14 de diciembre de 2022

Trotsky revisitado (LXXXVIII). Proscripciones y exilios (7)

Pablo Oprinari: Sus aportes a la evolución de la sección mexicana de la IV Internacional

El sociólogo mexicano Pablo Oprinari es uno de los fundadores de Ediciones Armas de la Crítica, editorial en la que se han publicado la compilación de ensayos “México en llamas. Interpretaciones marxistas de la revolución (1910-1917)” y “Juventud en las calles”, de las cuales Oprinari es coautor. También forma parte del equipo de la revista “Estrategia Internacional”, en la que ha publicado numerosos artículos sobre la actualidad socio-política de México. En cuanto a la compilación “Escritos Latinoamericanos” de Trotsky, tituló al prólogo por él escrito el 20 de junio de 2009, “Trotsky en México”. Subdivido en “Trotsky, exiliado político en las tierras de Villa y Zapata”, “En el convulsivo México posrevolucionario”, “El estalinismo mexicano y Trotsky”, “Los trotskistas mexicanos y Trotsky”, “La revolución mexicana”, “El Cardenismo y la revolución socialista en México” e “Importancia y actualidad de los escritos latinoamericanos”. En esa obra se reproducen pensamientos de Trotsky relacionados con los movimientos pendulares de la lucha de clases en la región durante los primeros años del siglo XX, y la relación existente en los países semicoloniales entre las clases fundamentales de la sociedad y el imperialismo. “El México que lo asiló durante más de tres años -dice Oprinari- era hijo de la Revolución de 1910. Había sufrido la crisis económica de 1929 y estaba sacudido por el resurgir de la lucha de clases. Los ‘Escritos Latinoamericanos’, en síntesis, constituyen parte fundamental del bagaje marxista para entender la realidad latinoamericana de ayer y de hoy”. Seguidamente, la segunda y última parte de los pasajes escogidos del prólogo escrito por Oprinari a “Escritos Latinoamericanos” de Trotsky.

En el año previo a la llegada de Trotsky, la LCI acrecentó su modesta influencia en una situación nada fácil por el peso tremendo del PCM y el lombardismo, y la ascendencia del cardenismo entre las masas. Recuerda Octavio Fernández: “En la construcción nosotros éramos fuertes, con aquellos grupos de choque. Nosotros hablábamos con los albañiles: ‘Nuestro sindicato va a garantizarles esto o aquello’. ‘Seguramente’, respondían, ‘nos vamos a adherir’. Entonces llegaban los pistoleros del PC y de Lombardo. Querían echarnos y nosotros no queríamos irnos. Y nos ganábamos un enorme prestigio. Las personas de la construcción eran excelentes, eran casi campesinos puros que vinieron a la ciudad para buscar trabajo; estaban muy impresionados cuando veían que esto no era solamente palabras, sino que respondíamos también con los actos y nos admiraban. Es así como se desarrollaba la construcción y ganamos allí muchos militantes excelentes, jóvenes, muy entusiastas, que asimilaban las ideas muy rápido, respondiendo al trabajo”, mostrando como elemento destacable la base proletaria del primer grupo trotskista en México.
Con la llegada del revolucionario ruso, se iniciaron las fricciones entre él y Luciano Galicia. En este periodo, las posturas ultraizquierdistas de éste le dieron a la LCI un curso errado que estaba lejos de entender el fenómeno del cardenismo y que la llevó a una fuerte crisis. En junio de 1937 editó un manifiesto donde ante la situación de carestía de la vida, atacaba duramente al gobierno y llamaba a la “acción directa”. Esta política fue condenada por Trotsky, quien rechazó el llamado por concebirlo como ajeno a los métodos de la clase obrera. Escribió, en una carta a Diego Rivera: “¿Qué significa “acción directa”? ¿Contra la carestía de la vida, huelgas, sabotaje, boicot contra los hambreadores del pueblo? Es la primera vez en mi vida que escucho que el sabotaje es un método de lucha obrera. El sabotaje de la producción o de los transportes no significa la baja de los precios, sino el alza. Los farsantes estalinistas acusan a los trotskistas de sabotaje. Nosotros rechazamos esta acusación con indignación. Pero esta proclama de la Liga puede ser y será interpretada como la confirmación de las calumnias y las falsificaciones estalinistas”.
Las relaciones entre Trotsky y Galicia se enrarecieron, ya que éste acusaba al “Viejo” de ceder posiciones frente a Cárdenas para no poner en peligro su asilo, y llegó a proponer y hacer votar la “disolución” de la LCI. Fernández, por su parte, junto a un sector de militantes, compartía las posturas de Trotsky. Tiempo después llegó a México el norteamericano Charles Curtiss, con la misión de colaborar en la reorganización de la sección mexicana. Trotsky intervino activamente en los intentos por reencauzar a la LCI que, a inicios de 1939, anunció su reorganización y solicitó su readmisión a la IV Internacional, ya sin Luciano Galicia en su seno, y en septiembre adoptó el nombre de Partido Obrero Internacionalista. Los informes de Curtiss mostraban el reanimamiento de la organización, que editaba dos periódicos y distribuía la revista “Clave”.
La importancia de esta publicación, para los trotskistas mexicanos y latinoamericanos de su tiempo, fue destacada por Fernández: “Se puede afirmar con una absoluta certeza que ‘Clave’ fue la revista de Trotsky. Ella nació con él y sirvió fundamentalmente a sus intereses. Del principio al fin, él la utilizó para que sirva a sus ideas y a su trabajo. Fue él quien tuvo la idea de una revista en castellano para la educación teórica de aquellos que comenzaban a simpatizar con el trotskismo en América latina y ella sobrepasó nuestras expectativas. En poco tiempo, nosotros tuvimos tantos contactos que ‘Clave’ se convirtió en el centro ideológico y el centro de organización naciente del movimiento trotskista en América latina”.
En 1940 los trotskistas impulsaron el desarrollo de una corriente democrática en el magisterio. La Oposición Sindical Revolucionaria junto a otros sectores de oposición de toda la república, suscribió un progresivo programa, anti burocrático y de independencia de clase, confrontando con el estalinismo en el Sindicato de Trabajadores de la Educación de la República Mexicana (STERM), por lo que fue duramente aplastada por Lombardo y el PC. Al mismo tiempo, desde 1939, habían levantado una política transicional e independiente frente a la carestía de vida; mientras el gobierno impulsaba la formación de comités de precios bajo control estatal y con la colaboración de la burocracia sindical, los trotskistas sostuvieron la lucha por tarifas móviles de salarios y el control de los precios a través de comités revolucionarios, nombrados democráticamente por los trabajadores en asambleas. Esto buscaba, partiendo de la lucha contra la carestía, acompañar la experiencia de las masas impulsando la independencia de la clase obrera y su auto-organización.
La evolución de la sección mexicana de la IV Internacional mostró importantes altibajos. Representó el inicio, con todas sus dificultades, de una tradición de lucha contra el estalinismo en México, realizada a contracorriente y de forma heroica. Mientras el PCM y el lombardismo reprodujeron una política de conciliación de clases, los trotskistas se orientaron hacia el internacionalismo proletario y una política obrera independiente. Esto, en un contexto harto difícil por el peso que estos fenómenos políticos, y en particular el cardenismo, tenían en esos años.


Al mismo tiempo, el aporte de Trotsky no puede medirse solamente por el crecimiento cuantitativo de la sección mexicana. Hay que considerar en primer lugar su aportación teórica y estratégica, expresada en las elaboraciones de la revista “Clave”, que llegó a una generación de marxistas latinoamericanos elementos para una visión de la revolución en los países de desarrollo capitalista rezagado, plenamente alejada de cualquier mecanicismo. Esto se manifestó en las elaboraciones sobre el cardenismo y sobre la revolución mexicana, y en las discusiones sostenidas en torno a la revolución permanente en países como México.
El esfuerzo por comprender los fenómenos políticos que se desarrollaban en torno al cardenismo y propiciar una orientación correcta para la IV Internacional frente al mismo, estuvo presente en las elaboraciones de Trotsky en el periodo. El 12 de mayo de 1939 escribía “La industria nacionalizada y las administraciones obreras”, donde explicaba la política cardenista. Allí planteaba: “En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista ‘sui generis’, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y las compañías petroleras”.
Esta conceptualización consideraba, dinámicamente, la relación que en los países semicoloniales se establece entre las clases fundamentales de la sociedad y el imperialismo. La actuación del cardenismo no puede comprenderse por fuera de un contexto internacional donde las potencias imperialistas orientaban sus energías hacia la próxima conflagración mundial, y en el cual -con particular incidencia en América Latina-, la estrella del imperialismo británico iba en declinación en tanto que los Estados Unidos no gozaban de una hegemonía como la que tendrían después de 1945. Esa situación, le permitió a Cárdenas “disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros” y, basándose en el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas, contar con mayores márgenes de maniobra para impulsar medidas como las nacionalizaciones de 1938.
Desde ese ángulo se explicaban las expropiaciones de los ferrocarriles y las compañías petroleras. Éstas, mientras “se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de Estado”, representaban una medida “de defensa nacional altamente progresista” frente al imperialismo, de lo cual se desprendía que la clase obrera debían defenderlas ante el ataque de las burguesía imperialista. Trotsky desplegaba así una actualización de la teoría política marxista, dando cuenta de los nuevos fenómenos políticos y sociales. Pero eso se hacía partiendo de los puntos basales de la teoría de la revolución en los países de desarrollo capitalista retrasado.
Entendiendo la incapacidad de la burguesía nacional -y aún de sus representantes más progresistas, como Cárdenas- para llevar hasta el final la lucha por esas tareas claves, Trotsky, en una discusión con militantes, afirmaba en “Discusión sobre América Latina”: “La clase obrera de México participa, y no puede sino participar, en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la democratización de las relaciones agrarias, etcétera. De esta manera, el proletariado puede llegar al poder antes que la independencia de México esté asegurada y que las relaciones agrarias estén organizadas. Entonces el gobierno obrero podría volverse un instrumento de resolución de estas cuestiones”.
Para ello era necesario considerar que esta posibilidad estaba sujeta a la capacidad de la clase obrera de ganarse al campesinado: “durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos. Si los campesinos continúan apoyando a la burguesía como en la actualidad, entonces existirá ese tipo de estado semi-bonapartista, semi-democrático, que existe hoy en todos los países de América Latina, con tendencias hacia las masas”, escribió en “Discusión sobre América Latina”. De esta convicción estratégica en el rol de la clase obrera frente a la segura defección de las burguesías en la lucha antiimperialista, se desprendía una orientación general: “La IV Internacional reconoce todas las tareas democráticas del Estado en la lucha por la independencia nacional, pero la sección mexicana de la IV compite con la burguesía nacional frente a los obreros, frente a los campesinos. Estamos en perpetua competencia con la burguesía nacional, como única dirección capaz de asegurar la victoria de las masas en el combate contra los imperialistas extranjeros. En la cuestión agraria, apoyamos las expropiaciones”.


Pero esto no significaba apoyar a la burguesía nacional, ni confundir la defensa de ciertas medidas del gobierno cardenista ante el ataque de los imperialistas, con la subordinación política al mismo. Para Trotsky, las nacionalizaciones cardenistas y la reforma agraria “desde arriba” estaban enteramente dentro de los marcos del capitalismo de estado, y no veía en las mismas el camino para la construcción del socialismo en México, razón por la cual afirmaba que “para los marxistas no se trataba de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las condiciones que se presentan dentro del capitalismo de Estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores”. Por eso propugnaba, como una cuestión central para impulsar la lucha por el socialismo, “la independencia del proletariado que, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria”, por lo cual planteaba que era fundamental conservar “la independencia íntegra de nuestra organización, de nuestro programa, de nuestro partido, y nuestra plena libertad de crítica”.
Partiendo de la necesidad de luchar por la independencia del movimiento de los trabajadores respecto a la burguesía nacional, no embellecía la tutela que el cardenismo ejercía sobre los sindicatos. En México, estos “se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semitotalitario”, criticando así su estatización e incorporación al Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Y afirmaba que los gobiernos de los países coloniales o semicoloniales, asumen en general un carácter bonapartista o semibonapartista, lo cual está determinado tanto por la presión del capital extranjero como por la acción de las clases en pugna, siendo que “difieren entre sí en que algunos intentan orientarse hacia la democracia, buscando el apoyo de obreros y campesinos, mientras que otros implantan una cerrada dictadura policíaco militar”. El carácter bonapartista de los gobiernos semicoloniales se expresaba también en la dinámica que adquiere la relación con los sindicatos: “O están bajo el patrocinio especial del Estado o sujetos a una cruel persecución. Este tutelaje del Estado está determinado por dos grandes tareas que éste debe encarar: en primer lugar atraer a la clase obrera, para así ganar un punto de apoyo para la resistencia a las pretensiones excesivas por parte del imperialismo y al mismo tiempo disciplinar a los mismos obreros poniéndolos bajo control de una burocracia”.
Ante eso, era fundamental comprender que la administración obrera de las empresas nacionalizadas auspiciada por el gobierno, “no tiene nada que ver con el control obrero de la industria, porque en última instancia la administración se hace por intermedio de la burocracia laboral, que es independiente de los obreros pero depende totalmente del Estado burgués”. Y continuaba Trotsky, en un texto que es demoledor frente a la subordinación del estalinismo y al embellecimiento que muchas elaboraciones han hecho del cardenismo: “Esta medida tiene, por parte de la clase dominante, el objetivo de disciplinar a la clase obrera, haciéndola trabajar más al servicio de los intereses comunes del Estado que superficialmente parecen coincidir con los de la propia clase obrera. En realidad la tarea de la burguesía consiste en liquidar a los sindicatos como organismos de la lucha de clases y sustituirlos por la burocracia como organismos de dominación de los obreros por el estado burgués”. La culminación es evidente: la tarea de los trabajadores conscientes es luchar por la independencia plena de sus organizaciones y “por la creación de un verdadero control obrero sobre la actual burocracia sindical, a la que se entregó la administración de los ferrocarriles, de las empresas petroleras y demás”.
La caracterización correcta del gobierno cardenista y un programa para luchar por las tareas motoras de la revolución (como expresan, por ejemplo, sus comentarios sobre el Plan Sexenal) eran requisitos para la lucha por la revolución socialista. De igual forma consideraba necesario acompañar la experiencia de los trabajadores y las masas, pero eso debía hacerse -aun en los casos en que se trataba de medidas de enfrentamiento con el imperialismo-, preservando la independencia organizativa y programática. Esto -la independencia de los marxistas revolucionarios- era fundamental para que la clase obrera pudiera convertirse en clase dirigente de la revolución socialista y resolver las aspiraciones de las amplias mayorías que, como mostró el giro conservador de los últimos meses del cardenismo y más aún los gobiernos posteriores, no podría ser resuelto por el nacionalismo burgués. Como planteaba “Clave”, aunque la revolución empiece impulsada por las tareas democráticas más elementales, “en su conjunto, terminará con la toma de poder por el proletariado, se transformará sin solución de continuidad en revolución socialista”. Este era el camino para, en palabras de Trotsky, “completar la obra de Emiliano Zapata”.
Las elaboraciones de Trotsky y sus compañeros y colaboradores están lejos de constituir meras “curiosidades” historiográficas. Por una parte, muestran la existencia de una corriente teórico-política alternativa a las elucubraciones del estalinismo mexicano en sus distintas variantes. La riqueza de sus elaboraciones, su fino manejo de la dialéctica materialista aplicada al análisis de los trazos gruesos de la historia de México y América Latina, su explicación de las bases estructurales de la política cardenista y su definición de las fuerzas de clase existentes en el mundo semicolonial y de su potencialidad, es evidente.
De igual forma, los escritos latinoamericanos de Trotsky no son artículos sueltos en su obra general: representan un momento en el enriquecimiento de su teoría de la revolución en los países de desarrollo capitalista rezagado. Son una unidad temática que se fue construyendo, y donde destacan el análisis de la revolución mexicana y sus perspectivas bajo la lógica de la Teoría de la Revolución Permanente (esto es, la relación entre las tareas de la revolución democrática, la clase obrera y el socialismo), la conceptualización del cardenismo y su política en 1938, y el análisis de la estatización de los sindicatos en la época imperialista. Por otra parte, los “Escritos latinoamericanos” no sólo son pertinentes para explicar los procesos históricos referidos, sino que ofrecen importantes herramientas y formular un programa para el presente, actualizado y enriquecido considerando las transformaciones en el capitalismo actual en América Latina.


El análisis de la revolución mexicana brinda pistas fundamentales para entender la historia y la dinámica de nuestros países en el siglo XX y hasta el presente. En las condiciones que vive actualmente nuestro subcontinente, los “Escritos” son una obra fundamental para los obreros y jóvenes conscientes. Hoy, que la clase obrera tiene un desarrollo muy superior al que existía en los ’30, y cuando nadie puede dudar de su potencialidad objetiva en momentos en que los gobiernos de la clase dominante descargan la crisis económica sobre las espaldas de los trabajadores y campesinos, se reactualiza la tesis -que inspiró a Trotsky y sus colaboradores durante esos años- de que sólo la clase obrera latinoamericana, en alianza y acaudillando a los demás oprimidos del campo y la ciudad, puede dar una salida favorable a las demandas estructurales de nuestros países. Eso implica la lucha por el poder político, requisito para quebrar las cadenas de la dominación imperialista e imponer la reforma agraria radical, expropiar la industria y el conjunto de los resortes fundamentales de la economía y avanzar hacia la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, basada en organismos de autodeterminación democrática de las masas, que tomen en sus manos la planificación de todos los órdenes de la vida económica, política y social. Eso -que no es otra que la perspectiva socialista que Trotsky concebía como la “culminación de la obra de Emiliano Zapata”- requiere construir una organización política revolucionaria, y sostener una práctica internacionalista, donde la lucha nacional es parte de una estrategia para extender la revolución socialista al conjunto de la región y a nivel internacional.
¡Qué vigencia que conservan, entonces, las palabras de Trotsky cuando afirmaba que “nuestro proletariado debe entrar firmemente en la escena histórica para tomar en sus manos el destino de Latinoamérica y asegurar su futuro. El proletariado unificado atraerá decenas de millones de campesinos indoamericanos, eliminara las fronteras hostiles que nos dividen y nucleara a las veinticuatro repúblicas y posesiones coloniales bajo las banderas de los Estados Unidos Obreros y Campesinos de Latinoamérica. ¡Obreros revolucionarios de América Latina, ustedes tienen la palabra!”.