En Francia, el aparente clima de tranquilidad
que instauró la Cuarta República al término de la Segunda Guerra Mundial,
pronto se vio resquebrajado por la recesión económica, la descomposición del
imperio colonial y la consecuente crisis política que estos hechos acarrearon.
A esas vicisitudes no fueron ajenas las viejas estructuras sociales, las que se
vieron inmersas en intensos planteos morales e intelectuales. Surgieron así nuevas
formas culturales como respuesta al alborotado contexto social: en la pintura el "informalisme" (informalismo), en la literatura la "nouveau roman" (novela nueva), en el teatro el "absurde" (absurdo) y en el
cine la "nouvelle vague" (nueva ola). Esta nueva ola en el cine arremetió con
fuerza gracias a la aparición de varias revistas especializadas en el tema: "L'Écran
Français", "La Revue du Cinéma", "La Gazette du Cinéma" y, fundamentalmente, la
decisiva "Cahiers du Cinéma". Con la intención de superar el anquilosado realismo
del imperante "cinéma de qualité" (cine de calidad) representado por directores
consolidados, una joven generación de realizadores planteó el uso de la cámara
como un apéndice de la escritura y, en consecuencia, la abolición de la
distinción entre autor y realizador. La estética de la "nouvelle vague" se asentó
en novedosas planificaciones de cuadro, de montaje, de movimiento de la cámara
y en la utilización del plano secuencia con la intención de trabajar sobre la
articulación del relato sin importar tanto el tema sino, más bien, mostrar cómo
se cuenta una historia y cómo el realizador puede apropiarse de la misma y dejar
en ella su huella.
Había nacido el "cine de autor", aquel que estableció el nuevo paradigma de la mano de la creciente presencia del estructuralismo de Roland Barthes (1915-1980) en el análisis de los procesos discursivos, de la reelaboración del materialismo dialéctico realizada por Louis Althusser (1918-1990) y del interrogante de la condición del sujeto que indagó Jacques Lacan (1901-1981). La nouvelle vague se hizo eco de los tiempos que corrían y los directores radicalizaron sus posiciones. Paralelamente a la aparición de los nuevos realizadores-críticos
formados en el análisis fílmico impuesto por "Cahiers du Cinéma", se desarrolló
el cine de la "rive gauche" (la mayoría de los integrantes del movimiento vivían
en la orilla izquierda del río Sena). Resnais fue uno de ellos. Si bien nunca
constituyeron una escuela, impusieron un modo distinto del relato con respecto
al realismo clásico. El personaje que describía el cine de la "rive gauche" era
un individuo en crisis debido a las marcas que había dejado la guerra, que debía
convivir con los avances técnicos y científicos a los que no siempre lograba
comprender, y con las radicales transformaciones sociales producidas por la masificación
de los medios de comunicación en donde se diluía toda individualidad.
En 1959, el premio del Festival de Cannes a François
Truffaut (1932-1984) por la dirección de "Les quatre cents
coups" (Los cuatrocientos golpes) y la presentación fuera de concurso de "Hiroshima, mon amour" de Resnais, le otorgaron el brillo de la legitimación a esta novedosa forma de hacer cine. Cuando en junio de 1960 el film de Resnais se estrenó en Montevideo, Alsina Thevenet escribió un pormenorizado artículo sobre el mismo en la sección Espectáculos del diario "El País" bajo el título "Obra mayor".
Mucho
espectador no lo entenderá. Un hábito de cine naturalista, donde asunto,
conducta y diálogo fingen ser transportados de la realidad, puede oscurecer la
percepción de lo que "Hiroshima mon amour" se propone decir, porque su
territorio no es tanto el de los hechos como el del efecto de ciertos hechos en
un espíritu. La relación del film con el cine mas común es la relación que un poema
moderno puede tener con la novela clásica, y si no se preparan sensibilidad e
inteligencia para captar ese poema, en su extraña esencia y en su peculiar
forma, se corre el riesgo de ver solamente el caos. Bajo la confusión inicial,
hay un film cuya complejidad y fineza admiten poca comparación en el cine de
hoy.
Hay
una anécdota comprensible. En 1944, la mujer francesa protagonista ha sido
amante de un soldado alemán de
la ocupación en la pequeña ciudad de Nevers. Ha tenido allí su primer amor,
con sinceridad y pureza. Después el alemán ha sido muerto por la Resistencia,
ella ha sido tratada como colaboracionista, ha sido rapada, humillada y
encerrada. Catorce años después, la protagonista llega a Hiroshima a colaborar
en el rodaje de un film por la paz, uno de los tantos que se centran en la
ciudad destrozada por la bomba atómica. Ahora se convierte durante unas pocas
horas, tras un encuentro casual, en la amante de un arquitecto japonés. En esa
intimidad cuenta su historia de Nevers, y al contarla llega a revivirla. Sus
dos amantes, separados catorce años en el tiempo, se convierten durante su
trance en uno solo, y a esta transferencia de identidad presta su colaboración
el japonés, durante una peculiar conversación que es casi un juego. Al salir de
ese trance, la protagonista llega a reprocharse el haber narrado y liberado
algo íntimo: en cierto sentido, ha engañado al alemán, lo ha rebajado hasta ser
un personaje de historieta. Ahora vacila de nuevo entre salir de Hiroshima o quedarse,
entre aceptar el amor del japonés o comenzar a olvidarlo ("Como con él, el
olvido comenzará por tus ojos. Igual. Después, como con él, el olvido ganará tu
voz. Igual. Después, como con él, triunfará sobre ti entero, poco a poco. Te
convertirás en una canción"). Es materia discutible que las últimas
escenas puedan entenderse o no como una separación.
La
interpretación de esta anécdota, de su marco y de su tono, puede ser una larga
especulación. Pero la primera dificultad del film es apresar el asunto mismo.
No está narrado en orden cronológico sino que comienza en Hiroshima y
retrocede luego al relato de Nevers, siguiendo principalmente las palabras de
la confesión. Ese relato intercalado tampoco está en orden cronológico. Se
divide en fragmentos, y éstos surgen con el desorden de los golpes
emocionales, como un derivado de la asociación de ideas y de la intensidad de
las sensaciones. Su ilación debe ser reconstruida en la percepción del
espectador. El
relato de Hiroshima tampoco está presentado en términos naturalistas. Comienza con formas físicas extrañas, hasta
que se llega a entender que son parte de los cuerpos desnudos y abrazados de
los amantes. A esa imagen superpone un
diálogo sobre el conocimiento de la ciudad destrozada, diálogo seguido luego sobre tomas documentales,
presentes y pasadas, de esa destrucción, de la muerte que llegó, de la vida que
resurge. Transcurren así quince minutos
hasta que se llegan a ver por primera vez los rostros de los amantes. Hasta
entonces el efecto es el muy curioso de un documental despersonalizado, que sin
embargo está sentido (más que explicado) por un personaje desconocido. En el desarrollo restante, Hiroshima continúa
siendo también un testimonio personal.
Los
diálogos tampoco son naturales. A menudo
afectan deliberadamente una lentitud de enunciación, una repetición de
conceptos y palabras, un tono monocorde, como si fueran un cántico, una
ceremonia. Y hay aún otras diferencias
entre el film y el cine naturalista: la carencia de culminación o de un claro
final, los ocasionales monólogos, la cualidad exótica de la música, los
silencios súbitos. A la larga se entiende que el film, o buena parte de él,
está concebido no como un hecho exterior que pueda ser descrito por sus
apariencias, sino como un plural apunte de una vida interior. Es un intento de cine subjetivo, lírico, en
el que los elementos narrativos, su orden, su relación, su tono, su ocasional incoherencia, surgen de la protagonista:
de su amor, de su dolor, de su voluntad de memoria, de su voluntad de olvido, de su lucha consigo misma. Por eso el film tiene monólogos y silencios, depresiones
y arranques, por eso la intercalación de los episodios Nevers no finge un
orden temporal, por eso están narrados con imágenes de un largo silencio, sólo
cruzado por un grito. Por eso, también, no aparece nunca en primer plano el
rostro del alemán (ella ha llegado a olvidarlo) y aparece en cambio, con un estático primer plano, el rostro del
padre de la protagonista,
fijo quizás en su memoria.
fijo quizás en su memoria.
El fílm da pistas muy claras para ser interpretado como testimonio de
una vida interior. Mediante un montaje
de intercalación, la mano del amante japonés en la cama es sustituida
fugazmente por la mano del alemán muerto en la calle; un paseo final por las
calles de Hiroshima (entre la meditación y la incertidumbre) intercala imágenes
de otro paseo similar por Nevers, con un letrero callejero, "Place de la
République", en la primera de sus tomas. Pero el film no da aviso ni
explicación de esas pistas: las coloca allí, las deja comprendidas o incomprendidas
por su espectador. Puede generar la confusión, desde luego. Pero artísticamente su procedimiento es el correcto. Si explicara, si aclarara, si
ordenara, rebajaría su carácter de testimonio sentido y subjetivo. Llegaría a
deformarlo, atribuyendo a su protagonista una lucidez o un equilibrio que no
tiene, o llegaría a rebajarlo si creara otro personaje, un narrador, que
sirviera de puente entre personaje y público. Prefiere atenerse en cambio,
auténticamente, a su intensidad y a su desorden.
Otro
sentido mas ambicioso está superpuesto a este testimonio individual. No se
trata sólo de trasladar complejamente un personaje femenino que ha tenido un
drama de amor y de muerte, y que tiene hoy otro drama de amor para recordar a
aquél. Eso ha sido hecho por el cine, con otros estilos y formas, incluyendo un
ejemplo memorable de poesía y equilibrio ("Juventud divino tesoro" de Bergman). Se
trata también de que las circunstancias de ambos episodios sean un comentario
sobre el mundo actual y sobre su división y sobre su guerra. En ese plano, el
episodio de Nevers importa particularmente, porque allí el amor une a la mujer
francesa con el soldado alemán, que es en un sentido su enemigo, y cuando el
amante muere decretando la imposibilidad de ese amor, la tragedia está provocada
por un balazo francés, por la guerra o, en definitiva, por el mundo. El film no
fuerza esta interpretación de tipo social: la autoriza y, en su estilo, la
deja allí para que sea comprendida o incomprendida. Está claro, sin embargo,
que el comentario social importa a los realizadores. La destrucción de
Hiroshima, la constancia de
que empero allí renace la vida, así sea monstruosamente, son un enorme
comentario a la destrucción de un amor y al nacimiento de otro amor. Son
además, y el diálogo lo dice casi explícitamente, un comentario a la pasión, la
muerte, el renacimiento y la nueva muerte que supone el acto sexual ("No
puedes saberlo. Tú me matas. Tú me haces bien. Tú me matas. Tú me haces bien.
Tengo tiempo. Te lo ruego. Devórame. Defórmame").
Vida
y muerte, memoria y olvido, se suceden así en un ciclo infinito. Para ambos
amantes de hoy se plantea una alternativa que trasciende a su voluntad
consciente. Pueden recordar la tragedia pasada, recordar la destrucción de Hiroshima, recordar la tragedia de Nevers ("Nevers es la ciudad con la que más sueño y en la que menos pienso",
dice ella). Su deber es sin embargo olvidar esas tragedias. La vida sigue. Pero si deben olvidar, este amor de hoy también podrá ser efímero ("El
olvido triunfará sobre ti. Te convertirás en una canción"). Y si deben olvidar, negarán en sí mismos
algo propio y sentido, una memoria íntima que integra su identidad ("Tu
nombre es Hiroshima. Tu nombre es Nevers", dicen las últimas lineas del
diálogo). No hay un film en la historia que se haya propuesto un apunte tan
sutil. Su validez psicológica, y particularmente su resultado emotivo, muestran
como más legítima la elección de sus realizadores: preferir una línea de vida interior y no
exterior para ordenar los relatos y los sentidos de esos relatos.
La
primera pregunta del espectador común nace de una extendida pereza pública: Por
Qué Hacer Un Film Complicado, por qué no hacer una simple e intensa historia
de amor o, en todo caso, por qué no hacer simple y ordenadamente una
complicada historia de amor. La respuesta es que este tema pedía esta forma. El
mundo y el ser humano son más complejos de lo que ningún film se haya atrevido
a expresar hasta hoy, y habría que buscar en la literatura universal para
encontrar una obra de similar registro. Desde la guerra y la bomba atómica en un extremo,
hasta las complejidades psicológicas y morales de un individuo en el otro, con
las variantes que el tiempo introduce en sus ideas y sensaciones, "Hiroshima mon amour" se propone un tema tan amplio que un film normal no podría
albergarlo: o lo falsearía en la simplificación o lo extendería hasta hacerle
perder interés y equilibrio como espectáculo. La respuesta era así comprimir ese tema, tamizarlo a través de un
personaje y de su circunstancia, convertirlo en su testimonio personal de sentimientos y de
pasiones. Eso llevaba a respetar también
sus silencios, sus baches, sus saltos de ilación, sus mágicas continuidades.
Cuando se razona la necesidad del enfoque subjetivo, se ve más clara la
formulación singular de algunos episodios. Se explican los quince minutos iniciales como un testimonio personal
que introduce a la protagonista en la percepción del espectador.
Se explica su paseo posterior por las calles de Hiroshima (y al mismo tiempo
por las de Nevers) como una operación sensorial que trasciende los límites
físicos de tiempo y espacio. Se explica
la misteriosa conversación final entre la protagonista y un intruso que se le
acerca en el café, como una alusión a su condición de extranjera en Hiroshima
(condición que el diálogo bilingüe refuerza) y también como alusión a un
diálogo similar, de la noche anterior, entre ella y quien es ahora su amante,
diálogo previo que no ha sido presentado directamente al espectador pero que
opera como un recuerdo claro para ambos personajes. Se explica en algunos diálogos el tono
monocorde y la repetición de palabras,
que son en el caso una formulación de sentimientos y de obsesiones, cuyas normas no son las del naturalismo. Se explica la colocación incisiva de la música de Giovanni Fusco, marcadamente moderna, que parece subrayar agudamente los climas emocionales. Y se explica la interpretación de Emmanuelle Riva, cuyo peculiar juego dramático parece concebido hacia adentro, más como el registro de una fina y conturbada sensibilidad que como una expresión.
"Hiroshima mon amour" debe entenderse como una prolongación, amplia y notoria, de la renovación formal emprendida a través de muchos films cortos en el cine de casi todo país productor: es en el cortometraje, menos restringido por vallas comerciales, donde el creador suele imaginar y ensayar. Los antecedentes más claros del film están en los cortos del mismo Alain Resnais, cuya revisión es de particular interés ahora. Allí se puede verificar su atención a la pintura, cuyos problemas de selección y de composición él trasladaría al cine (en cortos sobre Van Gogh, Gauguin, Picasso). De esa intensidad algo se recoge en sus imágenes
que son en el caso una formulación de sentimientos y de obsesiones, cuyas normas no son las del naturalismo. Se explica la colocación incisiva de la música de Giovanni Fusco, marcadamente moderna, que parece subrayar agudamente los climas emocionales. Y se explica la interpretación de Emmanuelle Riva, cuyo peculiar juego dramático parece concebido hacia adentro, más como el registro de una fina y conturbada sensibilidad que como una expresión.
"Hiroshima mon amour" debe entenderse como una prolongación, amplia y notoria, de la renovación formal emprendida a través de muchos films cortos en el cine de casi todo país productor: es en el cortometraje, menos restringido por vallas comerciales, donde el creador suele imaginar y ensayar. Los antecedentes más claros del film están en los cortos del mismo Alain Resnais, cuya revisión es de particular interés ahora. Allí se puede verificar su atención a la pintura, cuyos problemas de selección y de composición él trasladaría al cine (en cortos sobre Van Gogh, Gauguin, Picasso). De esa intensidad algo se recoge en sus imágenes
cinematográficas. Pero en esos films cortos está además su preocupación por
el múltiple movimiento de cámara y de objeto, por la continuidad de dos tomas
mediante similitudes en ese movimiento ("Toute la memoire du monde"). En el dominio de la técnica, particularmente en el montaje, los antecedentes de Resnais
lo establecen como un artesano superior,
con esa intuición de ritmo y de cadencia
que es propio de los realizadores veteranos. En cierto sentido, todo "Hiroshima" es un film de montaje, se ha dicho, y
en ese vaivén de imágenes surgidas de épocas distintas hay de pronto algún
hallazgo que hace notorio ese montaje, como el abrazo de la protagonista a su
madre, enlazado con otro abrazo idéntico a su amante, en un paso repentino de
la evocación a la realidad. Es sin embargo en su tratamiento de los temas que Resnais ha mostrado con sus cortos la imaginación y la disciplina
que luego habría de usar: la visión lúcida, tranquila, implacable, de la
barbarie nazi (Nuit et brouillard"), la asimilación de los libros de la
Biblioteca Nacional Francesa a los presos de una cárcel ("Toute la memoire du monde"), la preferencia
reiterada por los temas de la destrucción, del recuerdo y del olvido.
Confrontado por primera vez con un largometraje de argumento, Resnais declina los tratamientos dramáticos comunes y
aplica una poderosa técnica y una más poderosa inventiva a lo que él mismo
llamó un poema lírico. Trasciende
convenciones de tiempo y de espacio, coloca un marco sensacional de bomba
atómica y destrucción, se introduce en sutilezas psicológicas y sensoriales
que otros habrían rechazado como de transcripción imposible. En dos sentidos
obtiene un triunfo. En primer término obtiene un film a la vez inspirado e
inteligente, que es tanto una apelación a la sensibilidad como un objeto de
estudio, análisis y controversia. En segundo término obtiene con esa empresa
vanguardista la atención pública, la detonante notoriedad que no suelen lograr
los experimentos formales del cine, generalmente limitados en su difusión a la
apreciación de una minoría. Por ese resultado público puede afirmarse desde ya
que "Hiroshima mon amour" comenzará una etapa de renovación formal y temática en
el cine futuro. Si este film audaz puede ser producido por una industria y aceptado
por multitudes, hay un camino abierto para otros films audaces, más allá de
una minoría de espectadores, donde "Hiroshima mon amour" obtendrá en todo el
mundo un apoyo público, y no una comprensión popular. Puede afirmarse en cambio
que el film puede y debe ser visto dos, tres, cuatro veces. Retribuye con la
percepción de nuevos elementos, nuevos equilibrios, nuevos sentidos, con la
complejidad y la riqueza de una verdadera obra de arte.