Antoine Artous: Su actividad política en Francia
Con una
renovada mirada sobre la tradición marxista, el Doctor en Ciencias Políticas
francés Antoine Artous (1946) ha dedicado sus trabajos de investigación a temas
como el Estado, la democracia, el poder, la libertad, el socialismo y la
ciudadanía, cuestiones todas ellas que han generado múltiples y complejas
apreciaciones entre los filósofos y sociólogos que han indagado sobre la
realidad social y política a través de los años. Realizó su educación
secundaria en el Lycée Général Pierre de Fermat en la ciudad de Toulouse para
luego matricularse en la Université de Toulouse II Le Mirail. Hijo de docentes
ajenos a cualquier religión e ideológicamente izquierdistas, Artous comenzó a
militar en 1964 en la Ligue Communiste (LC), partido que fue prohibido en 1973
y pasó a llamarse Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR), formando parte de la
sección francesa del Secretariado Unificado de la IV Internacional. Allí se
vinculó con conocidos dirigentes políticos como Daniel Bensaïd y Alain Krivine,
destacadas figuras de la movilización estudiantil que se conocería como Mayo
del ‘68, una revuelta de la que Artous fue uno de sus organizadores. Es autor
de una extensa obra compuesta por muchísimos artículos y libros de ensayos. Entre
estos últimos pueden citarse “Marx, l'État et la politique” (Marx, el Estado y
la política), “Travail et émancipation sociale. Marx et le travail” (Trabajo y
emancipación social. Marx y el trabajo), "La France des années 1968”
(Francia en la década de 1968), “Citoyenneté, démocratie, émancipation. Marx,
Lefort, Balibar, Rancière, Rosanvallon, Negri” (Ciudadanía, democracia,
emancipación. Marx, Lefort, Balibar, Rancière, Rosanvallon, Negri), “Les
origines de l'oppression des femmes” (Los orígenes de la opresión de la mujer),
“Le fétichisme chez Marx” (El fetichismo en Marx) y “Transports routiers de
marchandise: la mutation industrielle” (Transporte de mercancías por carretera:
un cambio industrial). En coautoría también ha participado en antologías como “Nature
et forme de l'État capitaliste. Analyses marxistes contemporaines” (Naturaleza
y forma del estado capitalista. Análisis marxistas contemporáneos), “L’actualité
de la théorie de la valeur de Marx. À propos de Moishe Postone. Temps, travail
et domination sociale” (La actualidad de la teoría del valor de Marx. Sobre
Moishe Postone. Tiempo, trabajo y dominación social), “Les raisons d'Octobre.
La révolution soviétique et le XXe siècle” (Las razones de Octubre. La
revolución soviética y el siglo XX) y “Nouveaux défis pour la gauche radicale.
Émancipation et individualisation” (Nuevos desafíos para la izquierda radical.
Emancipación e individualización). En noviembre de 2006 publicó en la revista
“Critique Communiste” nº 181 el artículo titulado “1936: Trotsky et les
trotskystes face au Front Populaire” (1936: Trotsky y los trotskistas de cara
al Frente Popular), cuya primera parte se reproduce a continuación.
Un 9 de
junio de 1936, a partir de la explosión del ciclo de huelgas que siguió al
ascenso de Léon Blum al gobierno, Trotsky escribió “La revolución francesa ha
comenzado”. Sus textos sobre el Frente Popular han sido un punto de referencia
en el tema, tanto para partidarios como para críticos. Pero existen pocos
estudios serios sobre ellos. Mientras el PCF atraviesa su “tercer período” y
acusa a la SFIO de “socialfascista”, los trotskistas franceses reagrupados en
la Liga Comunista militan activamente a favor del Frente Único. A pesar de ser
muy pocos, encuentran un eco real, sobre todo porque al interior del PCF y de
la SFIO hay corrientes que actúan en el mismo sentido. Luego de las revueltas
de la extrema derecha del 6 de febrero de 1934, la presión de las bases a favor
de la unidad se intensifica. El 27 de julio, frente al gobierno de Doumergue y
a las amenazas fascistas, el PCF y la SFIO sellan un pacto en torno a la unidad
de acción. Confrontados a este giro, Trotsky y sus partidarios precisan su
política: “No somos nosotros quienes negamos la importancia del Frente Único:
lo hemos exigido cuando los dirigentes de los dos partidos estaban contra él.
El Frente Único abre enormes posibilidades. Pero nada más. El Frente Único, en
sí mismo, no decide nada”. Y también: “Nuestra arma es el contenido de la
unidad”.
El acento recae sistemáticamente desde entonces sobre el contenido de la unidad: programa, formas de organización de base, lucha por el poder y huelga general. Esos temas adquirirán una importancia decisiva en las campañas de agitación trotskistas y llevarán a la denuncia de la alianza con el Partido Radical, concretada al interior del Frente Popular un año más tarde, en junio de 1935. “La Vérité” del 3 de agosto de 1934, titula: “Preparemos la huelga general para derrocar al gobierno de Doumergue e instaurar una asamblea única”. La huelga general era en esa época un eje constante. Se reforzó luego de las explosiones obreras de julio de 1935 en Brest y en Tolón.
El acento recae sistemáticamente desde entonces sobre el contenido de la unidad: programa, formas de organización de base, lucha por el poder y huelga general. Esos temas adquirirán una importancia decisiva en las campañas de agitación trotskistas y llevarán a la denuncia de la alianza con el Partido Radical, concretada al interior del Frente Popular un año más tarde, en junio de 1935. “La Vérité” del 3 de agosto de 1934, titula: “Preparemos la huelga general para derrocar al gobierno de Doumergue e instaurar una asamblea única”. La huelga general era en esa época un eje constante. Se reforzó luego de las explosiones obreras de julio de 1935 en Brest y en Tolón.
La asamblea única es una consigna central
del “Programa de acción” de la Liga Comunista, publicado en junio de 1934 en “La
Vérité” y redactado en colaboración con Trotsky:
“Dado que la mayoría de la clase obrera cree en la democracia burguesa, estamos dispuestos a defenderla con todas nuestras fuerzas contra los ataques violentos de la burguesía bonapartista y fascista. Pero les exigimos a nuestros hermanos de clase que reivindican el socialismo ‘democrático’, que sean fieles a sí mismos, que no busquen inspiración en las ideas y en los métodos de la III República, sino en los de la Convención. ¡Abajo el Senado, cámara elegida mediante una votación restringida que transforma los poderes del sufragio universal en meras ilusiones! ¡Abajo la presidencia de la República, que les sirve de punto de aglutinación secreto a todas las fuerzas del militarismo y de la reacción! Una Asamblea única debe nuclear al poder legislativo y ejecutivo. Sus miembros serían elegidos por un plazo de dos años mediante sufragio universal, con el único requisito de ser mayores de 16 años y sin distinciones de sexo ni de nacionalidad. Los diputados serían elegidos en asambleas locales, su mandato sería constantemente revocable por sus electores y recibirían el mismo tratamiento que un obrero calificado”.
Debe remarcarse que el artículo de “La Vérité” no opone sino que más bien articula los métodos “proletarios” para derrocar al gobierno (huelga general) y las perspectivas de poder, bajo la forma institucional de una democracia radical: la Asamblea única. En un texto de noviembre de 1933, Trotsky presenta esta perspectiva como una respuesta general que se volvió necesaria en Europa, que no obedece a “una regeneración seria y duradera del reformismo”, sino que es el resultado “de los diez años de política criminal de la Internacional Comunista estalinizada [que hacen que] en ciertos países, el proletariado se haya convertido en una víctima sin defensa frente al fascismo, y en otros esté a la cola de las posiciones reformistas”. Trotsky polemiza luego con “el rechazo liso y llano de las consignas democráticas”, al que se entregaba en aquel momento el estalinismo.
Este es el motivo por el cual, en países como la Italia y la Alemania fascistas, Trotsky defiende la perspectiva de una Constituyente. No obstante, en Francia la situación es diferente, puesto que se trata de una república parlamentaria a fin de cuentas clásica, aun cuando influida por fuentes tendencias bonapartistas. Al argumentar a favor de su posición, siempre en el texto de 1933, Trotsky remite al ejemplo de los bolcheviques que sostuvieron hasta 1917 la lucha por la Constituyente en Rusia. La analogía no es rigurosa, pues la Revolución Rusa se caracteriza por la colisión de la revolución burguesa y de la revolución proletaria. En Francia, en cambio, la revolución burguesa había tenido lugar hacía mucho tiempo. En ese sentido -y esto es significativo-, el “Programa de acción” de 1934 no habla de Constituyente, sino de asamblea única.
“Dado que la mayoría de la clase obrera cree en la democracia burguesa, estamos dispuestos a defenderla con todas nuestras fuerzas contra los ataques violentos de la burguesía bonapartista y fascista. Pero les exigimos a nuestros hermanos de clase que reivindican el socialismo ‘democrático’, que sean fieles a sí mismos, que no busquen inspiración en las ideas y en los métodos de la III República, sino en los de la Convención. ¡Abajo el Senado, cámara elegida mediante una votación restringida que transforma los poderes del sufragio universal en meras ilusiones! ¡Abajo la presidencia de la República, que les sirve de punto de aglutinación secreto a todas las fuerzas del militarismo y de la reacción! Una Asamblea única debe nuclear al poder legislativo y ejecutivo. Sus miembros serían elegidos por un plazo de dos años mediante sufragio universal, con el único requisito de ser mayores de 16 años y sin distinciones de sexo ni de nacionalidad. Los diputados serían elegidos en asambleas locales, su mandato sería constantemente revocable por sus electores y recibirían el mismo tratamiento que un obrero calificado”.
Debe remarcarse que el artículo de “La Vérité” no opone sino que más bien articula los métodos “proletarios” para derrocar al gobierno (huelga general) y las perspectivas de poder, bajo la forma institucional de una democracia radical: la Asamblea única. En un texto de noviembre de 1933, Trotsky presenta esta perspectiva como una respuesta general que se volvió necesaria en Europa, que no obedece a “una regeneración seria y duradera del reformismo”, sino que es el resultado “de los diez años de política criminal de la Internacional Comunista estalinizada [que hacen que] en ciertos países, el proletariado se haya convertido en una víctima sin defensa frente al fascismo, y en otros esté a la cola de las posiciones reformistas”. Trotsky polemiza luego con “el rechazo liso y llano de las consignas democráticas”, al que se entregaba en aquel momento el estalinismo.
Este es el motivo por el cual, en países como la Italia y la Alemania fascistas, Trotsky defiende la perspectiva de una Constituyente. No obstante, en Francia la situación es diferente, puesto que se trata de una república parlamentaria a fin de cuentas clásica, aun cuando influida por fuentes tendencias bonapartistas. Al argumentar a favor de su posición, siempre en el texto de 1933, Trotsky remite al ejemplo de los bolcheviques que sostuvieron hasta 1917 la lucha por la Constituyente en Rusia. La analogía no es rigurosa, pues la Revolución Rusa se caracteriza por la colisión de la revolución burguesa y de la revolución proletaria. En Francia, en cambio, la revolución burguesa había tenido lugar hacía mucho tiempo. En ese sentido -y esto es significativo-, el “Programa de acción” de 1934 no habla de Constituyente, sino de asamblea única.
Otra vez,
en su argumentación, Trotsky hace referencia al ejemplo ruso: “La consigna
principal de los bolcheviques, ‘Todo el poder a los soviets’, significaba de
abril a septiembre ‘todo el poder a los socialdemócratas’ (mencheviques y
socialistas revolucionarios)”. Pero, de nuevo, la analogía es forzada: los
soviets eran un nuevo poder proletario naciente y no órganos de un “Estado
democrático fuerte”. Además, como el mismo Trotsky afirma, la consigna de los
bolcheviques “Abajo los ministros capitalistas” era una reivindicación
negativa, la exigencia de romper una coalición, y no una lucha positiva a favor
de un gobierno de socialistas revolucionarios y mencheviques. El matiz es
importante.
De hecho, Trotsky innova en relación con la Revolución Rusa y aun con los primeros congresos de la Internacional Comunista: propone una consigna positiva de gobierno, articulada a una forma de poder democrático que no deja de ser burguesa. Todo esto en un país en el que la república parlamentaria tiene una larga tradición. En los años 1930, cuando reflexionaba sobre las condiciones de lucha contra el fascismo y, más en general, sobre las condiciones de la revolución proletaria en Occidente, Trotsky -sin dejar de defender la perspectiva general del poder de los soviets- innovó con frecuencia en relación con la experiencia de la Revolución Rusa. Sin embargo, su marco de referencia es siempre la defensa de la política bolchevique. Se comprende la función que puede cumplir este enfoque en la disputa por el “legado” de Lenin. Pero lo cierto es que oculta sus propias huellas y hace pensar que las perspectivas de Trotsky se reducen a la mera reproducción del modelo de Octubre de 1917.
El enfoque de Trotsky enfrenta una dificultad que aparece en el “Programa de acción” francés. En efecto, la Asamblea única propone la mezcla de una forma de poder “democrático radical” y ciertos elementos de “poder proletario”: “Los diputados serían elegidos en asambleas locales, su mandato sería constantemente revocable por sus electores y recibirían el mismo tratamiento que un obrero calificado”. Ahora bien, Trotsky suele rechazar enfáticamente este tipo de mezclas. Por ejemplo, en su polémica contra el periódico “La Commune”, publicado por uno de los grupos trotskistas franceses impulsado por Pierre Frank y Raymond Molinier, que mezcla los soviets y la organización comunal por medio de la referencia a la Comuna de París y afirma que, en el “Programa de acción” de 1934, la lucha por el poder obrero se denomina “lucha por la comuna obrera y campesina”. Esto es verdad, pero no debe olvidarse que es el mismo texto que contiene las formulaciones que transcribimos sobre la asamblea única.
Desde octubre de 1934, en su célebre artículo “¿Adónde va Francia?”, Trotsky adopta otra perspectiva sobre la lucha por el poder: “El objetivo del frente único no puede ser otro que un gobierno de frente único, es decir un gobierno socialista-comunista, un ministerio Blum-Cachin”. No se trata ya de la lucha por una Asamblea única, que desaparecerá de las perspectivas trotskistas sin ninguna explicación. En cambio, la consigna del gobierno se vuelve central e incluye al PCF. En este punto, Trotsky vuelve a innovar. No se contenta con retomar la problemática del gobierno obrero elaborada a partir del IV Congreso de la Internacional Comunista y del giro hacia el Frente Único. En ese contexto, había defendido en noviembre de 1922 la consigna del gobierno PCF-SFIO como concreción de la lucha por un gobierno obrero. Pero existe una diferencia fundamental. En los años 1920, la Internacional Comunista trata al gobierno obrero como la culminación de una política desarrollada por los partidos comunistas revolucionarios de masas y se sitúa en la perspectiva de la posible participación (bajo ciertas condiciones) de los comunistas en un gobierno de este tipo. Ahora bien, para Trotsky en 1934 ni la SFIO ni el PCF son partidos revolucionarios y, de acuerdo a los criterios del IVº Congreso de la Internacional Comunista, el “gobierno Blum-Cachin” no sería más que uno de esos “falsos gobiernos obreros” cuya verdadera naturaleza deben desenmascarar despiadadamente los comunistas frente a las masas.
De hecho, Trotsky innova en relación con la Revolución Rusa y aun con los primeros congresos de la Internacional Comunista: propone una consigna positiva de gobierno, articulada a una forma de poder democrático que no deja de ser burguesa. Todo esto en un país en el que la república parlamentaria tiene una larga tradición. En los años 1930, cuando reflexionaba sobre las condiciones de lucha contra el fascismo y, más en general, sobre las condiciones de la revolución proletaria en Occidente, Trotsky -sin dejar de defender la perspectiva general del poder de los soviets- innovó con frecuencia en relación con la experiencia de la Revolución Rusa. Sin embargo, su marco de referencia es siempre la defensa de la política bolchevique. Se comprende la función que puede cumplir este enfoque en la disputa por el “legado” de Lenin. Pero lo cierto es que oculta sus propias huellas y hace pensar que las perspectivas de Trotsky se reducen a la mera reproducción del modelo de Octubre de 1917.
El enfoque de Trotsky enfrenta una dificultad que aparece en el “Programa de acción” francés. En efecto, la Asamblea única propone la mezcla de una forma de poder “democrático radical” y ciertos elementos de “poder proletario”: “Los diputados serían elegidos en asambleas locales, su mandato sería constantemente revocable por sus electores y recibirían el mismo tratamiento que un obrero calificado”. Ahora bien, Trotsky suele rechazar enfáticamente este tipo de mezclas. Por ejemplo, en su polémica contra el periódico “La Commune”, publicado por uno de los grupos trotskistas franceses impulsado por Pierre Frank y Raymond Molinier, que mezcla los soviets y la organización comunal por medio de la referencia a la Comuna de París y afirma que, en el “Programa de acción” de 1934, la lucha por el poder obrero se denomina “lucha por la comuna obrera y campesina”. Esto es verdad, pero no debe olvidarse que es el mismo texto que contiene las formulaciones que transcribimos sobre la asamblea única.
Desde octubre de 1934, en su célebre artículo “¿Adónde va Francia?”, Trotsky adopta otra perspectiva sobre la lucha por el poder: “El objetivo del frente único no puede ser otro que un gobierno de frente único, es decir un gobierno socialista-comunista, un ministerio Blum-Cachin”. No se trata ya de la lucha por una Asamblea única, que desaparecerá de las perspectivas trotskistas sin ninguna explicación. En cambio, la consigna del gobierno se vuelve central e incluye al PCF. En este punto, Trotsky vuelve a innovar. No se contenta con retomar la problemática del gobierno obrero elaborada a partir del IV Congreso de la Internacional Comunista y del giro hacia el Frente Único. En ese contexto, había defendido en noviembre de 1922 la consigna del gobierno PCF-SFIO como concreción de la lucha por un gobierno obrero. Pero existe una diferencia fundamental. En los años 1920, la Internacional Comunista trata al gobierno obrero como la culminación de una política desarrollada por los partidos comunistas revolucionarios de masas y se sitúa en la perspectiva de la posible participación (bajo ciertas condiciones) de los comunistas en un gobierno de este tipo. Ahora bien, para Trotsky en 1934 ni la SFIO ni el PCF son partidos revolucionarios y, de acuerdo a los criterios del IVº Congreso de la Internacional Comunista, el “gobierno Blum-Cachin” no sería más que uno de esos “falsos gobiernos obreros” cuya verdadera naturaleza deben desenmascarar despiadadamente los comunistas frente a las masas.
A comienzos de 1934, Trotsky propone el mismo método en Bélgica. Luego de constatar que la socialdemocracia belga domina completamente al movimiento obrero (la sección de la Komintern es “insignificante y el ala revolucionaria es muy débil”), defiende la idea de un “gobierno socialdemócrata”. Sin dejar de explicar que no debe depositarse ninguna ilusión en la posibilidad de que un gobierno de este tipo “sea capaz de jugar algún rol positivo en el reemplazo del capitalismo”, precisa que la consigna no es meramente coyuntural: “De esta manera, la consigna del gobierno socialdemócrata está calculada para durar un período más o menos largo y no para servir simplemente en una coyuntura excepcional. No podemos abandonar esta consigna más que si la socialdemocracia, luego de llegar al poder, comienza a debilitarse significativamente y a perder su influencia en beneficio del partido revolucionario”.
Sin embargo, la consigna de un “gobierno socialista-comunista” no vuelve a aparecer en los textos de Trotsky sobre Francia. En cuanto a los textos de los trotskistas franceses, salvo raras excepciones, se contentan con hablar de un “gobierno obrero y campesino”. Podría decirse que, cuando se constituye el Frente Popular en julio de 1935, la lucha por la ruptura con los radicales gira en torno a la misma cuestión. En parte, esto es cierto. No obstante, esta lucha se articula con una perspectiva muy propagandística del “gobierno obrero y campesino”, con la cual se esquiva la batalla concreta contra los reformistas y los estalinistas. Este enfoque será determinante para los trotskistas franceses, sobre todo luego de que el Frente Popular llegó al poder.
Además de los problemas particulares que encuentra entre sus partidarios franceses, Trotsky empieza a elaborar una orientación que todavía no está sistematizada en todos sus aspectos. Aparecerá con más claridad en el Programa de Transición: “Nosotros exigimos de todos los partidos y organizaciones que se apoyan en los obreros y campesinos, que rompan políticamente con la burguesía y se sumen a la lucha por un gobierno obrero y campesino. En este camino de la lucha por el poder obrero prometemos un completo apoyo contra la reacción capitalista. Al mismo tiempo desarrollamos una agitación incansable alrededor de las reivindicaciones que deben constituir, en nuestra opinión, el programa del ‘gobierno obrero y campesino’”. Las fórmulas darán lugar a muchas glosas del movimiento trotskista. Se trata en todo caso de una dirección muy distinta de la que planteó la Internacional Comunista en los años 1920.
Para Trotsky, la lucha por un “programa de revolución” es tan decisiva como la cuestión del gobierno socialista-comunista: “La campaña del frente único debe apoyarse sobre un programa de transición bien elaborado, es decir sobre un sistema de medidas que, con un gobierno obrero y campesino, deben asegurar la transición del capitalismo al socialismo”.
Lo importante aquí es la manera en la que propone articular los elementos clave de este programa. Existe en Francia, alrededor de Jouhaux, dirigente de la CGT (al igual que en Bélgica bajo la dirección de De Man), la voluntad de responder a la crisis con un plan que, entre otras cosas, prevé la nacionalización del crédito y de sectores clave de la industria. Trotsky escribe: “Jouhaux ha pedido prestada la idea del Plan a De Man. En ambos el objetivo es el mismo: disfrazar la última quiebra del reformismo e inspirar al proletariado nuevas esperanzas, para desviarlo de la revolución. Ni De Man ni Jouhaux han inventado sus ‘planes’. Han tornado simplemente las reivindicaciones fundamentales del programa de transición marxista, la nacionalización de los bancos y de las industrias clave, han echado por la borda la lucha de clases y, en lugar de la expropiación revolucionaria de los expropiadores, han puesto una operación financiera de rescate”.
Sin embargo, Trotsky explica que es necesario luchar a favor de este plan, de su adopción frente a la crisis, y vincularlo al movimiento de masas: “Entonces el plan, lanzado para desviar a los obreros de los ‘malos pensamientos’, puede convertirse en la bandera del movimiento revolucionario”. Trotsky retoma esta idea en la intervención escrita para un delegado del departamento de Isère, con ocasión del Comité Federal Nacional de la CGT del 18 y 19 de marzo de 1935. Luego de criticar las propuestas de rescate y la visión burocrática del control obrero, concluye: “Tenemos que rehacerlo. Tenemos que dirigirnos directamente a los asalariados y a los explotados. Tenemos que utilizar un lenguaje claro y firme. Tenemos que transformar el plan en un programa de acción para todo el proletariado”.
¿Es mera pedagogía? Más bien se trata de una orientación política precisa cuya novedad no debe ser subestimada. Es cierto que el “Programa de acción” de 1934 habla de “nacionalizaciones” (sin rescate). Pero el IIIº Congreso de la Internacional Comunista, que adopta un enfoque transicional y propone el control obrero, denuncia las perspectivas de socialización y nacionalización como un engaño a las masas populares. Y fue Trotsky quien escribió en 1922 a propósito de Francia: “De esta minoría sindicalista [de la CGT] surgió la idea de la huelga general concebida como un medio para imponer la nacionalización de los ferrocarriles. El programa de nacionalización propuesto, en acuerdo con los reformistas, como una consigna de colaboración con las clases burguesas, se opone en su esencia, dado que interesa a toda la Nación, al puro programa de clase que no podría implicar más que la expropiación revolucionaria del capital de los ferrocarriles y de otras empresas dirigida por la clase obrera”.
Conforme la unidad de acción entre la SFIO y el PCF empieza a inclinarse en favor de los radicales hasta desembocar en el Frente Popular, una parte importante de los trotskistas franceses vacila cada vez más a la hora de oponerse frontalmente a esta alianza. En el Secretariado Internacional, los voceros explican: “El Frente Popular es el único movimiento real actual. Existe. No se lo puede combatir. Es necesario entrar en el Frente Popular para transformarlo mediante una crítica vigorosa. Es necesario desarrollar, continuar el movimiento y plantear la consigna ‘el Frente Popular al poder’”. Debe notarse que la idea de un “Frente Popular de lucha”, según la expresión de los pivertistas (seguidores del dirigente Marceau Pivert) de la SFIO, existe entre los trotskistas.