Duncan Hallas: La oposición de izquierda
En 1962 se
graduó en la University of Edinburgh de Escocia con un título en Ciencias y
comenzó a enseñar en el sur de Londres mientras se mantuvo activo
políticamente, particularmente como militante del Sindicato Nacional de
Maestros. Con el recrudecimiento de la actividad política de la izquierda en
1968, Hallas volvió al Socialist Review Group. La explosión del movimiento
estudiantil había arrastrado a cientos de jóvenes activistas a la Internacional
Socialista. En ese ámbito se produjeron intensos debates, en particular sobre
la cuestión de la organización del Partido y sobre la conveniencia de la
adopción del modelo de centralismo democrático. Su intervención en los debates
fue esencial para lograr que la organización reconociera que el auténtico
leninismo era la antítesis del estalinismo. A partir de entonces, se desempeñó
en la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores, hasta su jubilación
por problemas de salud en 1995. Mientras tanto publicó una serie de artículos en la revista "Socialist Worker". A continuación, la segunda parte de los fragmentos
tomados de su artículo “León Trotsky, el socialista revolucionario”.
La visión
de los bolcheviques, por su parte, partía de iguales premisas que la de los
mencheviques. La revolución venidera sería, y solo podía ser, una revolución
burguesa en términos de su naturaleza de clase. Pero los bolcheviques
rechazaban completamente cualquier expectativa en la burguesía, y proponían una
alternativa. La transformación de la situación económica y política en Rusia,
en sentido democrático-burgués es inevitable e ineluctable, escribía Lenin en 1905.
No hay fuerza en el mundo capaz de impedir esta transformación, pero de la
acción combinada de las fuerzas existentes, pueden surgir dos resultados o dos
formas de esta transformación. Esto es: las cosas terminan con la victoria
decisiva de la revolución sobre el zarismo, o no habrá fuerzas suficientes para
una victoria decisiva y las cosas terminan en un acuerdo entre el zarismo y los
elementos más “inconsecuentes” y “calculadores” de la burguesía. “La victoria
decisiva sobre el zarismo significa el establecimiento de una dictadura
democrática revolucionaria de los trabajadores y los campesinos”. La línea
menchevique no era simplemente un engaño. Según Lenin, era la expresión de la
ausencia de voluntad de llevar a cabo la revolución. La determinación
menchevique de acercarse a los burgueses liberales los conduciría a la
parálisis. Por otro lado, el campesinado tenía un interés genuino en la
destrucción del zarismo y de los restos del feudalismo en el campo. Por lo tanto,
una “dictadura democrática” -un gobierno revolucionario provisional, con
representantes del campesinado y la socialdemocracia- era un “régimen jacobino”
apropiado para destruir a la reacción y establecer una “república democrática
(con completa equivalencia y autodeterminación para todas las naciones), la
confiscación de las propiedades feudales, y una jornada de trabajo de ocho
horas diarias”.
Trotsky
rechazaba la esperanza en una “burguesía revolucionaria” tan firmemente como
Lenin. Ridiculizó el esquema menchevique como una “categorización
extrahistórica” creada por analogía y deducción. En todos los demás aspectos de
la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, la cual tiene gran influencia
del marxista ruso alemán Parvus, difería de la posición bolchevique. En primer
lugar, difería en un punto crucial, al negar la posibilidad de que el campesinado
pudiese desempeñar un papel político independiente. Esta perspectiva era
idéntica a la línea menchevique y seguía las consideraciones hechas por Marx en
relación al campesinado francés en cuanto clase. Pero esto conduce a una
contradicción inmediata. El punto de partida común de todos los marxistas rusos
era justamente que en Rusia faltaban tanto la base material como humana para el
socialismo: una industria altamente desarrollada y un proletariado moderno que
constituyera gran parte de la población, y que hubiese adquirido organización y
conciencia en tanto clase “para sí”, como Marx había dicho. Desde un punto de
vista marxista, el argumento de Lenin era incontestable, en cuanto se aplicase
solamente a Rusia. El socialismo, para Marx y para todos los que se
consideraban sus seguidores en aquella época, significaba la autoemancipación
de la clase obrera. Esto presuponía una amplia industria moderna y una clase
trabajadora consciente, capaz de autoemanciparse.
Trotsky, por su parte, estaba convencido que solamente la clase trabajadora era capaz de desempeñar el papel dirigente en la revolución rusa y, si consiguiese cumplir ese papel, podría tomar el poder en sus propias manos. La hipótesis original de Engels está puesta cabeza abajo. El desarrollo desigual del capitalismo lleva a un desarrollo combinado en el cual la Rusia atrasada se vuelve, temporalmente, la vanguardia de la revolución socialista internacional. La teoría de la revolución permanente siguió siendo un aspecto central del marxismo de Trotsky hasta el fin de su vida aunque, en 1917, cambió su posición en lo referente a este tema. Sus aplicaciones posteriores de la teoría de la revolución permanente fueron estructuradas en torno del papel del partido revolucionario. Los revolucionarios rusos de inicios del siglo XX fueron más afortunados que la mayoría. Para ellos la prueba decisiva llegó bastante deprisa.
El año 1917 mostró a los mencheviques, opuestos en principio a participar en un gobierno no obrero, entrando en un gobierno formado por enemigos del socialismo, que continuó la guerra imperialista y trató de contener la marea revolucionaria. Y mostró a los bolcheviques -defensores de una dictadura democrática y un gobierno revolucionario provisional de coalición- después de un período inicial de “apoyo crítico” a lo que Lenin en su retorno a Rusia llamó un “gobierno de capitalistas”, virar decisivamente hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora, bajo el impacto de las “Tesis de Abril” de Lenin, y la presión de los obreros revolucionarios que integraban sus filas. Mostró, desde luego, a Trotsky brillantemente reivindicado cuando Lenin, en hechos, aunque no en palabras, adoptó la perspectiva de la revolución permanente y abandonó, sin ceremonia, la dictadura democrática. Y también mostró a Trotsky, quien en la práctica se hallaba aislado e impotente para influir en el curso de los acontecimientos de la gran crisis revolucionaria de 1917, conduciendo en el mes de julio a su pequeño grupo de seguidores, hacia el partido de masas de los bolcheviques. Fue también el brillante reconocimiento de la larga y dura lucha de Lenin (que Trotsky había denunciado por más de una década como “sectario”) en favor de un partido obrero, libre de la influencia ideológica de “marxistas” pequeño-burgueses (en tanto tal independencia fue alcanzada con medidas organizativas).
Trotsky, por su parte, estaba convencido que solamente la clase trabajadora era capaz de desempeñar el papel dirigente en la revolución rusa y, si consiguiese cumplir ese papel, podría tomar el poder en sus propias manos. La hipótesis original de Engels está puesta cabeza abajo. El desarrollo desigual del capitalismo lleva a un desarrollo combinado en el cual la Rusia atrasada se vuelve, temporalmente, la vanguardia de la revolución socialista internacional. La teoría de la revolución permanente siguió siendo un aspecto central del marxismo de Trotsky hasta el fin de su vida aunque, en 1917, cambió su posición en lo referente a este tema. Sus aplicaciones posteriores de la teoría de la revolución permanente fueron estructuradas en torno del papel del partido revolucionario. Los revolucionarios rusos de inicios del siglo XX fueron más afortunados que la mayoría. Para ellos la prueba decisiva llegó bastante deprisa.
El año 1917 mostró a los mencheviques, opuestos en principio a participar en un gobierno no obrero, entrando en un gobierno formado por enemigos del socialismo, que continuó la guerra imperialista y trató de contener la marea revolucionaria. Y mostró a los bolcheviques -defensores de una dictadura democrática y un gobierno revolucionario provisional de coalición- después de un período inicial de “apoyo crítico” a lo que Lenin en su retorno a Rusia llamó un “gobierno de capitalistas”, virar decisivamente hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora, bajo el impacto de las “Tesis de Abril” de Lenin, y la presión de los obreros revolucionarios que integraban sus filas. Mostró, desde luego, a Trotsky brillantemente reivindicado cuando Lenin, en hechos, aunque no en palabras, adoptó la perspectiva de la revolución permanente y abandonó, sin ceremonia, la dictadura democrática. Y también mostró a Trotsky, quien en la práctica se hallaba aislado e impotente para influir en el curso de los acontecimientos de la gran crisis revolucionaria de 1917, conduciendo en el mes de julio a su pequeño grupo de seguidores, hacia el partido de masas de los bolcheviques. Fue también el brillante reconocimiento de la larga y dura lucha de Lenin (que Trotsky había denunciado por más de una década como “sectario”) en favor de un partido obrero, libre de la influencia ideológica de “marxistas” pequeño-burgueses (en tanto tal independencia fue alcanzada con medidas organizativas).
Trotsky probó estar en lo correcto en la cuestión estratégica central de la Revolución Rusa. La Revolución de Octubre llevó a la clase trabajadora rusa al poder. Lo hizo en el contexto de la marea ascendente de revueltas revolucionarias contra los antiguos regímenes de Europa central y, en menor grado, occidental. La perspectiva de Trotsky, y la de Lenin luego de Abril de 1917, dependía crucialmente del éxito de la revolución proletaria en por lo menos “uno o dos” países avanzados (como Lenin, siempre cauteloso, decía). En los hechos, el poder de los partidos socialdemócratas establecidos (los cuales mostraron, en la práctica, haberse vuelto sumamente conservadores y nacionalistas a partir de agosto de 1914) y las vacilaciones y evasivas de los líderes de los grupos “centristas” entre las masas, provenientes de “rupturas” de la socialdemocracia ocurridas entre 1916 y 1921, contribuyeron a abortar los movimientos revolucionarios en Alemania, Austria, Hungría, Italia y en otros países antes de que los trabajadores pudiesen conquistar el poder, o donde este fue conquistado temporalmente, antes de que pudiera ser consolidado.
¿Cuál era la realidad social de Rusia en 1921, cuando Lenin era el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y Trotsky el Comisario de Guerra? La Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil destrozaron la industria rusa, ya bien frágil para los estándares europeos occidentales. De la Revolución de Octubre hasta marzo de 1918, en que fue firmado el tratado de Brest-Litovsk con Alemania, la Rusia revolucionaria permaneció en guerra contra este país y el Imperio Austro-Húngaro. En el mes siguiente, el primero de los ejércitos “aliados” de intervención -el japonés- atacó Vladivostok y comenzó su avance en dirección a Siberia. Este no se retiraría hasta noviembre de 1922. En esos años, tropas de catorce ejércitos extranjeros (incluidos los de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) invadieron el territorio de la República revolucionaria. Los generales “blancos” fueron armados, abastecidos y apoyados. En el auge de la intervención, en el verano boreal de 1919, la República Soviética estaba reducida a una parte de la Rusia europea central alrededor de Moscú, con algunos baluartes remotos sostenidos precariamente.
Incluso en el verano siguiente, cuando los ejércitos “blancos” habían sido decisivamente derrotados, un cuarto de todo el stock disponible de granos de la República soviética tuvo que ser enviado al grupo de ejército que estaba en lucha contra los invasores polacos. Esto ocurría al tiempo que las ciudades estaban despobladas y hambrientas. Más de la mitad de la población total de Pretrogrado (San Petersburgo) y casi la mitad de la de Moscú habían huido al campo. Las industrias que consiguieron mantenerse funcionando estaban dedicadas casi enteramente a la guerra, y esto solo fue posible a través de la “canibalización”, el ininterrumpido sacrificio de la base productiva como un todo para mantener en funcionamiento una fracción de la misma. Estas eran las circunstancias en las cuales la clase trabajadora rusa se desintegró. La revolución sobrevivió por medio de esfuerzos y sacrificios enormes, dirigida por una dictadura revolucionaria, la cual pasó de largo a la dictadura jacobina de 1793 en su capacidad de movilización. Pero sobrevivió al precio de una economía arruinada y aislada. Y para 1921 el movimiento revolucionario europeo estaba claramente en retroceso.
Antes de la revolución una parte significativa de la producción de granos era enviada a las ciudades (para consumo o para exportar) en la forma de rentas, pagos de impuestos, etc. para las antiguas clases dominantes. La Rusia zarista había sido una gran exportadora de granos. Ahora, con la destrucción del antiguo régimen, ese vínculo había sido cortado. Los campesinos producían para el consumo o para el comercio. Pero la ruina de la industria significaba que no había nada, o casi nada, para comerciar. Fruto de esto se volvió necesaria la requisación forzada. La revolución había sobrevivido en un país marcadamente campesino, a causa del apoyo .normalmente pasivo, pero a veces activo- de las masas campesinas que habían logrado beneficiarse de ella. Con el fin de la guerra civil ya no tenían nada más que ganar, y las revueltas de 1921, en Kronstadt y Tambov, mostraron que sectores del campesinado y secciones remanentes de la clase trabajadora se estaban volviendo en contra del régimen. La Nueva Política Económica (NEP) establecida a partir de 1921, era por sobre todo, un reconocimiento de este hecho e introducía un impuesto fijo (recaudado en granos, una vez que el dinero había perdido todo su valor bajo el comunismo de guerra) en sustitución de la requisación arbitraria de la época anterior. En segundo lugar, permitió el renacimiento del comercio privado y de la producción privada en pequeña escala (manteniendo “instancias de dirección” estatales). En tercer lugar, abrió las puertas (aunque sin suceso) para el capital extranjero que deseara explotar “concesiones”. Y en cuarto lugar, y esto tuvo una importancia vital, la NEP introdujo la aplicación rigurosa del principio de rentabilidad en la mayoría de las industrias nacionalizadas, combinando una severa ortodoxia financiera basada en el patrón oro, para crear una moneda corriente estable e imponer la disciplina de mercado tanto para las empresas públicas como privadas.
Estas medidas, introducidas entre 1921 y 1928, realmente produjeron un renacimiento económico. Inicialmente este ocurrió de forma más lenta, pero posteriormente tuvo un ritmo más rápido, hasta que en 1926-1927 el nivel de la producción industrial alcanzó nuevamente -y, en algunos sectores, sobrepasó- el nivel de 1913. En el caso de los productos alimenticios disponibles (en su mayor parte granos) el crecimiento fue mucho más lento. La producción creció, pero los campesinos, si bien no eran más explotados que en 1913, consumían mucho más de su producción en comparación con el período anterior a la revolución, y las ciudades debieron continuar recibiendo raciones pequeñas. Esta recuperación económica conseguida con medidas capitalistas o parcialmente capitalistas tuvieron consecuencias sociales análogas. Como resultado de la NEP la clase trabajadora realmente se recuperó numéricamente del punto crítico de 1921, pero no renació en lo político, o por lo menos no en escala suficiente para sacudirse el poder de los burócratas y de los kulaks. Una de las razones principales era la sombra del desempleo masivo. ¿Existía, entonces, todavía un Estado obrero en 1918? La democracia soviética, en la práctica, había sido destruida en la Guerra Civil. El Partido Comunista se había “emancipado” de la necesidad del apoyo mayoritario de la clase trabajadora. Los soviets se habían vuelto simples sellos para las decisiones del partido. Y, por las mismas razones, el proceso de “militarización” y “verticalismo” dentro del Partido Comunista había crecido rápidamente.
Contra estos hechos, se levantó dentro del partido la “Oposición Trabajadora”. Esta Oposición exigía “autonomía” para los sindicatos, denunciando el control del partido y apelando a la tradición de “control obrero de la producción” (una bandera del propio partido en el período anterior). Así adoptadas, estas medidas hubieran significado el fin del régimen, puesto que las demás masas de la clase trabajadora eran decididamente indiferentes, si no antibolcheviques. Por otro lado, la masa de campesinos constituía la mayor parte de la población. “Democracia” bajo estas condiciones, solo podía significar contrarrevolución y una dictadura del ala derecha. El partido se había vuelto el tutor de una clase trabajadora que, temporalmente -así se esperaba- se había vuelto incapaz de administrar sus propios asuntos. Pero el propio partido no estaba inmune a las fuerzas sociales inmensamente poderosas generadas fruto del derrumbe industrial, la reducida y decreciente productividad del trabajo, el atraso cultural y la barbarie. En verdad para que el partido pudiese actuar como “tutor”, era necesario privar a la masa de sus miembros de cualquier influencia en la dirección de su accionar, porque también ellos reflejaban el atraso de Rusia y el deterioro de la clase trabajadora. La solución de Trotsky para este dilema fue, en principio, persistir resueltamente en el camino sustitucionista. Esta actitud lo llevó a argumentar que los sindicatos deberían ser absorbidos en el aparato estatal (como después aconteció bajo Stalin, en los hechos aunque no en la forma). No había ninguna necesidad que justificara ni siquiera una relativa autonomía sindical. Ella servía más como instrumento de descontento que como instrumento de influencia para el Partido.
En la próxima etapa de la NEP, Trotsky sería quien adoptaría este punto de vista y ahondaría en su contenido. La Oposición de Izquierda y la Oposición Unificada habían hecho presión para la democratización del partido, la limitación del poder de su aparato y por un programa de industrialización planificada cuyo financiamiento surgiera de exprimir a los kulaks para combatir el desempleo y provocar el renacimiento económico y político de la clase trabajadora, con el fin de recrear la base de la democracia soviética. La contradicción interna de esta posición era que, por un lado, la democratización del partido permitiría al descontento de campesinos y trabajadores, encontrar una expresión organizada. Por otro lado, aumentar la presión estatal sobre los nuevos ricos (especialmente sobre los campesinos más adinerados) reproduciría algunas de las tensiones extremas del comunismo de guerra que habían llevado al partido, primero a suprimir toda oposición legal extra partidaria y después a eliminar la oposición partidaria interna, estableciendo la dictadura del aparato.
En la práctica, nada de esto fue puesto en práctica. No solamente la economía estaba encorsetada. También lo estaba la oposición. Su programa desafiaba los intereses materiales de todas las clases que obtenían beneficios de la NEP: burócratas y kulaks. La oposición no podía vencer sin que renaciera la actividad de la clase trabajadora, la cual constituía su única base de apoyo posible. Pero al mismo tiempo, eso era muy difícil por las condiciones económicas y sociales de la NEP, en tanto la revolución permaneciese aislada. Después de la derrota final de la Oposición y su exilio de Rusia, Trotsky resumió la experiencia en un artículo escrito en febrero de 1929 y la conclusión política que dejaba este análisis era el creciente peligro de un Termidor soviético.
En síntesis, habían tres fuerzas básicas actuando en la U.R.S.S.: las fuerzas de derecha -los elementos neo capitalistas, para los cuales una gran sección del aparato de poder servía “en su mayor parte como camuflaje”; la clase trabajadora, representada políticamente por la que ahora era una prohibida Oposición; y la “burocracia centrista”, la fracción de Stalin en control del aparato, que en sí no era termidoriana, pero que se apoyaba en los termidorianos y zigzagueaba de izquierda a derecha en el intento de mantener el poder. Por lo tanto, la clase trabajadora, en algún sentido, todavía tenía el poder, o al menos tenía la posibilidad de recuperar el poder sin una revuelta general. Pero cuando la Oposición fue desarticulada, la burocracia debió enfrentar la ofensiva de los kulaks, la “huelga de granos” de 1927-1928, que les demostró que sus bases esenciales eran la propiedad y la maquinaria estatal, ninguna de las cuales tenían conexión orgánica alguna con la NEP. La burocracia defendió sus intereses vigorosamente en contra de sus aliados anteriores. Los kulaks controlaban prácticamente todo el grano comerciable, el excedente sobre el consumo de los campesinos (una estimación generalmente aceptada era que una quinta parte de los campesinos producían cuatro quintas partes de los granos vendidos en el mercado).
Su intento de forzar un aumento de precios, privando al mercado del stock de granos, forzó a la burocracia a recurrir a la requisición. Una vez iniciado este camino, que minaba las bases de la NEP, estuvieron obligados a adoptar el programa de industrialización que proponía la Oposición, haciéndolo de manera extravagantemente exagerada. Emprendieron la colectivización forzada de la agricultura, esto es: la “liquidación de los kulaks en cuanto clase”. Así, fue lanzado el primer “plan quinquenal”, el que Trotsky interpretó como un movimiento (temporal) hacia la izquierda por parte de la burocracia estalinista, como un intento de “adaptarse al proletariado”. El se encontraba profundamente equivocado. Estos fueron justamente los años en que la clase trabajadora en la U.R.S.S. estuvo más atomizada y sometida a un despotismo totalitario. Los salarios reales cayeron en forma brusca. Aunque los salarios nominales subieron considerablemente, los precios subieron de manera mucho más rápida.
El plan quinquenal dio comienzo a un período en donde la economía fue dirigida según un plan global, de crecimiento industrial acelerado, de colectivización forzada de la agricultura, de destrucción de los derechos políticos y sindicales (restantes) de la clase trabajadora, de rápido crecimiento de la desigualdad social, de extrema tensión social y trabajo forzado en masa. También presagió la dictadura personal de Stalin y su régimen de terror policial y, poco más tarde, el asesinato por fusilamiento o la muerte lenta en los campos de trabajos forzados, de la gran mayoría de los cuadros originales del partido bolchevique y, en verdad, de la mayoría de la propia fracción de Stalin de los años ‘20, junto a un número incierto mucho más grande de otros habitantes de la U.R.S.S. y de numerosos comunistas extranjeros. En síntesis, inició la gran marea del estalinismo. El hecho de que Trotsky haya visto todo esto como un viraje hacia la izquierda (aunque no tenía en frente los hechos hasta unos años más tarde), indica que había recaído en el sustitucionismo, por lo menos en lo que respecta a la U.R.S.S.
Fue una equivocación que nunca podría corregir completamente. El argumento de que la burocracia no era un factor histórico independiente sino un instrumento, un órgano ejecutivo de otras clases, había sido decisivamente refutado en cuanto esa misma burocracia al mismo tiempo aplastó a los kulaks y atomizó a los trabajadores. A inicios de los años ‘20 todavía era posible discutir sobre estos hechos. Además, el recién nacido régimen totalitario bloqueó todas las noticias independientes y las sustituyó por su propia maquinaria monolítica de propaganda. Trotsky fue de los que menos se dejó engañar por esto. Fueron sus conceptos y estructura teórica lo que lo llevó a defender una perspectiva de “reforma” para la U.R.S.S. de aquel momento. La famosa y profundamente engañosa analogía, de la U.R.S.S. como un sindicato burocratizado, surgió en esos días.
A principios de la década de los años ‘30 el Estado obrero sufrió un proceso de degeneración burocrática que culminó en la creación de un régimen totalitario monstruoso y la aniquilación física del partido leninista. El factor decisivo en la contrarrevolución política estalinista en Rusia fue el aislamiento de la revolución en un país atrasado. Hacia 1936 el estalinismo era un fenómeno completamente nuevo e inexplicable. En los textos clásicos de Marx y Engels no se puede encontrar nada sobre este fenómeno. En sus últimos escritos, Lenin expresó su preocupación ante el ascenso de la burocracia en el Estado soviético y advirtió que destruiría el régimen de Octubre. Lenin pensaba que el largo aislamiento del Estado obrero ruso conduciría, inevitablemente, a la restauración capitalista, hecho que finalmente ocurrió, aunque siete décadas después. Bajo el estalinismo los trabajadores soviéticos perdieron el poder político y el régimen democrático establecido por los bolcheviques en 1917 se transformó en una caricatura monstruosa y totalitaria. De la revolución sólo sobrevivieron la propiedad nacionalizada y la economía planificada.