Jean van Heijenoort:
Los preparativos para exiliarse en México
Durante su estancia en Vexhall, Noruega, Trotsky escribió “La revolución traicionada”, obra en la que caracterizó al régimen de Stalin como el gobierno de una casta burocrática usurpadora del poder. La respuesta desde Moscú no tardó en llegar. Pronto se iniciaron los ataques en su contra a través del diario comunista “Arberderen” que aseguraba que Trotsky planeaba una serie de actividades terroristas en contra de la URSS y que utilizaba el territorio noruego como base para preparar sus ataques. El gobierno noruego amonestó severamente a Trotsky por violar la prohibición de mantener actividades políticas dentro del país. Por entonces Stalin fundó el Comisariado del Pueblo para Asuntos Interiores (NKVD) para que se ocupase de la seguridad del Estado. Desde allí se acusó formalmente a Trotsky de traición y conspiración en contra del Estado soviético e incluso de ser un agente nazi, señalando a su hijo Liova y a los antiguos revolucionarios Zinóviev, Kámenev y Smirnov de actuar como sus cómplices. Los tres últimos fueron procesados y, bajo tortura, confesaron planear por órdenes de Trotsky el asesinato de Stalin, por lo que fueron fusilados. Trotsky y su hijo se convirtieron en convictos de la justicia soviética. Mientras que en Francia Liova redactaba el “Libro rojo”, a través de cuyas páginas defendía a su padre y a otros revolucionarios y denunciaba la estructura autoritaria del estalinismo, el Ministro de Justicia del gobierno noruego, acusaba a Trotsky de infligir las condiciones de su visa y le exigía abstenerse de emitir públicamente sus opiniones políticas y someter su correspondencia a la censura. Como Trotsky se negó, fue puesto bajo arresto domiciliario quedando incomunicado. El gobierno soviético presionaba para que Trotsky fuera expulsado de Noruega, pero ningún país se decidía a recibirlo. España, Francia y Estados Unidos se negaron a concederle la visa, pero en México Lázaro Cárdenas, a la sazón presidente de la república, no sólo aceptó visar a Trotsky como asilado político sino que lo nombró huésped del gobierno mexicano y permitió su permanencia en ese país de forma indefinida y con las mínimas restricciones que señalaba la Constitución mexicana con respecto a los extranjeros inmigrantes. Fragmentos de los detalles de esta última etapa de su exilio entes de llegar a Coyoacán, son los que siguen a continuación narrados por Jean van Heijenoort.
De regreso a París, volví a ocupar mi lugar en el grupo trotskista francés, pero pronto mi actividad cotidiana fue colaborar con Liova en la refutación de las falsas alegaciones del proceso Zinoviev-Kamenev. Trotsky había sido reducido al silencio. Liova se puso a escribir un largo texto que poco a poco fue tomando forma. Yo lo traducía al francés y me ocupaba de su impresión. El texto, finalmente, vio la luz; era el “Libro rojo”, primera refutación sistemática de las falsificaciones del proceso Zinoviev-Kamenev. Una comisión investigadora sobre el proceso de Moscú se había formado en París. Gérard Rosenthal, como abogado, tenía un papel muy activo en ella. Yo trabajaba con él. Fue en las sesiones de esta comisión donde pude ver de cerca a Alfred y Marguerite Rosmer, a André Breton, a Victor Serge. Durante ese otoño de 1936 veía a Liova casi diariamente y aprendí a conocerlo mejor. Trabajaba en condiciones difíciles: las persecuciones que venían de Moscú, las dificultades con las autoridades francesas, la falta de dinero, sus relaciones con Jeanne. Liova manifestaba hacia la dirección del grupo trotskista francés una constante desconfianza. No sin desprecio, decía casi todo el tiempo al hablar de ellos “los franceses”. No vacilaba en decir, en la conversación, “nosotros, los rusos”. En 1934 alababa al estalinista Dimitrov diciendo que tenía la “tripa bolchevique”. Su falta de confianza en los trotskistas franceses, por otro lado, tal vez le costó la vida.
Cuando se sintió enfermo, en febrero de 1938, hubiera podido dirigirse a alguno de los dirigentes del grupo trotskista francés Rous, Naville o Gérard, que conocían a excelentes médicos. El padre de Gérard, en particular, un gran médico parisino, podía dar los mejores consejos y abrir todas las puertas. En su departamento había parado Trotsky durante su estadía en París, en junio de 1935. Liova prefirió meterse en una clínica rusa que en París, en 1938, no podía sino estar infestada de rusos blancos y de agentes estalinistas. Se presentó como que era un ingeniero francés. En dos minutos los otros rusos no pudieron dejar de darse cuenta de que era ruso. La dirección del grupo trotskista francés se enteró de su ingreso a la clínica y de su operación muy tarde. En los momentos en que tomó su decisión estaba, junto a él, Jeanne, cuya honestidad evidentemente no se cuestiona pero que estaba animada por una hostilidad violenta y apasionada contra la conducción del grupo francés, y Mark Zborowski, de quien ahora se sabe que era un espía estalinista. Liova, en ese momento decisivo, no se puso en relación con ninguno de los dirigentes trotskistas franceses. Cuando tomó la decisión de internarse en esa clínica rusa estaba todavía perfectamente consciente, pero Zborowski probablemente no debe haber dejado de consolidarlo en su resolución.
Durante los años que Liova vivió en París, su colaborador más cercano era Mark Zborowski, que muchos años después fue públicamente desenmascarado como agente de la GPU. Desde la llegada de Trotsky a Estambul, cierto número de agentes estalinistas había penetrado en las filas de la organización trotskista. Sin mencionar aquí los espías locales, reclutados en el lugar y cuyas actividades no salían del marco de una sección nacional, había una buena media docena de agentes internacionales, es decir, agentes que se encontraban mezclados en la vida de varias secciones, en el trabajo del Secretariado Internacional, en la difusión del “Boletín de la Oposición”, que trabajaban con Liova, que se escribían con Trotsky y que incluso iban a verlo. Los tres principales de esos agentes eran los hermanos Sobolevicius y Mark Zborowski.
Los hermanos Sobolevicius, Abraham y Ruvin, conocidos en la organización trotskista con los nombres de Senin y Román Well, hicieron su aparición en el grupo de Leipzig de la organización trotskista alemana en 1929. Eran entonces, como ahora se sabe, agentes reclutados y entrenados por la GPU desde hacía dos años. Eran judíos lituanos e hicieron un ascenso rápido en la organización internacional. Well se ofreció a Raymond Molinier para la difusión del “Boletín de la Oposición” en Alemania. Liova pronto confió en Well para esta difusión en Rusia misma y en los países limítrofes, lo que era bastante más grave. Los dos hermanos participaron en el trabajo de la dirección del grupo trotskista alemán y en el del Secretariado Internacional. En agosto de 1931, Well y Senin fueron a Prinkipo a visitar a Trotsky. Estaban, entonces, bien instalados en el corazón mismo de la organización trotskista. Cuando a fines de 1932 Trotsky fue a Copenhague, Senin llegó a verlo desde Berlín. Un poco antes, había hecho un viaje a Rusia y trajo a Trotsky noticias extremadamente pesimistas sobre la situación económica de allí, la que, después de la aventura estalinista de la colectivización forzada en el campo, era realmente muy sombría.
Tal vez Senin sólo daba a Trotsky detalles sobre una situación que éste podía muy bien juzgar con otros criterios y buscaba así fortalecer su posición en la organización trotskista. Tal vez era una maniobra destinada a empujar a Trotsky en cierta dirección. En diciembre de 1932 los desacuerdos y las discusiones se multiplicaron en el grupo trotskista alemán. Well y Senin consiguieron llevarse tras de sí a cierto sector de la organización. El diario del grupo trotskista alemán era “Die Permanente Revolution”. En enero de 1933 Well y Senin publicaron un número falso del diario, imitando el título y la disposición tipográfica. El número falso reclamaba el retorno al estalinismo y fue reproducido, con los comentarios apropiados, en el diario principal del PC alemán, “Die Rote Fahne”. En vísperas de la llegada de Hitler al poder, el grupo trotskista alemán se encontraba hecho añicos. Era asombroso, por otro lado, que en la atmósfera política sobrecalentada de los años 1931 y 1932, el grupo trotskista alemán hubiera progresado tan poco. En Alemania el estancamiento había sido completo y justo antes de la llegada de Hitler al poder, la desintegración. Se pueden dar muchas razones de estos hechos, pero uno se puede preguntar también si las maquinaciones solapadas de los hermanos Sobolevicius no constituyeron un factor importante de la parálisis del grupo trotskista alemán. Es así, en todo caso, como Trotsky interpretó las cosas: no pensaba hasta entonces que Well fuera un agente profesional y lo tomaba por un capitulador.
Los hermanos Sobolevicius desparecieron momentáneamente de la escena pero, en 1936, cuando el primer proceso de Moscú, Trotsky tuvo la ocasión de interesarse en ellos. Uno de los acusados del juicio, Valentin Olberg, había estado cerca de algunos grupos trotskistas en Alemania unos años antes. Trotsky se refirió a la cuestión en una carta a Liova del 22 de agosto de 1936: “Este ejemplo confirma la hipótesis de que todos los otros testigos de cargo fueron reclutados por la GPU entre esos elementos que en el extranjero se mezclaron a la oposición de izquierda o que al menos intentaron hacerlo. Esa gente era ya entonces agentes directos de la GPU o bien jóvenes arribistas que esperaban hacer carrera en la oposición de izquierda y que luego se valieron de su traición a esa misma oposición de izquierda para hacer carrera. Hay varios elementos de esa especie (Mill, por ejemplo, en París, los hermanos Well y Senin, Gráf, etc.)”. En otra carta, fechada el mismo día, escribía también a Liova: “Lo que hay que esclarecer es si esos señores que nosotros conocemos bien, Mill, Well, Senin y Gráf, no se ocultan detrás de los nombres desconocidos que aparecen en el acta de acusación. En ese caso todos serían desenmascarados como simples informadores y provocadores”. Senin, hacia 1935, pasó cierto tiempo en Rusia y ayudó a la GPU en la represión en contra de trotskistas deportados. Durante los primeros tiempos de la Guerra Civil Española, se supo que Well hacía frecuentemente el trayecto de ida y vuelta entre Toulouse y Barcelona.
Mis relaciones con Zborowski nunca fueron cordiales, pero jamás tuve sospechas particulares acerca de él. Lo encontré instalado como miembro del grupo trotskista francés y como colaborador de Liova en uno de mis regresos a París. Debía ser entre 1934 y 1936, pero no tengo un recuerdo preciso de mis primeros encuentros con él. Las relaciones entre los miembros de la organización trotskista tenían, por supuesto, sus ribetes personales. Con algunos, uno se entendía bien y era amigo; con otros, simplemente se trabajaba en común.
Liova
le tenía confianza, lo veía casi a diario, trabajaba con él, hablaba con él en
ruso, es decir, su común lengua materna. Zborowski había llegado hasta Liova a
través del grupo trotskista francés. Se había presentado como un estudiante que
tenía simpatías trotskistas y había entrado en el grupo. Jeanne se enteró que
sabía el ruso y se lo presentó a Liova. Zborowski utilizó una técnica bastante
diferente de la de Well. Éste se presentaba como dirigente político. Tomaba
posiciones, organizaba una fracción, intentaba maniobras, todo eso con fines de
desorganización. Es a ese aspecto al que aludía Trotsky cuando, el 21 de
diciembre, escribía a Raymond Molinier: “Well tiene astucia y buenos puños, ha
sabido apoyarse en algunos elementos obreros; por eso bastó que se
desenmascarara para que la crisis estallara abiertamente”. Zborowski actuaba de
un modo muy diferente en la organización francesa. No llamaba por nada la
atención. Votaba siempre con la mayoría. Apenas se advertía su existencia. Mi
impresión bien definida es que Zborowski nunca planteaba a Liova una cuestión
que hubiera podido provocar una discusión política cualquiera o al menos una
conversación seria sobre un problema serio. Era servicial, siempre dispuesto a
cumplir las tareas que Liova le encargaba. Nada resaltaba en él, salvo su
insignificancia.
Well y Senin se habían desenmascarado la víspera misma de la llegada de Hitler al poder. En el torbellino político que siguió después, pronto se los olvidó. La orientación hacia la nueva Internacional abría una nueva perspectiva. Se miraba al futuro, no al pasado. Después del asunto Obin-Mill, Trotsky, el 10 de octubre de 1932, había reconocido que hubo de su parte y de la de Liova, un “error” al haber confiado grandes responsabilidades a alguien cuya calificación casi única había sido que hablaba ruso. Este reconocimiento de un error seguía siendo abstracto. Con Well y Senin ni siquiera hubo eso. Se dio simplemente la espalda al pasado y, un año o dos más tarde, se repitió con Zborowski lo que se había hecho con ellos; alguien que habla ruso se presenta, se lo integra y pronto tiene en sus manos las direcciones del Boletín, se le otorga confianza en todo.
Por cierto que Trotsky no dejaba de multiplicar las recomendaciones. Me contó un día que, incluso en el poder, Lenin escribía él mismo, a mano, las direcciones de los sobres de las cartas que enviaba. Eso revela una preocupación por el detalle que era ajena a Trotsky, siempre dispuesto a valerse de secretarios. Pero, a pesar de su desconfianza, Lenin se había dejado engañar por Malinovsky. El 10 de octubre de 1935, Trotsky escribía a Liova: “La GPU hará cualquier cosa para apoderarse de mis archivos”, anticipándose así al robo de la calle Michelet. Pero todas esas recomendaciones seguían siendo abstractas. Trotsky vociferaba contra las erratas pero dejaba a otros el cuidado de corregir las pruebas de sus libros. Lo mismo sucedía con otros detalles. Era demasiado gran señor para ocuparse de cerca de algunas cosas. Una vez hechas estas reservas, había en Trotsky no solamente una impaciencia respecto a los detalles, sino también una tal confianza en sus ideas, una tal pasión intelectual que lo llevaban a creer que en las condiciones requeridas uno no podía sino ser conquistado por sus ideas.
A Naville, quien le manifestó sus sospechas sobre Zborowski, Trotsky le respondió un día: “¡Usted quiere privarme de mis colaboradores!”, lo cual era una manera más bien extraña de considerar las cosas. Cuando Blumkin lo visitó en Prinkipo en 1929, Trotsky le entregó una carta manuscrita para los opositores de Moscú. ¿Esa carta era realmente oportuna? En el momento del asunto de Barbizón, Trotsky se calificó a sí mismo, en una declaración a la prensa, de “viejo conspirador”. Pero, dos semanas más tarde, infringía las reglas de la conspiración. A fin de abril de 1934 vivía, como ya lo he contado, en un hotel, en Chamonix.
Well y Senin se habían desenmascarado la víspera misma de la llegada de Hitler al poder. En el torbellino político que siguió después, pronto se los olvidó. La orientación hacia la nueva Internacional abría una nueva perspectiva. Se miraba al futuro, no al pasado. Después del asunto Obin-Mill, Trotsky, el 10 de octubre de 1932, había reconocido que hubo de su parte y de la de Liova, un “error” al haber confiado grandes responsabilidades a alguien cuya calificación casi única había sido que hablaba ruso. Este reconocimiento de un error seguía siendo abstracto. Con Well y Senin ni siquiera hubo eso. Se dio simplemente la espalda al pasado y, un año o dos más tarde, se repitió con Zborowski lo que se había hecho con ellos; alguien que habla ruso se presenta, se lo integra y pronto tiene en sus manos las direcciones del Boletín, se le otorga confianza en todo.
Por cierto que Trotsky no dejaba de multiplicar las recomendaciones. Me contó un día que, incluso en el poder, Lenin escribía él mismo, a mano, las direcciones de los sobres de las cartas que enviaba. Eso revela una preocupación por el detalle que era ajena a Trotsky, siempre dispuesto a valerse de secretarios. Pero, a pesar de su desconfianza, Lenin se había dejado engañar por Malinovsky. El 10 de octubre de 1935, Trotsky escribía a Liova: “La GPU hará cualquier cosa para apoderarse de mis archivos”, anticipándose así al robo de la calle Michelet. Pero todas esas recomendaciones seguían siendo abstractas. Trotsky vociferaba contra las erratas pero dejaba a otros el cuidado de corregir las pruebas de sus libros. Lo mismo sucedía con otros detalles. Era demasiado gran señor para ocuparse de cerca de algunas cosas. Una vez hechas estas reservas, había en Trotsky no solamente una impaciencia respecto a los detalles, sino también una tal confianza en sus ideas, una tal pasión intelectual que lo llevaban a creer que en las condiciones requeridas uno no podía sino ser conquistado por sus ideas.
A Naville, quien le manifestó sus sospechas sobre Zborowski, Trotsky le respondió un día: “¡Usted quiere privarme de mis colaboradores!”, lo cual era una manera más bien extraña de considerar las cosas. Cuando Blumkin lo visitó en Prinkipo en 1929, Trotsky le entregó una carta manuscrita para los opositores de Moscú. ¿Esa carta era realmente oportuna? En el momento del asunto de Barbizón, Trotsky se calificó a sí mismo, en una declaración a la prensa, de “viejo conspirador”. Pero, dos semanas más tarde, infringía las reglas de la conspiración. A fin de abril de 1934 vivía, como ya lo he contado, en un hotel, en Chamonix.
En cuanto
a Liova, ya he referido cómo se sentía de inmediato cómodo con un ruso. Hay que
agregar que había, en sus relaciones con su padre, cierto matiz de diplomacia.
Le comunicaba algunas cosas, pero callaba otras. En la noche del 6 al 7 de
noviembre de 1936, la GPU robó en París una parte de los archivos de Trotsky.
Habían sido depositados en un departamento de la calle Michelet. La policía
francesa comprobó que el atentado había sido efectuado con una notable técnica
profesional. Naturalmente, a través de Zborowski, la GPU sabía por adelantado
lo que habría de encontrar en la calle Michelet. Después del robo, Liova
escribió a su padre que los materiales robados consistían “en su mayor parte”
de colecciones de periódicos de tendencias trotskistas en diversos idiomas.
Cuesta creer que la GPU hiciera venir de Moscú a un equipo de ladrones
profesionales para robar periódicos, sabiendo de antemano lo que allí se
encontraba.
En diciembre de 1936 Liova y yo sólo teníamos sobre los planes del gobierno noruego concernientes a Trotsky noticias confusas y tardías. En un viejo pasaporte descubro la huella de una visa de tránsito alemana, que nunca utilicé y que me fue acordada el 22 de diciembre. Tal vez la había solicitado unos días antes, cuando Liova me pidió que partiera inmediatamente a Noruega para encontrarme con Trotsky en Oslo y acompañarlo a México. Supimos, por fin, que Trotsky y Natalia se habían embarcado el 19 de diciembre. Cuando la situación estuvo clara, Liova me pidió que me preparara para partir a México. Los funcionarios del consulado mexicano en París, que habían recibido instrucciones enviadas por iniciativa de Cárdenas, se mostraron muy amables y me entregaron inmediatamente todos los papeles necesarios para entrar a México. Yo no sabía mucho sobre ese país. Me acuerdo que la víspera de mi viaje fui a leer en la biblioteca Sainte Geneviéve el artículo sobre México en una vieja enciclopedia.
Aterricé en México el 11 de enero, al mediodía. Desde el aeropuerto tomé un taxi hacia Coyoacán. En la Casa Azul de la avenida Londres, rodeada de policías, me encontré con Trotsky y Natalia que habían llegado de Tampico una hora antes. Les di las noticias de París. Escapado de la trampa noruega, Trotsky estaba lleno de entusiasmo. Había que organizar el secretariado lo más rápidamente posible, en un país nuevo, con una lengua nueva. Se desarrollaba entonces el segundo proceso de Moscú, el de Rádek, Piatakov, Murálov, Sokólnikov y una docena más. Cada día, a los despachos de prensa que detallaban los puntos de acusación fabricados en Moscú, Trotsky respondía con un artículo, demostrando el mecanismo de la fabricación. Había que traducir ese artículo en el momento al inglés y al español, distribuirlo a las agencias de prensa internacionales y entregarlo a los diarios mexicanos.
Diego Rivera había ofrecido a Trotsky la Casa Azul de Coyoacán, en la avenida Londres. Él vivía entonces con Frida Kahlo en San Ángel, a 3 o 4 kilómetros. Los dos tenían grandes atenciones con Trotsky. Conocimos a los miembros más activos del grupo trotskista mexicano. Eran jóvenes maestros o jóvenes obreros. Pronto empezaron a venir de noche, a la vez, dos o tres para montar guardia hasta la mañana, lo cual me permitía descansar del trabajo del día. Un alto funcionario mexicano, Antonio Hidalgo, aseguraba la relación con el gobierno y pronto se convirtió en un amigo personal. Era un hombre derecho, de carácter fuerte, que había participado en la revolución mexicana. Trotsky y Natalia le cobraron afecto.
En diciembre de 1936 Liova y yo sólo teníamos sobre los planes del gobierno noruego concernientes a Trotsky noticias confusas y tardías. En un viejo pasaporte descubro la huella de una visa de tránsito alemana, que nunca utilicé y que me fue acordada el 22 de diciembre. Tal vez la había solicitado unos días antes, cuando Liova me pidió que partiera inmediatamente a Noruega para encontrarme con Trotsky en Oslo y acompañarlo a México. Supimos, por fin, que Trotsky y Natalia se habían embarcado el 19 de diciembre. Cuando la situación estuvo clara, Liova me pidió que me preparara para partir a México. Los funcionarios del consulado mexicano en París, que habían recibido instrucciones enviadas por iniciativa de Cárdenas, se mostraron muy amables y me entregaron inmediatamente todos los papeles necesarios para entrar a México. Yo no sabía mucho sobre ese país. Me acuerdo que la víspera de mi viaje fui a leer en la biblioteca Sainte Geneviéve el artículo sobre México en una vieja enciclopedia.
Aterricé en México el 11 de enero, al mediodía. Desde el aeropuerto tomé un taxi hacia Coyoacán. En la Casa Azul de la avenida Londres, rodeada de policías, me encontré con Trotsky y Natalia que habían llegado de Tampico una hora antes. Les di las noticias de París. Escapado de la trampa noruega, Trotsky estaba lleno de entusiasmo. Había que organizar el secretariado lo más rápidamente posible, en un país nuevo, con una lengua nueva. Se desarrollaba entonces el segundo proceso de Moscú, el de Rádek, Piatakov, Murálov, Sokólnikov y una docena más. Cada día, a los despachos de prensa que detallaban los puntos de acusación fabricados en Moscú, Trotsky respondía con un artículo, demostrando el mecanismo de la fabricación. Había que traducir ese artículo en el momento al inglés y al español, distribuirlo a las agencias de prensa internacionales y entregarlo a los diarios mexicanos.
Diego Rivera había ofrecido a Trotsky la Casa Azul de Coyoacán, en la avenida Londres. Él vivía entonces con Frida Kahlo en San Ángel, a 3 o 4 kilómetros. Los dos tenían grandes atenciones con Trotsky. Conocimos a los miembros más activos del grupo trotskista mexicano. Eran jóvenes maestros o jóvenes obreros. Pronto empezaron a venir de noche, a la vez, dos o tres para montar guardia hasta la mañana, lo cual me permitía descansar del trabajo del día. Un alto funcionario mexicano, Antonio Hidalgo, aseguraba la relación con el gobierno y pronto se convirtió en un amigo personal. Era un hombre derecho, de carácter fuerte, que había participado en la revolución mexicana. Trotsky y Natalia le cobraron afecto.