20 de diciembre de 2022

Trotsky revisitado (XCII). Memorias de un secretario (1)

Jean van Heijenoort: Su intensa actividad en Prinkipo

Jean van Heijenoort (1912-1986) nació en un hogar de clase obrera en Creil, una pequeña población ubicada en el departamento de Oise, al norte de Francia. Hijo de inmigrantes neerlandeses, la prematura pérdida de su padre y la discriminación que sufrió en la escuela por su aspecto físico y su apellido (“sucio alemán” lo llamaban sus compañeros de escuela en medio del chovinismo y la xenofobia imperantes en aquellos años bélicos) no le impidieron sobresalir en los estudios. Al concluir la primaria, ingresó en un colegio de Clermont d’Oise en donde, gracias a sus altas calificaciones, en 1930 recibió una beca para cursar estudios superiores en Matemáticas en el Lycée Saint Louis de París. Allí se contactó con jóvenes integrantes de la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR), la organización del trotskismo en Francia, lo que lo llevó entregarse con pasión a la militancia política. Pronto simpatizó con las ideas de Trotsky, del que había leído muy poco pero cuya importancia presentía y al que, en todo caso, se rehusaba a condenar sin haberlo leído profundamente. Sabiendo que dominaba el alemán, el inglés, el francés y el ruso, Raymond Molinier, líder de la Liga, le propuso ser secretario de Trotsky, quien por entonces se encontraba exiliado en Turquía. Así, con apenas veinte años, en octubre de 1932, se embarcó en Marsella con destino a Estambul y de allí a la isla Büyükada situada en el mar de Mármara. Fue sólo el comienzo de los siete años que pasaría trabajando como secretario, traductor y guardaespaldas de Trotsky. Sus recuerdos sobre esta aventura los volcaría en "With Trostky in exile. From Prinkipo to Coyoacan (Con Trotsky en el exilio. De Prinkipo a Coyoacán), obra publicada por primera vez en inglés en 1978 por Harvard University Press. Seguidamente se reproducen la primera parte de los fragmentos seleccionados de dicha obra.

 
Llegué a Prinkipo el 20 de octubre de 1932. Tenía veinte años. Acababa de salir de nueve años de internado y me sentía un rebelde total contra la sociedad. Desde la edad de quince años me consideraba comunista, al principio con una coloración rousseauniana y utopista, después, en medio de la gran crisis económica y de sus repercusiones, con una actitud más directamente política y activista. A partir de la primavera de 1932 era, de hecho, miembro de la Liga Comunista, el grupo trotskista francés de entonces. En aquella época no había carnets de afiliación: éramos tan pocos, apenas una veintena de personas verdaderamente activas en París. Yo participaba en las actividades del grupo que consistían sobre todo en tomar parte en las discusiones y en vender a viva voz “La Vérité” por las tardes en las bocas de los metros, cuando los obreros salían del trabajo, o el domingo por la mañana en las calles, en los barrios populares. Pegábamos carteles por la noche, lo que a menudo terminaba en una delegación policial, pues nunca teníamos el dinero para ponerles a esos carteles los timbres legalmente requeridos.
Fui el primer adherente de la Liga que no había pasado por el Partido Comunista o la Juventud Comunista; todos los que encontraba en la Liga habían sido expulsados de una u otra de esas organizaciones. La Liga había sido creada en 1930 y había tenido una vida agitada. En 1932, su dirección se encontraba en manos de dos grupos, Raymond Molinier y Pierre Frank de un lado, Pierre Naville y Gérard Rosenthal del otro. Las diferencias de temperamento y de carácter entre Molinier y Naville eran una fuente constante de conflictos. Cuando adherí a la Liga, no había desacuerdos profundos entre los dos grupos y la vida interna de la organización era entonces relativamente calma. Pero el antagonismo entre Molinier y Naville habría de dominar la vida del grupo durante los años que siguieron.
En el mes de junio de ese año, Raymond Molinier me había preguntado si estaba dispuesto a partir a Prinkipo para ser secretario de Trotsky. Se necesitaba a alguien y una de las razones que guiaron la elección de Molinier fue sin duda que yo leía ruso, idioma que me había puesto a aprender solo. Mi partida había sido demorada varias veces, pero el 13 de octubre me embarcaba en Marsella, en el Lamartine y, después de una escala en Nápoles y en el Pireo, desembarcaba en Estambul, el 20 por la mañana. Sin abandonar el muelle, tomé inmediatamente el barquito a álabes para Prinkipo, donde desembarqué al final de la mañana, valija en mano. Al llegar a la puerta de la casa, le di una nota al policía turco que allí se encontraba.
León Trotsky se había exiliado de Rusia a comienzos de 1929. Había llegado a Estambul, proveniente de Odessa el 12 de febrero de 1929, con su segunda esposa, Natalia, y su hijo mayor Liova que entonces tenía veintitrés años. Trotsky y Natalia habían dejado en Rusia a su hijo menor Serguei, un ingeniero que no se ocupaba de política. Dos meses después de su llegada, Trotsky, Natalia y Liova se instalaron en Prinkipo, una isla en el mar de Mármara. Zinaida, o Zina como le decía, la hija mayor de Trotsky, de su primer matrimonio, había dejado Rusia a fines de 1930 y llegado a Prinkipo el 8 de enero de 1931, con su hijo Vsievolod o Sieva, diminutivo de su nombre. Liova se fue de Prinkipo el 18 de febrero de 1931 para ir a Berlín, a fin de retomar sus estudios de ingeniería y también para participar en la política revolucionaria. Zina, por su parte, dejó Turquía el 22 de octubre de 1931, también con destino a Berlín para seguir un tratamiento médico, dejando a Sieva en Prinkipo. 
A mi llegada allí encontré viviendo en la casa, como secretarios y custodios, a Jan Frankel, de Praga; Pierre Frank, de París y Otto Schüssler, de Leipzig. Una dactilógrafa rusa, Maria Ilinichna Pevsner, que tenía un departamento en Estambul, llegaba por las mañanas y se iba al final de la tarde; cuando el mar estaba peligroso, pasaba la noche en el hotelito de Prinkipo, el Hotel Savoy. Jan Frankel, que había llegado a Prinkipo el 15 de abril de 1930 era, de alguna manera, el secretario titular. Su llegada había permitido que Liova pudiera partir a Berlín. Otto Schüssler, llegado en mayo de 1932, era miembro de la dirección del grupo trotskista alemán y Pierre Frank, llegado el 15 de julio de 1932, era miembro del grupo trotskista francés.
Cuando Trotsky, Natalia y Liova llegaron de Estambul, vivieron durante cerca de tres semanas en el consulado soviético. Estaban allí en una situación ambigua, a la vez huéspedes y prisioneros. Era una situación transitoria que no duró mucho tiempo. El 5 de marzo dejaron el consulado y se instalaron en el Hotel Tokatliyan, en la calle principal de Pera. El 6 de marzo, Trotsky envió a Maurice Paz, en París, el siguiente telegrama: “Libres estamos hotel buscamos domicilio. Salud. León”. La primera palabra revela los sentimientos de Trotsky durante su estadía en el consulado soviético. Después de pasar unos días en el Hotel Tokatliyan, los nuevos emigrados se instalaron en un departamento amueblado que encontró Liova, en el sector llamado Bomonti del barrio Chichli de Estambul, en el número 29 de la calle Izzet Pashá. A fines de abril se instalaron en la casa Izzet Pashá (la calle y la casa tenían el mismo nombre, lo que engañó a algunos narradores), en Prinkipo. La casa se encuentra sobre la costa norte de la isla pero un poco más cerca del desembarcadero. Fue dañada por un incendio en la noche del 28 de febrero al 1 de marzo de 1931, cerca de las 2 de la mañana.


Trotsky, Natalia y Zina se precipitaron al jardín. Frankel se quedó en la casa en llamas para arrojar los legajos del archivo por la ventana, hasta que los bomberos lo obligaron a salir. El incendio había sido originado por un calefón instalado en el desván que había sido dejado encendido durante la noche. El fuego no llegó a tocar dos armarios cerrados, cuyo contenido fue encontrado intacto. Se perdieron libros, una colección de fotografías de la época de la revolución, carpetas de recortes de diarios que habían sido ordenadas para un libro sobre la situación mundial, efectos personales, dos máquinas de escribir rusas. Se salvó el manuscrito del segundo tomo de la “Historia”, en el que estaba trabajando Trotsky, los legajos de correspondencia con los deportados de Siberia, en realidad todos los documentos importantes. Trotsky mismo consiguió sacar al salir el cuaderno de direcciones siberianas. Es misma mañana, Trotsky se fue a vivir durante tres semanas al Hotel Savoy. A fines de marzo abandona Prinkipo y se instala en una casa en la costa asiática, en Moda, un barrio de la pequeña ciudad de Kadikóy, en el número 22 de la calle Chifa. En enero de 1932 vuelve a vivir a Prinkipo, en la casa a la que llegué y en la que no había teléfono. En caso de urgencia, se utilizaba el teléfono del Hotel Savoy, a diez minutos de marcha.
Después de cuatro años de lucha contra Stalin en el interior del Partido Comunista ruso, Trotsky había sido excluido de ese partido a fin de 1927 y despojado de todas sus funciones oficiales. A principio de 1928, Stalin lo había deportado a Alma Ata, la ciudad principal de Kazajstán, en la parte oriental de Asia central soviética, a más de 3.000 kilómetros de Moscú. Trotsky estuvo allí con Natalia y Liova. Era, por supuesto, estrechamente vigilado por la GPU, pero tenía aún cierta libertad. Recibía y enviaba cartas. Iba de caza. A fines de 1928, Stalin había llegado a la conclusión de que Trotsky no podía permanecer en Alma Ata. Asesinar a Trotsky en ese momento habría encontrado una oposición por parte de ciertos miembros del Politburó y habría podido enceguecer de rabia a algún joven trotskista hasta el punto de llevarlo a cometer un atentado contra Stalin. Exiliar a Trotsky parecía la salida. Stalin vaciló largo tiempo. El tren que llevaba a Trotsky, Natalia y Liova, de Alma Ata a Rusia occidental se quedó parado durante doce días y doce noches en una vía muerta, a la espera de órdenes. Stalin se decidió finalmente y Trotsky fue enviado a Estambul. Probablemente Stalin pensó que, una vez en el extranjero, Trotsky permanecería aislado, sin amigos ni dinero, y que sería fácil desacreditarlo a los ojos del pueblo ruso si publicaba artículos en la prensa extranjera.
En 1932, Stalin habría de darse cuenta de que había cometido un error al dejar salir a Trotsky de Rusia. En el extranjero, Trotsky encontró nuevos amigos, publicó el “Boletín de la Oposición” en ruso y derramó una catarata de libros, folletos y artículos. La posibilidad de que Stalin quisiera corregir su error asesinando a Trotsky creció de año en año. Había también otro peligro. En esos años Estambul estaba lleno de rusos blancos que habían combatido en la Guerra Civil y que no estaban exactamente bien dispuestos respecto de Trotsky. Además, los dos peligros podían fácilmente combinarse: mediante la GPU, Stalin podía manipular un ruso blanco para preparar un atentado contra Trotsky. Para entonces, el problema de la seguridad se había convertido en una preocupación constante en Prinkipo. Cuando un gran Estado, que dispone de medios financieros y técnicos inmensos, quiere eliminar a un individuo aislado, desprovisto de recursos, rodeado solamente de algunos amigos jóvenes, la partida es demasiado desigual.
Un agente de la GPU, Blumkin, que había formado parte del secretariado militar de Trotsky durante la Guerra Civil, se encontró con Liova en una calle de Estambul y visitó clandestinamente a Trotsky en el verano de 1929. De regreso a Moscú, fue traicionado y Stalin lo hizo fusilar. En Prinkipo, Blumkin, que era un conocedor, había dicho a Trotsky que por lo menos hacía falta una veintena de hombres adiestrados para asegurar la guardia. Nosotros no éramos más que tres o cuatro y poco entrenados. La guardia era fatigosa y probamos varios sistemas. De acuerdo a uno de ellos, nos relevábamos cada cuatro horas; de acuerdo a otro, uno de nosotros asumía la guardia por veinticuatro horas corridas. Nunca se logró nada verdaderamente satisfactorio. Éramos demasiado pocos.


El cartero traía todas las mañanas (salvo el viernes, en ese tiempo día feriado en Turquía) un correo abundante. Cartas, diarios, libros, paquetes de documentos afluían del mundo entero. Abríamos todos los paquetes antes de entregárselos a Trotsky, pero las cartas se las dábamos sin abrir. La técnica del asesinato no permitía todavía en esa época -pensábamos- meter un artefacto mortífero dentro de un sobre delgado. Todos los días había algunas cartas excéntricas; algunas citaban la Biblia, otras proponían recetas para la salud o para la salvación del alma. Estaban también los coleccionistas de autógrafos. El correo nos traía, con tres o cuatro días de atraso, los diarios de Europa occidental. Trotsky leía entonces con minucia “Le Temps” y la “Deutsche Allgemeine Zeitung”, anotándolos con lápiz rojo o azul. Algunos artículos se recortaban y archivaban. Por la mañana, llegaban los periódicos turcos del día, de los que por lo menos alcanzábamos a leer los titulares. Después del mediodía, íbamos al desembarcadero a comprar un pequeño diario francés y un pequeño diario alemán que se publicaban en Estambul, que traían los cables de las agencias de prensa.
No hubo ninguna dificultad con las autoridades turcas durante toda la estadía de Trotsky en Turquía. En el momento de su lucha por la independencia nacional en 1920, Kemal Pashá había recibido armas de la Rusia soviética y esas entregas de armas se habían hecho por intermedio de Trotsky, que entonces era Comisario del Pueblo en la guerra. Cuando se decidió el viaje a Copenhague, en noviembre de 1932, las autoridades turcas dieron a Trotsky y a Natalia pasaportes turcos para extranjeros sin ninguna dificultad (sus pasaportes soviéticos estaban vencidos y no podían ser renovados porque, mediante un decreto del 20 de febrero de 1932, Trotsky y sus allegados habían sido desposeídos de la nacionalidad soviética). Cuando regresamos de Copenhague, nos volvimos a instalar en Prinkipo sin ningún problema y los pasaportes turcos sirvieron de nuevo cuando partimos hacia Francia, en julio de 1933. De hecho, esos pasaportes turcos, vencidos desde hacía tiempo, fueron los únicos papeles de identidad con los que luego Trotsky y Natalia entraron en Noruega y posteriormente en México. Las autoridades turcas siempre acordaron sin dificultad las visas, entonces necesarias para aquellas personas que deseaban visitar a Trotsky en Turquía o que tenían incluso que quedarse allí algún tiempo. Bastaba con decir que se iba allí por asuntos de edición o de traducción.
En el otoño de 1920, una inglesa, Clare Sheridan, escultora y prima de Winston Churchill, fue a Moscú a modelar las cabezas de varios dirigentes bolcheviques. En sus memorias, que no dejan de tener interés, escribe que Trotsky “me indicó hasta qué punto su rostro era asimétrico. Abrió la boca y castañeteó los dientes para mostrarme que su mandíbula inferior estaba torcida”. Esos defectos no eran aparentes. Clare Sheridan observa asimismo: “Su nariz era también torcida y parecía que alguna vez se la hubiera quebrado”. Luego, a continuación: “Le pedí que se quitara los quevedos porque me molestaban. Detesta sacárselos; dice sentirse ‘desarmado’ y absolutamente perdido sin sus quevedos. Quitárselos, para él es como una especie de dolor físico; forman parte de él y, sin ellos su personalidad se transforma completamente. Es una lástima, pues esos quevedos estropean una cabeza que, sin ellos, sería clásica”. Trotsky casi nunca se los sacaba, salvo cuando estaba con Natalia a solas. Esos lentes eran demasiado gruesos y, sin ellos, los ojos parecían más pequeños y más cercanos uno de otro.
Lo que Trotsky escribía puede dividirse en tres partes: la correspondencia, los artículos y folletos, los grandes libros. Había grupos trotskistas en una treintena de países. Cada uno de esos grupos estaba, la mayoría de las veces, dividido en dos o tres fracciones que libraban una dura lucha ideológica y organizativa. Desde el momento en que consideraba estar suficientemente informado, Trotsky intervenía directamente en esas luchas. Eso constituía una parte importante de su correspondencia. En casos menos críticos, escribía largas cartas, llenas de consejos. Cada dos o tres días dictaba una larga carta para Liova, que estaba entonces en Berlín. La correspondencia era clasificada en los archivos que se encontraban en la cancillería. Los artículos eran suscitados por la actualidad política.
Trotsky raramente tenía dos artículos en barbecho al mismo tiempo. El artículo podía ser una nota corta o alargarse hasta el punto de convertirse en un folleto o en un pequeño libro. Todos esos artículos, excepto más tarde algunos artículos cortos redactados en circunstancias difíciles, estaban escritos en ruso. Muchos fueron publicados en el “Boletín de la Oposición”. Una vez traducidos, se publicaban en la prensa trotskista a través del mundo. De tanto en tanto, destinaba un artículo de carácter más general a la prensa “burguesa”, en Alemania o en los Estados Unidos, para conseguir un poco de dinero. Los grandes libros fueron “Mi vida”, “La historia de la Revolución Rusa”, “La revolución traicionada” y, posteriormente, el “Lenin” y el “Stalin”. En esos casos, el trabajo se extendía varios meses, a veces varios años y se llevaba a cabo conjuntamente con los otros escritos.


Desde mayo de 1929, Alfred y Marguerite Rosmer habían desempeñado el papel de órganos de transmisión entre Trotsky y el mundo exterior. Era en particular Marguerite la encargada de las relaciones con los editores y la que guardaba las sumas de dinero, nada extraordinarias, pero no obstante relativamente significativas, que producían los contratos por la autobiografía y la “Historia”. Luego se produjo la ruptura entre Trotsky y los Rosmer y esas funciones pasaron a Raymond Molinier. A mi llegada a Prinkipo, las personas que estaban más cerca de Trotsky en lo que se refiere a las decisiones prácticas, eran Liova, entonces en Berlín, Jan Frankel en Prinkipo y Raymond Molinier en París. Para algunas cuestiones bien definidas, Henri Molinier desempeñaba un papel importante. El clima entre esa gente que rodeaba a Trotsky era marcadamente antinavillista. Liova y Frankel, sin hablar de los hermanos Molinier, en su apreciación de Naville establecían muchos menos matices que Trotsky quien, a pesar de los desacuerdos con Naville y de que muy a menudo estaba irritado contra él, conservaba respeto por sus cualidades intelectuales.
Con los visitantes y recién llegados, Trotsky desplegaba toda su amabilidad. Hablaba, explicaba haciendo gestos, hacía preguntas, era por momentos verdaderamente encantador. Las tres personas con las que se permitía ser más brusco fueron Liova, Jan Frankel y yo. Frankel me contó que en Prinkipo las relaciones entre Liova y su padre llegaron en un momento dado a un punto tal que Liova habló de ir al consulado soviético en Estambul para tramitar su regreso a Rusia. Frankel no me dijo lo que hizo Liova, pero en una carta de éste a su madre, fechada el 7 de julio de 1937, hay una frase misteriosa: “si me hubieran autorizado a volver a la URSS en 1929…”, lo que parece indicar que Liova realmente fue a presentar una solicitud al consulado soviético y que ese pedido habría sido rechazado.
Trotsky colmó toda medida cuando, el 15 de febrero de 1937, a propósito de un retraso en el envío de declaraciones sobre los procesos de Moscú, escribió a Liova, que estaba entonces en París: “Me es difícil decir de dónde recibo los peores golpes, si de Moscú o de París”. Trotsky no tenía alrededor suyo ni adornos ni recuerdos. Durante un tiempo conservó cerca de su cama una fotografía de Rakovsky que había sido, sin duda, su amigo personal más cercano en Rusia. La fotografía había salido de Rusia en 1932, en condiciones difíciles. En abril de 1934, después de la capitulación de Rakovsky, yo estaba quemando papeles sin valor, viejos borradores, en el jardín de la residencia de Barbizon, cuando Trotsky se acercó y me dijo, tendiéndome la fotografía de Rakovsky: “Tenga, puede quemar esto también”.