Jean Van Heijenoort:
Francia le otorga la visa de residencia
Durante el período
de la estadía de Trotsky en Francia, Jean van Heijenoort lo acompañó en gran
parte de su paso por Barbizon, Domène, Lyon y Grenoble. Por entonces también
tradujo la serie de artículos que Trotsky escribió y que serían editados más
tarde con el título “Où va la France?” (¿A dónde va Francia?). En esa obra
aseveró que el diagnóstico de la Internacional Comunista, en un país que vivía
dramáticamente en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, era falso y
funesto. Trotsky opinaba que el pueblo francés se encontraba en una
encrucijada: un camino llevaba a la revolución socialista y otro al fascismo.
La elección del camino dependía del proletariado y de su vanguardia organizada,
por eso polemizaba con los dirigentes del Partido Comunista francés, que se
negaban a llevar adelante la lucha por el poder ya que consideraban que la
situación no era revolucionaria. A comienzos de 1933 el escritor Maurice Donzel
-quien bajo el seudónimo de Maurice Parijanine había traducido varias obras de
Trotsky al francés, hecho por el cual sería excluido del periódico “L'Humanité”
por su “trotskismo”- emprendió una campaña entre parlamentarios y
personalidades políticas para que se autorizara a Trotsky a residir en Francia,
ya que aún pesaba el decreto de expulsión dictado contra él por el gobierno
francés en 1916. Finalmente lo consiguió y el 4 de julio de 1933 le escribió
una carta a Trotsky comunicándole que el decreto de expulsión había sido
revocado. Ocho días más tarde, el consulado francés de Estambul visó los
pasaportes de Trotsky y el grupo que lo acompañaba en Prinkipo. Las visas
fueron concedidas sin restricciones explícitas. En la tercera parte de sus
memorias, van Heijenoort cuenta la etapa del largo exilio de Trotsky, ahora en
Francia.
Había que
organizar ahora la mudanza. Ya no se trataba de un viaje de ida y vuelta, como
cuando se realizó la partida hacia Copenhague. Los archivos y los libros fueron
embalados en grandes cajones. El 17 de julio nos embarcamos en la nave italiana
Bulgaria con destino a Marsella, Trotsky, Natalia, Max Shachtman, Sara Jacobs,
Rudolf Klement y yo. Una chalana fue traída hasta el desembarcadero de la casa
para recoger los cajones y llevarlos directamente al barco. A último momento,
una chalupa vino a recogernos. El barco soltó amarras al final de la tarde.
Cuando el sol se ocultaba, estábamos ya en el mar de Mármara y, sobre el
puente, Trotsky miraba cómo Estambul desaparecía en el horizonte. Trotsky
permaneció a bordo durante todo el viaje. Sufría de lumbago. Pasó todo el viaje
en su cabina y la mayor parte del tiempo acostado. Escribió un breve artículo
sobre el libro de Ignazio Silone, “Fontamara”. Agregó un toque de ironía
al artículo fechándolo así: “A bordo del Bulgaria, 19 de julio de 1933”,
pues era un libro contra el fascismo y nosotros estábamos en un barco italiano.
El 24 de julio por la mañana nos acercábamos a Marsella. El capitán nos informó que había recibido instrucciones por radio según las cuales el barco debía detenerse en un determinado lugar en alta mar, a la altura de Marsella, y esperar allí una lancha de la policía. Cuando la lancha apareció y abordó el barco, la única persona que subió al buque fue Liova. Me entregó una carta que contenía instrucciones sobre lo que tenía que hacer y descendió rápidamente en la lancha con su padre y su madre, con algunas maletas de mano solamente. La lancha, donde también había policías franceses, desapareció rápidamente. El barco reanudó su marcha hacia el puerto. Según las instrucciones de Liova, yo debía partir de Marsella a Lyon por tren, con algunas valijas; de Lyon, después de haberme asegurado que ningún periodista seguía mis pasos, debía atravesar Francia y reunirme con Liova en la estación de Saintes, cerca de la costa atlántica, dos días después a una determinada hora de la mañana. Los otros miembros de nuestro grupo debían partir a París con la totalidad del equipaje y quedarse allí hasta nueva orden. Las medidas estaban destinadas a despistar a los periodistas y, en lo posible, a la GPU.
Mientras tanto, Trotsky y su esposa habían llegado en la lancha a Cassis. Allí, un comisario especial de la Seguridad había hecho firmar a Trotsky una notificación que le acordaba el permiso de residir en Francia en las mismas condiciones que cualquier otro extranjero, sin ninguna restricción particular. De Cassis salieron en automóvil por Aix en Provence, Montpellier, Albi y Montauban. Pasaron la noche en Tonneins, un pueblito de Aquitania, y llegaron a Saint Palais el 25 por la tarde. Por mi parte, el 26 por la mañana me encontré con Liova en la estación de Saintes y llegamos enseguida a la residencia donde estaba Trotsky. Era cerca de Saint Palais, a unos 10 kilómetros al norte de Royan. La casa se encontraba junto al mar, en un lugar donde la costa era rocosa y escarpada, no lejos de una playa llamada la Grande Cote. La residencia, Les Embruns, estaba rodeada de un gran jardín y no había vecinos cercanos. Raymond Molinier la había descubierto y fue bien elegida. El único punto negro era la salud de Trotsky. Sufría todavía de su lumbago y durante el viaje cada sacudida había sido muy penosa para él.
Poco después de nuestra llegada fui a ver al prefecto en La Rochelle. Había sido informado, por supuesto, del arribo de Trotsky al departamento a su cargo. Los detalles de la estadía habían sido arreglados en París, entre los altos funcionarios de la Seguridad y Henry Molinier. Di al prefecto nuestra dirección exacta y me aseguró que nadie más la conocería en el departamento. En efecto, la prensa anunció que Trotsky se había dirigido a Royan, pequeña estación veraniega cerca de Clermont Ferrand, a más de 300 kilómetros de Royan. Probablemente la policía francesa dio a algún periodista amigo un nombre de consonancia parecida pero falso para confundir. El 3 de agosto llegó Rudolf Klement de París. Pronto llegaría también Sara Jacobs. Las máquinas de escribir se pusieron a resonar en toda la casa. Ninguna persona ajena a nuestro grupo podía entrar. En toda nuestra estadía en Saint Palais, Trotsky sólo salió de la casa para hacer esporádicos y breves paseos en automóvil, al anochecer, por el campo cubierto de viñas.
A principio de agosto, Raymond trajo de París, en automóvil, a André Malraux. Debía ser el 7 de agosto. Los viajeros llegaron al final de la tarde. Después de una primera conversación con Trotsky, Malraux fue a pasar la noche en Saint Palais o en Royan. A la mañana siguiente regresó. Hubo dos encuentros, a solas, entre Malraux y Trotsky, en el escritorio, y Malraux publicó en abril de 1934, un relato bastante detallado de esos encuentros. Los dos interlocutores hablaron del arte en Rusia después de la revolución, del problema del individualismo y del comunismo, de las causas de la derrota del Ejército Rojo en Polonia en 1920, de la estrategia de una guerra futura entre el Japón y Rusia. En la primavera de ese año, en Prinkipo, Trotsky había leído “Viaje al fin de la noche” de Céline y había escrito un artículo sobre el libro. Trotsky y Malraux se pusieron a hablar de Céline. A la noche, antes de despedirse, se fueron a caminar al campo. El último tema de conversación fue el de la muerte. “Hay algo que el comunismo nunca podrá vencer: la muerte” dijo en sustancia Malraux. Trotsky le contestó: “Cuando un hombre ha cumplido la tarea que se le ha dado, cuando ha hecho lo que quería hacer, la muerte es sencilla”.
Después de la partida de Malraux, Trotsky retornó a sus preocupaciones políticas, e incluso organizativas: la creación de una nueva Internacional. Era un gran cambio para el movimiento trotskista. Dijo por esos días: “Está también la cuestión secundaria y subordinada del nombre. ¿Cuarta Internacional? No es muy agradable. Cuando se rompió con la Segunda Internacional, se cambiaron los fundamentos teóricos. Aquí no; nosotros seguiremos sobre la base de los cuatro primeros congresos (de la Internacional Comunista). Podríamos también proclamar: la Internacional Comunista somos nosotros, y llamarnos Internacional Comunista (bolcheviques-leninistas). Hay argumentos en favor y en contra. El título de Cuarta Internacional es más claro. Esa es tal vez una ventaja para las grandes masas. Si se trata de la selección más lenta de cuadros, probablemente la ventaja esté en el otro: Internacional Comunista (bolcheviques-leninistas)”. Sus últimas vacilaciones no duraron mucho. Aunque la nueva organización habría de permanecer lejos de las “grandes masas” y ocuparse de “la selección más lenta de cuadros”, muy pronto adoptó el título de Cuarta Internacional.
El 24 de julio por la mañana nos acercábamos a Marsella. El capitán nos informó que había recibido instrucciones por radio según las cuales el barco debía detenerse en un determinado lugar en alta mar, a la altura de Marsella, y esperar allí una lancha de la policía. Cuando la lancha apareció y abordó el barco, la única persona que subió al buque fue Liova. Me entregó una carta que contenía instrucciones sobre lo que tenía que hacer y descendió rápidamente en la lancha con su padre y su madre, con algunas maletas de mano solamente. La lancha, donde también había policías franceses, desapareció rápidamente. El barco reanudó su marcha hacia el puerto. Según las instrucciones de Liova, yo debía partir de Marsella a Lyon por tren, con algunas valijas; de Lyon, después de haberme asegurado que ningún periodista seguía mis pasos, debía atravesar Francia y reunirme con Liova en la estación de Saintes, cerca de la costa atlántica, dos días después a una determinada hora de la mañana. Los otros miembros de nuestro grupo debían partir a París con la totalidad del equipaje y quedarse allí hasta nueva orden. Las medidas estaban destinadas a despistar a los periodistas y, en lo posible, a la GPU.
Mientras tanto, Trotsky y su esposa habían llegado en la lancha a Cassis. Allí, un comisario especial de la Seguridad había hecho firmar a Trotsky una notificación que le acordaba el permiso de residir en Francia en las mismas condiciones que cualquier otro extranjero, sin ninguna restricción particular. De Cassis salieron en automóvil por Aix en Provence, Montpellier, Albi y Montauban. Pasaron la noche en Tonneins, un pueblito de Aquitania, y llegaron a Saint Palais el 25 por la tarde. Por mi parte, el 26 por la mañana me encontré con Liova en la estación de Saintes y llegamos enseguida a la residencia donde estaba Trotsky. Era cerca de Saint Palais, a unos 10 kilómetros al norte de Royan. La casa se encontraba junto al mar, en un lugar donde la costa era rocosa y escarpada, no lejos de una playa llamada la Grande Cote. La residencia, Les Embruns, estaba rodeada de un gran jardín y no había vecinos cercanos. Raymond Molinier la había descubierto y fue bien elegida. El único punto negro era la salud de Trotsky. Sufría todavía de su lumbago y durante el viaje cada sacudida había sido muy penosa para él.
Poco después de nuestra llegada fui a ver al prefecto en La Rochelle. Había sido informado, por supuesto, del arribo de Trotsky al departamento a su cargo. Los detalles de la estadía habían sido arreglados en París, entre los altos funcionarios de la Seguridad y Henry Molinier. Di al prefecto nuestra dirección exacta y me aseguró que nadie más la conocería en el departamento. En efecto, la prensa anunció que Trotsky se había dirigido a Royan, pequeña estación veraniega cerca de Clermont Ferrand, a más de 300 kilómetros de Royan. Probablemente la policía francesa dio a algún periodista amigo un nombre de consonancia parecida pero falso para confundir. El 3 de agosto llegó Rudolf Klement de París. Pronto llegaría también Sara Jacobs. Las máquinas de escribir se pusieron a resonar en toda la casa. Ninguna persona ajena a nuestro grupo podía entrar. En toda nuestra estadía en Saint Palais, Trotsky sólo salió de la casa para hacer esporádicos y breves paseos en automóvil, al anochecer, por el campo cubierto de viñas.
A principio de agosto, Raymond trajo de París, en automóvil, a André Malraux. Debía ser el 7 de agosto. Los viajeros llegaron al final de la tarde. Después de una primera conversación con Trotsky, Malraux fue a pasar la noche en Saint Palais o en Royan. A la mañana siguiente regresó. Hubo dos encuentros, a solas, entre Malraux y Trotsky, en el escritorio, y Malraux publicó en abril de 1934, un relato bastante detallado de esos encuentros. Los dos interlocutores hablaron del arte en Rusia después de la revolución, del problema del individualismo y del comunismo, de las causas de la derrota del Ejército Rojo en Polonia en 1920, de la estrategia de una guerra futura entre el Japón y Rusia. En la primavera de ese año, en Prinkipo, Trotsky había leído “Viaje al fin de la noche” de Céline y había escrito un artículo sobre el libro. Trotsky y Malraux se pusieron a hablar de Céline. A la noche, antes de despedirse, se fueron a caminar al campo. El último tema de conversación fue el de la muerte. “Hay algo que el comunismo nunca podrá vencer: la muerte” dijo en sustancia Malraux. Trotsky le contestó: “Cuando un hombre ha cumplido la tarea que se le ha dado, cuando ha hecho lo que quería hacer, la muerte es sencilla”.
Después de la partida de Malraux, Trotsky retornó a sus preocupaciones políticas, e incluso organizativas: la creación de una nueva Internacional. Era un gran cambio para el movimiento trotskista. Dijo por esos días: “Está también la cuestión secundaria y subordinada del nombre. ¿Cuarta Internacional? No es muy agradable. Cuando se rompió con la Segunda Internacional, se cambiaron los fundamentos teóricos. Aquí no; nosotros seguiremos sobre la base de los cuatro primeros congresos (de la Internacional Comunista). Podríamos también proclamar: la Internacional Comunista somos nosotros, y llamarnos Internacional Comunista (bolcheviques-leninistas). Hay argumentos en favor y en contra. El título de Cuarta Internacional es más claro. Esa es tal vez una ventaja para las grandes masas. Si se trata de la selección más lenta de cuadros, probablemente la ventaja esté en el otro: Internacional Comunista (bolcheviques-leninistas)”. Sus últimas vacilaciones no duraron mucho. Aunque la nueva organización habría de permanecer lejos de las “grandes masas” y ocuparse de “la selección más lenta de cuadros”, muy pronto adoptó el título de Cuarta Internacional.
Fue
durante la permanencia de Trotsky en Saint Palais cuando se produjo la primera
fisura en sus relaciones con Raymond Molinier a causa de su manejo de las
cuestiones financieras. Raymond y Henri Molinier estaban “en los negocios”. Su
firma se llamaba Institut Francais de Recouvrement y eran conocidos en el mundo
de los negocios de París por sus métodos. Por los medios que empleaban, Raymond
y Henri Molinier se hacían de sumas que no eran enormes pero que, no obstante,
en el estado de indigencia en que se encontraba la mayoría de los militantes
trotskistas, parecían importantes. Mientras tanto, una lucha de fracciones
había estallado en el grupo trotskista francés. La oposición a la dirección, en
la que Molinier desempeñaba el papel principal, emanaba del “grupo judío”,
fracción compuesta de obreros peleteros del Distrito IV de París al que se
habían unido algunos estudiantes. Esta oposición habría de formar más tarde,
después de la escisión, un nuevo grupo que tomó el nombre de Unión Comunista
Unificada. Raymond Molinier evidenciaba mucha impaciencia respecto de la
oposición y quería deshacerse de ella lo más pronto posible. El contenido de las
notas de Trotsky para Raymond era, en su conjunto, que había que llevar
adelante la lucha en el plano de la discusión política, responder a los
argumentos de la oposición, aclarar las divergencias, pero no precipitar
medidas organizativas de escisión. Las líneas
de demarcación política comenzaban ahora a dibujarse. Aparecía claro que
después de un período de curiosidad y aún de entusiasmo, cierto número de
grupos querían conservar sus distancias con el trotskismo. El Independent
Labour Party inglés y el SAP alemán, no iban a formar parte del movimiento
trotskista.
En los primeros días de septiembre, Trotsky tuvo entrevistas bastante largas con Fritz Sternberg, un economista alemán al que pensaba convencer de que escribiera la parte económica del programa de la nueva Internacional. Nada se hizo pues Sternberg muy pronto se alejó del trotskismo. Cabe señalar que las tres oportunidades en que Trotsky pensó requerir una colaboración literaria, fue con economistas: Field en Prinkipo, Sternberg en Saint-Palais y, posteriormente, Otto Rühle en México. Tal vez haya que ver allí el signo de cierta falta de seguridad en Trotsky en el campo de la economía política. El 10 de septiembre Trotsky recibió la visita de un trotskista francés, Louis Saufrignon, de Poitiers. La conversación giró en torno de la nueva orientación hacia la Cuarta Internacional. “¿En definitiva, usted propone recomenzar todo?” dijo Saufrignon a Trotsky, quien le respondió: “Eso mismo”. Al final de la entrevista, ya los dos de pie, Saufrignon preguntó a Trotsky a quemarropa: “Camarada Trotsky ¿qué piensa usted de Stalin?” Pregunta propia de un visitante. La respuesta de Trotsky, textual, fue: “Es un hombre de una voluntad prodigiosa”.
En los primeros días de septiembre, Trotsky tuvo entrevistas bastante largas con Fritz Sternberg, un economista alemán al que pensaba convencer de que escribiera la parte económica del programa de la nueva Internacional. Nada se hizo pues Sternberg muy pronto se alejó del trotskismo. Cabe señalar que las tres oportunidades en que Trotsky pensó requerir una colaboración literaria, fue con economistas: Field en Prinkipo, Sternberg en Saint-Palais y, posteriormente, Otto Rühle en México. Tal vez haya que ver allí el signo de cierta falta de seguridad en Trotsky en el campo de la economía política. El 10 de septiembre Trotsky recibió la visita de un trotskista francés, Louis Saufrignon, de Poitiers. La conversación giró en torno de la nueva orientación hacia la Cuarta Internacional. “¿En definitiva, usted propone recomenzar todo?” dijo Saufrignon a Trotsky, quien le respondió: “Eso mismo”. Al final de la entrevista, ya los dos de pie, Saufrignon preguntó a Trotsky a quemarropa: “Camarada Trotsky ¿qué piensa usted de Stalin?” Pregunta propia de un visitante. La respuesta de Trotsky, textual, fue: “Es un hombre de una voluntad prodigiosa”.
Durante su estadía en Les Embruns, vinieron a verlo unas cuarenta y cinco personas para discutir con él de política. Gran parte de esos visitantes eran extranjeros. Henry Molinier no registró en París ninguna recriminación por parte de la Seguridad, lo cual parece indicar que, tal como lo había asegurado el prefecto de Charente Inférieure, no había vigilancia policial alrededor de la casa. Pero nosotros, en cambio, sí habíamos organizado nuestra vigilancia en los alrededores. El secretario de la célula de Royan del Partido Comunista, Gourbil, tenía una pequeña bicicletería en Saint Palais. Supimos que era opositor y que podíamos confiar en él. A partir de la segunda mitad de agosto, vino a la casa y tuvo algunos encuentros con Trotsky que lo pusieron muy contento. Gourbil me indicó que un miembro del Partido Comunista, Marcel Cureaudau, tenía ideas opositoras, pero que no sabía hasta dónde llegaban. Llevarlo a la casa significaba algún riesgo. Podía llegar a hablar. Esperamos entonces hasta los últimos días de nuestra estadía en Saint Palais, cuando el secreto de la residencia iba a dejar de ser importante. Cureaudau era chofer de taxi en Royan. Un día de octubre, me aproximé a su taxi y le pregunté si quería ver a Trotsky. Estupefacción. La entrevista fue de lo mejor. A Trotsky lo ponían muy contento esos contactos con trabajadores franceses.
A comienzos de octubre se decidió preparar un viaje de vacaciones: Trotsky tenía necesidad de descanso. El 9 de octubre, a las 11 de la mañana, Trotsky y Natalia partieron en automóvil de Saint Palais con Henri Molinier y Jean Meichler. Trotsky se había afeitado la barba para evitar ser reconocido. Por Burdeos y Mont de Marsan, llegaron a Bagnères de Bigorre, en los Pirineos, donde se instalaron en un hotel. Los otros habitantes de la casa partieron a París. Trotsky y Natalia, tomando como centro a Bagnères de Bigorre, hicieron excursiones en diversas direcciones. Fue así como llegaron a visitar Lourdes. Trotsky mismo dio más tarde sus impresiones sobre esa visita en su diario (en la fecha del 29 de abril): “Una feria de los milagros, un centro donde se venden gracias divinas. En verdad, el pensamiento humano está empantanado en sus propios excrementos”. Fueron tres semanas de reposo, durante las cuales Trotsky no escribió una sola línea, contentándose con leer los diarios.
Henry Molinier había dejado el grupo para regresar a París a fin de encontrar una nueva residencia para Trotsky. El 31 de octubre a las 5 de la tarde, los viajeros tomaron en Bagnères et Bigorre el autobús para Tarbes y allí, a las 11 de la noche, el tren para Orléans. Al día siguiente, en Orléans, Raymond Molinier los esperaba en un automóvil. Meichler regresó a París. Raymond condujo a Trotsky y a Natalia a Barbizon, una pequeña ciudad del departamento Seine et Marne, a unos 50 kilómetros al sudeste de París, a orillas del bosque de Fontainebleau, un lugar extremadamente tranquilo. Henri Molinier había rentado una casa, Ker Monique, que se encontraba sobre un caminito que bordeaba el bosque. Además de Trotsky y Natalia, los habitantes permanentes de la casa eran Rudolf Kleinent, Sara Jacobs, Gabrielle Brausch, que era mi compañera y yo.
Aún en París, los trotskistas franceses, salvo raras excepciones, ignoraban dónde residía Trotsky. Barbizon, por otro lado, está más cerca de París que Saint-Palais. La visa francesa de Trotsky no contenía ninguna restricción explícita; pero su lugar de residencia tenía que ser, naturalmente, aprobado por las autoridades. No creo que hubieran permitido a Trotsky vivir en París. Las cosas habían andado tan bien en Saint Palais que Henry Molinier corrió el riesgo de presentar a las autoridades francesas el plan de una instalación en Barbizon, el cual fue aceptado. Barbizon parecía un compromiso razonable; no era París, pero no estábamos muy lejos de ella. En Barbizon, las autoridades locales, en particular el alcalde, ignoraban la presencia de Trotsky. No hubo vigilancia policial directa y constante de Ker Monique durante mucho tiempo.
En la primavera de 1933 Trotsky vacilaba entre diferentes proyectos de libros. En Saint Palais, siempre pensaba en escribir uno sobre el Ejército Rojo. A fin de agosto, en una carta, describió su contenido a un representante editorial norteamericano. Pero, unos días después, un agente literario inglés le sugirió escribir un libro sobre Lenin. Después de algunos titubeos, el libro de Lenin fue el que ganó la partida. Una vez instalado en Barbizon, Trotsky se puso a trabajar en ese libro. Liova le traía material de París, sobre todo libros rusos. Creo que era Boris Nikolaievsky quien ayudaba a Liova a conseguirlos. Al leerlos, Trotsky marcaba al margen algunos pasajes, con una ligera raya de lápiz. Esos pasajes eran pasados a continuación a máquina, en París. En Barbizon, los extractos eran clasificados en legajos, con los recortes de periódicos y documentos diversos.
Durante el invierno, el trabajo avanzó regularmente y algunos capítulos del libro fueron escritos. Fue igualmente en Barbizon que habló de su autobiografía. Rieder, el editor francés, le había propuesto publicar una edición abreviada de su autobiografía, alrededor de un tercio del texto original. Trotsky había releído su libro y marcado con lápiz, al margen, los pasajes que deberían constituir esa edición abreviada. Esa había sido para él una ocasión de releerse, algo que jamás hacía. Se quejó mucho de su libro. “Está mal escrito, hay muchas cosas que habría que haber dicho y que no están. Por otro lado, hay cosas que no deberían estar”.
Trotsky se quejaba siempre mucho de las erratas. Las publicaciones trotskistas, impresas en condiciones muy difíciles, hormigueaban de erratas. Trotsky enviaba cartas de reproche a los responsables y ése era un punto que a menudo se repetía en sus conversaciones. Pero él mismo no releía las pruebas de sus escritos, libros o artículos, que se imprimían en ruso. Liova era el encargado de hacerlo. Es así que algunas indicaciones para la dactilógrafa rusa, escritas por Trotsky con lápiz fino en el manuscrito final de la “Historia”, fueron incorporadas al texto impreso. Trotsky se mostró muy irritado. Pero la “Historia” seguía siendo, evidentemente, la obra que él ponía por encima de todas las demás y, aparte de ciertas observaciones de impresión, no le achacaba crítica alguna.
Luego de los desórdenes provocados por la derecha contra el gobierno Daladier el 6 de febrero de 1934 en la Plaza de la Concordia y de la respuesta de la izquierda el 12 de febrero, Francia se polarizó políticamente. En París, el grupo trotskista intentaba ir más allá de la simple propaganda; se abrían ante él algunas posibilidades de acción. La Seguridad no había informado a ninguna autoridad local sobre la presencia de Trotsky en Barbizon. Sin embargo, quienes vivían en la residencia Ker Monique eran algo tan diferente a una familia francesa como para haber atraído, a partir de febrero, la atención de la gendarmería de Ponthierry, alertada sin duda por los chismes de Barbizon. Los gendarmes no habían encontrado nada preciso que reprochar a los habitantes de la casa, pero no dejaban de preguntarse quiénes eran y qué hacían.
Después de los acontecimientos de febrero, el gobierno Daladier había dejado el lugar al gobierno de Doumergue, mucho más a la derecha. Con el cambio de gobierno, muchos altos funcionarios habían sido trasladados, cosa que ocurrió sobre todo en el Ministerio del Interior. El gobierno de Daladier, después que le concedió la visa a Trotsky, pareció no haberse inquietado por él. Con el ministerio Doumergue, esa actitud se volvía anacrónica. Una campaña desenfrenada de prensa se desencadenó contra Trotsky. Las pasiones se encendían. Liova había arrendado en Lagny, en Seine et Marne, a unos 25 kilómetros al este de París, una casa a la que iba raramente y que tenía en reserva. Sólo dos o tres personas de su proximidad conocían su existencia. El 15 por la noche, Henri Molinier y él llevaron rápidamente a Trotsky y a Natalia de Barbizon a Lagny.