La historia
del arte cinematográfico en su concepto de espectáculo como combinación de
entretenimiento y calidad en dosis parejas está indisolublemente asociada al
nombre de Cecil B. DeMille. Una difícil mezcla que, sin embargo, abundaba en
la producción fílmica de lo que se conoce como el período clásico de Hollywood.
Narrador de grandes gestas heroicas, a partir de 1923, DeMille decidió ampliar
su horizonte como productor. Se alió con Adolph Zukor (1873-1976) para
realizar la que sería la primera versión de "The ten commandments" (Los diez mandamientos)
y, dos años más tarde, se independizó para fundar la Producers Distributing
Corporation con la que realizó, entre otras, "The king of kings" (El rey
de reyes), "The Volga boatman" (El barquero del Volga) y "The road to yesterday" (La
huella del pasado), películas de alto presupuesto y compleja realización que,
sorprendentemente, alcanzaron una notoriedad fuera de lo común y que marcaron
la trayectoria de DeMille. No obstante, el propio realizador diría por
entonces que su trabajo le resultaba mucho más atractivo al dirigir melodramas
como "Triumph" (Triunfo), "The golden bed" (La cama de oro), "The wise
wife" (La conquista del marido) o "The godless girl" (La incrédula).
A partir de la implantación del sonido, De Mille realizó varias películas de aventuras, entre ellas "The plainsman" (Búfalo Bill), "Reap the wild wind" (Piratas del Mar Caribe), "The buccaneer" (Los bucaneros), "North West Mounted Police" (Policía Montada del Canadá), "Union Pacific" (Unión Pacífico), "Four frightened people" (Cuatro personas asustadas) y "Unconquered" (Los inconquistables). También retomó temas históricos clásicos con films como "The sign of the cross" (El signo de la cruz), "Cleopatra" y "The crusades" (Las cruzadas) y, desde luego, los temas bíblicos que fueron un referente en toda su filmografía con "Samson and Delilah" (Sansón y Dalila) y la versión definitiva de "The ten commandments" (Los diez mandamientos), la que marcaría el final de su carrera, intercalando entre ambas el drama "The greatest show on earth" (El mayor espectáculo del mundo).
A pesar de lo extenso de su obra cinematográfica, DeMille no fue muy premiado por la Academia. No llegaron a la treintena las nominaciones y sólo consiguió el Oscar a la Mejor Fotografía por "Cleopatra", al Mejor Montaje por "Policía Montada del Canadá", a los Mejores Efectos Especiales por "Piratas del mar Caribe" y a la Mejor Película y Mejor Guión Original por "El mayor espectáculo del mundo". De todas maneras, en 1949 recibió un Premio Oscar Honorífico por toda su carrera.
La segunda parte del largo artículo que Alsina Thevenet publicó en "El País" en julio de 1958, días antes del estreno en Uruguay de "Los diez mandamientos", se tituló "No matarás extras".
"Ningún hombre es mejor que lo que deja tras él", dijo Cecil B. DeMille en el largo discurso con que recibió (22 de enero de 1956) el "Milestone Award" conferido por el Screen Producers Guild. Pronunció varios conceptos de alto civismo en esa ocasión, rodeado por muchos productores de Hollywood y por Jesse Lasky y Samuel Golwyn, que fueron sus primeros socios en 1913. La responsabilidad del cine, el inmenso público que congrega, la necesidad de describir no sólo el Bien sino también el Mal (como contraste, como acción, como realidad, como educación), la incomprensión de algunos organismos censores, fueron algunos de sus temas. Hacia el final declaró: "Hacemos bien en combatir la censura, pero la mejor forma de combatirla es no darle fundamentos sólidos para atacarnos mientras defendemos hasta el máximo nuestro derecho de retratar al mundo tal como es".
A partir de la implantación del sonido, De Mille realizó varias películas de aventuras, entre ellas "The plainsman" (Búfalo Bill), "Reap the wild wind" (Piratas del Mar Caribe), "The buccaneer" (Los bucaneros), "North West Mounted Police" (Policía Montada del Canadá), "Union Pacific" (Unión Pacífico), "Four frightened people" (Cuatro personas asustadas) y "Unconquered" (Los inconquistables). También retomó temas históricos clásicos con films como "The sign of the cross" (El signo de la cruz), "Cleopatra" y "The crusades" (Las cruzadas) y, desde luego, los temas bíblicos que fueron un referente en toda su filmografía con "Samson and Delilah" (Sansón y Dalila) y la versión definitiva de "The ten commandments" (Los diez mandamientos), la que marcaría el final de su carrera, intercalando entre ambas el drama "The greatest show on earth" (El mayor espectáculo del mundo).
A pesar de lo extenso de su obra cinematográfica, DeMille no fue muy premiado por la Academia. No llegaron a la treintena las nominaciones y sólo consiguió el Oscar a la Mejor Fotografía por "Cleopatra", al Mejor Montaje por "Policía Montada del Canadá", a los Mejores Efectos Especiales por "Piratas del mar Caribe" y a la Mejor Película y Mejor Guión Original por "El mayor espectáculo del mundo". De todas maneras, en 1949 recibió un Premio Oscar Honorífico por toda su carrera.
La segunda parte del largo artículo que Alsina Thevenet publicó en "El País" en julio de 1958, días antes del estreno en Uruguay de "Los diez mandamientos", se tituló "No matarás extras".
"Ningún hombre es mejor que lo que deja tras él", dijo Cecil B. DeMille en el largo discurso con que recibió (22 de enero de 1956) el "Milestone Award" conferido por el Screen Producers Guild. Pronunció varios conceptos de alto civismo en esa ocasión, rodeado por muchos productores de Hollywood y por Jesse Lasky y Samuel Golwyn, que fueron sus primeros socios en 1913. La responsabilidad del cine, el inmenso público que congrega, la necesidad de describir no sólo el Bien sino también el Mal (como contraste, como acción, como realidad, como educación), la incomprensión de algunos organismos censores, fueron algunos de sus temas. Hacia el final declaró: "Hacemos bien en combatir la censura, pero la mejor forma de combatirla es no darle fundamentos sólidos para atacarnos mientras defendemos hasta el máximo nuestro derecho de retratar al mundo tal como es".
Entre
lo que de Mille dejó tras él figuran comedias y dramas muy comunes en el cine
americano, antes y después de sus fechas respectivas, pero figuran también dos
tendencias en las que ha insistido. Una es el gran film de acción, frecuente
reconstrucción de época, grandes masas orientadas por altoparlantes y
construcciones colosales que se derrumban. Es el caso de "El signo de la cruz" (1932), "Cleopatra" (1934), "El llanero" (1936), "El bucanero" (1937), "Unión Pacífico" (1938),
"Los siete jinetes de la victoria" (1940), "Piratas del
Caribe" (1941), "La historia del Dr.
Wassell" (1943), "Los inconquistables" (1946) y un film probablemente titulado "El
espectáculo más grande del mundo" (1952). Choques de ferrocarriles, barcos abordados, hordas indias al ataque,
centenares de extras, de armas, de gritos, han ayudado a Cecil B. DeMille a
defender hasta el máximo su derecho
a retratar el mundo tal como es.
La segunda tendencia está muy entrelazada con
la primera y se basa en temas religiosos, frecuentemente tomados de la Biblia.
Esta modalidad se integra con "Los diez mandamientos" (1923), "Rey de reyes" (1926), el mismo "Signo de la cruz" (1932), "Las cruzadas" (1935), "Sansón y Dalila" (1949) y "Los diez mandamientos" (1956), sin perjuicio de zonas religiosas
menores en films de otro orden; hoy sería interesante revisar de más cerca la
filosofía de "Seamos salvajes" (1934).
Los films religiosos no han implicado
necesariamente una actitud religiosa en el realizador. Con la teoría de que
hay que hacer un espectáculo para atraer al público hasta la parroquia, DeMille ha colocado también ruido y fragor y sexo en sus grandes historias: en
los primeros "Diez mandamientos", Moisés recibe la voz divina en la parte
superior del monte, mientras abajo se desarrolla una gran bacanal alrededor del
Becerro de Oro. Y aunque es evidente el aprovechamiento de temas bíblicos en
varios de los films, es difícil averiguar el mensaje espiritual que dejan "Las
cruzadas" o "Sansón y Dalila". El sentido de esos films ha sido descrito como
"sexo tras la fachada bíblica" y la explicación del éxito es que los
públicos se sienten atraídos por la espectacularidad, por las estrellas y por
otros factores que no son la religión; es interesante comparar las recaudaciones
de DeMille con el fracaso de un film religioso tan serio y complejo como el "Barrabás" de Sjöberg, que no tenía estrellas de notoriedad. El crítico Arthur
Knight valora así a DeMille: "Más que ningún otro director de la época,
parece haber apreciado una dualidad básica de los públicos; por un lado su
tremenda ansiedad por ver lo que consideraban pecaminoso y tabú, y por otro el
hecho de que podían regocijarse con el pecado solamente si podían conservar su
propio sentido de respetabilidad durante ese proceso. Ciertamente, DeMille les
daba toda oportunidad posible".
DeMille tomó también para sí mismo toda oportunidad posible. Hizo films
patrióticos en 1917 y en 1943, aprovechó hacia 1921 la tendencia a la comedia
mundana, con grandes cuartos de baño y mujeres en tules vaporosos, y aprovechó
el habitual melodrama de vampiresa pérfida que rebaja al hombre bueno, para
incorporar a ese cuadro moderno los diez mandamientos de los cuales se habla,
en una evocación bíblica que dividió en dos partes a ese film de 1923. Visto
como un retrato del Bien y del Mal, o como una descripción del mundo, este
continuo cuadro de DeMille es difícil de creer. "No
conozco un drama mayor que la historia de Moisés", escribió Cecil B. DeMille hace dos años. "Piensen en él; un niño condenado a morir y puesto a
la deriva en un canasto. Es encontrado por la hija del mismo rey que lo había
condenado. Lo lleva al palacio, donde es educado como un noble de la corte.
Entonces él descubre que no tiene sangre real. ¿Cómo se siente? ¿Qué hace?
Aquí están todos los elementos de un drama magnífico".
Para revelar este
suspenso brutal, que estaba resuelto hace tres mil doscientos años, Cecil B. DeMille comenzó
el 14 de octubre de 1954 la filmación de "Los diez mandamientos", que le
llevaría dos años de labor y faenas colosales en Egipto, donde los extras
fueron contratados por tribus y no por personas, y donde las construcciones
efectuadas especialmente resultaron tener más atractivo turístico inmediato
que las propias pirámides, las cuales contemplaban a DeMille desde una altura
de cuarenta siglos. El trabajo de filmar la separación de las aguas del Mar
Rojo no pudo ser realizado en el mismo Mar Rojo, presumiblemente por falta de
colaboración de las aguas, y debió ser transferido a Hollywood, donde DeMille
volteó paredes que separaban los estudios de RKO y de Paramount y aprontó
complejas instalaciones donde se volcaban en dos minutos trescientos mil galones de
agua colaboradora. En toda esta filmación, que está repleta de cifras, de
estrellas, de actores menores, de miles de extras, de vestuarios y de barbas, DeMille no especificó otra intención religiosa que la de crear un material (la
esencia de la ley) común a las diversas doctrinas cristianas, judías y
musulmanas. No era presumible que eligiera a unas doctrinas contra las otras.
DeMille tiene el suficiente sentido del humor como para haber intervenido
brevemente como actor en "Sunset Boulevard" (El
ocaso de una vida, 1949), donde el gracioso de Billy Wilder le hacía decir que
no podría filmar cierto tema "porque saldría muy caro". Es el único
chiste personal reconocido por DeMille en cuarenta y cinco años de carrera. En cambio le
molesta, documentadamente, que el "Éxodo" de "Los diez mandamientos" haya sido
llamado "Séxodo" por un cronista contemporáneo, y no es probable que le guste la
difundida versión de que con los doce millones invertidos en su último film,
cada mandamiento sale a más de un millón. Chistes aparte, no debiera preocupar
a DeMille que le hagan frases con la que considera su obra magna, la más
cercana a su intención de origen. En un reciente texto alegó que los críticos
serios no hacen chistes sino que analizan obras. Así despertó la tentación
diabólica de revisar lo que los críticos serios han dicho de él.