6 de diciembre de 2022

Trotsky revisitado (LXXXII). Proscripciones y exilios (1)

David North: Sus cuatro fatídicos años en Prinkipo

El teórico marxista estadounidense David North (1950) ha desempeñado un papel destacado en el movimiento socialista internacional durante casi medio siglo. 
Fue secretario nacional del Socialist Equality Party (SEP) hasta 2008 y el principal líder político y teórico del International Committee of the IV International con sede en Nueva York. Fue jefe de la imprenta Grand River Printing and Imaging Inc. con sede en Detroit, y actualmente preside el Comité Editorial Internacional del World Socialist Web Site, el portal de prensa del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Habitual conferencista sobre política e historia del marxismo, es autor de libros y artículos sobre la historia del movimiento socialista. Entre sus obras pueden citarse “Trotskyism versus stalinism” (Trotskismo versus estalinismo), “The heritage we defend” (La herencia que defendemos), “Perestroika versus socialism. Stalinism and the restoration of capitalism in the USSR” (Perestroika versus socialismo. El estalinismo y la restauración del capitalismo en la URSS), “The crisis of american democracy” (La crisis de la democracia americana), “Marxism, history & socialist consciousness” (Marxismo, historia y conciencia socialista), “Leon Trotsky & the post-soviet school of historical” (León Trotsky y la escuela postsoviética de historia), “The Russian Revolution and the unfinished 20th. century” (La Revolución Rusa y el inconcluso siglo XX), “A quarter century of war.
The US drive for global hegemony 1990-2016” (Un cuarto de siglo de guerra. El impulso de Estados Unidos por la hegemonía global 1990-2016) e “In defence of Leon Trotsky” (En defensa de León Trotsky), escrito este último en septiembre de 2019 como introducción a la edición en turco de dicha obra. Su capítulo “The years of Leon Trotsky in Prinkipo. 1929-1933” (Los años de León Trotsky en Prinkipo. 1929-1933), escrito en septiembre de 2019, se reproduce a continuación compaginado con los artículos “Trotsky’s last year” (El último año en la vida de Trotsky) y  “Leon Trotsky and revolutionary strategy in the 20th and 21st centuries” (León Trotsky y la estrategia revolucionaria en los siglos XX y XXI) de David North que la World Socialist Web Site (WSWS) publicó el 19 de agosto de 2020 y el 21 de octubre de 2022 respectivamente.

Trotsky sigue siendo la figura más destacada de la historia del socialismo revolucionario del siglo XX. El 20 de octubre de 1922, León Trotsky había pronunciado uno de sus grandiosos discursos políticos ante los miembros de la organización de Moscú del Partido Comunista Ruso. El Congreso coincidió con el quinto aniversario de la Revolución de Octubre de 1917, la conquista del poder por parte de la clase obrera liderada por el Partido Bolchevique, que transfirió el poder a consejos obreros (sóviets) y creó el primer Estado obrero en la historia. En ese discurso demostró la excepcional relevancia de su pensamiento político. Prácticamente no es necesario consultar un glosario. Trotsky lidió con temas económicos, políticos y sociales comprensibles en términos completamente modernos. La importancia fundamental de una conducción revolucionaria, la dinámica de la crisis capitalista mundial, el significado político del fascismo y la relación de los factores objetivos y subjetivos en la transición revolucionaria del capitalismo al socialismo fueron abordados por Trotsky.
Un mes después, en diciembre de 1922, comenzó a fraguarse el conflicto político en la conducción del Partido Comunista Ruso que desembocaría en la fundación de la Oposición de Izquierda en octubre de 1923. El proceso de burocratización y reacción política ejemplificado por el ascenso de Stalin condujo al rechazo de la estrategia de la revolución permanente y de la perspectiva de la revolución socialista mundial y a una adaptación al programa nacionalista y antimarxista del “socialismo en un solo país”. Finalmente, el 20 de enero de 1929 Stalin expulsó a Trotsky de la URSS.
Hace apenas poco más de noventa años, en febrero de 1929, Trotsky, acompañado por su esposa Natalia Sedova, llegaba a Turquía como exiliado político desde la Unión Soviética. Ya había pasado un año en un exilio interno en Alma Ata, en Kazajistán, adonde lo habían enviado tras su expulsión del Partido Comunista soviético el 14 de noviembre de 1927. Pero a pesar de lo apartado de Alma Ata, Trotsky fue capaz de dar dirección política a la Oposición de Izquierda, que había estado dirigiendo desde 1923. Sus críticas fulminantes de las políticas doméstica e internacional de la burocracia estalinista siguieron circulando por la Unión Soviética.
Incapaz de responder a Trotsky con argumentos de principios, Stalin estaba decidido a silenciarlo. El Politburó envió a un representante de la GPU, la policía secreta soviética, a exigir que Trotsky terminara su actividad opositora y que cortara el contacto con sus simpatizantes. Si se negaba a aceptar este ultimátum, la GPU le advirtió a Trotsky de que estaría “obligada a alterar las condiciones de la existencia de usted hasta el punto de aislarle completamente de la vida política. Respecto a esto, surgirá la cuestión de cambiarle el lugar de residencia”.
En una carta al Comité Central del Partido Comunista, fechada el 16 de diciembre de 1928, Trotsky respondió de manera desafiante al ultimátum: “Pedirme que renuncie a mi actividad política es pedirme que renuncie a la lucha por los intereses del proletariado internacional, una lucha que he estado llevando adelante sin interrupción desde hace treinta y dos años, es decir, a lo largo de toda mi vida consciente. El intento de representar esta actividad como ‘contrarrevolucionaria’ viene de aquellos a quienes acuso ante el proletariado internacional de pisotear las enseñanzas básicas de Marx y Lenin, de transgredir los intereses históricos de la revolución mundial, de romper con las tradiciones y la herencia de Octubre, y de preparar inconscientemente -pero por lo tanto de la manera más peligrosa- el camino para el Termidor”.


“Renunciar a la actividad política -continuó- significaría abandonar la lucha contra la ceguera del liderazgo actual, que amontona encima de las dificultades objetivas de la construcción socialista dificultades políticas cada vez mayores que surgen de su incapacidad oportunista de llevar adelante una política proletaria a una gran escala histórica. Significaría renunciar a la lucha contra el sofocante régimen de partido, que refleja la presión creciente de las clases enemigas sobre la vanguardia del proletariado. Significaría consentir pasivamente la política económica del oportunismo, una política que está socavando y destruyendo los cimientos de la dictadura proletaria, obstaculizando el crecimiento material y cultural de esta dictadura, y al mismo tiempo asestando duros golpes a la alianza de obreros y campesinos trabajadores, la base del poder soviético”.
Trotsky contrastaba la estatura y el papel de la burocracia gobernante con los de la Oposición de Izquierda: “La debilidad incurable de la reacción encabezada por el aparato del Partido, a pesar de todo su poder aparente, reposa en el hecho de que no sabe lo que está haciendo. Está ejecutando la orden de las clases enemigas. No puede haber maldición histórica mayor en una facción que surgió de la revolución y ahora la está socavando. La gran fuerza histórica de la Oposición, a pesar de su debilidad aparente, está en el hecho de que mantiene sus dedos en el pulso de los procesos históricos mundiales, que claramente percibe la dinámica de las fuerzas de clase, que prevé el futuro y se prepara conscientemente para él. Renunciar a la actividad política sería renunciar a los preparativos para el mañana”.
Las condiciones políticas que existían entonces en la Unión Soviética no habían alcanzado el punto en el que Stalin pudiera matar a Trotsky. Hacían falta varios años más de degeneración política y de recurso constante a la represión por parte del régimen burocrático antes de que Stalin pudiera montarse los Juicios de Moscú y llevar a cabo la aniquilación física de la oposición trotskista y de cientos de miles de revolucionarios marxistas. En 1929, Stalin tenía que limitar su venganza política a la expulsión física de Trotsky de la Unión Soviética. Calculó que Trotsky, una vez deportado de la Unión Soviética y aislado de su red de simpatizantes, quedaría efectivamente silenciado. Al derivar su propio poder de los recursos del Partido y la burocracia estatal, Stalin subestimó la capacidad de Trotsky de ejercer influencia política, incluso bajo condiciones de aislamiento extremo, a través del poder de sus ideas.
La decisión formal de deportar a Trotsky fue tomada por la GPU, el 18 de enero de 1929. Dos días después, cuando se le pidió que firmara un documento que confirmaba que se le había informado de la deportación, Trotsky escribió: “La decisión de la GPU, criminal en sustancia e ilegal en la forma, me ha sido comunicada el 20 de enero de 1929”. Empezaba una larga travesía en tren desde Asia Central hasta la ciudad portuaria de Odessa. Entonces lo pusieron a él y a Sedova en el barco de vapor Ilyich para el viaje hacia el Bósforo. El 12 de febrero, Trotsky y Natalia llegaron a Turquía. Antes de desembarcar, Trotsky le dio al policía que había abordado la nave el siguiente mensaje para que se lo transmitiera al presidente Kemal Ataturk: “Estimado señor: A las puertas de Constantinopla, tengo el honor de informarle de que no he llegado por mi voluntad a la frontera turca, y que cruzo esta frontera solo sometiéndome a la fuerza. Tenga usted a bien, Sr. presidente, aceptar mis mejores sentimientos. L. Trotsky”. De esta manera, empezaba el período final del exilio de Trotsky, que habría de durar once años y medio hasta su asesinato en México, en agosto de 1940.
Tras su llegada a Turquía, habrían de pasar dos meses hasta que Trotsky y Natalia fueran transferidos a la isla de Prinkipo. Excepto por un período de aproximadamente nueve meses, entre marzo de 1931 y enero de 1932, cuando se los destinó temporalmente a la pequeña ciudad costera de Kadiköy, vivieron en la isla. Los cuatro años y medio que pasaron en Turquía, desde su llegada en febrero de 1929 hasta su partida hacia Francia en julio de 1933, tienen que considerarse entre los más significativos de la vida de Trotsky.
En renglones que escribió justo antes de que finalizara su exilio en Turquía, Trotsky describió Prinkipo como “una isla de paz y olvido”. Pero el revolucionario exiliado tuvo poca paz, y no estaba inclinado a olvidar las lecciones que había aprendido a lo largo de los acontecimientos tumultuosos en los que había desempeñado un papel tan brillante. Durante sus años en Prinkipo, a los que se refería con cariño como “un buen lugar para trabajar con una pluma”, Trotsky escribió dos obras maestras literarias -como se las puede llamar con justicia-, tanto desde el punto de vista del contenido como del de la forma: su autobiografía “Mi vida”, y los tres volúmenes de la “Historia de la Revolución Rusa”.
Pero estas grandes obras no abarcan el alcance de los escritos de Trotsky. A pesar de la lejanía de su exilio isleño, hacia donde los periódicos y el correo viajaban a una velocidad glacial, Trotsky logró seguir y responder a los acontecimientos del mundo con extraordinaria agudeza. La calidad de sus comentarios no deja dudas de que la percepción de Trotsky de la geopolítica internacional no tenía parangón entre ninguno de sus contemporáneos. Siguió siendo el más grande estratega de la revolución socialista mundial.


Los años entre 1929 y 1933 estuvieron entre los más relevantes del siglo XX. Durante estos cuatro años el sistema capitalista fue pillado desprevenido por una catástrofe económica. El desplome de Wall Street en octubre de 1929 puso en movimiento una crisis global que cuestionó la supervivencia del sistema capitalista. El colapso de la producción industrial y el aumento masivo del desempleo por toda Norteamérica y Europa llevó a una radicalización política de la clase trabajadora. Confrontada con la creciente amenaza de la revolución socialista, poderosas secciones de las élites capitalistas miraron al fascismo buscando la salvación política. Está entre las mayores tragedias de la historia el que precisamente en el momento en el que el sistema capitalista mundial se confrontaba con una descomposición sistémica masiva, el potencial revolucionario de la clase trabajadora estuvo fatalmente socavado por la traición, desorientación y pura incompetencia de sus organizaciones de masas.
El epicentro político de la crisis del capitalismo mundial se localizó en Alemania, a 2.000 kilómetros de Prinkipo. El impacto brutal de la depresión mundial transformó al partido nazi de Hitler en una organización de masas. A pesar del peligro planteado por el rápido crecimiento del fascismo, la clase trabajadora alemana fue paralizada por las políticas del Partido Socialdemócrata y el Comunista. El Partido Socialdemócrata (SPD) se quedó desesperanzadamente atado al desacreditado régimen de Weimar, y descartaba cualquier lucha políticamente independiente por parte de la clase trabajadora contra la amenaza nazi. El desafío que el Partido Comunista Alemán (KPD) tenía ante sí, como insistió Trotsky, era luchar por la movilización social y política más amplia de la clase trabajadora contra Hitler exigiendo un frente único con el SPD. En cambio, el KPD, aplicando las directivas de la III Internacional (la Comintern) estalinizada, categóricamente rechazó todas las propuestas de frente único contra el fascismo. El KPD tildó de “socialfascista” al SPD, afirmando así que no había diferencias fundamentales entre el partido nazi y la socialdemocracia.
El análisis de Trotsky de la dinámica contrarrevolucionaria del fascismo y su crítica de la trayectoria desastrosa del ultraizquierdismo del “tercer período” estalinista dan fe de su visión política extraordinaria. “Trotsky mantuvo durante el ascenso de Hitler al poder”, escribió el finado historiador británico E. H. Carr en “Crepúsculo del Komintern, 1930-1935”-, “comentarios tan persistentes y, en su mayor parte, tan proféticos sobre el rumbo de los acontecimientos en Alemania que merecen ser consignados”.  Ya el 26 de septiembre de 1930, casi dos años y medio antes de que Hitler fuera elevado al poder por una camarilla de conspiradores políticos burgueses, Trotsky advertía enLa lucha contra el fascismo en Alemania”: “El fascismo en Alemania se ha vuelto un peligro real, como una expresión aguda de la posición inútil del régimen burgués, y la impotencia acumulada del Partido Comunista por abolirlo. Quien lo niegue o es ciego o es un fanfarrón”.
Un año después, Trotsky completó un ensayo, fechado el 26 de noviembre de 1931, con el título: “Alemania, la clave de la situación internacional”. “Las contradicciones económicas y políticas han alcanzado aquí una gravedad sin precedentes. La solución se acerca. Ha llegado el momento en el que hay que transformar la situación prerrevolucionaria en revolucionaria o contrarrevolucionaria. De la dirección en la que se desarrolle la solución a la crisis alemana dependerá no sólo el destino de la propia Alemania (y ello de por sí es gran cosa), sino también el destino de Europa, el destino de todo el mundo, durante muchos años por venir”.
Trotsky previó con precisión pavorosa las consecuencias de una victoria de los nazis: “La llegada al poder de los nacionalsocialistas significaría antes que nada el exterminio de lo mejor del proletariado alemán, la destrucción de sus organizaciones, la erradicación de su confianza en sí mismo y en su futuro. Considerando la madurez y agudeza mucho mayores de las contradicciones sociales en Alemania, el trabajo infernal del fascismo italiano probablemente parecería un tenue y casi humano experimento en comparación con el trabajo de los nacionalsocialistas alemanes”.


Las palabras con las cuales Trotsky definió el gran desafío de la historia moderna resuenan como si las hubiera escrito hoy: “Todo lo que se dice respecto a que las condiciones históricas no han ‘madurado’ aún para el socialismo, es el producto de la ignorancia o del engaño consciente. Los prerrequisitos objetivos para la revolución proletaria no solo han ‘madurado’, han empezado a pudrirse un poco. Sin una revolución socialista en el próximo período histórico, una catástrofe amenaza toda la cultura de la humanidad”. Trotsky advirtió proféticamente que, tras ver horrorizada el derrocamiento de la clase gobernante rusa, la burguesía en los países avanzados estaba armando “pandillas contrarrevolucionarias” para destruir el movimiento socialista revolucionario. Explicando la importancia del ascenso de Mussolini en Italia, Trotsky describió el fascismo como “la venganza de la burguesía por el espanto que vivió durante las jornadas de septiembre de 1920”, cuando huelgas masivas azotaron el país.
¿Pero por qué fracasó el movimiento revolucionario y condujo al surgimiento del fascismo? Respondiendo a la pregunta, “¿Qué hizo falta?”, Trotsky declaró: “Faltó la premisa política, la premisa subjetiva, a saber, que el proletariado tomara consciencia de la situación. Faltó una organización a la cabeza del proletariado, capaz de utilizar la situación exclusivamente para dirigir la preparación organizacional y técnica de un levantamiento, del derrocamiento, la toma del poder, etc. Esto fue lo que hizo falta”. Trotsky rechazó los formalismos mecánicos que insistían en que los grandes procesos socioeconómicos e históricos siguen derroteros inevitables y completamente predecibles. En la “dialéctica de las fuerzas históricas”, el accionar de la clase obrera, influenciada y liderada por el partido marxista, es decisivo.
Leer estas palabras hoy, sabiendo que habrían de ser confirmadas tan plena y trágicamente por los acontecimientos casi en cada detalle, es una experiencia dolorosa. Uno no puede evitar reflexionar acerca de cuántas decenas de millones de vidas se habrían salvado, cuándo sufrimiento humano se habría evitado, y qué diferente hubiera sido el rumbo futuro de la historia del siglo XX si se hubiera hecho caso a las advertencias de Trotsky.
Quedan hasta el día de hoy innumerables académicos pequeñoburgueses, que se hacen pasar por historiadores, que afirman que el conflicto entre Stalin y Trotsky fue meramente una lucha por el poder individual; y que la victoria de Trotsky y la Oposición de Izquierda sobre la facción estalinista no hubiera tenido un impacto significativo en el desarrollo de la Unión Soviética, la política mundial ni el destino del socialismo. Pero tales afirmaciones son refutadas claramente por las consecuencias de las políticas estalinistas, a las que se opuso Trotsky, que allanaron el camino a la victoria del nazismo en 1933. Aunque se hicieran a un lado y se ignoraran todos los otros asuntos políticos -lo que, desde luego, no se puede hacer- la catástrofe alemana revela las implicaciones históricas mundiales de la lucha librada por Trotsky contra el estalinismo.
La victoria nazi en enero de 1933 marcó un punto de inflexión crítico en la historia del movimiento trotskista. Desde la fundación de la Oposición de Izquierda, el objetivo político de Trotsky había sido realizar la reforma del Partido Comunista Ruso y la Internacional Comunista (Comintern). Esta fue la estrategia principista que guió a la Oposición de Izquierda Internacional tras la deportación de Trotsky de la Unión Soviética y los primeros cuatro años de su exilio en Prinkipo. Pero la derrota en Alemania exigía una reconsideración de la política de la Oposición de Izquierda Internacional de reformar la Internacional Comunista y sus secciones nacionales.
En los meses que siguieron a la victoria de Hitler, Trotsky esperó para ver si surgía alguna crítica a las políticas seguidas por Stalin desde alguno de los partidos del Comintern. El 7 de abril de 1933 la Internacional Comunista apoyó sin ambages las políticas del KPD que, declaró, “eran completamente correctas hasta el golpe de Estado de Hitler y durante este”. Trotsky concluyó que hacía falta un nuevo rumbo. En la última declaración política importante que escribió antes de irse de Prinkipo, fechada el 15 de julio de 1933, Trotsky demandaba la ruptura con el Comintern y la construcción de una nueva Internacional. Dos días después, habiendo obtenido por fin el visado para entrar a Francia, Trotsky y Natalia abordaron un barco con destino a Marsella. “Para bien o para mal”, apuntó Trotsky en su diario, “el capítulo llamado ‘Prinkipo’ se ha terminado”.
El lugar de Trotsky en la historia persiste y se hace cada vez más grande porque las tendencias básicas y las características del capitalismo contemporáneo y del imperialismo corresponden a su análisis de la dinámica de la crisis capitalista mundial y la lógica de la lucha de clases. Sus escritos -indispensables para una comprensión del mundo contemporáneo- siguen siendo tan frescos como el día en que fueron escritos. La vida y las luchas de Trotsky, su devoción inflexible a la liberación de la humanidad, vivirán en la historia.