13 de diciembre de 2022

Trotsky revisitado (LXXXVII). Proscripciones y exilios (6)

Pablo Oprinari: Su llegada al puerto de Tampico

Pablo Oprinari (1972) es un sociólogo mexicano recibido en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que también obtuvo la Maestría en Estudios Latinoamericanos. Dirigente del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MTS), es coordinador de Ideas de Izquierda México, organización 
responsable de la red internacional de diarios “La Izquierda Diario”, periódico que se publica en quince países en siete idiomas y del cual es habitual columnista. En este medio ha publicado gran cantidad de artículos entre los cuales se pueden mencionar “Contrapuntos sobre la Revolución Mexicana”, “La ruptura de Emiliano Zapata con Francisco Madero”, “Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata”, “Trotsky en México y el cardenismo”, “Los caminos de Coyoacán. Trotsky y los trotskistas mexicanos”, “El marxismo de Trotsky ante México y América Latina”, “A 50 años de la masacre en Tlatelolco: la actualidad del ‘68”, “La alternancia en México: transición a la barbarie”, “La ‘narcopolitica’ contra los luchadores sociales” y “La barbarie capitalista es el resultado de la ‘maldita’ recolonización”. Participa también en la sede mexicana del Centro de Estudio, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky (CEIP), un centro que se dedica al estudio, investigación y difusión de la obra de Trotsky y de la IV Internacional, corriente por él fundada. Cuando esta entidad publicó en Brasil, en agosto de 2009, la compilación “Escritos Latinoamericanos” de Trotsky, Oprinari se encargó del prólogo al que tituló “Trotsky en México”. La versión completa de ese texto puede leerse en la página web “ceip.org.ar/Trotsky-en-Mexico”. Lo que se reproduce a renglón seguido es la primera parte de fragmentos seleccionados de dicho prólogo.

El 7 de diciembre de 1936, el presidente de México, Lázaro Cárdenas, respondió positivamente a las gestiones realizadas por Diego Rivera y Octavio Fernández, y otorgó el asilo a León Trotsky. Éste habrá recibido con alegría pero no sin cierta sorpresa la noticia: perseguido por la GPU estalinista y cuando todos los gobiernos del mundo cerraban sus puertas, el lejano México se las abría. Aún antes de llegar a su destino, hacia donde se embarcó el 19 de diciembre desde Noruega, Trotsky comenzó a estudiar sobre el que sería su sitio de residencia durante más de tres años y hasta su muerte: “Estoy leyendo ávidamente algunos textos sobre México. Nuestro planeta es tan pequeño, y sin embargo sabemos tan poco de él. Me he pasado así estos primeros ocho días, trabajando intensamente y especulando sobre este misterioso México” (“En el Atlántico”, 28 de diciembre de 1936).
León Trotsky y Natalia Sedova llegaron al puerto de Tampico el 9 de enero del 37, y en su asilo en el país latinoamericano fueron testigos del paso más atrevido del gobierno cardenista: la expropiación de las empresas petroleras, que marcaron un antes y un después en la política mexicana del siglo XX. Trotsky arribó a un país convulsionado por veinticinco años de revoluciones y contrarrevoluciones, intentonas de golpes de Estado y levantamientos religiosos, insurrecciones campesinas y huelgas heroicas del movimiento obrero anarcosindicalista y comunista. La gigantesca ola de la revolución de 1910-17 continuaba agitando la realidad política y social. Testimonio de ello eran las movilizaciones de masas de 1938, así como el despliegue de las vanguardias en el arte y la cultura -cuya mayor expresión fue el movimiento muralista- nutridas por artistas que llegaron de todo el mundo atraídos por el mítico México revolucionario.
La llegada de Trotsky arrojó mas “leña al fuego” por su trayectoria revolucionaria y antiestalinista. Y despertó una campaña de oposición a su derecho de asilo que, en los hechos, unificó a varias formaciones políticas de derecha, al Partido Comunista Mexicano (PCM) y a la cúpula de la Central de Trabajadores de México (CTM), encabezada por Vicente Lombardo Toledano. El PCM y Lombardo Toledano intentaron cambiar la decisión de Cárdenas y, cuando no lo lograron, orquestaron una campaña de calumnias contra el exiliado ruso, preparando el terreno para su posterior asesinato.
Durante su estadía, Trotsky respetó las condiciones que normaban la actuación de un refugiado y no intervino públicamente sobre los asuntos de la política nacional. Aún así, y por su misma presencia, se convirtió en un actor político de importancia en el México de entonces. Hospedado inicialmente en la hoy conocida como “Casa Azul” de los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, organizó una febril actividad que, en los primeros meses, se orientó a responder a los fraudulentos e ignominiosos Procesos de Moscú. Mediante una labor minuciosa, desenmascaró todas y cada una de las calumnias estalinistas, en un contra proceso presidido por el conocido pedagogo y filósofo norteamericano John Dewey.
Desde el inicio contó con el apoyo de militantes europeos y norteamericanos de la Oposición de Izquierda Internacional (como Joseph Hansen, Joe Frankel y quien fuera su secretario y colaborador durante gran parte de su exilio, Jan Van Heijenoort) así como de militantes mexicanos de la Liga Comunista Internacionalista (LCI), quienes participaban en las actividades políticas, de secretaría y seguridad. La casa de Coyoacán se convirtió rápidamente en su cuartel general y cada faceta se organizaba minuciosamente; Trotsky reunía por la mañana muy temprano a sus secretarios y colaboradores para planificar la actividad del día.
Contó también con el apoyo de Diego Rivera, uno de los pintores muralistas más reconocidos en México y el mundo, quien -expulsado del Partido Comunista- había adherido a la LCI. Rivera llegó a tener con Trotsky una relación muy cercana, hasta que, a fines de 1938, inició una crisis que llevó a la ruptura entre ambas personalidades. Junto a Rivera, otras figuras políticas e intelectuales de México cultivaron una relación cercana con el fundador del Ejército Rojo, como Antonio Hidalgo (funcionario del gobierno cardenista), los hermanos Francisco y Adolfo Zamora, o Francisco J. Múgica, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, amigo y compañero de armas de Lázaro Cárdenas. Múgica era el enlace de más alto nivel en el gobierno, ya que el presidente, a pesar de otorgar el asilo a Trotsky en un acto desinteresado y motivado por un sentimiento humanitario y progresista, nunca se entrevistó con él, en una actitud que buscaba no agitar las aguas de la política interna.


Trotsky orientó sus energías hacia una multitud de cuestiones políticas; tanto en relación con el país y el continente en donde se encontraba, como en cuanto a la lucha contra el estalinismo. Dedicó esfuerzos a recibir y discutir con personalidades como el obrero argentino Mateo Fossa, a cultivar relaciones políticas con los exiliados apristas y de otros países, así como a construir un agrupamiento internacional de artistas revolucionarios, la Federación Internacional de Artistas Revolucionarios e Independientes (FIARI), proyectado como una alternativa a la labor del estalinismo en ese terreno. Propició además la publicación de un nuevo órgano teórico, “Clave. Tribuna Marxista”, escribiendo numerosos artículos, los cuales no siempre aparecieron con su firma.
A su llegada, la política internacional estaba signada por la inminencia de la nueva guerra mundial. Eso exigía profundizar el análisis de la situación y las perspectivas de las potencias imperialistas y sus relaciones con el estado obrero soviético y el mundo colonial y semicolonial, lo cual Trotsky realizó en innumerables artículos y elaboraciones. Las tareas que de allí se desprendían para el Movimiento por la IV Internacional eran enormes y en condiciones harto difíciles, agravadas por la persecución de la GPU, la policía política soviética en tiempos de Stalin. Para Trotsky era urgente -ante el desbarranque de la III Internacional estalinizada- fundar la IV Internacional y dotarla de un programa revolucionario, sentando las bases de una alternativa de dirección para la clase obrera y los pueblos del mundo. Y es que sus expectativas eran que -de forma similar a lo ocurrido al final de la I Guerra-, la próxima conflagración mundial podía ser partera de nuevas revoluciones, por lo cual era fundamental que los cuartainternacionalistas tuvieran una organización y un programa a la altura de las circunstancias. Por ello Trotsky elaboró, en México, el documento que se conoce como “Programa de Transición”, que pretendía ser una guía para la acción durante y después de la guerra. Con el fin de sostener discusiones sobre la construcción de esta organización y sobre su programa, es que acudieron, a su residencia en México, muchos de los dirigentes de lo que, desde el 3 de septiembre de 1938, sería la IV Internacional.
El último exilio de Trotsky se dio en un verdadero cruce histórico entre los prolegómenos de la guerra y una realidad nacional convulsionada por la lucha de clases, donde la actuación de las fuerzas políticas y sociales de México estuvo cruzada por la situación de las potencias imperialistas, como se vio en 1938. Esta rica y compleja situación contextualizó e impulsó su profusa actividad como intelectual y dirigente de la corriente marxista revolucionaria. No podemos dejar de mencionar las duras condiciones económicas y personales en las que vivió en esos años. En México, se enteró de la muerte de su hijo León Sedov en Francia, víctima de una conspiración de la GPU apoyada en las redes de los exiliados “blancos”; en ese panorama de persecución y muerte que se abatió sobre su familia, él y Natalia contaron con la alegría de la llegada de su nieto Seva Volkov.
Aún en esas condiciones adversas, Trotsky mantuvo su “fe en el futuro comunista de la humanidad” -como lo escribió en su “Testamento” a inicios de 1940-, y un combate activo contra el estalinismo y por la construcción del partido mundial de la revolución socialista. Lo hizo aún en la antesala de la “medianoche del siglo” (como denominó Víctor Serge a esos años aciagos), y esa fue la causa de que acallaran su voz, su pluma y su vida. Si la atracción que México ejercía en el mundo, era consecuencia en gran medida de la irrupción de los ejércitos campesinos de Francisco Villa y Emiliano Zapata, el derrotero seguido por la revolución de 1910-17 es lo que explica los convulsivos años ‘30.
Al llegar a México, Trotsky se encontró con la peculiar situación del estalinismo nativo que tenía dos expresiones las cuales, en líneas generales, coincidían en la estrategia política. Durante la estancia de Trotsky, afloró en toda su dimensión el carácter gangsteril del estalinismo nativo. Como escribe Esteban Volkov: “Al recibir Trotsky el asilo en México, el Partido Comunista Mexicano adquiere un papel protagónico de primer nivel en el horizonte estalinista, de inmediato recibe instrucciones de desatar en su prensa y en los sindicatos bajo su control una encarnizada campaña de las consabidas como habituales calumnias y difamaciones, propaladas desde Moscú, contra el organizador del Ejército Rojo en un intento que afortunadamente resultó vano, para “revertir la decisión del Primer Mandatario de México”. De igual forma, Lombardo Toledano se convirtió en uno de los promotores de la cancelación de su derecho de asilo desde “El Popular”; para ese fin, por ejemplo, acusó a Trotsky de estar complotado con la reacción en contra de Cárdenas, lo cual fue negado enérgicamente por aquél.
Todo esto buscaba preparar a la opinión pública para un atentado, y con ese fin arribaron a México distintos representantes de la GPU, como fue -entre otros- Vittorio Codovilla, Vittorio Vidali (por segunda ocasión) y Ramón Mercader, quien sería el autor material del asesinato de León Trotsky. Acallar a éste se volvió urgente para Stalin, en la medida en que, desde su arribo, Trotsky desplegó una enérgica labor para contrarrestar los Procesos de Moscú mediante el Contraproceso de la Comisión Dewey. Hacia principios de 1940, el revolucionario ruso “observó un crescendo en la campaña de calumnias y difamaciones orquestadas por el Partido Comunista en su contra, al igual que la que realizaba Vicente Lombardo Toledano”.
Según evaluaba Trotsky, posiblemente ciertos reparos presentados por un sector de la dirección del PCM hacia la “acción directa”, detonaron una nueva purga que sacudió los estamentos dirigentes del PCM y terminó con la expulsión de Valentín Campa y Hernán Laborde, quienes hasta ese momento habían impulsado la campaña estalinista. La injerencia de la GPU, bajo órdenes directas de Stalin, transformó aun más al PCM en un dócil instrumento de las intrigas contra Trotsky. En el clímax de la campaña de calumnias, se fraguó un primer atentado con ametralladoras y bombas de mano, encabezado por el muralista David A. Siqueiros. Luego del fracaso de este ataque, se puso en marcha un segundo plan, consistente en la infiltración de Mercader en la casa de la calle Viena y el artero atentado que acabó con su vida.


Si los escritos de Trotsky mostraron un análisis crítico del proceso de estalinización y degeneración del comunismo criollo, a la par existió una tradición política de oposición por izquierda al estalinismo, expresada en la joven organización trotskista mexicana. Los orígenes de la oposición de izquierda en México, a fines de la década del ‘20, tienen en la figura del norteamericano Russell Blackwell uno de sus puntos de partida. Proveniente del Partido Comunista de EE.UU. se integró al PCM. Blackwell, quien utilizó el nombre de Rosalio Negrete en México, simpatizó con quienes en el Partido Comunista de Estados Unidos tomaron partido por Trotsky en su lucha contra Stalin. Con el establecimiento de la Liga Comunista de América, él comenzó a recibir el periódico de la Liga, “The Militant”, y otra literatura trotskista. A partir de entonces, reagrupó a distintos militantes del PCM atraídos por las ideas y la lucha de Trotsky y la Oposición de Izquierda, al tiempo que ocupaba el cargo de Secretario de Organización dentro de la Juventud Comunista.
Desatada la discusión interna en 1929, Negrete fue expulsado del PCM en una asamblea extraordinaria del Comité Central de la JC, donde estaba presente Vidali. Su labor para organizar un núcleo oposicionista dentro del PCM no cejó y continuó trabajando clandestinamente para constituir la Oposición de Izquierda. Para entonces contaba ya en esta tarea con un aliado firme, Manuel Rodríguez, con quien pronto empezaría a elaborar el primer boletín interno en la historia del trotskismo mexicano y con quien intentó formar el primer núcleo pro-trotskista en la seno del PCM. Tiempo después, fue deportado a los EE.UU., desde donde continuó colaborando con los oposicionistas mexicanos.
La otra figura que se asocia a los orígenes del trotskismo mexicano es la del cubano Julio Antonio Mella, aunque de forma más controvertida. Siendo uno de los líderes comunistas contra la dictadura de Machado, llega a México en 1926. Incorporado al PCM y desarrollando una labor incansable en el periódico “El Machete”, en 1928 animó una oposición a la política sindical de la dirección del PC. Las investigaciones realizadas -destacando la que realizó Alejandro Gálvez Cancino y que recoge Olivia Gall en su libro “Trotsky en México - y los testimonios recogidos establecen, con fundamento, las simpatías de Mella por las ideas de Trotsky. Sus posturas enfatizan, por ejemplo, “la absoluta necesidad de la autonomía organizativa de los trabajadores” en la lucha por la liberación nacional, lo que contrariaba la postura estalinista en esos años. Aunque no podríamos afirmar que Mella compartiese (o conociese) en su totalidad la teoría de la revolución permanente de Trotsky, el hecho es que en varios escritos -y en particular en su crítica al APRA y en la relación entre la lucha antiimperialista y el socialismo- expresa una postura muy similar a las que sostuvieron los oposicionistas dentro de la Comintern.
A la vez, Mella menciona a Trotsky en sus elaboraciones y saluda algunos de sus documentos; nadie puede pensar seriamente que aquel no fuera consciente de las repercusiones de esto tendría en la dirección del PCM y de la IC. Aunque la “historia oficial” en torno a Mella no registra ninguna actuación en pos de construir un núcleo oposicionista en el PCM, las elaboraciones mencionadas reúnen testimonios de militantes trotskistas que, cuando menos, permiten poner en duda la versión tradicional, ya que plantean que existían vínculos entre Mella y los primeros movimientos de oposición a la dirección del PCM, y que muestran su conocimiento de la actividad de Negrete. Bernando Claraval, en particular, sostuvo “El primer brote de oposición en México fue Mella, el segundo Blackwell”, y sostenía que era contrario a la noción de “construir el socialismo en un solo país”. Galvez presenta el testimonio del trotskista Alberto Martínez, quien afirmaba que Mella viajó a la URSS en 1927, donde se encontró con Andrés Nin, quien le entregó la Plataforma de la Oposición (y que aquel luego obsequió, con la dedicatoria “para rearmar al comunismo” al mismo Martínez). En 1928, Mella fue acusado de “posiciones trotskistas” por Vittorio Codovilla, quien obstaculizó su accionar al interior de Internacional Comunista. Según distintas fuentes, fue expulsado del CC del PCM, y en enero de 1929 fue asesinado en la ciudad de México, debatiéndose aún si esto fue resultado de la acción de los esbirros del dictador cubano Gerardo Machado o si Julio Antonio Mella es uno de los primeros asesinados por el estalinismo fuera de la URSS debido a su disidencia.


Para fines del año 1934, de la integración y fusión de ambos núcleos surgió el primer grupo trotskista mexicano: la Liga Comunista Internacionalista, con la que simpatizaba el muralista Diego Rivera. Los años previos a la llegada de Trotsky a México no fueron sencillos. En 1934 la represión arreció y varios militantes de la LCI fueron deportados a las Islas Marías. En esos años se editaron varias publicaciones, y en 1935 la LCI sufrió una profunda crisis. Pero a principios de 1936, por iniciativa de Rivera, se abrió la posibilidad de trabajar en el Sindicato de la Construcción (SUC), donde Fernández dio conferencias sobre diversos temas e inició el reclutamiento para la oposición de izquierda. La convicción de reconstruir una organización política revolucionaria anclada en la clase obrera estuvo presente en los años siguientes: “Me presenté al secretario general de este sindicato, Juan R. De la Cruz y a dos o tres dirigentes que habían sido sindicalistas y esto les daba una fisonomía progresista en las cuestiones políticas y sindicales. Estuvieron entusiasmados con lo que les dije de la formación política y me dijeron entonces que tenía carta blanca. Comencé entonces a unirme a las reuniones de las secciones de pintores, albañiles, herreros, yeseros, e invitar a los obreros a hablar del movimiento obrero, de la ley federal del trabajo, de la historia de México”, recuerda Octavio Fernández.
“Comenzamos y, al cabo de ocho a diez días, yo tenía un grupo de cien a ciento cincuenta jóvenes. Había algunos panaderos, pintores, yeseros, herreros a quienes di conferencias sobre la historia de México, nociones de derecho obrero y luego comencé con las cuestiones políticas hasta que, al cabo de dos o tres meses, empecé a hablar francamente de la IV Internacional y todo el resto. En el sindicato, cuando comencé este trabajo, había alrededor de seiscientos militantes y sobre esta base invité a los dirigentes del sindicato a formar parte de un grupo de la IV Internacional y estuvieron de acuerdo. Luego organizamos una reunión en la cual participó Ibarra, los Ayala, Galicia, mi hermano Carlos, Benjamín Álvarez, Diego Rivera, Frida Khalo, Juan R. De la Cruz y de ocho a diez obreros del sindicato de la construcción y allí se decidió crear de nuevo la sección mexicana de lo que iba a ser la IV Internacional”.
La LCI reconstituida privilegió la labor política sobre el SUC, el magisterio y la Casa del Pueblo, nutriendo sus filas de elementos obreros, en un contexto de enfrentamiento constante con el PCM y el lombardismo (la organización política y sindical de Vicente Lombardo) quienes, según Octavio Fernández, “arreglaban a los disparos” los conflictos políticos, lo cual requería la organización de “estos grupos del sindicato de la construcción en grupos de autodefensa. Diego Rivera aportó la plata para comprar las armas y luego todos estuvimos armados. Así, por primera vez de esta manera, fuimos capaces de hacer frente delante de los ataques de los lombardistas y comunistas y el sindicato de la construcción se desarrolló rápidamente, contando casi con diez mil miembros y la fracción que constituía estos grupos de choque eran miembros de la IV Internacional”. A tono con lo que sucedía en otros países donde se intentaba construir una corriente de oposición al estalinismo, el primer grupo trotskista mexicano se formó al calor del enfrentamiento contra los métodos gangsteriles de Stalin, combinando la propaganda con la autodefensa armada.