9 de enero de 2014

Homero Alsina Thevenet. Personalidades del cine (9). Cecil B. DeMille (II)

La historia del arte cinematográfico en su concepto de espectáculo como combinación de entretenimiento y calidad en dosis parejas está indisolublemente asociada al nombre de Cecil B. DeMille. Una difícil mezcla que, sin embargo, abundaba en la producción fílmica de lo que se conoce como el período clásico de Hollywood. Narrador de grandes gestas heroicas, a partir de 1923, DeMille decidió ampliar su horizonte como productor. Se alió con Adolph Zukor (1873-1976) para realizar la que sería la primera versión de "The ten commandments" (Los diez mandamientos) y, dos años más tarde, se independizó para fundar la Producers Distributing Corporation con la que realizó, entre otras, "The king of kings" (El rey de reyes), "The Volga boatman" (El barquero del Volga) y "The road to yesterday" (La huella del pasado), películas de alto presupuesto y compleja realización que, sorprendentemente, alcanzaron una notoriedad fuera de lo común y que marcaron la trayectoria de DeMille. No obstante, el propio realizador diría por entonces que su trabajo le resultaba mucho más atractivo al dirigir melodramas como "Triumph" (Triunfo), "The golden bed" (La cama de oro), "The wise wife" (La conquista del marido) o "The godless girl" (La incrédula).
A partir de la implantación del sonido, De Mille realizó varias películas de aventuras, entre ellas "The plainsman" (Búfalo Bill), "Reap the wild wind" (Piratas del Mar Caribe), "The buccaneer" (Los bucaneros), "North West Mounted Police" (Policía Montada del Canadá), "Union Pacific" (Unión Pacífico), "Four frightened people" (Cuatro personas asustadas) y "Unconquered" (Los inconquistables). También retomó temas históricos clásicos con films como "The sign of the cross" (El signo de la cruz), "Cleopatra" y "The crusades" (Las cruzadas) y, desde luego, los temas bíblicos que fueron un referente en toda su filmografía con "Samson and Delilah" (Sansón y Dalila) y la versión definitiva de "The ten commandments" (Los diez mandamientos), la que marcaría el final de su carrera, intercalando entre ambas el drama "The greatest show on earth" (El mayor espectáculo del mundo).
A pesar de lo extenso de su obra cinematográfica, DeMille no fue muy premiado por la Academia. No llegaron a la treintena las nominaciones y sólo consiguió el Oscar a la Mejor Fotografía por "Cleopatra", al Mejor Montaje por "Policía Montada del Canadá", a los Mejores Efectos Especiales por "Piratas del mar Caribe" y a la Mejor Película y Mejor Guión Original por "El mayor espectáculo del mundo". De todas maneras, en 1949 recibió un Premio Oscar Honorífico por toda su carrera. 
La segunda parte del largo artículo que Alsina Thevenet publicó en "El País" en julio de 1958, días antes del estreno en Uruguay de "Los diez man­damientos", se tituló "No matarás extras".


"Ningún hombre es mejor que lo que deja tras él", dijo Cecil B. DeMille en el largo discurso con que recibió (22 de enero de 1956) el "Milestone Award" conferido por el Screen Producers Guild. Pronunció varios conceptos de alto civismo en esa ocasión, rodeado por muchos productores de Hollywood y por Jesse Lasky y Samuel Golwyn, que fue­ron sus primeros socios en 1913. La responsabilidad del cine, el inmenso público que congrega, la necesidad de des­cribir no sólo el Bien sino también el Mal (como contraste, como acción, como realidad, como educación), la incom­prensión de algunos organismos censores, fueron algunos de sus temas. Hacia el final declaró: "Hacemos bien en combatir la censura, pero la mejor forma de combatirla es no darle fundamentos sólidos para atacarnos mientras defendemos hasta el máximo nuestro derecho de retratar al mundo tal como es".
Entre lo que de Mille dejó tras él figuran comedias y dramas muy comunes en el cine americano, antes y des­pués de sus fechas respectivas, pero figuran también dos tendencias en las que ha insistido. Una es el gran film de acción, frecuente reconstrucción de época, grandes masas orientadas por altoparlantes y construcciones colosales que se derrumban. Es el caso de "El signo de la cruz" (1932), "Cleopatra" (1934), "El llanero" (1936), "El bucanero" (1937), "Unión Pacífico" (1938), "Los siete jinetes de la victoria" (1940), "Piratas del Caribe" (1941), "La historia del Dr. Wassell" (1943), "Los incon­quistables" (1946) y un film probablemente titulado "El espectáculo más grande del mundo" (1952). Choques de ferrocarriles, barcos abordados, hordas indias al ataque, centenares de extras, de armas, de gritos, han ayudado a Cecil B. DeMille a defender hasta el máximo su derecho a retratar el mundo tal como es.
La segunda ten­dencia está muy entrelazada con la primera y se basa en temas religiosos, frecuentemente tomados de la Biblia. Esta modalidad se integra con "Los diez mandamientos" (1923), "Rey de reyes" (1926), el mismo "Signo de la cruz" (1932), "Las cruzadas" (1935), "Sansón y Dalila" (1949) y "Los diez manda­mientos" (1956), sin perjuicio de zonas religiosas menores en films de otro orden; hoy sería interesante revisar de más cerca la filosofía de "Seamos salvajes" (1934).


Los films religiosos no han implicado necesariamente una actitud religiosa en el realizador. Con la teoría de que hay que hacer un espectáculo para atraer al público hasta la parroquia, DeMille ha colocado también ruido y fragor y sexo en sus grandes historias: en los primeros "Diez mandamientos", Moisés recibe la voz divina en la parte superior del monte, mientras abajo se desarrolla una gran bacanal alrededor del Becerro de Oro. Y aunque es eviden­te el aprovechamiento de temas bíblicos en varios de los films, es difícil averiguar el mensaje espiritual que dejan "Las cruzadas" o "Sansón y Dalila". El sentido de esos films ha sido descrito como "sexo tras la fachada bíblica" y la ex­plicación del éxito es que los públicos se sienten atraídos por la espectacularidad, por las estrellas y por otros facto­res que no son la religión; es interesante comparar las recaudaciones de DeMille con el fracaso de un film religioso tan serio y complejo como el "Barrabás" de Sjöberg, que no tenía estrellas de notoriedad. El crítico Arthur Knight va­lora así a DeMille: "Más que ningún otro director de la época, parece haber apreciado una dualidad básica de los públicos; por un lado su tremenda ansiedad por ver lo que consideraban pecaminoso y tabú, y por otro el hecho de que podían regocijarse con el pecado solamente si podían conservar su propio sentido de respetabilidad durante ese proceso. Ciertamente, DeMille les daba toda oportunidad posible".


DeMille tomó también para sí mismo toda oportunidad posible. Hizo films patrióticos en 1917 y en 1943, aprove­chó hacia 1921 la tendencia a la comedia mundana, con grandes cuartos de baño y mujeres en tules vaporosos, y aprovechó el habitual melodrama de vampiresa pérfida que rebaja al hombre bueno, para incorporar a ese cuadro mo­derno los diez mandamientos de los cuales se habla, en una evocación bíblica que dividió en dos partes a ese film de 1923. Visto como un retrato del Bien y del Mal, o como una descripción del mundo, este continuo cuadro de DeMille es difícil de creer. "No conozco un drama mayor que la historia de Moisés", escribió Cecil B. DeMille hace dos años. "Piensen en él; un niño condenado a morir y puesto a la deriva en un canasto. Es encontrado por la hija del mismo rey que lo había condenado. Lo lleva al palacio, donde es educado como un noble de la corte. Entonces él descu­bre que no tiene sangre real. ¿Cómo se siente? ¿Qué ha­ce? Aquí están todos los elementos de un drama mag­nífico".
Para revelar este suspenso brutal, que estaba resuelto hace tres mil doscientos años, Cecil B. DeMille comenzó el 14 de octubre de 1954 la filmación de "Los diez mandamien­tos", que le llevaría dos años de labor y faenas colosales en Egipto, donde los extras fueron contratados por tri­bus y no por personas, y donde las construcciones efec­tuadas especialmente resultaron tener más atractivo tu­rístico inmediato que las propias pirámides, las cuales contemplaban a DeMille desde una altura de cuarenta siglos. El trabajo de filmar la separación de las aguas del Mar Rojo no pudo ser realizado en el mismo Mar Rojo, presumiblemente por falta de colaboración de las aguas, y debió ser transferido a Hollywood, donde DeMille volteó paredes que separaban los estudios de RKO y de Paramount y aprontó complejas instalaciones donde se volcaban en dos minutos trescientos mil galones de agua cola­boradora. En toda esta filmación, que está repleta de cifras, de estrellas, de actores menores, de miles de ex­tras, de vestuarios y de barbas, DeMille no especificó otra intención religiosa que la de crear un material (la esencia de la ley) común a las diversas doctrinas cris­tianas, judías y musulmanas. No era presumible que eli­giera a unas doctrinas contra las otras.


DeMille tiene el suficiente sentido del humor como pa­ra haber intervenido brevemente como actor en "Sunset Boulevard" (El ocaso de una vida, 1949), donde el gracioso de Billy Wilder le hacía decir que no podría filmar cierto tema "porque saldría muy caro". Es el único chiste per­sonal reconocido por DeMille en cuarenta y cinco años de carrera. En cambio le molesta, documentadamente, que el "Éxodo" de "Los diez mandamientos" haya sido llamado "Séxodo" por un cronista contemporáneo, y no es probable que le guste la difundida versión de que con los doce millones invertidos en su último film, cada mandamiento sale a más de un millón. Chistes aparte, no debiera preocupar a DeMille que le hagan frases con la que considera su obra mag­na, la más cercana a su intención de origen. En un re­ciente texto alegó que los críticos serios no hacen chistes sino que analizan obras. Así despertó la tentación diabó­lica de revisar lo que los críticos serios han dicho de él.