31 de agosto de 2022

Trotsky revisitado (XX). Semblanzas y estimaciones (14)

Karl Radek: El organizador de la victoria

El periodista y político polaco Karl Radek (1885-1939) fue influyente revolucionario antes de 1917 en los partidos socialdemócratas polaco y alemán. Su verdadero nombre era Karl Sobelsohn y fue colaborador de Lenin desde la Primera Guerra Mundial. Ingresó al Partido Bolchevique en 1918. Miembro del Comité Central entre 1919 y 1924, fue nombrado secretario del Comité Ejecutivo del Komintern en 1920 y ejerció de enlace con el Partido Comunista alemán hasta 1923. Ese mismo año se convirtió en uno de los principales dirigentes de la Internacional Comunista y miembro de la Oposición Unificada. Fue expulsado del partido en 1927 por sus ideas trotskistas y debió partir al exilio hasta 1929, año en que capituló. Trotsky polemizó con él en “La revolución permanente”. En 1937, durante el segundo proceso de Moscú, fue condenado a prisión y murió en un campo de trabajo, aunque según la versión oficial estalinista fue liberado en 1951 y rehabilitado en 1956. Entre sus escritos pueden mencionarse “Wege der Russischen Revolution” (Los senderos de la Revolución Rusa), “Der deutsche imperialismus und die arbeiterklasse” (El imperialismo alemán y la clase obrera), “Die entwicklung des sozialismus von der wissenschaft zur tat” (El desarrollo del socialismo de la ciencia a la acción), “Die auswärtige politik Sowjet Russlands” (La política exterior de la Rusia Soviética), “Wege der Russischen Revolution” (Caminos de la Revolución Rusa), “Die entwicklung der weltrevolution und die taktik der kommunistischen parteien im kampfe um die diktatur des proletariats” (El desarrollo de la revolución mundial y la táctica de los partidos comunistas en la lucha por la dictadura del proletariado) y “Lenin. Sein leben, sein werk” (Lenin. Su vida, su obra). El artículo “León Trotsky, el organizador de la victoria” fue publicado por primera vez el 14 de marzo de 1923 en el nº 58 del periódico “Pravda”.

 
La historia ha preparado a nuestro Partido para diferentes tareas. Por más defectuoso que sea nuestro aparato del Estado o nuestra actividad económica, todo el pasado del Partido lo ha preparado psicológicamente para la creación de un nuevo orden en la economía y para un nuevo aparato del Estado. La historia incluso nos ha preparado para la diplomacia. No hay casi necesidad de mencionar que la política mundial siempre ha interesado a los marxistas. Fueron las negociaciones sin fin con los mencheviques las que perfeccionaron nuestra técnica diplomática y fue durante estas viejas luchas que el camarada Comisario del Pueblo de Asuntos Extranjeros Chicherin aprendió a elaborar notas diplomáticas. No hemos hecho más que comenzar a comprender el milagro de la economía. Nuestro aparato del Estado cruje y gime. Sin embargo, en un único terreno hemos logrado un gran éxito: en nuestro Ejército Rojo. Su creador, su voluntad central, el camarada L.D. Trotsky.
El viejo general Moltke, el creador del ejército alemán bajo la autoridad de Bismarck, hablaba a menudo del peligro que acarreaba que la pluma de los diplomáticos no confiscara el trabajo de sable del soldado. Los guerreros en el mundo entero -y aunque haya habido autores clásicos entre ellos- siempre opusieron la pluma a la espada. La historia de la revolución proletaria muestra cómo se puede forjar nuevamente una pluma en espada. Trotsky es uno de los mejores escritores del socialismo mundial, pero sus cualidades no le han impedido convertirse en el jefe, el organizador dirigente del primer ejército proletario. La pluma del mejor publicista de la revolución se ha forjado nuevamente en espada.
La literatura del socialismo científico casi no ayudó al camarada Trotsky en la resolución de los problemas que el Partido afrontaba cuando estaba amenazado por el imperialismo mundial. Si se considera el conjunto de la literatura socialista de preguerra, no se encuentran -a excepción de algunas obras poco conocidas de Engels, algunos capítulos de su “Anti-Duhring”, consagrados al desarrollo de la estrategia y algunos capítulos del excelente libro del historiador y crítico Mehring (uno de los primeros comunistas alemanes luego devenido socialdemócrata) sobre el escritor Lessing, consagrados a la actividad guerrera de Federico el Grande-, más que cuatro obras sobre el tema militar: el folleto de August Bebel sobre la milicia
(“Un ejército permanente o milicia”), el libro de Gaston Moch sobre la milicia (“El Ejército de una democracia”), los dos volúmenes de la historia de la guerra de Schulz (“Sangre y hierro, guerra y guerreros en los tiempos antiguos y modernos”), y el libro de Jaurès dedicado a la propaganda a favor de la idea de las milicias en Francia (“El nuevo ejército”). Exceptuando los libros de Schulz y de Jaurès, que son de un gran valor, todo lo que la literatura socialista ha publicado sobre temas militares desde la muerte de Engels no ha sido más que un diletantismo malo. Pero incluso las obras de Schulz y de Jaurès no aportan ninguna respuesta a las preguntas que se le plantearon a la revolución rusa.
El libro de Schulz exponía el desarrollo de las formas de estrategia y organización militar desde siglos atrás. Era un intento de aplicación del método marxista a la investigación histórica, que se terminaba en el período napoleónico. El libro de Jaurès -lleno de un brío deslumbrante- muestra su gran familiaridad con los problemas de organización militar, pero tiene un defecto fundamental: este talentoso representante del reformismo quería hacer del ejército capitalista un instrumento de defensa nacional y eximirlo de su función de defensa de los intereses de la clase burguesa. Por ende, no ha logrado aprehender la tendencia del desarrollo del militarismo y ha llevado hasta el absurdo la idea de la democracia en la cuestión de la guerra, en la cuestión del ejército.
Ignoro en qué medida el camarada Trotsky se había ocupado antes de la guerra de las cuestiones del arte militar. Creo que no es de los libros de donde ha sacado su talentoso conocimiento sobre este tema, sino que recibió un impulso en esa dirección en la época en que era corresponsal de la guerra de los Balcanes, ese ensayo general de la Gran Guerra. Es probable que haya profundizado este conocimiento de la técnica de la guerra y del mecanismo del ejército durante su estadía en Francia (durante la guerra) desde donde enviaba sus brillantes compendios a la “Kievskaia Mysl”. En este trabajo se puede ver cómo llegó a aprehender magníficamente el espíritu del ejército. El marxista Trotsky no veía únicamente la disciplina exterior del ejército, los cañones, la técnica. Veía los seres vivos que cargan los instrumentos de guerra, veía las oleadas de ataque. Trotsky es el autor del primer folleto que da un análisis detallado de las causas de la degeneración de la Segunda Internacional.


Aún en presencia de esta gigantesca degeneración, Trotsky no perdió su fe en el futuro del socialismo; por el contrario, se convenció profundamente que todas estas cualidades que la burguesía se esfuerza en cultivar en el proletariado con uniforme para asegurarse su propia victoria, se volverían rápidamente contra ella y servirían de base, no sólo a la revolución, sino también a los ejércitos revolucionarios. Uno de los documentos más notables de su comprensión de la estructura de clase del ejército y del espíritu del ejército, es el discurso que pronunció, creo, ante el primer Congreso de los Soviets y en el Consejo de Obreros y Soldados de Petrogrado, respecto de la ofensiva de Kerensky en julio. En este discurso, Trotsky predijo la caída de la ofensiva no solamente sobre la base de la técnica militar, sino a partir de un análisis político de la situación en el ejército. “Ustedes (y se dirigía a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios) exigen del gobierno una revisión de los objetivos de guerra. Haciendo esto, ustedes le dicen al ejército que las antiguas metas de guerra, en nombre de las cuales el zarismo y la burguesía han exigido sacrificios inusitados, no correspondían a los intereses del campesinado y del proletariado ruso. Ustedes no llegaron a la revisión de los objetivos de guerra. No tienen nada para reemplazar al zar y a la patria y, sin embargo, le piden al ejército derramar su sangre por esta nada. No se puede combatir por nada y vuestra aventura terminará en un desastre”.
El secreto de la grandeza de Trotsky como organizador del Ejército Rojo reside en su actitud respecto a estas cuestiones. Todos los grandes escritores militares subrayan el significado enorme y decisivo del factor moral en la guerra. La mitad del gran libro de Clausewitz está dedicada a esta cuestión y toda nuestra victoria en la guerra civil se debió al hecho de que Trotsky sabía aplicar su conocimiento del significado del factor moral en la guerra a nuestra realidad. Cuando el viejo ejército zarista se descompuso, el ministro de guerra del gobierno de Kerensky, Verkhovsky, propuso la desmovilización de las clases de mayor edad, la reducción parcial de las autoridades militares en la retaguardia y la reorganización del ejército por medio de la introducción de nuevos elementos jóvenes. Cuando tomamos el poder y las trincheras se vaciaron, muchos de ellos nos hicieron la misma proposición. Pero esta idea era pura utopía. Era imposible reemplazar el ejército zarista en huida por fuerzas frescas. Estas dos olas se cruzarían y se dividirían unas con otras. Había que disolver completamente al antiguo ejército; no se podía construir un nuevo ejército más que sobre el grito de alarma lanzado por la Rusia soviética a los obreros y a los campesinos, para defender las conquistas de la revolución.
Cuando en abril de 1918, los mejores oficiales zaristas que quedaban en el ejército luego de nuestra victoria se reunieron para elaborar, con nuestros camaradas y algunos representantes militares de los Aliados, el plan de organización del ejército, Trotsky escuchó sus planes durante varios días -recuerdo perfectamente esa escena- en silencio. Eran planes de gente que no comprendía la sublevación que estaba por producirse frente a ellos. Cada uno de ellos respondía a la pregunta de cómo organizar un ejército sobre el antiguo modelo. No habían comprendido la metamorfosis del material humano sobre el que el ejército está fundado. ¡Cómo se han reído los expertos militares de las primeras tropas de voluntarios organizadas por el camarada Trotsky en calidad de Comisario de Guerra! El viejo Borissov, uno de los mejores escritores militares rusos, no dejaba de repetir a los comunistas con los que estaba obligado a mantenerse en contacto, que nada saldría de esta iniciativa, que el ejército sólo podía construirse sobre la base de la conscripción general y mantenerse por una disciplina de hierro. No alcanzaba a aprehender que las tropas de voluntarios eran los pilares de fundación sobre los que debía erigirse la estructura de conjunto, y que las masas campesinas y obreras no podrían ser ganadas nuevamente para la guerra a menos que estuvieran confrontadas a un peligro mortal. Sin creer ni por un instante que el ejército voluntario podía salvar a Rusia, Trotsky lo organizó como el aparato que necesitaba para crear el nuevo ejército.


Pero el genio de organización de Trotsky y la audacia de su pensamiento se expresan más claramente aún en su valiente decisión de utilizar a los especialistas militares para crear el ejército. Todo buen marxista sabe muy bien que necesitamos la ayuda de la vieja organización capitalista para construir un buen aparato económico. Lenin defendía esta proposición con gran determinación en sus discursos de abril sobre las tareas del poder soviético. Y esta idea no ha sido puesta en duda en los círculos experimentados del Partido. Pero, por el contrario, la idea que podríamos crear un instrumento para la defensa de la República, un ejército, con la ayuda de los oficiales zaristas se chocaba contra una obstinada resistencia. ¿Quién podía pensar en rearmar a estos oficiales blancos que acababan de ser desarmados? Muchos camaradas planteaban de este modo la pregunta.
Me acuerdo de una discusión en la redacción del “Kommunist”, el órgano de los que llamábamos “comunistas de izquierda”, para quienes la cuestión de la utilización de oficiales de carrera los conducía al borde de la escisión. Y los redactores de ese periódico estaban entre los teóricos y los prácticos mejor formados del Partido. Basta con citar los nombres de Bujarin, Ossinsky, Lomov, Iakovleva. Había mucha hostilidad aún en el amplio ambiente de nuestros camaradas militares, reclutados durante la guerra para nuestra organización militar. La desconfianza de nuestros responsables militares no pudo disiparse, su consentimiento adicto a la utilización del saber de los antiguos oficiales, más que gracias a la ardiente convicción de Trotsky, a su fe en nuestra fuerza social; su creencia que podíamos sacar beneficio de la ciencia de los expertos militares sin permitirles, por ello, que nos impongan su política, la certeza, finalmente, que la vigilancia revolucionaria de los obreros avanzados le permitiría poner fin a todo intento contrarrevolucionario que emanara de los oficiales de carrera.
Para poder vencer, era necesario que el ejército fuera dirigido por un hombre con voluntad de hierro, y que este hombre no solamente tenga la confianza plena del Partido sino también la capacidad de subyugar al enemigo que está obligado a servirnos por medio de esta voluntad de hierro. Pero el camarada Trotsky no sólo logró subordinar bajo su energía a los oficiales superiores del grado más elevado. Hizo más: logró ganar la confianza de los mejores elementos entre los expertos militares y convertirlos, de enemigos de la revolución soviética en partidarios profundamente convencidos.
Fui testigo de semejante victoria de Trotsky en la época de las negociaciones de Brest-Litovsk. Los oficiales que nos habían acompañado a Brest-Litovsk guardaban una actitud más que reservada con respecto a nosotros. Desempeñaban su papel de expertos con la mayor arrogancia, convencidos de asistir a una comedia que no serviría más que para abrir una transacción comercial después de un largo tiempo, arreglada entre los bolcheviques y el gobierno alemán. Pero la forma en que Trotsky llevó la lucha contra el imperialismo alemán en nombre de los principios de la Revolución Rusa, forzó a todos los humanos presentes en la sala a admitir la victoria espiritual y moral de este eminente representante del proletariado ruso. La desconfianza de los expertos militares con respecto a nosotros se desvaneció a medida en que se desarrollaba el gran drama de Brest-Litovsk. Recuerdo la noche en que el almirante Altvater -luego fallecido- uno de los oficiales superiores del antiguo régimen que comenzaba a ayudar a la Rusia soviética, no por razones de miedo sino de conciencia, entró en mi habitación y me dijo: “Vine aquí porque ustedes me obligaron. No les he creído, pero ahora voy a ayudarlos y haré mi trabajo como nunca antes porque tengo la profunda convicción de servir a mi patria”.
Es una de las mayores victorias de Trotsky, quien fue capaz de hacer compartir a otros su convicción de que el gobierno soviético lucha realmente por el bienestar del pueblo ruso, incluso por quienes han venido de campos hostiles y por la fuerza. Demás está decir que esta gran victoria en el frente interno, esta victoria moral sobre el enemigo, no es sólo el resultado de la energía de hierro de Trotsky que le ha valido el respeto universal; no sólo es el resultado de la profunda fuerza moral, del alto grado de autoridad, aún entre los medios militares, que este escritor socialista y tribuno del pueblo, ubicado por la voluntad de la revolución a la cabeza del ejército, ha sido capaz de conquistar. Exigía también la abnegación de decenas de miles de nuestros camaradas en el ejército, una disciplina de hierro en nuestras propias filas, un esfuerzo y una tensión permanentes para alcanzar nuestros objetivos; también exigía ese milagro que esta masa de seres humanos que, apenas ayer, huían de los campos de batalla, retomara hoy las armas, en condiciones más que difíciles, para la defensa de su país.


Es un hecho innegable que estos factores políticos y psicológicos de masas juegan un rol importante. Pero la expresión más vigorosa, la más concentrada y la más impresionante de esta influencia se encuentran en la personalidad de Trotsky. Aquí, la revolución rusa ha actuado por intermedio del cerebro, del sistema nervioso y del corazón del mayor de sus representantes. Cuando comenzó nuestra primera prueba militar -con Checoslovaquia-, el Partido y con él su dirigente, Trotsky, demostró cómo el principio de la campaña política -como ya lo había enseñado Lassalle- podía ser aplicado a la guerra, al combate con “argumentos de acero”. Hemos concentrado sobre la guerra todas nuestras fuerzas morales y materiales. Todo el Partido había comprendido que era necesario. Pero también esta necesidad encontró su expresión más elevada en la personalidad de acero de Trotsky. Después de nuestra victoria sobre Denikin en marzo de 1920, Trotsky dijo a la conferencia del Partido: “Hemos destruido toda Rusia para vencer a los Blancos”. Encontramos nuevamente en estas palabras la concentración sin igual de la voluntad necesaria para la victoria. Nos hacía falta un hombre que fuera la encarnación del grito de guerra, un hombre que se convierta en el toque de alarma, la voluntad que exige a cada uno y a todos, la subordinación total a la gran necesidad sangrienta.
Únicamente un hombre trabajando como Trotsky, cuidándose tan poco como Trotsky, que puede hablar a los soldados como sólo Trotsky puede hacerlo, solamente un hombre así podía ser el abanderado del pueblo trabajador en armas. Ha sido todo esto, en una sola persona. Ha reflexionado sobre los consejos estratégicos dados por los expertos militares y los ha combinado con una evaluación correcta de la relación entre las fuerzas sociales; ha sabido unir en un movimiento único los avances de catorce frentes, de diez mil comunistas que informaban el cuartel general sobre lo que era en realidad el ejército y sobre la forma en que uno podía aprovecharse de él; comprendía cómo había que combinar todo esto en un único plan estratégico y un plan de organización única. Y, en el curso de este espectacular trabajo, comprendía mejor que nadie como tenía que aplicar su conocimiento de la significación del factor moral en la guerra. Esta combinación entre el organizador, estratega militar y hombre político es lo mejor caracterizado por el hecho que, durante todo el tiempo de su duro trabajo, Trotsky apreció la importancia de Demian Bedny o del artista Moor para la guerra. Nuestro ejército era un ejército de campesinos, y la dictadura del proletariado, en lo que concierne al ejército, es decir, la dirección de este ejército de campesinos por los obreros y los representantes de la clase obrera, se realizaba en la personalidad de Trotsky y de los camaradas que cooperaban con él. Trotsky fue capaz, con la ayuda de todo el aparato del Partido, de transmitir a este ejército de campesinos agotados por la guerra la profunda convicción de combatir por sus propios intereses.
Trotsky trabajó con todo el Partido en la obra de formación del Ejército Rojo. No hubiera podido realizar esta tarea sin el partido. Pero sin él, la creación del Ejército Rojo y sus victorias hubieran exigido mayores sacrificios aún. Nuestro Partido pasará a la historia como el primer Partido proletario que ha logrado crear un gran ejército y esta página brillante de la Revolución Rusa permanecerá ligada siempre al nombre de Leon Davidovich Trotsky, el nombre de un hombre cuya obra y su realización reclamarán no solamente amor sino el estudio científico de parte de la joven generación de trabajadores que se preparan para la conquista del mundo entero.