12 de diciembre de 2022

Trotsky revisitado (LXXXVI). Proscripciones y exilios (5)

Antoine Artous: El Frente Popular y los comités de acción franceses

En los años ’30 del siglo pasado, Francia se hallaba sumergida en una profunda crisis socio-económica. Fue un momento de gran efervescencia en el cual los movimientos fascistas empezaron a jugar un rol preponderante en la política. Tras la muerte del presidente Doumer a causa de un atentado, fue elegido presidente el integrante de la derechista Alliance Démocratique (AD) Albert Lebrun, y como
  Presidente del Consejo de Ministros Gaston Doumergue. En oposición a este gobierno, en 1935 se forma el “Front populaire” (Frente Popular), una coalición entre el estalinista Parti Communiste Français (PCF), la Section Française de l'Internationale Ouvrière (SFIO), el Parti Radical (PR) y la Confédération Général du Travail (CGT). Uno de sus dirigentes, León Blum, fue electo en 1936 como Presidente del Consejo de Ministros. En el cargo, introdujo algunas reformas sociales pero no tuvo éxito en su lucha contra la depresión económica. En 1935, durante su exilio en Francia, Trotsky, implacable en su crítica al carácter conciliador del Frente Popular, escribió varios artículos que serían publicados el año siguiente 
por la editorial “Librairie du Travail” de Paris como “Où va la France?” (¿A dónde va Francia?). En uno de los artículos, el titulado “Front populaire et comités d'action” (Frente Popular y comités de acción) escrito el 26 de noviembre de 1935, expresó: “El Frente Popular es una coalición del proletariado con la burguesía imperialista, representada por el Partido Radical y de otras podredumbres de la misma especie y menor envergadura. La coalición se extiende al terreno parlamentario. En ambos terrenos, el Partido Radical, que conserva toda su libertad de acción, limita brutalmente la libertad de acción del proletariado. El Frente Popular pisotea no sólo la democracia proletaria sino también la democracia formal, es decir burguesa”. Antoine Artous, quien se define a sí mismo como un “marxista crítico”, colaboró como redactor en varias revistas, entre ellas “Contretemps” y “Critique Communiste”, en las que publicó, entre otros artículos, “Classe ouvrière, salariat, luttes des classes” (Clase obrera, trabajo asalariado, lucha de clases), “Système capitaliste et oppression des femmes” (El sistema capitalista y la opresión de las mujeres), “Marx, l'État moderne et la sociologie de l'État” (Marx, el Estado moderno y la sociología del Estado) y “Nature et forme de l’État capitaliste” (Naturaleza y forma del Estado capitalista). En “Critique Communiste” fue que publicó, en referencia a los acontecimientos franceses mencionados, “1936: Trotsky y los trotskistas de cara al Frente Popular”, cuya segunda y última parte se reproduce a continuación.
 
Pero Trotsky se opone radicalmente a un enfoque de este tipo: “La experiencia gubernamental de los reformistas y de los estalinistas está por hacerse, la experiencia radical está hecha. Identificar o bien combinar las dos consignas: el gobierno obrero socialista-comunista (gobierno de Frente Único), gobierno obrero y campesino, etc., y el gobierno del Frente Popular, incluidos los radicales, sería desastroso”. Debe destacarse que Trotsky no argumenta en función de una posición de principio que estaría vinculada a una diferencia de “naturaleza” entre los partidos (partidos obreros y partidos burgueses), sino simplemente en función de la experiencia de las masas.
No obstante, un militante francés, que entonces defendía las posiciones de Trotsky, escribe en “La Vérité”: “¡Abajo el Frente Popular!”. Trotsky lo critica: “Por el momento, el Frente Popular es un hecho (no por mucho tiempo). Nuestra consigna en esta etapa debe ser algo parecido a ‘Echemos a los políticos burgueses del Frente Popular’”. De aquí la importancia que tiene a sus ojos no oponer de manera abstracta el frente único al Frente Popular: “Se puede y se debe combatir el Frente Popular desde adentro [apoyándose] sobre sus propias consignas”. Este enfoque es ilustrado a fin de 1935, cuando Trotsky propone la perspectiva de los comités de acción tomando como punto de referencia, precisamente, el eje del VIIº Congreso de la Komintern (julio-agosto de 1935) que, bajo la dirección de Dimitrov, definió la orientación de los Frentes Populares y que, además, propuso organizar comités de acción. Trotsky escribe: “El mismo rol que cumplieron para nosotros, durante cierto período, las consignas del ‘frente único’, de la ‘alianza obrera’, etc., debe cumplirlo ahora la consigna de la creación de organismos de frente único que sean representativos de las masas (con vistas a los soviets)”.
Trotsky vuelve muchas veces sobre esta cuestión, especialmente en noviembre de 1935, en un artículo escrito para “La Vérité”. Se titula “Frente Popular y comités de acción” y en ningún momento opone ambas consignas: “¿El ‘Frente Popular’ defiende la democracia? Entonces, que comience por aplicarla en sus propias filas. Esto significa: la dirección del ‘Frente Popular’ debe reflejar directa e inmediatamente la voluntad de las masas en lucha por medio de elecciones. El proletariado no prohíbe a nadie que luche junto a él contra el fascismo, el gobierno bonapartista de Laval, el complot militar de los imperialistas y todas las otras formas de opresión y de ignominia. Lo único que exigen los obreros conscientes a sus aliados verdaderos o posibles, es que luchen efectivamente. Cada grupo de población que participe realmente en la lucha en una determinada etapa, y que esté dispuesto a someterse a la disciplina común debe influenciar con igual derecho, en la dirección del ‘Frente Popular’”. La expulsión de los radicales no es una condición previa. Trotsky simplemente dice: “Auténticas elecciones de masas de los comités de acción deben automáticamente expulsar a los negociantes burgueses (radicales) del ‘Frente Popular’ y así hacer saltar por el aire la política criminal, dictada por Moscú”.
Cuando, luego de la victoria del Frente Popular en las elecciones de mayo de 1936, estalla la oleada de huelgas que desembocará en los hechos de junio de 1936, Trotsky está en Noruega: expulsado de Francia en abril de 1934, abandona el país recién en junio de 1935. No puede seguir de cerca los acontecimientos ni sostener un contacto directo con sus protagonistas. Esta es una diferencia crucial respecto a los años anteriores, cuando abordaba de manera muy precisa las cuestiones de orientación. El texto clave de este período es “La revolución francesa ha comenzado”. Escrito el 9 de junio, este artículo se publicará recién el 18 de junio en un número de “La Lutte Ouvrière” embargado por el gobierno. Trotsky polemiza desde el comienzo contra quienes no perciben en la primera oleada de huelgas más que movilizaciones meramente corporativas: “Es el comienzo clásico de la revolución”. Y añade: “La nueva organización debe responder a la naturaleza del propio movimiento, reflejar a las masas en lucha, expresar su voluntad más firme. Se trata de un gobierno directo de la clase revolucionaria. No hay necesidad de inventar aquí nuevas formas. No hace falta inventar el nombre de una organización semejante: son los soviets de diputados obreros”.


Sabemos que en junio de 1936 no se desarrolló nada semejante a los soviets. Salvo raras excepciones, ni siquiera hubo formas importantes de auto-organización. Naturalmente, no podemos contentarnos con explicar que los soviets no aparecieron a causa de la política de la SFIO y del PCF, puesto que, precisamente, esta política es uno de los datos del análisis de la situación. Además, lo cierto es que ni la experiencia de la clase obrera de los años precedentes, ni las tradiciones del movimiento francés apuntaban en ese sentido. En diciembre de 1938, Trotsky vuelve sobre mayo-junio de 1936 y explica que tuvo razón cuando escribió que “la revolución francesa ha comenzado”, pero aclara que “cada revolución que comienza no tiene un desarrollo garantizado”. Efectivamente. Pero, dicho esto, lo esencial no es la fórmula, sino la orientación propuesta, que Trotsky no volverá a revisar.
Desde luego, los revolucionarios debían presionar en dirección a la auto-organización y, más allá, hacia una dinámica de doble poder. Pero proponer el eje de los soviets como perspectiva inmediata y central se alejaba demasiado del movimiento real. Era, en el mejor de los casos, una forma de propagandismo abstracto que no permite distinguir las distintas fases de un proceso revolucionario. Es cierto que no debemos olvidar el contexto histórico. El término “soviet” tiene una resonancia profunda entre los militantes del PCF. Y este es el motivo por el que Trotsky les propone a sus partidarios bautizar su periódico con el nombre Soviets. Pero aquí se trata de algo distinto: una orientación que pone en el centro la lucha por la creación de soviets como “gobierno directo de la clase obrera” y como alternativa al gobierno del Frente Popular.
Esto es más sorprendente cuando se considera que Trotsky no cree que la dinámica del movimiento de masas dejará de lado a los estalinistas y a los reformistas de la noche a la mañana. Multiplica las advertencias de prudencia a sus partidarios con la intención de evitar excesos izquierdistas en el enfoque del gobierno de Blum. Es necesario presentarse “a ojos de los obreros, no como un estorbo, sino como personas que quieren que la cosa avance”. Y también: “Debemos comprender bien que, con toda probabilidad, la próxima huelga será dirigida, no contra el gobierno de Blum, sino contra los enemigos del gobierno”. Y, si bien rechaza el término “protección” del Frente Popular propuesto por uno de sus partidarios, precisa que no se trata de combatir frontalmente el gobierno de Blum “sino solamente de golpearlo por sus flancos”.
En 1936, los trotskistas franceses se reunificaron en el Partido Obrero Internacionalista (POI). Esto representa un progreso frente a las fuertes divisiones anteriores, pero la situación no deja de ser difícil. No debe olvidarse esto cuando se examina la orientación del POI de junio de 1936. No obstante, es forzoso concluir que la organización acentúa la orientación “sovietista” de Trotsky. Así lo ilustra un llamamiento del 29 de junio publicado en el periódico “La Lutte Ouvrière”: “La crisis del régimen en Francia alcanzó tal grado de madurez que el final está cerca. Empieza la etapa decisiva de la lucha por el poder”.
Bajo el título “Soviets en todos lados”, la única perspectiva que se propone es la transformación directa y casi inmediata de los comités surgidos de la huelga en soviets: “Terminada la huelga, esos comités deben subsistir y convertirse en comités de fábrica permanentes que, no solo asegurarán el control obrero, sino que diseñarán planes de gestión para cada empresa”. Estos comités deben desarrollarse en los barrios, en los cuarteles, etc. “Congresos de comités en cada región, en cada industria y en todo el país, tal es el medio de unificar, de coordinar, de desarrollar todas las luchas de las masas trabajadoras para conducirlas a la toma del poder de los comités de obreros, campesinos y soldados, y a la instauración de un gobierno obrero y campesino”.
Este llamamiento sobrestima la situación, sobre todo si se tiene en cuenta que las huelgas comenzaban a declinar. Este error era sin duda inevitable. Más decisiva es la cuestión de la orientación. No solamente es propagandista, sino que desarrolla una perspectiva de lucha por el poder y de desarrollo de un doble poder sin ningún tipo de relación con las organizaciones tradicionales. Se trata de una especie de “esquema ideal” de la revolución proletaria impreso sobre la realidad. Debe destacarse que la perspectiva del gobierno obrero y campesino expuesta aquí no tiene nada de transicional, pues equivale a la toma del poder por los Comités. Y con razón: no se consideran en absoluto a la SFIO ni al PCF; la denuncia no va acompañada de ninguna “interpelación” a los partidos en relación con las tareas necesarias. Simplemente se afirma: “Los viejos partidos, que se dirigieron a ustedes durante los años de la revolución, se ponen al servicio de la burguesía o son sus cómplices”. No se dice nada sobre la salida de los radicales: es verdad que un enfoque de este tipo complicaría las cosas. Tampoco se dice nada sobre la CGT, cuyo rol en la huelga fue muy importante, salvo que “los dirigentes de la CGT colaboran con el PCF y con la SFIO”.


Más sorprendente es constatar que, como es sabido, luego del repliegue, las organizaciones tradicionales, sobre todo el PCF y la CGT, salieron fortalecidas de las huelgas. Desde julio, los partidarios de Trotsky subrayan que dicho fortalecimiento es, en esa primera etapa, “un hecho completamente normal desde el punto de vista histórico”, sin revisar críticamente su orientación. Ahora bien, es un poco paradójico observar el fortalecimiento de las organizaciones tradicionales y estructurar al mismo tiempo una orientación alrededor de la creación de soviets que, en la situación política francesa de aquel entonces, hubiesen supuesto, sino una ruptura política con esas organizaciones, al menos una dinámica de desbordamiento masivo. Una moción (18 de junio) de la CA del sindicato de Isère que formaba parte de la Federación General de Docentes, difundida por “La Lutte Ouvrière”, desarrolla una lógica análoga: de los comités a los soviets hasta “la instauración de la dictadura de los obreros y los campesinos para derrocar al capitalismo y edificar la sociedad socialista”. A lo cual añade la exigencia de “expropiación lisa y llana” de los bancos y de las industrias clave, sin retomar el enfoque sobre la CGT desarrollado por Trotsky.
Los mismos defectos vuelven a aparecer durante los meses siguientes: no se trata, por lo tanto, de una actitud vinculada a la aceleración de mayo-junio. Así, en octubre, el POI desarrolla el eje del control obrero: respuesta adecuada y clásica frente a una situación en la que la burguesía intenta poner en cuestión todo lo conquistado por las huelgas a pesar de que la relación de fuerzas está a favor de la clase obrera. Pero el contenido del panfleto vuelve a recaer en el mismo problema: “Es necesario organizar sólidamente comités de fábrica, preparar un congreso nacional de delegados de fábrica para desarrollar metódicamente el plan de acción destinado a terminar con las maniobras patronales, reajustar los salarios e instaurar el control obrero sobre la producción”.
Otra vez, se plantea la cuestión en una relación de exterioridad con las formas de organización existentes, en este caso la CGT. En Juin 1936, Jacques Danos y Marcel Gibelin evocan otro enfoque posible cuando hablan sobre los delegados obreros elegidos durante los acuerdos de Matignon: “Este enfoque podría haber sido fecundo si la CGT hubiese vinculado la institución de los delegados a la reivindicación del control obrero sobre las empresas y combatido por la ampliación de sus facultades”. En cualquier caso, el panfleto propone la nacionalización de los bancos sin ningún vínculo con el plan de la CGT.
Por último, consideremos el problema del gobierno en los artículos de “La Lutte Ouvrière”. El 30 de octubre de 1936, las consignas son: “Tirar a los jefes radicales corrompidos. Confluir en un Frente Proletario Revolucionario. Constituir comités en cada fábrica, calle y barrio. Preparar el plan de contraofensiva en el congreso de delegados de fábrica”. El 21 de diciembre, se lee el título: “¡Cascadas de capitulaciones! ¡Sólo el gobierno obrero y campesino no capitulará!”. Y, al final, la siguiente reivindicación: “A la organización putrefacta del régimen burgués, a ese gobierno agonizante que se opone a la organización del poder obrero, a los comités de obreros, campesinos y soldados y a su gobierno, debemos oponerles el gobierno obrero y campesino”.
La exigencia de la salida de los radicales aparece como sobreimpresa a un enfoque que no se corresponde con aquel que Trotsky había desarrollado. Es cierto que la reivindicación “Abajo el gobierno de Blum” no aparece, pero no existe ningún tipo de interpelación a las organizaciones tradicionales que, repitámoslo, salieron fortalecidas. La única perspectiva es la convocatoria a un congreso de comités que no existen. Y, una vez más, la perspectiva del gobierno obrero y campesino no cumple ninguna función transicional: es simplemente el sinónimo del poder de los comités.
“El defecto principal de los trotskistas reside en el hecho de que consideran el esquema ruso como si fuera válido en los otros países, y que, hipnotizados por la toma del poder del partido bolchevique, quieren adoptar el mismo enfoque para obtener los mismos resultados”. Esta crítica, publicada el 17 de julio de 1936 en un artículo de “Le Libertaire”, se repite en boca de muchos revolucionarios de la época. Como en el artículo, se la utiliza con frecuencia para poner en cuestión la perspectiva estratégica general del poder de los consejos obreros: “Si en Rusia la idea del soviet de soldados, campesinos y obreros se presentaba como algo evidente, indispensable, a tal punto que cualquier otra forma de organización era inexistente, no sucede lo mismo en los países donde el movimiento obrero logró desarrollarse por medios legales y, en consecuencia, existen formas de organización profundamente arraigadas que jugarán un rol fundamental en el desarrollo de las luchas revolucionarias”.


En abril de 1937, en una conferencia celebrada en Barcelona, Nin, dirigente del POUM español y antiguo compañero de Trotsky, repetirá casi lo mismo: “Las fórmulas de la Revolución Rusa aplicadas mecánicamente conducirán al fracaso del marxismo. La táctica es tan variada como la realidad. En Rusia no había tradición democrática. No había tradición de organización ni de lucha del proletariado. Nosotros sí la tenemos. Tenemos sindicatos, partidos, publicaciones. Un sistema de democracia obrera. Se comprende así la importancia que tuvieron los soviets. El proletariado no tenía sus organizaciones propias. Nuestro proletariado ya tiene sindicatos, partidos, organizaciones propias. Es por eso que los soviets no surgieron entre nosotros”.
Si bien la táctica es variable, también existen las estrategias. Nin fue un gran revolucionario, pero la orientación que desarrolló durante las jornadas de Barcelona se vincula con las consideraciones generales que transcribimos. El problema no fue tanto la participación en el gobierno de la Generalidad como la aceptación (junto a la CNT) de la disolución del Comité Central de Milicias, a saber, una estructura de doble poder de tipo soviético. Pero si, en España, se planteaba la equivalencia estricta entre el “sistema de democracia obrera” y las organizaciones tradicionales, la aceptación de la disolución de los comités era lógica.
No pretendemos realizar aquí un balance comparativo de las estrategias revolucionarias desarrolladas en la época, sino simplemente señalar una paradoja. Si se estudia el trabajo de elaboración estratégica de Trotsky alrededor del “Programa de acción” de 1934, y luego de cara al Frente Popular, la conclusión que se saca es la opuesta: Trotsky no imprime mecánicamente el “modelo” ruso, aun cuando la referencia constante a esa experiencia para justificar su elaboración vela parcialmente la originalidad de sus aportes. Lo vimos en el caso de Francia, pero podríamos comprobar lo mismo en los casos de la Alemania de los años 1930 o de la Revolución Española (al comprobar, por ejemplo, que tampoco aparecieron soviets como en el caso de la Rusia de 1917). De hecho, Trotsky continúa y enriquece la elaboración iniciada por el IIIº y el IVº Congreso de la Internacional Comunista, que buscaban, precisamente, adaptar principios estratégicos generales a la realidad de los países de Europa occidental.
La paradoja es entonces que, si bien algunas críticas no dejan de tener sus fundamentos, es siempre a la luz del análisis de la orientación de los trotskistas franceses de junio de 1936, es decir, de una visión “octubrista” reforzada, solo hasta cierto punto, por algunos textos de Trotsky. Hay en todo esto algo muy profundo que resistirá al paso del tiempo.