,
del naciente cine sonoro. Quienes tenían objeciones a Chaplin sólo utilizaban sus
escándalos sociales, provocados por sus relaciones con mujeres y especialmente
por sus accidentados matrimonios y divorcios con Mildred Harris y con Lita
Grey.
Pero
en 1931 Chaplin debía lanzar "Luces de la ciudad" en el exterior, para lo cual
dio la vuelta al mundo. Fue aclamado y homenajeado en Londres, en el resto de
Europa y aun en Asia; se entrevistó celebradamente con el primer ministro
inglés Ramsay MacDonald, con Lloyd George, Einstein, Churchill, Emil Ludwig y
Mahatma Gandhi; discutió con ellos la crisis económica que había arrancado del
colapso de Wall Street (1929), sus repercusiones políticas, la desigualdad
social, la vigencia del patrón oro. En su completísima biografía, el
historiador Theodore Huff, insospechable de mantener ninguna antipatía contra
Chaplin, apunta que hasta 1931 el artista se consideraba a sí mismo como un
pequeño comediante, pero que entonces "comenzó a verse como un
intelectual, como un pensador capaz de colaborar para cambiar el mundo". En
1932 Chaplin empezó a escribir el libreto de lo que luego sería "Tiempos
modernos", sátira contra el maquinismo y contra la mecanización de la vida
humana. El film resultó insatisfactorio, en parte por su precaria construcción
(desprecio por el cine sonoro, acumulación de anécdotas dispersas, como si
reuniera varios films cortos en uno largo), en parte por la ambigüedad de
algunas secuencias. Pero contenía momentos geniales y marcaba claramente una
oposición entre Chaplin y la sociedad capitalista, dato paradójico si se
recuerda que él mismo tenía fama de ser un millonario avaro.
El rodaje de "El gran dictador" se realizó entre
setiembre de
1939 y octubre de 1940, o sea durante el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Aquí, más que en ningún film previo, Chaplin se manifestó contra todas las
tiranías, al extremo de basar el asunto sobre dos fornidas caricaturas de
Hitler y Mussolini, gobernantes nunca tocados antes por el cine norteamericano:
el primero sólo había sido indirectamente aludido por "Confesiones de un espía
nazi" (de Anatole Litvak, 1939). La militancia llevó a Chaplin hasta el extremo
de incluir un prolongado discurso final que rompía sus objeciones contra el
cine sonoro y pedía el apoyo de los pueblos contra las dictaduras (en la
Argentina, el gobierno no prestó su apoyo y el estreno fue demorado hasta mayo
de 1945, cuando Alemania ya perdía la guerra). Pero pese a la amplitud y a la
pasión de su alegato, "El gran dictador" omitía toda mención, aun lateral e
indirecta, al caso soviético y a la tiranía de Stalin, aunque éste era en ese
momento el aliado oficial de Hitler y lo sería hasta la invasión nazi a la
Unión Soviética (junio de 1941). De aquí surgió la primera acusación de que
Chaplin era comunista, epíteto lanzado fácilmente por periodistas que lo
odiaban, como Westbrook Pegler y Hedda Hopper.
En
los años inmediatos, la acusación apareció apoyada por otras actitudes de
Chaplin, como sus discursos por la apertura de un Segundo Frente en la guerra
europea (desde julio de 1942), su intento de impedir la deportación del compositor
alemán y comunista Hanns Eisler (1947) y sobre todo el rodaje de "Monsicur
Verdoux" (1946), que presenta al crimen individual como una consecuencia lógica
de una civilización materialista. Uno de sus monólogos dice: "Guerra,
conflictos... todo es negocio. Un crimen hace a un villano; millones, a un
héroe. Las cantidades santifican". Ésos
eran los años de la Guerra Fría, cuando toda disidencia ideológica se
convertía fácilmente en una acusación de comunismo. En el caso de Chaplin, la
campaña estaba apoyada también por un juicio de reconocimiento de paternidad
que le había presentado Joan Barry, madre soltera y por el recuerdo de que
durante cuatro décadas el artista se había negado a adoptar la ciudadanía
norteamericana. Esta última objeción fue contestada por Chaplin con un desafío
("si alguna vez yo llegara a tomar papeles de ciudadanía lo haría
en Andorra, el país más pequeño e insignificante del mundo"). La primera
era de más difícil discusión, sobre todo cuando el diputado John E. Rankin,
presidente de una comisión parlamentaria, llegó a aludir públicamente al
artista como "ese perverso súbdito británico que se ha hecho notorio por
su seducción forzada de mujeres blancas".
La
acusación de comunismo merecía un análisis mejor. No hay registro de que
Chaplin se haya afiliado jamás al Partido, ni nada prueba que haya sido su
colaborador. En opinión de la revista derechista "Mercury", que estudió el caso
y lo publicitó sardónicamente, "si Chaplin hubiera sido un comunista
activo habría sido obligado a dar al Partido grandes cantidades de dinero, y
esto jamás lo hubiera hecho o, por lo menos, no lo hubiera hecho a menudo".
Años después, el mismo interesado habría de escribir: "Mi prodigioso
pecado fue, y aún es, ser un inconformista. Aunque no soy comunista, me he
negado a acatar la línea de odiar a los comunistas. Esto, desde luego, ha
ofendido a muchos, incluyendo a la Legión Americana". Pero años antes, el
productor Samuel Goldwyn había diagnosticado mucho mejor la situación. En su libro "Behind the screen" (1923), Goldwyn escribió sobre Chaplin: "Su prejuicio
es contra todo lo que interfiera con su libertad personal. El censor, el
impuesto, cualquier presunta oposición, todo esto le es odioso en la medida en
que infrinja su sentido del poder". Ciertamente, Chaplin no habría de
aceptar indicaciones ajenas: ni las del Partido Comunista, que suele regimentar
a su gente, ni las de la opinión pública contra el Partido Comunista.
En
julio de 1950 Chaplin vendió tres mil seiscientas acciones suyas de la empresa Artistas
Unidos; en 1951 filmó "Candilejas", que es una amarga reflexión sobre un cómico
en decadencia. El 18 de setiembre de 1952 se embarcó para Europa, pero el
trasatlántico Queen Elizabeth no había llegado aún al puerto de Cherburgo
cuando trascendió que el fiscal norteamericano James P. Granery se había
pronunciado oficialmente,
pronosticando que si Chaplin intentaba volver al país, su solicitud sería
cuidadosamente estudiada por el Departamento de Justicia. De hecho ese
episodio inauguraba el exilio que habría de durar veinte años. El mayor testimonio
de la amargura de Chaplin apareció en Inglaterra, 1957, bajo el título "Un rey
en Nueva York", film que intentaba la sátira contra Estados Unidos presentando
a un rey destronado y sometido a una suerte de investigación parlamentaria
sobre su vida. El film fue un moderado fracaso y no llegó a estrenarse en
Estados Unidos. Después Chaplin publicó en 1964 un libro titulado "Mi
autobiografía", título explícito desde el que parece aclarar que no escribe la
autobiografía de otra persona. Ese texto contiene un maravilloso capítulo
inicial sobre la infancia humilde del artista, pero después se hace harto
discutible, entre la enumeración de trivialidades y la omisión de nombres y
cosas importantes. La historia del cine podrá olvidar asimismo "La condesa de
Hong Kong" (1966), su último film, que reunía insólitamente a Sophia Loren con
Marión Brando.
En
veinte años de Inglaterra y Suiza, el tiempo de Chaplin se invirtió en eludir
periodistas (con gran éxito) y en la siembra de otros cuatro hijos suizos para
su esposa Oona O'Neill. También debió pelearse con Michael, uno de sus hijos
mayores; a Chaplin le ocurrió la desgracia de tener un hijo inconformista, lo
que le puede suceder a cualquiera, incluso a padres más burgueses y menos rebeldes.
El mayor dato de ese exilio es, sin embargo, su final feliz en la Academia,
con las ceremonias de abrazos y perdones recíprocos durante abril de 1972. Éste
puede ser, a los ochenta y tres años, el último acto público de Chaplin y debería cerrarse
melancólicamente, cuando el artista se aleja hacia el horizonte revoleando su
bastón.