Julián Gorkin: Los integrantes de la
organización criminal
En septiembre de 1935 se fundó en Barcelona el
POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), al unirse la ICE (Izquierda
Comunista de España) de Andreu Nin y el BOC (Bloque Obrero y Campesino)
dirigido por Joaquín Maurín. Julián Gorkin se incorporó al POUM en donde se
hizo cargo de la Secretaría Internacional y dirigió el periódico “La Batalla”.
Tras comenzar la Guerra Civil fue juzgado y condenado por la República,
permaneciendo en prisión hasta la toma de Cataluña por las tropas del general
Franco, momento que aprovechó para escapar a Francia. Tras la muerte de Nin en
1937, Gorkin se convirtió en Secretario General del POUM en el exilio y
responsable de un antiestalinista Centro Marxista Internacional. A principios
de 1940 se estableció en México, donde fundó las revistas “Análisis”, “Revista
de Hechos e Ideas” y “Mundo, Socialismo y Libertad”. No llegó a tomar contacto
con Trotsky pero se interesó por desvelar la verdadera personalidad de Jacques
Mornard, su asesino. A continuación la segunda parte de “El asesinato de
Trotsky”, publicado originalmente en París en octubre de 1969.
¿Qué
ocurrió después del 24 de mayo? A punto de ser descubierto y arrestado,
Rabinovitch se vio obligado a abandonar precipitadamente México dirigiéndose a
Nueva York. ¿Obró así para montar el segundo atentado, llamando a su lado a
Jacson-Mornard? Este, en todo caso, se trasladó a los Estados Unidos. Cooper,
el secretario de Trotsky, lo condujo en coche al aeropuerto. En Nueva York le
dijeron sin rodeos que habría de asesinar a Trotsky. Únicamente el responsable
principal de este caso, Gregory Rabinovitch, podía darle la orden tajante. Es
probable que también estuviese en Nueva York Leonidas Eitington, responsable de
la dirección técnica ya que una decisión tan importante exigía la aprobación de
los principales responsables. ¿Fue entonces meditada y escrita la carta
que había de ser encontrada en uno de sus bolsillos si no lograba escapar de la
policía después del crimen? La fecha y la firma fueron dejadas en blanco: ambas
serían estampadas en el mismo México, la víspera del atentado. Esta carta tenía
un doble objeto: justificar el homicidio en la medida de lo posible y
desacreditar a la víctima política y moralmente, rematando la obra de las
campañas comunistas desencadenadas contra Trotsky. Concuerda perfectamente con
la tradición de la GPU, eso de matar dos pájaros de un tiro.
Inmediatamente después del asesinato de Trotsky, cuando los periódicos publicaron las fotografías del homicida, fueron muchos los antiguos comunistas catalanes que lo reconocieron, pese a los vendajes que le ocultaban parte de la cara; se trataba, en verdad, de uno de sus camaradas de otro tiempo: Ramón Mercader del Río. Conocían igualmente a su familia, una familia comunista modelo, sobre todo la madre. El primero que identificó al asesino fue Agustín Puértolas, antiguo fotógrafo de prensa en Barcelona y en el frente de Aragón; había tenido ocasión, entonces, de hacer varias fotos de la madre y del hijo, combatiendo en las filas de las milicias comunistas. Otros dos ex militantes catalanes, Cabré y el dibujante Bartolí, identificaron a su vez al asesino. Sin embargo, nada dijeron, ni a la prensa ni a la policía.
Es interesante retratar a grandes rasgos su historia y la de su familia. La figura más interesante es la de la madre. Eustasia María Caridad del Río Hernández nació el 29 de marzo de 1892 en Santiago de Cuba. Cuando España perdió su rica colonia antillana, la familia del Río se estableció en Cataluña. En posesión de bastantes bienes de fortuna, los padres quisieron que su hija se educase en un pensionado francés instalado en Inglaterra: el del Sagrado Corazón de Jesús. Su educación continuó en un pensionado religioso de Barcelona. Hasta los dieciocho años, Caridad tuvo grandes arrebatos de misticismo; incluso entró en el convento de Carmelitas Descalzas, donde profesó como novicia durante cierto tiempo.
Contaba diecinueve años cuando contrajo matrimonio en Barcelona -el 7 de enero de 1911- con Pablo Mercader, nacido en la capital catalana el 26 de julio de 1884 y perteneciente a una familia respetable. Desde entonces se la llamó Caridad Mercader. De este matrimonio debían nacer cinco hijos, cuatro chicos y una chica: Jorge, Ramón, Pablo, Luis y Montserrat. El segundo hijo, Ramón, o, más bien, Jaime Ramón, el futuro asesino, nació en Barcelona el 7 de febrero de 1913. Aprendió las primeras letras en las Escuelas Pías, con los Padres que las regentaban.
La felicidad de los Mercader no duró más de diez años. El marido continuaba profundamente enamorado de Caridad. Ella, por el contrario, se alejaba poco a poco de su esposo y de los principios severos en que se había formado. Se deslizaba hacia la bohemia y la independencia, en las que no tardaría en complacerse por entero. En 1925 abandonó el domicilio conyugal dirigiéndose a Francia con sus cinco hijos. Residió principalmente en Toulouse y Burdeos, donde sostuvo relaciones con un piloto aviador, militante comunista, que le contagió su fanatismo. En dos o tres ocasiones intentó suicidarse, viéndose empujada a tales extremos por motivos personales. Las tentativas de reconciliación de Pablo Mercader resultaron inútiles. En 1928 la ruptura fue total, y Caridad subió a París en compañía de sus hijos.
Según un antiguo agregado cultural de la embajada soviética en París, el principio de las relaciones de Caridad Mercader con la GPU se remontaba precisamente al año 1928. Según él, Caridad debió de pertenecer a una célula especial controlada por el Servicio Secreto, cuyas actividades estaban consagradas al espionaje. Pero, como ciertos agentes al servicio de la GPU, Caridad pertenecía a una organización independiente del Partido Comunista. Con su hija Montserrat, de la que no se separaba jamás, militó durante años en la XV sección del Partido Socialista francés. No fue por azar por lo que ellas estuvieron inscritas en esta sección, situada largo tiempo a la cabeza de la izquierda del socialismo francés y que se mostró como una de las más favorables a la constitución del Frente Popular. Gracias, probablemente, a su origen cubano, Caridad estaba destinada a cumplir misiones de confianza en Cuba, México y otros países de la América Latina.
Inmediatamente después del asesinato de Trotsky, cuando los periódicos publicaron las fotografías del homicida, fueron muchos los antiguos comunistas catalanes que lo reconocieron, pese a los vendajes que le ocultaban parte de la cara; se trataba, en verdad, de uno de sus camaradas de otro tiempo: Ramón Mercader del Río. Conocían igualmente a su familia, una familia comunista modelo, sobre todo la madre. El primero que identificó al asesino fue Agustín Puértolas, antiguo fotógrafo de prensa en Barcelona y en el frente de Aragón; había tenido ocasión, entonces, de hacer varias fotos de la madre y del hijo, combatiendo en las filas de las milicias comunistas. Otros dos ex militantes catalanes, Cabré y el dibujante Bartolí, identificaron a su vez al asesino. Sin embargo, nada dijeron, ni a la prensa ni a la policía.
Es interesante retratar a grandes rasgos su historia y la de su familia. La figura más interesante es la de la madre. Eustasia María Caridad del Río Hernández nació el 29 de marzo de 1892 en Santiago de Cuba. Cuando España perdió su rica colonia antillana, la familia del Río se estableció en Cataluña. En posesión de bastantes bienes de fortuna, los padres quisieron que su hija se educase en un pensionado francés instalado en Inglaterra: el del Sagrado Corazón de Jesús. Su educación continuó en un pensionado religioso de Barcelona. Hasta los dieciocho años, Caridad tuvo grandes arrebatos de misticismo; incluso entró en el convento de Carmelitas Descalzas, donde profesó como novicia durante cierto tiempo.
Contaba diecinueve años cuando contrajo matrimonio en Barcelona -el 7 de enero de 1911- con Pablo Mercader, nacido en la capital catalana el 26 de julio de 1884 y perteneciente a una familia respetable. Desde entonces se la llamó Caridad Mercader. De este matrimonio debían nacer cinco hijos, cuatro chicos y una chica: Jorge, Ramón, Pablo, Luis y Montserrat. El segundo hijo, Ramón, o, más bien, Jaime Ramón, el futuro asesino, nació en Barcelona el 7 de febrero de 1913. Aprendió las primeras letras en las Escuelas Pías, con los Padres que las regentaban.
La felicidad de los Mercader no duró más de diez años. El marido continuaba profundamente enamorado de Caridad. Ella, por el contrario, se alejaba poco a poco de su esposo y de los principios severos en que se había formado. Se deslizaba hacia la bohemia y la independencia, en las que no tardaría en complacerse por entero. En 1925 abandonó el domicilio conyugal dirigiéndose a Francia con sus cinco hijos. Residió principalmente en Toulouse y Burdeos, donde sostuvo relaciones con un piloto aviador, militante comunista, que le contagió su fanatismo. En dos o tres ocasiones intentó suicidarse, viéndose empujada a tales extremos por motivos personales. Las tentativas de reconciliación de Pablo Mercader resultaron inútiles. En 1928 la ruptura fue total, y Caridad subió a París en compañía de sus hijos.
Según un antiguo agregado cultural de la embajada soviética en París, el principio de las relaciones de Caridad Mercader con la GPU se remontaba precisamente al año 1928. Según él, Caridad debió de pertenecer a una célula especial controlada por el Servicio Secreto, cuyas actividades estaban consagradas al espionaje. Pero, como ciertos agentes al servicio de la GPU, Caridad pertenecía a una organización independiente del Partido Comunista. Con su hija Montserrat, de la que no se separaba jamás, militó durante años en la XV sección del Partido Socialista francés. No fue por azar por lo que ellas estuvieron inscritas en esta sección, situada largo tiempo a la cabeza de la izquierda del socialismo francés y que se mostró como una de las más favorables a la constitución del Frente Popular. Gracias, probablemente, a su origen cubano, Caridad estaba destinada a cumplir misiones de confianza en Cuba, México y otros países de la América Latina.
El pasado aventurero de Caridad Mercader y su actividad combativa le granjearon desde los primeros meses de la guerra de España, la estimación, la confianza y la protección de Pedro, representante todopoderoso del Komintern y de la GPU en Cataluña. Bajo ese sencillo nombre de pila se ocultaba Ernö Gerö, un militante tipo del período estaliniano. Gerö, al recobrar la libertad en la Hungría de 1921 (fue encarcelado tras el fracaso de la Comuna de Béla Kun), se refugió en Viena, donde permaneció un año aproximadamente. Viena era entonces el lugar de paso de los exiliados húngaros y, en general, de cuantos huían de los países balcánicos; desde allí, la mayoría se dirigía en seguida a Alemania y, sobre todo, a Francia. Gerö se instaló en París, donde fue secretario del grupo comunista y también del comité intersindical húngaro. Poco después fue enviado a Hungría clandestinamente con el nombre de Singer y con la misión de proceder a la organización de las células comunistas. A su regreso a Francia, la policía lo detuvo, expulsándolo; no se acomodó a la orden de expulsión y, descubierto y detenido de nuevo, fue condenado a varios meses de prisión. Expulsado una vez más, después de haber cumplido su condena, continuó viviendo en Francia ilegalmente. Transferido a Moscú en 1928, durante cerca de tres años completó su formación en una escuela leninista.
Fue en 1933 cuando comenzó a especializarse en los asuntos españoles (particularmente en las cuestiones catalanas) y, tras el comienzo de la Guerra Civil en julio de 1936, estuvo casi permanentemente en dicho país. Raros eran los comunistas catalanes que conocían su verdadera personalidad y su importancia. Tan pronto llegó a Barcelona se convirtió en el representante todopoderoso del Komintern y de la GPU. Se le llamaba Pedro o Guéré. Sus decisiones no admitían apelación. Todos los servicios secretos comunistas -políticos, militares, policiales- se hallaban efectivamente bajo su control. Su mirada fría y escrutadora hacía temblar a todo el mundo, incluso y sobre todo al Cónsul general en Barcelona, Antonov Ovseenko, antiguo amigo de Trotsky que había dirigido en octubre de 1917 la toma del Palacio de Invierno. Nombrado comisario de Justicia en la URSS, embarcó en Barcelona apenas un año después de su llegada a esta ciudad y, en el momento de desembarcar, cuando se disponía a tomar posesión de su cargo, desapareció para siempre.
Al amparo del Partido Socialista Unificado de Cataluña, caído bajo la dependencia total de Moscú, Ernö Gerö logró formar un equipo de colaboradores que ocuparon, entre octubre de 1936 y mayo de 1937, cargos políticos, militares y policíacos de primera importancia. Por ejemplo: tres de los puestos más destacados de la Prefectura de Policía quedaron bajo su control. Mientras él se entregaba a esas actividades en Cataluña, otros importantes agentes de Moscú se consagraban a actividades idénticas en toda la zona republicana, particularmente en Madrid y Valencia. En menos de un año, lograron introducirse en casi todos los centros clave del poder. Tras un viaje a México a la cabeza de una delegación, en noviembre de 1936, Caridad Mercader fue una de las más activas colaboradoras de Erno Gerö. Este se convirtió en su primer maestro en el campo de la acción terrorista y el espionaje, en el que ella introdujo a su hijo Ramón. Leónidas Eitingon los conoció gracias a Gerö. Caridad no tardó en ser su amante. Juntos cometieron numerosos crímenes. Entre otros, el más monstruoso: el asesinato de León Trotsky.
Ramón Mercader del Río había desaparecido de Cataluña en la segunda mitad del año 1937. Nadie le había vuelto a ver ni había tenido la menor noticia de él hasta el momento en que aparecieron sus fotografías en la prensa mexicana inmediatamente después del asesinato de Trotsky. ¿Dónde había estado durante ese tiempo, o parte del mismo? ¿No resultaba extraño que hubiese desaparecido de España precisamente cuando el comunismo internacional concentraba en ella sus mejores elementos de acción? Es evidente que, además del entrenamiento en España, primero bajo la vigilancia de Gerö y después de Eitingon, Ramón Mercader pasó cinco o seis meses en la Unión soviética antes de instalarse en París, en contacto ininterrumpido con los agentes especializados en la lucha contra Trotsky y el trotskismo. Tenía que esperar en París la llegada de Ruby Weil, que debía presentarle a la inocente Sylvia Ageloff.
Sobre la verdadera identidad del asesino de Trotsky se atribuyeron varias nacionalidades y nombres. Las pruebas materiales e irrefutables de esa identidad fueron facilitadas en 1953 por un médico, mexicano, el doctor Quirós Cuaron -encargado en 1940, inmediatamente después de la muerte de Trotsky- del examen psicológico del homicida. Quirós Cuaron extrajo de ese examen conclusiones de máximo interés que expuso en un voluminoso estudio. Aguijoneado por una curiosidad jamás satisfecha, llevó más lejos todavía sus investigaciones, que le condujeron primero a Barcelona y después a Madrid, donde la Dirección General de Seguridad le suministró documentos preciosos: fotos policíacas, de frente y de perfil, de Ramón Mercader del Río (detenido el 12 de junio de 1935, con otros diecisiete comunistas, en Barcelona; transferido después a una prisión de Valencia; puesto en libertad cuando la victoria del Frente Popular) y la huella de su dedo índice derecho. Comparadas con las fotografías de frente y de perfil y la huella del índice derecho de Frank Jacson-Mornard, detenido por la policía mexicana por el asesinato de León Trotsky, en 1940, se revelaron idénticas.
El 6 de mayo de 1960, o sea, tres meses y medio antes de la fecha en que terminaba su condena, ya que el crimen fue cometido el 20 de agosto de 1940, ante la sorpresa general, las autoridades pusieron en libertad -aunque expulsándolo del país- al asesino de León Trotsky. Ramón Mercader del Río, debidamente escoltado, partió para La Habana de Fidel Castro; desde allí se dirigiría a Praga, uno de los principales centros de dirección del comunismo internacional y, finalmente, a Moscú. Cumplida su condena, el criminal doctrinario tristemente célebre iba a reunirse con los suyos.
Caridad, que fue a México a la cabeza de una delegación en noviembre de 1936, regresó allí poco antes del final de la Guerra Civil española, en febrero o marzo de 1939, cuando comenzaban los preparativos para el asesinato de Trotsky. Ella, lo mismo que Eitingon, trabajaba bajo la dirección personal de Sudoplátov, uno de los principales jefes del espionaje soviético en el hemisferio occidental. Eitingon, que bajo los nombres de Valery y de Liova se había entregado a actividades antitrotskistas en Francia, era ante todo un especialista en el descubrimiento y liquidación de los diplomáticos soviéticos sospechosos y militantes comunistas dudosos o comprometedores.
Habiendo fracasado el primer atentado contra Trotsky, Beria y Sudoplátov dieron, sin lugar a dudas, órdenes terminantes a Leónidas Eitingon y a su colaboradora Caridad Mercader: había que preparar un nuevo atentado, que esta vez no debía fallar. De ahí la reunión Rabinovitch-Eitingon con Ramón en Nueva York. Esto parece más que verosímil, ya que de otro modo el viaje del último a dicha ciudad no se explicaría. Por añadidura, parece muy lógico que ellos escogieran Nueva York, suficientemente alejada de la capital mexicana y de todas las personas que habían tomado parte en el ataque a la casa de Coyoacán, con el propósito de poner en marcha un nuevo plan.
Mientras Ramón, en aquel fatal día de agosto, se dirigía en coche al domicilio de Trotsky para cometer su crimen, Leónidas y Caridad, cada uno en su automóvil, le seguían, estacionándose por las calles vecinas cuando el asesino penetró en el chalet-fortaleza. Si, como era probable, Ramón lograba matar a Trotsky en su mismo despacho con la ayuda del piolet oculto en su impermeable (por lo cual había sido necesario dos días antes un ensayo), los vigilantes lo dejarían salir sin ser molestado; luego, Caridad y Leónidas se ocuparían de su inmediata salida al extranjero. El terrible grito lanzado por la víctima al recibir el golpe de piolet en su cráneo hizo fracasar su plan. Caridad tuvo que presenciar, devorada por la angustia, la partida de las dos ambulancias: una transportaba a Trotsky a la clínica; en la otra iba su hijo, del que no sabía si estaba vivo o muerto.
Caridad recibió entonces una orden perentoria de su jefe y amante: era preciso huir. Leónidas se puso en marcha por su cuenta; Caridad pasó a Estados Unidos, desde donde se trasladaría a Rusia. Llegada a la URSS, Caridad Mercader se instaló en la Kalujskaia, inmenso sector residencial en las proximidades de Moscú, de casas uniformes y confortables, todas ellas ocupadas por agentes importantes de la GPU. Se le encargó que espiara y denunciara a los jefes del Partido Comunista búlgaro refugiados en la URSS; con excepción de Dimitrov y de Kolarov, destinados a desempeñar después de la guerra y del triunfo del Ejército Rojo los más altos cargos gubernamentales en Sofía (lo cual no impidió que los dos murieran en extrañas circunstancias), puede decirse que todos los jefes búlgaros fueron ejecutados. Provista de pasaporte cubano, hizo numerosos viajes, unas veces con Eitingon; otras, sola y obedeciendo sus órdenes, a Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Turquía. Cada una de esas misiones se traducía en nuevas víctimas.
De regreso en la URSS, adquirió el hábito de encerrarse en su casa, viviendo detrás de sus ventanas, detrás de sus cerrojos. Escribía, una tras otra, cartas a Beria o a Sudoplátov, unas veces suplicantes y otras amenazadoras, solicitando autorización para salir de Rusia. Le respondían con ramos de flores, con cajas de bombones, con cartas que contenían unas cuantas palabras amables. En ocasiones, Leónidas Eitingon iba a verla; le recomendaba paciencia, un poco de paciencia. Sólo las visitas que le hacía a menudo su hijo Luis la tranquilizaban. Finalmente, amenazó con suicidarse o con refugiarse en la Embajada de Cuba si su solicitud continuaba siendo rechazada. Esta amenaza desesperada dio resultado: Beria la autorizó por fin a trasladarse a Cuba, a condición de que no intentara luego irse a México. Caridad se prestó a eso, prometiendo no salir de Cuba, pero una vez fuera de la URSS, se apresuró a trasladarse a México. La animaba una idea fija: conseguir la libertad de Ramón. Caridad, pues, logró salir de la URSS hacia finales de febrero de 1945, pero su hijo Luis, muy joven, se quedó en Moscú como rehén, respondiendo del silencio de toda la familia.
Tras la muerte de Trotsky, residía permanentemente en México una comisión de la GPU. A la cabeza de esa comisión se encontraba el agente Kupper, muy importante, de origen polaco. Su equipo cumplía en México una misión concreta: protegía y al mismo tiempo vigilaba estrechamente al asesino de Trotsky. Todo lo que tenía relación con el detenido -la preparación de su defensa, la tarea de hacer su estancia en la prisión lo más cómoda posible, sus relaciones con el exterior- se hallaba intervenido por Kupper. Al grupo no le faltaba dinero precisamente. Se calcula que gastó, desde la detención hasta la liberación del criminal, la importante suma de 250.000 dólares.
Al abandonar la URSS, Caridad Mercader tenía en su poder un pasaporte soviético que le permitía guardar secretos su identidad y su origen. Pero ese pasaporte fue motivo de toda clase de conflictos con el equipo Kupper, que quería impedir a toda costa que entrara en contacto directo con el prisionero. Caridad exigió que se procediese a la revisión del proceso: sufrió un revés. Con la ayuda del abogado que defendiera al detenido, proyectó un intento de reducción de la condena, pero estas nuevas gestiones resultaron igualmente vanas. Finalmente, la mujer exigió que fuese organizada su evasión, la que terminó en un nuevo fracaso. Como cada vez se mostraba más exigente, Kupper resolvió -sin duda por orden de Moscú- aterrorizarla. Dos tentativas criminales fueron dirigidas contra ella; una vez escapó por milagro de un accidente de automóvil. Temiendo por su vida, como ya antes en Moscú, Caridad abandonó México en noviembre de 1945 dirigiéndose a París. Kupper fue llamado a Moscú tras el fracaso de la tentativa de evasión de Ramón Mercader del Río. Pereció en el curso de una purga organizada por Kruschev después de la muerte de Beria y al mismo tiempo que desaparecían sus colaboradores más allegados: Merkulov, Sudoplátov, Eitingon, todos los que habían tenido algo que ver con el asesinato de León Trotsky. Víctor Hugo tenía razón: siempre hay un verdugo para los verdugos.