5 de agosto de 2022

Trotsky revisitado (II). A modo de prólogo (2)

Diversas definiciones e interpretaciones de la historia
 
Al respecto, el historiador alemán Johann Gustav Droysen (1808-1884) dividía las fuentes, esto es, la materia prima que los historiadores utilizan para sus métodos científicos de estudio, en restos y tradiciones. “Los restos son material histórico porque suministran un conocimiento de tiempos pasados, o sea de actos de voluntad que tuvieron una vez en su presente y que actuaban y producían así aquello que nosotros queremos volver a representar en forma de historia. No disponemos de otro material que estos restos”. En esa clasificación incluyó objetos materiales como medallas, escudos, monumentos, armas, herramientas, utensilios, muebles, vestimentas, artesanías, etc. Pero el autor de “Grundriss der historik” (Esquema de los principios de la historia), admitía a la vez que las narraciones históricas que, si bien no eran consideradas “como fuentes primeras y originales, las concepciones que dan, han sido adquiridas por una vía metódica tan segura que tienen, en muchos sentidos, un valor muy elevado”. En cuanto a las tradiciones, tanto escritas como orales, registró crónicas, memorias, leyendas, canciones, cuentos, biografías y autobiografías, diarios, leyes, decretos, contratos, certificados de nacimiento, testamentos, cartas, etc.
Más allá de las diferencias entre estas fuentes, los historiadores han coincidido en diferenciarlas ya que los restos serían algo así como los productos naturales del devenir histórico, supuestamente menos cargados de subjetividad, mientras que las tradiciones conllevarían una intención respecto de la posteridad. En ese aspecto, los especialistas sostienen que un historiador cuenta con dos métodos para reconstruir su ciencia: la heurística y la hermenéutica. La primera, es el conjunto de testimonios probatorios de que lo que se dice es verdad. Estas fuentes pueden ser públicas y privadas. Mientras que la hermenéutica es la interpretación de los acontecimientos. Ambas están sujetas a humanas desviaciones. Por esta razón, los historiadores deben ser mucho más cuidadosos, agudizando su sentido crítico y profundizando en los análisis externos e internos de los documentos porque, como aseguraba el aludido Le Goff, “los documentos no son una mercancía estancada del pasado: son un producto de la sociedad que los ha fabricado según los vínculos de las fuerzas que en ella retenían el poder”.


La gran mayoría de los primeros historiadores que surgieron en el mundo griego, entre ellos Heródoto de Halicarnaso (484-425 a.C.), Tucídides de Atenas (460-396 a.C.), Jenofonte de Atenas (431-354 a.C.), Plutarco de Queronea (46-120 d.C.) o Diógenes Laercio (180-240 d.C.) por citar sólo algunos, se limitaron a hacer una cronología de los hechos pasados. Los acontecimientos más significativos eran empleados como criterios de segmentación de la historia en diferentes períodos o épocas que poseían rasgos comunes. Fue el filósofo alemán Georg W. F. Hegel (1770-1831) quien buscó un principio de comprensión de las diferentes etapas de la historia. En su obra “Vorlesungen über die philosophie der geschichte” (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal), dado que las categorías de historia y tiempo están íntimamente relacionadas entre sí, adjudicó al tiempo histórico dos características: la continuidad homogénea y la contemporaneidad. En cuanto a la primera afirmó que el tiempo es como el agua de un río que fluye continuamente, recorriendo diferentes paisajes. Cada paisaje sería una etapa de la historia. Las acciones de los seres humanos en cada uno de ellos estarían fundadas en el desarrollo de las ideas, las cuales ciertamente se manifiestan de diferentes maneras en las distintas etapas históricas. Y con respecto a la contemporaneidad, consideró a ésta como una condición necesaria para lograr captar las diferentes etapas de la evolución de las ideas y por consiguiente las de la historia ya que, si ésta fuera una mera recolección de datos, sería una historia sin profundidad pues no se podrían ver las contradicciones internas del presente y el pasado.
En la actualidad, ¿es válido materializar una aproximación sin prejuicios sobre la figura de Trotsky? ¿Es posible desarrollar una opinión propia basada en la voluntad de entender antes que de juzgar la personalidad de este gran pensador de la cultura y la vida cotidiana? ¿Es acertada su afirmación en cuanto a que es en la vida cotidiana donde se percibe mejor hasta qué punto el individuo es el producto y no el creador de sus condiciones de vida? Al respecto, en “Voprosy byta” (Problemas de la vida cotidiana), un ensayo publicado en 1923, decía: “La vida, es decir, las condiciones y lo modos de vida, se crean, mucho más aún que la economía, a espaldas de los hombres. En el plano de la vida cotidiana, la creación consciente ocupa un lugar insignificante en la historia de la humanidad. La vida cotidiana resulta de la acumulación de las experiencias espontáneas de los hombres y refleja, en resumidas cuentas, mucho más el pasado de la sociedad humana que su presente. (…) Nuestra vida cotidiana real se puede construir a partir de elementos existentes, susceptibles de desarrollarse. Es por lo que, antes de construir, hay que conocer lo que existe; no solamente cuando se trata de influir en la vida cotidiana sino, en general, en cualquier actividad consciente del hombre. Hay que saber lo que existe y en qué sentido se opera el cambio de lo que existe, a fin de poder contribuir a la edificación de la vida”.


En el libro “Historia. De las sociedades antiguas a los orígenes del capitalismo”, una obra escrita en coautoría por varios historiadores pertenecientes a RIOSAL, la Red de Investigadores y Organizaciones Sociales de Latinoamérica, puede leerse en su introducción: “La historia es el conjunto de las acciones que los hombres y mujeres han realizado en el pasado, como individuos y junto con otros y otras, como integrantes de pueblos, países y sociedades. La historia está atravesada por un sinfín de encrucijadas, de conflictos, de luchas entre grupos sociales diferentes.
“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas” escribió el periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh (1927-1977) en su relato de no ficción “¿Quién mató a Rosendo?”. Por eso, “la historia debería ser nuestra memoria: la memoria de lo que fuimos que nos permita comprender el presente, proporcionándonos caminos posibles hacia el futuro”.
“Como disciplina, dice el historiador argentino Roberto Elisalde (1959) en la obra editada por RIOSAL, la historia se propone reconstruir los acontecimientos ocurridos en el pasado. Sin embargo, los historiadores no se ocupan de la totalidad del pasado: realizan una selección de lo que les resulta más interesante o importante. Ahora bien, ¿cómo determinar qué acontecimientos son importantes? ¿Existe una escala de valores para medir esa importancia? Un acontecimiento del pasado adquiere categoría de importante si ayuda a comprender mejor el presente. Son las preocupaciones actuales las que impulsan a los hombres a querer conocer y entender los hechos históricos. La historia se escribe a partir de motivaciones que están en el presente. Además, los individuos y las sociedades tienen inquietudes diferentes, por lo que los relatos históricos son, inevitablemente, también diferentes entre sí. Hay que distinguir entre dos sentidos que tiene la palabra historia: la historia como la sucesión de acontecimientos ocurridos en el pasado y la historia como el relato de ese pasado reconstruido por un historiador. Sobre un mismo pasado se pueden hacer distintos relatos. Sobre una misma historia, distintas historias. ¿Cuál es la relación entre la historia y el transcurso del tiempo? Cuando se reconstruye una historia, la propia o la de otros, se repasan diferentes momentos: etapas, ciclos, edades. Y ese repasar o reconstruir es posible, entre muchas otras cosas, porque el tiempo transcurrió y seguirá transcurriendo”.


Evidentemente, “no cabe duda de que la historia se mueve, la rueda sigue girando” decía el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht (1898-1956), y la obra de Trotsky, tanto la realista como la utópica -sin que por ello puedan negarse intersecciones y puntos de confluencia entre ambas-, los problemas que planteó, incluso las soluciones que les dio y la proyección de su visión de los acontecimientos que le tocó vivir, distan mucho de ser simplemente los restos de un pasado muerto. Tal es la presencia del propulsor, entre muchas otras cosas, de la industrialización soviética acelerada y, al mismo tiempo, el escritor que se hacía tiempo en medio del fragor de la revolución para escribir ensayos que mostraron su intelecto como pensador de relieve internacional hasta el punto que hoy en día su inclaudicable lucha contra el despotismo estalinista lo volvió también una figura molesta para los liberales que, ya sea por ignorancia o por conveniencia, buscan asociarlo al totalitarismo burocrático (mal llamado comunismo) que imperó en la Unión Soviética. El propio Trotsky lo advertía ya en 1923 en su obra antes mencionada: “El tratamiento periodístico de estos temas puede convertirse en manos inescrupulosas en un instrumento para ventilar asuntos privados, ridiculizar, extorsionar o realizar cualquier tipo de venganza personal”, una práctica que hoy en día, en manos de los eruditos de la indolencia y los manipuladores oportunistas, tiene una vigencia notable.
Tal como se expresó la periodista y escritora argentina Sandra Russo (1959) en “El que quema libros, quemará personas”, su artículo publicado en el diario “Página/12” el 3 de septiembre de 2022 (en ocasión del intento de asesinato de la vicepresidenta argentina pero cuyas afirmaciones encuadran perfectamente en el tema tratado), “se empieza por la injuria, por la caracterización perversa, por la humillación, por la mentira, por el desprecio, por la demonización. Mucha gente quiere matar al diablo. Como los alemanes a los judíos alemanes justo antes del nazismo. O como tantas veces antes, cuando un sector de alguna sociedad se erigió en inquisidor de los demás sectores. La crítica exige una mínima honestidad y elaboración intelectual, algo de lo que son incapaces los miembros del ejército del periodismo de guerra. El periodismo de guerra no es periodismo: es acción psicológica. Es la peor, las más execrable de las propagandas, porque no se basa en la exaltación de alguien o de un sector, sino en la maliciosa insistencia en la maldad de alguien o de un grupo. El periodismo de guerra es la caja de resonancia del poder real, que es su mentor y el que paga la ronda”.


Partiendo de una postura neutral ante los grandes dilemas y problemas de la interpretación histórica como pueden ser las discrepancias en torno a la implantación política de la historia desde el realismo radical al utopismo romántico, y los puntos de confluencia o al menos de aproximación entre estas cuestiones, resulta evidente que el pensamiento de Trotsky tiene relevancia en los debates historiográficos recientes. Sin embargo las cosas no resultan tan sencillas y las controversias que generan dichas ideas son claramente espinosas. En referencia a los enfoques metodológicos y los planteamientos teóricos, es inevitable enfrentar dilemas tales como interpretar la historia como ciencia sociocultural o como ciencia estructural, esto es, la historia contada desde abajo o la historia contada desde arriba. En el plano de los enfoques teóricos y los planteamientos historiográficos, se distinguen  a menudo dos corrientes o tendencias: una atribuye mayor peso a la cultura y otra que subrayaba más los aspectos económicos. Ambas tendencias en el análisis no deberían ignorarse.
El periodista y filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937), por ejemplo, prefirió analizar la historia “desde abajo”. Para él, el matiz más importante de dicho análisis debía basarse en la observación de las acciones de los seres humanos a la luz de sus aspiraciones, las cuales por descabelladas o ilusorias que pareciesen, “son válidas en términos de su propia experiencia”. Edward Palmer Thompson (1924-1993) por su parte, opinaba en "Customs in common” (Costumbres en común) que la reconstrucción de los procesos del pasado debía hacerse mediante “un diálogo entre concepto y dato empírico, diálogo conducido por hipótesis sucesivas por un lado e investigación empírica por el otro”. Para el historiador británico, una vez hecho eso “era legítimo emitir juicios sobre los procesos y hacer estimaciones del significado que pudieran tener”. A su vez, el antes aludido Roberto Elisalde arguyó que “preguntar quién hace la historia es preguntarse por los protagonistas de la historia,  una pregunta que puede ser contestada de diferentes maneras por los historiadores. Algunos opinan que la historia la hacen los grandes hombres, los personajes importantes, los héroes de bronce de las plazas. Para ellos la historia es la historia militar, la política, la diplomática o las biografías de los próceres. Otros historiadores piensan que la historia la hacen los hombres y mujeres en sociedad: trabajando, produciendo, luchando, pensando, creando. Los productos de estas actividades, las experiencias, los recuerdos y tradiciones, la vida cotidiana, todo esto constituye la historia. De acuerdo con el punto de vista que el historiador elige, el relato de los hechos resulta diferente”.


El historiador francés François Audigier (1969) aseguraba en “L'éducation à la citoyenneté” (La educación para la ciudadanía) que “comprender la historia es comprender experiencias y mundos diferentes de los que conocemos, es acceder a vivencias y mundos ausentes. La lectura de textos es una herramienta central para el aprendizaje de la historia, es un medio fundamental para acceder a las reconstrucciones de esos mundos ausentes presentadas en los textos”. Por esa razón es que, tal como decía el periodista y editor Hugo Montero (1976-2021) en su obra “Por qué Stalin derrotó a Trotsky” publicada en 2009, la lectura de diversos autores nos permite “adentrarnos en la experiencia viva de un proceso revolucionario caracterizado por una dinámica palpitante, tan lejana a la historia cuadriculada y aburrida que suele ser transmitida por algunos sectores de la izquierda. La lectura de diversos escritores e historiadores cuyas crónicas atraviesan los episodios centrales de la Revolución Rusa, permite ver el derrotero del proceso soviético, el trágico devenir de los hechos sobre el acontecimiento político más relevante del siglo pasado, no con un objetivo meramente historiográfico sino como una oportunidad singular para repasar debates de enorme actualidad y lecciones que nunca se terminan por comprender del todo”.
“Se trató -agregó más adelante- del primer gobierno en manos de obreros y campesinos. Era la historia, la más pura, desgarrando el tiempo y quitando de los libros un puñado de soluciones de apuro para resistir ante las adversidades que llovían, una tras otra, sobre los que encabezaron la insurrección en el país más atrasado de Europa. Tampoco es posible desconocer los problemas que generó esa misma adversidad en que nació la revolución. Ni las consecuencias de los errores, ni el surgimiento de las contradicciones ni mucho menos el cambio de rumbo, las deformaciones burocráticas y la degeneración absoluta, que terminó por eclosionar con el derrumbe de una caricatura de socialismo sin un solo disparo de por medio. La segunda potencia mundial, el país que creció en cincuenta años como no pudo hacerlo ninguna nación capitalista a partir de una economía nacionalizada y planificada, el Estado que educó a más científicos que Japón y Estados Unidos juntos, que consiguió antes que nadie lanzar el primer satélite artificial al espacio y poner en órbita al primer hombre en el cosmos, se derrumbó como un castillo de naipes y provocó una derrota profunda para el movimiento obrero, de la que aún no ha podido reponerse. Esto no puede significar ocultar preguntas, sino más bien multiplicarlas”.
¿Qué valor tienen hoy las ideas, las propuestas y las actividades de Trotsky? Indiscutiblemente fue un personaje primordial en la Revolución de Octubre, el levantamiento que terminó con la hegemonía de los zares y moldeó el curso de la historia del siglo XX. Autor de la teoría de la “revolución permanente”, creador del Ejército Rojo que triunfó en la guerra civil rusa, conductor de la Oposición de Izquierda y fundador de la IV Internacional Comunista, fue un férreo opositor de Iósif Stalin (1878-1953), el dictador que encabezó la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas tras la muerte de Vladímir Lenin (1870-1924), un antagonismo que lo llevó primero al destierro y finalmente a su asesinato a manos de un sicario estalinista. Según el historiador británico Robert Service (1947), gran especialista en la historia rusa y autor de “Trotsky. A biography” (Trotsky. Una biografía), “Trotsky sigue siendo un personaje más admirado que repudiado por encarnar el auténtico ideal revolucionario que Stalin supuestamente había traicionado”. A pesar de ello, el autor inglés también lo critica ásperamente al afirmar que “tampoco era un ángel. Su personalidad estaba dominada por una tendencia a sobrevalorar su importancia personal, una indisimulada arrogancia, un evidente egocentrismo que le llevaban a menudo a despegar sus pies de la realidad e infravalorar a sus adversarios”.