19 de enero de 2014

Homero Alsina Thevenet. Personalidades del cine (19). Greta Garbo

Mauritz Stiller (1883-1928), director cinematográfico sueco, fue uno de los más representativos del cine nórdico a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. Junto a Victor Sjöstrom (1879-1960), con quien colaboró estrechamente, está considerado uno de los pilares de la cinematografía sueca. Los historiadores del cine suelen oponer la ro­bustez del estilo de Sjöstrom al refinamiento extre­mo de Stiller. Incluso se estima que consiguió igualarlo y aún superarlo con súbitos arrebatos líricos como los que expresó en su "Sången om den eldröda blomman" (El canto de la flor escarlata) en 1919. Al año siguiente, con la realización de "Erotikon", la primera co­media erótica sofisticada del cine europeo, Stiller demostró estar en abierta oposición al tono moralizante de los contemporáneos dramas literarios y campesinos del cine sueco. Luego, en 1924, rodó "Gösta Berlings saga" (La leyenda de Gösta Berling), film en el que concedió un importante papel secundario a una joven y desconocida actriz que había conocido en el Kungliga Dramatiska Teatern de Estocolmo. Era una muchacha de origen humilde que, empleada como vendedora de la sección sombrerería en los grandes almacenes PUB de la capital sueca, había debutado en el cine como modelo de algunas películas publicitarias de la empresa. Stiller pronto se convirtió en su mentor artístico y la bautizó con el nombre con el cual se haría célebre: Greta Garbo.
Greta Garbo (1905-1990) habría de ser la primera de las muchas actrices suecas que Hollywood convertiría en uno de sus mitos más perdurables. Louis B. Mayer (1884-1957), a la sazón vicepresidente y director de producción de la Metro Goldwyn Mayer, la descubrió en su viaje por Europa en busca de talentos y decidió contratarla. La Garbo todavía actuó en el film alemán "Die freudlose gasse" (Bajo la máscara del placer) antes de viajar a Estados Unidos y actuar en "Torrent" (En­tre naranjos). Cuando Greta Garbo desembarcó en los Estados Unidos acompa­ñada por Stiller, los eje­cutivos de la Metro tuvieron buen cuidado en alo­jarlos en residencias separadas dado que no estaban casados. Fue el comienzo de las desavenencias entre Stiller y la MGM. En la siguiente película, "The temptress" (La tierra de todos), Stiller, que tenía  dificultades para adaptarse al sistema de trabajo de los estudios de Hollywood, fue despedido al comienzo del rodaje y reemplazado por otro director. A pesar de ello, la película se convirtió en una de las más taquilleras de la temporada 1926/27, y la Garbo recibió críticas muy favorables. La MGM tenía una nueva estrella mientras su descubridor y maestro se hundía en la mediocridad sin conseguir dirigir una sola de las películas nortea­mericanas de la actriz.
Stiller falleció en 1928, a tiempo para ver que su criatura ascendía hasta situarse como un astro solitario en el firmamento de Hollywood. Refugia­da en su enigmática soledad, Greta Garbo alcanzó su consagración con films como "Flesh and the devil" (El demo­nio y la carne), "The mysterious lady" (La dama misteriosa) y "Wild orchids" (Orquídeas salvajes), películas en las que interpretó personajes que aunaron el amor desinteresado y fiel de las mujeres ingenuas junto a la voluptuosidad de las mujeres fatales. La incógnita que generó la llegada del cine sonoro en 1930 fue superada con creces por la Garbo en "Anna Christie": su acen­to extranjero contribuyó a intensificar su exotismo. Luego vendrían éxitos como "Mata Hari", "As you desire me" (Como tú me deseas), "The painted veil" (El velo pintado), "Ana Karenina", "Ninotchka" y "Two faced woman" (La mujer de las dos caras). Fueron en total veinticuatro películas para las que la MGM utilizó quince realizadores diferentes. Garbo fue nominada en tres ocasiones a los Oscar de Hollywood pero nunca alcanzó el galardón. Sin embargo, en 1954 se le concedió un premio honorífico por su trayectoria.
Greta Garbo no llevó la vi­da que se esperaba de una estrella de Hollywood. Dejó de dar conferencias de prensa y notas perio­dísticas, y tampoco concurría a los estrenos de sus películas. Su absoluta indiferencia ante la opinión pública y el aislamiento que desde la muerte de Stiller envolvió su vida privada acrecentaron aún más su imagen de figura mítica. En la cumbre de la popularidad, Garbo se retiró en 1941, a los treinta y seis años, co­mo una celebridad que deseaba la soledad y el aislamiento. Vivió el resto de su vida en un apartamento en Nueva York cerca de Central Park, evitando cualquier contacto con los medios. Alsina Thevenet la recordó en tres notas sucesivas que fueron publicadas en la sección Espectáculos del diario "El País" en julio de 1964, cuando la Metro lanzó una semana de reposiciones con algunos films de la estrella.

De pocas actrices cinematográficas se ha escrito tanto en tantos lados, incluyendo un completísimo libro de John Bainbridge que es un modelo de biografía. De pocas ha circulado tanto la admiración trans­mitida de unas generaciones a otras, una admiración tanto más importante porque ha querido expresar, con superla­tivos y con suspiros, una esencia indefinible de personalidad y de presencia que podría formarse, según diversas fuentes, de belleza, de exotismo o de carácter. La naturaleza real de Greta Garbo es cosa que no han sabido decidir sus bió­grafos, ni siquiera el perspicaz Bainbridge, que se limita sobriamente a transcribir los muchos datos que en esa mujer apuntan por igual a su sencillez y a sus complejos de inhibición, a su talento de actriz y a su repetición de ciertos papeles, a su simpatía en el trato social con unos pocos elegidos y también a la actitud neurótica con que ha rehuido el menor contacto con tanto personaje impor­tante que se desvivía por verla siquiera una vez. De esas contradicciones se alimenta una personalidad que preocupó a buena parte del público cinematográfico, sin contar las otras preocupaciones de quienes trabajaron con ella, sobre ella y bajo ella. Y al lado de las contradicciones está ade­más el éxtasis, un trance en el que han penetrado miles de espectadores, incluyendo los mejores críticos cinemato­gráficos de los cinco continentes. Calificativos tales como la "esfinge sueca", la "divina", la "magnífica", procuran resumir la idea de que, aún diciendo o viviendo trivialidades desde una pantalla, Greta era un puente de comu­nicación hacia las verdades últimas, una suerte de música inefable que se irradiaba sobre sus espectadores de ambos sexos y que éstos procuraban reducir púdica y tenazmente a unas pocas palabras de definición. De aquellas sensacio­nes derivaba la fama, y eran en verdad tan auténticas, tan profundas, que hoy se sigue hablando de Greta con dos sig­nos de admiración en cada frase, apenas su nombre se pronuncia delante de alguien que tenga veinticinco años de experiencia cinematográfica. Y el éxtasis no se refiere ya a la persona, que sobrevive de incógnito en alguna parte de Estados Uni­dos o de Europa, disimulada tras un seudónimo y protegida por muchos miles o quizás millones de dólares. Se refiere a la figura presente en un grupo de films, a una creación en buena medida imaginaria que ha sido poderosamente real para muchos. La persona Greta Garbo da de vez en cuando algunos signos de vida: desde 1941 se ha escuchado hablar de por lo menos dos intentos suyos por volver a la pantalla, luego cancelados, y se ha leído el testimonio de cómo visita el Museo de Arte Moderno de New York, revisa ocasionalmente sus viejos films y se refiere a sí misma en tercera persona, comentando su propia actuación o su ves­tido o su peinado como si fuera una auténtica espectadora. No es la única de sus rarezas personales.
Greta Gustaffson nació en Estocolmo, Suecia, el 18 de setiembre de 1905, en una familia humilde que no tenía ningún antecedente de actuación teatral ni de vocaciones similares. Motivos económicos interrumpieron su educa­ción a los catorce años y así Greta fue asistente de una barbe­ría, donde probablemente aprendió algo sobre hombres, y luego empleada en PUB, una gran tienda de la capital. Por azar posó allí para fotos y luego para films publicitarios de la empresa, el primero de los cuales se mantiene hoy como una curiosidad en los archivos cinematográficos suecos. De allí pasó a figurar en otros films publicitarios y luego a un grupo que producía comedias, lo que le llevó a dejar PUB, estampando en el formulario de renuncia la causa del abandono: "Para entrar al cine". Su primer film, titulado "Luffar Petter" (Pedro el vagabundo) es de 1922. Cuando terminó ese trabajo en comedias, Greta ingresó a la Real Academia de Arte Dramático de Suecia, donde fue compañera de alguien luego conocido mundialmente como el director Alf Sjöbcrg. En la Academia fue descubierta por Mauritz Stiller, el director que desde 1911 había cons­truido, junto a Victor Sjöstrom, la calidad y la fama del cine sueco mudo, con varias docenas de films en su carrera. Stiller era un hombre peculiar, un ruso nacido en Finlandia, precedido en aquel momento por una ya larga historia de desgracia, de aventura y de triunfo. En 1923, cuando encontró a Greta, él tenía cuarenta años y ella diecisiete. Aunque cabe suponer que allí surgió el amor, todos los datos exteriores describen sólo una relación entre maestro y alumna, entre protector y protegida. A esa altura Stiller tenía ya una fama de hombre extravagante, que usaba enormes anillos, compraba los autos más veloces de la época, tenía refi­nados caprichos y era probablemente homosexual. Trató a Greta con una mezcla de bondad y de crueldad, le enseñó modales, le enseñó actuación y le dio el apellido Garbo, que con el tiempo ella adoptaría legalmente, pero quizás hubo menos amor aquí que el que George Bernard Shaw había descrito once años antes entre el Profesor Higgins y su protegida Eliza Doolittle (en "Pigmalión", 1912). Ella obedeció ciegamente a Stiller, lo aceptó como su maestro y también como su representante. Juntos hicieron un sólo film en Suecia, "La leyenda de Gösta Berling" (1923-24), sobre novela de Selma Lagerlöf, donde el tal Gösta Berling es el prota­gonista masculino, un ministro protestante que se desvía hacia el alcohol y las mujeres. Ese papel correspondió al galán Lars Hanson, mientras Greta interpretaba a la mujer pura que finalmente lo redime. El film tuvo un éxito sen­sacional, motivó un viaje de Stiller y Greta a Berlín para acompañar la premiere en la capital alemana, y de allí surgió el plan de hacer con dinero alemán un film en Constantinopla, hasta donde llegaron el director, la actriz y otros colaboradores. Esa expedición a Turquía terminó en un desastre, pero a la vuelta a Berlín, sin dinero ni futuro visible, Greta fue contratada por G.W. Pabst para hacer un papel importante en "La calle sin alegría" (1925), un drama realista ubicado en la Viena de posguerra, que habría de sufrir cortes y censuras antes de imponerse como un film clásico del período. En los dos films europeos de Greta, los únicos que habría de interpretar en ese lado del Atlántico, su figura tiene una apariencia regordeta y tosca, bastante ajena a la figura que después llegaría a la fama. Pero su presencia en Berlín habría de ser decisiva. En aquellos momentos Louis B. Mayer hacía una gira por Europa motivada por la producción de "Ben-Hur". Allí vio por primera vez a Stiller y a Greta y allí los contrató para Hollywood, aumentando un contingente de talentos euro­peos en el cine americano, donde en esa época ingresaron Lubitsch, Murnau, Jannings, Conrad Veidt, Nils Asther, Pola Negri, Erich Pommer y muchos otros. El cine era mudo y no tenía importancia que fuera precario el inglés de esos inmigrantes.



Stiller y Greta arribaron a New York el 6 de julio de 1925, tuvieron la escasa recepción que suelen tener los desconocidos y fueron mejor apreciados, dos meses des­pués, en Los Angeles, donde la Metro había preparado cier­to marco para la llegada y donde estaban además otros inmigrantes suecos, incluyendo al famoso Victor Sjöstrom (a quien los americanos habían rebautizado Seastrom). En aquel momento la Metro no podía adivinar que Stiller, con­tratado especialmente con todo su relumbrón europeo y su habilidad de gran negociador, habría de ser para la em­presa un fracaso y un dolor de cabeza. Mucho menos podía saber que Greta Garbo, importada entre grandes dudas, re­sistida por algunos ejecutivos y enviada de inmediato a la atención de un peinador y de un dentista, se convertiría luego en la mujer más famosa de la historia del cine. Greta Garbo tenía muy poca importancia pública en 1925 cuando llegó por primera vez a Hollywood. Tenía veinte años de edad, en su carrera había dos films europeos dirigidos por Mauritz Stiller y G.W. Pabst, a raíz de ellos había sido contratada por la Metro con un salario semanal de 350 dólares, y el mismo Stiller la acompañaba en ese viaje, contratado como director por la misma empresa. Pero la actriz sueca ignoraba casi enteramente el idioma inglés, te­nía un cuerpo poco agraciado, carecía de facilidad para el trato social y estaba así subordinada a sus amigos y em­pleadores. El apoyo de su descubridor Stiller, que la preparaba diariamente, que la instruía como un padre y que la ayudaba a preparar sus papeles, sólo tenía una utilidad relativa, porque el director estuvo en pre-conflicto con la Metro desde la llegada (no le satisfacía recibir órdenes de Irving Thalberg, jefe de producción que tenía diecisiete años me­nos que él), y porque entre otras medidas la Metro contra­rió los deseos de ambos al dar a Monta Bell la dirección de "The  torrent", que sería el primer film americano de Greta. Después dio ciertamente a Stiller la dirección del segundo, "The temptress", tomado como el primero de una novela de V. Blasco Ibáñez, pero Stiller aplicó sus propios métodos de dirección, se peleó con el galán Antonio Moreno, alteró a su criterio algunos planes de estudio, demoró en detalles y terminó siendo sustituido por Fred Niblo, un veterano que acababa de triunfar con "Ben-Hur". Este conflicto, muy similar a los que la Metro había tenido en la época con Erich von Stroheim y con Josef von Sternberg, inauguró la caída de Stiller. Después pasó a la Paramount, trabajó frenéticamente en "Hotel Imperial", que fue un éxito, hizo otros dos 
films fracasados, se peleó con la Paramount, aspiró a volver a Metro para dirigir a Greta en "The divine woman" (donde ella interpretaría un papel modelado sobre la personalidad de Sarah Bernhardt), fue sustituido también allí por su compatriota Victor Sjöstrom, se sintió humillado y vencido, y volvió a Suecia. Falleció en un hospital de Estocolmo el 8 de noviembre de 1928, ape­nas tres años después de haber llegado a Hollywood con un futuro promisorio. La noticia de la muerte llegó a Greta en un telegrama, entregado en el estudio donde ella filmaba entonces "Wild orchids". Pareció desmayarse, se apartó, se recostó contra la pared con las manos apretadas en los ojos, volvió ante la cámara y continuó la filmación como si nada hubiera ocurrido. No dijo a nadie el contenido del telegrama.
Greta tuvo otros apoyos durante su comienzo en Holly­wood. Sus dos primeros films habían comenzado a revelar su personalidad magnética, el fotógrafo William Daniels ha­bía entablado con ella una amistad que mejoraba crecien­temente su dominio del inglés (Daniels fue el cameraman en diecinueve films de Greta) y el círculo de amigos europeos se ampliaba con nombres famosos: Emil Jannings, Nils Asther, John Loder, el director Jacques Feyder, su esposa Francoise Rosay. El apoyo más importante fue prestado por John Gilbert, con quien actuara por primera vez en 1926 y con quien mantuvo un romance, abundante en peleas, reconci­liaciones y ecos periodísticos a través de varios años. Mientras ambos filmaban "Flesh and the devil", Gilbert era a los veintiocho años uno de los primeros galanes del cine americano y ganaba 10.000 dólares semanales mientras Greta sólo ganaba 600, de acuerdo a su contrato. De allí surgió en 1926 la famosa huelga de Greta, que pidió 5.000 dólares por semana, se negó a transar en otra cifra y estuvo suspendida por el estudio durante siete meses. Para esa crisis tuvo el apoyo de Gilbert y luego éste le presentó a Harry Eddington, un hábil representante que consiguió a Greta un nuevo contrato por esos 5.000 dólares sema­nales, a regir desde junio de 1927, válido por cinco años. También le aconsejó utilizar desde entonces la sola deno­minación "Garbo" y le sugirió una nueva conducta reti­cente ante la prensa. Por su obstinación en no hacer declaraciones, esconder su vida privada, negarse a conocer gente, no firmar autógrafos y otras cautelas del silencio, Garbo ascendió desde 1927 hasta convertirse en la Gran Esfinge. El éxito comercial de sus films, especialmente en el exterior, le permitía esas y otras conductas extrañas. En 1928, cuando embarcó para Suecia en su primer viaje después de tres años de ausencia, fue asediada por multi­tudes, periodistas y fotógrafos, tanto en New York como en Estocolmo. Un mes antes había muerto Stiller y cabe suponer que ese viaje era para Garbo una forma modifi­cada de pagar una deuda sentimental. En 1929 era famosa y rica, tenía veinticuatro años y persistía en mantenerse soltera, pese a todos los rumores de romances que atravesaban su carrera. Sobrepasó en aquel momento la crisis del cine sonoro, que destruyó otras carreras (Emil Jannings, John Gilbert, Pola Negri) y que amenazaba la suya, en parte porque su magnetismo desde la pantalla dependía grandemente de ser una imagen irreal, fabulosa, que no podría descender a un diálogo prosaico. La Metro demoró dos años en adjudicar a Garbo un film sonoro; astutamente eligió para ese debut a "Anna Christie" de O' Neill (una pieza donde justamente era correcto tener acento sueco) y obtuvo un enorme éxito tras un lanzamiento encabezado por la frase "Garbo habla". Como el contrato vencía en 1932, la empresa le extrajo el máximo rendi­miento y llegó a hacer seis films con ella en sólo dos años (1930-32).



En siete años y diecisiete films americanos, la Garbo había he­cho su fama en la Metro junto a los más famosos galanes y los mejores directores de la empresa y en papeles de mujer fatal que incluían textos de Pirandello, una primera versión muda de "Ana Karenina" de Tolstoi (titulada "Love", 1927) y hasta una personificación de Mata Hari, la famosa espía de la Primera Guerra Mundial. Terminadas sus obli­gaciones con la Metro, y en un momento de enorme crisis financiera y social en los Estados Unidos, Garbo volvió a Suecía, estuvo ocho meses, se escondió de las multitudes, no confirmó rumores sobre la continuación de su carrera y terminó por acceder a una idea extravagante de una de sus muchas amigas, la escritora Salka Viertel. La idea era interpretar a la Reina Cristina de Suecia, una excén­trica que subió al trono en 1633. Con ese papel Garbo volvió a la Metro, eligió como galán a John Gilbert (en un gesto interpretado como amor, como generosidad, como compa­sión) y reinició su carrera, esta vez estipulando que sólo haría dos films por año y que ganaría U$S 250.000 por cada uno. En medio de la crisis, Metro Goldwyn Mayer debió razonar que sólo la Garbo podía justificar ante el público semejante inversión. El film fue un éxito, aunque John Gilbert no consiguió con él su ansiada recuperación: falleció en enero de 1936, alcohólico, cardíaco y arruinado. Durante los ocho años de su nuevo contrato la Garbo consiguió mantenerse en el pedestal, aunque hizo sólo siete films hasta 1941. En ese período tuvo grandes papeles dramáticos, pero ella y la empresa opinaron que las mujeres fatales ya no estaban de moda, con lo que Garbo accedió a su primer papel cómico en "Ninotchka", una sátira sobre rusos y comunistas, que fue dirigida por su admirado Ernst Lubitsch, y publicitada como "Garbo ríe". En 1940 la gue­rra mundial cerró a Metro los mercados europeos, que eran esenciales para el prestigio de la actriz, y de allí derivó otra comedia, esta vez pensada para públicos americanos que se tituló "Two faced woman" (Otra vez mío), donde apareció la "nueva Garbo", una mujer de pelo corto que reía, bailaba y estaba más cerca de la mujer común ame­ricana. El film tropezó primero con los censores por su tratamiento de la institución matrimonial, después con la resistencia de grupos católicos y finalmente con el fracaso comercial y con la severidad de la crítica, que subrayó el asunto como un uso absurdo de la actriz. El estreno se produjo en diciembre de 1941, poco después de Pearl Harbor, cuando el público no estaba muy dispuesto a ver fri­volidades, y esta coincidencia liquidó al film. Fue el último de la Garbo. En aquel momento pocos podrían haber pro­nosticado que veintidós años después, sin haber vuelto al cine y sin acceder a su publicidad personal, la Garbo sería un éxito de boletería.
En los últimos ocho años de su carrera cinematográfica, desde su vuelta a los estudios con "Reina Cristina" (1933), la Garbo subrayó aún más la aureola de misterio que envolvía y aún envuelve a su vida. La prensa tuvo ciertamente mu­cho trabajo cuando la Garbo hizo en 1938 un viaje de vacaciones por Europa, acompañada del famoso director Leopold Stokowski, y poco después se esforzó también en descubrir si la Garbo se casaría o no con Gayelord Hauser, un escritor y naturista que fue su amigo y consejero en problemas de alimentación, gimnasia y otros cuidados del cuerpo. Ante esos y otros incidentes, Garbo se negó a con­testar preguntas, a atender el teléfono. Mantuvo la misma actitud de ostracismo, de vida super-privada que le llevaba a no invitar gente a su casa, gastar apenas lo necesario, alegar su cansancio o su dolor de cabeza para zafar de compromisos. Esto no desanima a la prensa, como lo ejem­plifican otras curiosidades en la vida de Elizabeth Taylor y de Brigitte Bardot. En su libro sobre la Garbo, que es de 1955, el periodista John Bainbridge ha apuntado con plausible sobriedad una lista de amigos, de amigas, de ami­gos muy íntimos y de amigas muy íntimas, que han desfi­lado por la vida de la Garbo, dedicando varias páginas al distinguido comerciante americano George Schlee, marido de la modista Valentina y describiendo hasta donde le fue posible las relaciones sociales peculiares de esté trío. En un ejemplar muy reciente del semanario "Time" (octubre 16, 1964) se notifica el fallecimiento de Schlee en París, en la pieza del hotel Crillon que compartía con la Garbo, y se aprovecha para describir nuevamente el trío en cuestión. Al fondo de los silencios es imposible evitar las suposi­ciones y así el mutismo de la Garbo ha ocasionado más comentarios que los que hubiera provocado una mujer real­mente ansiosa de la fama. Pertenece a la escritora Alice B. Toklas el privilegio de haber designado a la actriz como "Mademoiselle Hamlet", pero no se sabe si fue la actriz o un periodista quien pronunció el estribillo "I want to be alone" (Quiero estar sola) que habría de acompañar en el futuro a tantas descripciones de la actriz sueca. Entre las anécdotas de quienes trabajaron con ella figuran algu­nos testimonios elogiosos y cariñosos, como el de Melvyn Douglas, que hizo tres films con la actriz y ponderó des­pués su cordialidad y su fino  registro para interpretar escenas pasionales y eróticas. Pero figura también, con más abundancia, el testimonio de cómo la Garbo no aceptaba órdenes, no recibía preguntas, no quería testigos y despe­jaba el estudio de filmación a todo visitante, incluido Louis B. Mayer que era el jefe supremo de la Metro en Holly­wood. En una oportunidad el director Clarence Brown admitió que la había dirigido en una escena sin mirarla siquiera, para no rozar su neurótica timidez (o su maniá­tica extravagancia). Y mientras en los mismos estudios de Metro se mantenía el misterio de cómo entraba y salía Garbo, disimulada con lentes negros y trajes poco llamati­vos, se produjo el encuentro con Groucbo y Harpo Marx, que un día subieron al ascensor en el edificio de Metro, acompañaron allí a una mujer alta, escondida bajo lentes y el sombrero, y descubrieron que ésa era, después de todo, la Garbo. Entonces Groucho le levantó el ala de su som­brero y le dijo: "Disculpe. La confundí con un tipo que conocí en Pittsburgh". No recibió respuesta.



Bainbridge apunta que Garbo se convirtió en una leyenda a pesar suyo, agregando que ésa es la única forma de con­vertirse en una leyenda. El crítico inglés Kenneth Tynan explica a Garbo como un caso de timidez sublimada, y su retiro de los últimos años como una confirmación de esa teoría: "Cada palabra adicional de adulación refuerza en ella el terror que estoy seguro siente ante la idea de tener que darnos la cara nuevamente y estar a la altura de la leyenda". Desde 1941 hasta hoy Greta Garbo ha dejado ras­tros ínfimos de su vida al tramitar su ciudadanía ameri­cana (en 1961), al registrarse en hoteles y viajes con dife­rentes seudónimos y al publicitarse los convenios, luego cancelados, para filmar primero la vida de la escritora George Sand y después, en 1949, "La duchesse de Langeais" un tema de Balzac que Max Ophuls quiso llevar al cine con ella y James Mason. En todos los casos esos anuncios han quedado nulos, sin que Garbo hiciera ninguna decla­ración adicional. Ha decretado que debe vivir bastante ale­jada del mundo, protegida por su dinero, y que su única personalidad pública es el recuerdo que otros tengan sobre veintiséis films realizados durante 1923-41, una carrera en la que no obtuvo el Oscar, aunque en 1954 la Academia le dio un premio especial "por sus inolvidables labores cinematográ­ficas", con el obvio ánimo de subsanar una prolongada omisión.