Jean Van Heijenoort:
Su viaje a Copenhague y expulsión
de Francia e Italia
Estando desterrado en Turquía, Trotsky realizó un viaje a Copenhague invitado por un grupo de estudiantes daneses para dar una conferencia. Partió el 14 de noviembre de 1932 y, tras un regreso plagado de dificultades que lo llevaron a transitar por varias ciudades de Francia (Dunkerque, París, Avignon y Marsella) e Italia (Vintimilla, Génova, Milán, Venecia y Brindisi) finalmente pudo retornar el 11 de diciembre. En junio de 1933 le concedió una entrevista al novelista belga Georges Simenon, la que sería publicada en el periódico francés “Paris-Soir”, y al año siguiente escribió “Pour un programme d'action” (Para un programa de acción), artículo que sería publicado en el periódico “La Verité” en junio de 1934. Tras ser deportado de Francia y pasar unos días en Amberes, Bélgica, se instaló en Oslo. Jean van Heijenoort lo acompañó en su viaje y en los primeros días de estadía en Noruega, en junio de 1935. De allí, Trotsky volvió a Francia en agosto de 1936, cuando se produjeron los procesos de Moscú y las primeras medidas represivas del gobierno de Oslo. Por entonces el diario francés “L’Humanité”, órgano de prensa del PC francés, conociendo su labor como secretario de Trotsky, en varios artículos lo trató de “agente fascista”, “criminal” y “asesino”, epítetos que también fueron utilizados para calificar a Erwin Wolf, el militante checo que había sido secretario de Trotsky durante su estadía en Noruega y que sería secuestrado y asesinado en España en 1937 por la GPU, la policía secreta de Stalin. En el segundo tramo de las partes seleccionadas de “Con Trotsky en el exilio. De Prinkipo a Coyoacán”, van Heijenoort narra las peripecias vividas en ese período.
Trotsky aceptó la invitación de los estudiantes daneses porque le daba la oportunidad de defender sus ideas mediante la palabra, encontrar un número relativamente grande de sus camaradas de ideas y porque, quizás, podría presentársele la posibilidad de establecerse en un país de Europa occidental. Discretos esfuerzos ante el gobierno danés para obtener una visa de estadía permanente, o aunque fuera sólo bastante prolongada, no tuvieron resultado. Ningún otro país ofreció residencia. Hubo que retomar el camino de Prinkipo. El gobierno francés ni siquiera permitió que Trotsky se detuviera en París. El 6 de diciembre, llegado de Dunkerque a la Gare du Nord a las 10 de la mañana, tenía que tomar a las 11.10 el tren de Marsella en la Gare de Lyon.
Las fechas de salida de los barcos eran tales que había que esperar una decena de días al próximo barco para Estambul. Las autoridades francesas se pusieron de acuerdo para permitir a Trotsky que pasara ese lapso en un suburbio de Marsella, alojado en una residencia que se rentaría para la ocasión. Henri Molinier fue entonces a Marsella para buscar una casa que conviniera y ponerla en condiciones. El 4 de diciembre, yo partía también de París a Marsella. El 5, con Henri trabajamos para dar los últimos toques al acomodo de la casa y el 6, tomé el tren hacia Avignon para esperar, allí, aquél en que llegaba Trotsky de París. En Avignon me encontré entonces con Trotsky. Esa fue la primera vez que vi a Liova. El tren hizo una parada excepcional en una pequeña estación de los alrededores de Marsella, Le Pas des Lanciers. Era allí donde teníamos que encontrar a Henri Molinier quien nos esperaría con automóviles para ir a la mencionada residencia. Henri estaba efectivamente allí con los automóviles, pero había una contraorden. Las autoridades francesas habían decidido que teníamos que dirigirnos directamente al puerto y embarcarnos en un pequeño barco italiano, el Campidoglio, que partía para Estambul al día siguiente (ya era de noche). Fue una gran decepción, pero nada podía hacerse.
Tomamos entonces el camino al muelle y llegamos al Campidoglio. Era verdaderamente un barco muy pequeño, viejo, que, según nos dijeron, transportaba yeso. La pasarela era casi una simple plancha, horizontal. Trotsky y Natalia subieron a bordo con Raymond Molinier. Era evidente que el barco de carga, un verdadero cascajo, no llevaba pasajeros normalmente, que algo había sido arreglado de prisa, a pedido de las autoridades francesas que querían ver a Trotsky lo más pronto posible fuera del territorio. Además de que iba a tardar más de quince días para llegar a Estambul, el barco tenía que hacer escala varias veces, cargando y descargando mercaderías, con un ruido espantoso a cualquier hora del día y de la noche. Como el Campidoglio no va a levar anclas antes de mediodía, la policía francesa permite a Trotsky y quienes lo acompañan puedan pasar el resto de la noche en un hotel de Marsella, dejando sentado que si a la mañana siguiente Italia no acuerda la visa de tránsito, Trotsky será metido por la fuerza en el Campidoglio. Al día siguiente, el 7 de diciembre, Henri Molinier va a primera hora al Consulado italiano. Llamada a Roma. La visa de tránsito es acordada. En la mitad de la tarde tomamos el tren para Vintimilla. Nosotros, es decir, Trotsky, Natalia, Jan Frankel, Otto Schüssler y yo. Trotsky y Natalia se han tenido que separar de Liova, que regresará a Berlín. En la frontera, un comisario especial italiano nos atiende. “Aquí, señor Trotsky, usted está libre”, declara. Era evidentemente una exageración. La travesía de Italia se hacía en condiciones perfectamente determinadas y bajo el permanente control de la policía.
La vida
retomó su curso como antes en Prinkipo. Trotsky se puso a trabajar nuevamente.
Parecía tener energías renovadas. Estaba decepcionado, ciertamente, por el
rechazo que se le opuso a su intención de quedarse en Europa occidental, pero
tal vez nunca creyó verdaderamente que habrían de autorizarlo. Cuando Trotsky
dejó el consulado soviético de Estambul, el gobierno soviético le había dado
una suma de 1.500 dólares, como “derechos de autor”. Trotsky recibió también un
pasaporte soviético. ¿Profesión? “Escritor”. Reportajes que le hicieron en la
prensa mundial le significaron modestas sumas de dinero que le permitieron
instalarse en Turquía. Los contratos editoriales, sobre todo por la
autobiografía y la “Historia”, produjeron sumas más importantes. Una parte de
ese dinero sirvió para financiar la publicación del “Boletín de la Oposición” y
ayudó a que saliera cierta cantidad de publicaciones trotskistas, como “La
Vérité”. Se enviaba también un poco de dinero a los deportados de Siberia. En
la penuria en que se debatían en esa época todos los revolucionarios, los
contratos literarios habían producido un relativo desahogo, pero, hacia octubre
de 1932, el final de ese desahogo estaba cerca. El viaje a Copenhague, con los
desplazamientos de un número bastante grande de personas, tuvo como saldo un
importante déficit financiero, a pesar de las sumas que pagaron los
organizadores dinamarqueses y la radio norteamericana. En los
meses siguientes las dificultades recrudecieron. Jan Frankel dejó Prinkipo el 5
de enero para irse a París. Allí tenía que tomar parte en el trabajo del
Secretariado Internacional, que pronto habría de ser transferido de Berlín a
París.
El 5 de enero, Zina se suicidó con gas en Berlín. Fue encontrada muerta a las 2
de la tarde. Liova envió a Natalia un telegrama que llegó el 6. Trotsky y
Natalia se encerraron inmediatamente en su habitación, sin decirnos nada. Nos
enteramos de la noticia por los diarios de la tarde. En los días que siguieron,
Trotsky entreabría de tanto en tanto la puerta de su habitación para pedir una
taza de té. Cuando, unos días más tarde, salió para ponerse de nuevo a
trabajar, tenía los rasgos devastados. Dos profundas arrugas se le habían
formado a cada lado de la nariz y le enmarcaban la boca. Su primer trabajo fue
dictar una carta pública dirigida al Comité Central del Partido Comunista ruso
en la que hacía recaer la responsabilidad de la muerte de su hija sobre Stalin.
De los cuatro hijos de Trotsky, ella era la que más se parecía físicamente a él y, en cierta manera, moralmente también. Las cartas que escribía a su padre eran llenas de pasión. Había salido de Rusia a fines de1930, con su hijo Vsevolod, nacido en 1926. El padre del niño, Platón Volkov, había sido deportado a Siberia. De la familia de Trotsky, ella fue la última en salir de Rusia. Había llegado a Prinkipo con su hijo el 8 de enero de 1931. Partió hacia Berlín el 22 de octubre de 1931, dejando a Sieva. En Berlín se iba a encontrar con Liova y su madre Aleksandra Sokolovskaya, la primera mujer de Trotsky; tenía la intención de seguir un tratamiento psicoanalítico. Trotsky se irritó porque ella había dejado a Sieva en Prinkipo. Entonces Sieva viajó de Prinkipo a París en noviembre de 1932. El 14 de diciembre partió de París a Berlín, donde se encontró con su madre a mediados de diciembre de 1932.
En Berlín, Zina encontró un médico judío que hablaba fluidamente el ruso y empezó a hacerse tratar por él. Se estaba curando de su tuberculosis pero temía, sobre todo, verse algún día obligada a regresar a Rusia. Tuvo accesos de delirio y fue internada para que la trataran en una clínica. Ella pensó alejar a Sieva de su lado en el momento fatal, pero el doctor aconsejó dejarlo junto a ella. Estaba muy acomplejada y pensaba en la inminencia, que ella sentía, de un regreso de su enfermedad mental. Probablemente ello, a pesar de que había salido de la clínica y regresado a vivir libremente a su pensión con Sieva, fue lo que la haya empujado a eliminarse. Su desesperación debe haberse desplegado a lo largo de todos esos papeles que dejó en su casa, sin intentar destruirlos, sin siquiera haber pensado en hacerlo.
Lo cierto es que la policía se los llevó en dos allanamientos que hizo en la casa de Liova en la calle Lacretelle de París tras su muerte en 1938. Nunca pudieron ser recuperados cuando, después de la guerra, se los reclamó oficialmente. Durante el tratamiento psicoanalítico de Zina, Trotsky había mandado al psiquiatra las cartas que ella le había enviado; Trotsky pensó sin duda ayudar de este modo al médico; pero Zina lo supo y quedó profundamente herida. Las últimas cartas de Zina a su padre revelan que ella se sentía abandonada. El 14 de diciembre de 1932, le escribió: “Querido papá, sólo espero de ti siquiera unas pocas líneas”. La tragedia personal que fue para Trotsky la muerte de su hija muy pronto desapareció en la tragedia política que se abatió sobre Europa. El 30 de enero de 1933, Hindenburg llamaba a Hitler a la cancillería del Reich.
Se estableció, por entonces, en Alemania una situación bastarda. Los dos grandes partidos obreros y los sindicatos todavía estaban intactos, mientras que el Partido nazi tenía el gobierno entre sus manos. El 2 de marzo, en una de esas reuniones de la tarde en su estudio, Trotsky nos dijo: “Se deben explotar todas las posibilidades a fondo. Es como si tuvieran ustedes que escalar una montaña abrupta que -creen ustedes- sólo les ofrece una pared lisa. Cuando se encuentran frente a ella, les parece imposible treparla. Pero si se valen de cada falla, de cada escalón natural, de cada intersticio, para aferrarse con las manos o para apoyar el pie, entonces pueden escalar el peñón más alto, en las condiciones más difíciles. Hay que tener valentía, y también prudencia y perspicacia”. Las organizaciones obreras nada hicieron. Hitler se enardeció. La farsa del incendio del Reichstag le permitió barrer, a comienzos de marzo, los sindicatos y los partidos obreros y establecer su régimen totalitario. La reacción de Trotsky no se hizo esperar.
El 14 de
marzo terminó su artículo titulado “La tragedia del proletariado alemán”. Hay
que recordar, una vez más que hasta entonces la actitud de Trotsky hacia las
organizaciones comunistas oficiales había sido la de la reforma. El movimiento
trotskista se presentaba como una oposición en el marco de la Tercera
Internacional, aun cuando hubiese sido formalmente excluido de ella. Aquí y
allá, al margen de la organización trotskista, algunos pequeños grupos o
individuos habían hablado de una nueva Internacional, pero Trotsky siempre
había rechazado decididamente la idea. El abandono de la política de la reforma
indicaba, por lo tanto, una ruptura. Toda la actividad cotidiana de los grupos
trotskistas había sido hasta ese momento tratar de hacerse oír por los miembros
de las organizaciones comunistas oficiales. El cambio de política se hizo, por
otro lado, en varias etapas.
Ya en esa
reunión del 2 de marzo, Trotsky nos había dicho: “Estoy seguro de que si Hitler
se queda con el timón en Alemania y el Partido Comunista se hunde, habrá que
edificar entonces un nuevo partido. Pero la parte constitutiva más importante
de ese partido vendrá del antiguo”. No era ésa, entonces, más que una opinión
hipotética. Después de la catástrofe del 5 de marzo, el artículo del 14 de
marzo rechazaba como fenecida la política de la reforma del PC alemán, pero
mantenía esa política para los otros partidos de la Internacional Comunista, en
particular para el partido ruso. No obstante, el problema de la Internacional
en su conjunto no podía dejar de plantearse. En abril, el Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista había adoptado, por unanimidad, una resolución que declaraba
que la política seguida por el PC alemán “había sido enteramente correcta hasta
el momento del golpe de Estado de Hitler inclusive”. El Comité Ejecutivo, bajo
la orden de Stalin, cubría a Stalin. Hubo aquí y allá reacciones episódicas en
las filas de los partidos comunistas; pero, como organización, la Internacional
permanecía en el puño de Stalin. La política de la reforma perdía toda razón de
ser.
El 15 de julio de 1933, Trotsky, bajo el pseudónimo de G. Gourov, dirigía a los grupos trotskistas un artículo titulado: “Es necesario construir de nuevo partidos comunistas y una Internacional Comunista”. En ese artículo, la política de la reforma había sido abandonada para el conjunto de las organizaciones comunistas dominadas por Stalin. Esta política -decía el artículo- se había vuelto ahora “utópica y reaccionaria”. En ese renunciamiento a la política de la reforma el partido ruso planteaba un problema muy particular. Poco tiempo antes de su artículo del 15 de julio, Trotsky dijo durante una junta: “Desde abril estamos por la reforma en todos los países, excepto Alemania, donde estamos por un Partido nuevo. Podemos ahora asumir una posición simétrica, es decir, estar por un nuevo Partido en todos los países, excepto la URSS, donde tenemos que estar por la reforma del Partido Bolchevique”. Esta posición jamás fue formulada por escrito. Salvo, quizás, en una carta a Liova, pero ni de eso podría estar yo seguro. En todo caso, fue rápidamente abandonada.
El giro político coincidió, por azar, con un cambio de residencia. El 17 de julio, Trotsky dejaba Turquía para ir a instalarse a Francia. Cuando desembarcó, el 24 de julio, las traducciones del artículo del 15 de julio apenas habían llegado a las manos de los dirigentes de los diversos grupos trotskistas. Durante las semanas que siguieron, las primeras en Francia, la nueva política provocó abundantes discusiones. En ese momento, las comunicaciones con Rusia habían cesado completamente. Hubo que esperar varios años hasta que llegaran noticias directas de Rusia, a través de los sobrevivientes: Tarov, Ciliga, Victor Serge, Reiss, Krivistky. Las relaciones con los grupos opositores de Siberia habían cesado entonces completamente desde hacía mucho tiempo. Después de su llegada a Turquía, Trotsky había seguido en relación con cierto número de deportados siberianos, quizás con una veintena. No escribían a Prinkipo sino a diferentes direcciones en Francia y Alemania. Muy a menudo eran postales; no se daban más que noticias personales, pero eso solo era ya importante. Con los años, las comunicaciones se hicieron cada vez más intermitentes. Liova, primero en Prinkipo y luego en Berlín, era el centro de esos intercambios. De tanto en tanto se enviaba una pequeña suma de dinero. Las comunicaciones con los opositores de Moscú o Leningrado habían cesado.
Fue también en ese momento cuando las dificultades financieras se agravaron. Después de la llegada de Hitler al poder dejaron de llegar los derechos de autor que venían de Alemania. Los derechos de autor en los Estados Unidos, que eran los ingresos más claros y que se depositaban en una cuenta bancaria en Nueva York, se depreciaron cuando Roosevelt devaluó el dólar en abril de 1933. Al regreso de Copenhague, Trotsky no tenía en cierne ningún libro. Pensó en un momento dado escribir un libro sobre la situación económica y política mundial, luego, un relato de las relaciones entre Marx y Engels, una historia del Ejército Rojo, retratos de diplomáticos soviéticos (Rakovsky, Ioffe, Vorovsky y Krassin). Todo eso quedó en proyectos. No firmó ningún contrato, por lo tanto, no hubo tampoco derechos de autor. Los artículos que pagaba la prensa mundial se hicieron esporádicos: Trotsky estaba absorbido por preocupaciones políticas y, por otra parte, los directores de periódicos y de revistas apenas disponían de recursos.