Jean van Heijenoort:
Paso por Bélgica e instalación en Noruega
Mientras Trotsky
vivía en Saint Pierre de Chartreuse, sugirió que el grupo trotskista francés
practicara el entrismo en el Partido Socialista. Su sugerencia, el llamado
“giro francés”, provocó una viva discusión entre los militantes franceses y
también en todo el movimiento en otras partes del mundo. Raymond Molinier,
dirigente de la IV Internacional y secretario de Trotsky, y el sociólogo Pierre
Naville, miembro del PC francés del cual fue expulsado por “desviacionismo” por
adherir a las ideas de Trotsky, rompieron relaciones por esa cuestión: Molinier
estaba por el ingreso, Naville en contra. No obstante ello, la mayor parte del
grupo trotskista francés ingresó al Partido Socialista. La Internacional
Comunista, por su parte, ya completamente en manos del estalinismo, propugnó
por una alianza con los partidos reformistas y las burguesías “democráticas” en
función de priorizar los intereses de defensa de la URSS por sobre la
movilización revolucionaria de las masas, tendencia que finalmente se impuso en
la dirección del Partido Socialista, que poco después comenzó la expulsión de
los militantes trotskistas. Jean van Heijenoort intentó limar asperezas. Se
reunió en Holanda con el dirigente Henk Sneevliet y en Bélgica con Paul Henri
Spaak, diputado y miembro de la oposición dentro del Partido Socialista y, por
entonces, con algunas simpatías por el trotskismo. No obtuvo buenos resultados.
Trotsky también hizo las mismas recomendaciones a sus seguidores en Inglaterra
respecto al Independent Labour Party y en Estados Unidos con el Socialist
Worker. Party. En la cuarta parte de los textos seleccionados de las memorias
de Jean van Heijenoort, éste narra las últimas peripecias de Trotsky en Francia
y su traslado a Noruega.
Después de
pasar unos días en Lagny, Trotsky partió a Chamonix con Meichler. Allí vivió en
un hotel, sin saber muy bien qué iba a pasar al día siguiente. Natalia se quedó
en París. Henri Molinier continuaba sus tratos con las autoridades francesas.
Se hablaba de enviar a Trotsky a Madagascar o a la isla Reunión. El gobierno
turco, al que se sondeó discretamente, hizo saber que no permitiría el regreso
de Trotsky a Turquía. Era el planeta sin visa. Finalmente, el 10 de mayo, con
el acuerdo de la Seguridad, nos instalamos, Trotsky, Natalia y yo, en una
pensión familiar, la pensión Gombault, en La Tronche, pequeña ciudad cerca de
Grenoble. El pueblo era verdaderamente muy pequeño y una casa habitada por
desconocidos, recién llegados al pueblo, no podía dejar de llamar la atención.
De todos modos este arreglo no duró mucho. Dejamos La Tronche el 28 de mayo.
Raymond Molinier había alquilado una casa en Saint Pierre de Chartreuse, un
pueblo perdido de los Alpes, a unos treinta kilómetros al norte de Grenoble.
La instalación en Saint Pierre de Chartreuse se hizo con el acuerdo de la Seguridad. De hecho, las autoridades francesas habían dado a Trotsky papeles de identidad ficticios. Su nombre, de ahora en adelante era Lanis, y era de nacionalidad rumana. Trotsky era profesor. “Lanis” era el nombre verdadero de la compañera de Raymond Molinier, Vera. Pero el prefecto de Isére tenía sus razones para no estar satisfecho con la presencia de Trotsky en su departamento y sobre todo en Saint-Pierre, un pueblo cuyo alcalde, católico ferviente, era enemigo personal del prefecto. Si se descubría la presencia de Trotsky, se produciría un escándalo que recaería sobre el prefecto. Se las arregló entonces para difundir el secreto. La prensa local publicó informaciones que, sin dar la dirección exacta del refugio, indicaban bastante bien la región. Era una especie de chantaje. Si no se cedía a él, las informaciones serían más precisas.
A fines de junio, por consiguiente, fue necesario abandonar bruscamente Saint Pierre. Trotsky, Natalia y Raymond Molinier partieron a Grenoble, donde yo, que venía de París, me reuní con ellos. No teníamos ningún plan para una nueva instalación y la situación parecía sin salida. Había que empezar de nuevo desde cero. Raymond se fue a París para encontrar una solución. A fin de hacer menos difíciles los problemas del incógnito, Natalia partió con él. Trotsky y yo tomamos el autobús para Lyon, donde nos instalamos en un hotel. En los parques de Lyon, Trotsky me dictó algunas cartas y notas. Raymond vino a vernos, trayéndonos un paquete de cartas. Había que responderlas, el trabajo continuaba. Pero, en general, Trotsky estaba, en esos días, taciturno e inquieto. La inseguridad de su situación comenzaba a pesarle.
Mientras Trotsky y yo estábamos en Lyon, Henry y Raymond Molinier se afanaban: Henry tratando de negociar con las autoridades francesas, Raymond buscando un lugar conveniente. Pronto se dibujó una solución. Después del problema de Barbizon, yo había ido a ver a Maurice Dommanget, uno de los líderes del sindicato de docentes, en el pequeño pueblo de Oise, donde era maestro. Al igual que cierto número de colegas suyos en el sindicato docente, aunque no era trotskista, tenía simpatía por Trotsky. Es así como, a comienzos de julio, vino a proponerme la casa de Laurent Beau, maestro en Domeñe, pequeña ciudad a una decena de kilómetros al este de Grenoble. Raymond Molinier fue a ver el lugar. Todo estaba bien. La casa de Beau, de tres pisos, rodeada de un gran jardín, se encontraba en la carretera de Savoie, un poco apartada de la ruta, quizás a unos dos kilómetros del centro de Doméne. Beau no era trotskista; era un maestro de izquierda, y estaba decidido a alquilar una parte de su casa a Trotsky.
Llegamos a Doméne Trotsky, Natalia y yo, justo antes de mediados de julio de 1934. Henri Molinier nos llevó en automóvil. Los primeros arreglos de la casa se hicieron un poco al azar. Trotsky se instaló en la pieza de trabajo de Beau y se puso a escribir a mano. La situación política en Francia era cada vez más febril y había mucho que hacer en el grupo trotskista de París. Pronto se decidió que yo dividiría mi tiempo entre Doméne y París. Pasaba tres o cuatro semanas en París, luego me iba a Doméne por dos o tres semanas, y así regularmente. Todo eso carecía de estabilidad y dependía más que nada de las necesidades del momento. Estuve en Doméne en octubre, para traducir la primera parte de “¿A dónde va Francia?”. Traducía el manuscrito a medida que Trotsky escribía. El folleto era un análisis de la situación política en Francia y, por supuesto, no podía ser publicado con el nombre de Trotsky sin comprometer más su situación ante las autoridades francesas. Mi traducción tenía algunos arreglos como para que no se advirtieran las marcas más notorias de su estilo. El texto fue publicado en “La Vérité” como si hubiera sido escrito colectivamente por un grupo de trotskistas franceses.
El primero de diciembre de 1934, Kirov, secretario del Partido Comunista en Leningrado, había sido asesinado, en circunstancias bastante misteriosas, por un joven terrorista, Nikolaiev, cuyos móviles eran todavía desconocidos. Stalin lanzó una nueva campaña de calumnias contra los trotskistas y se entregó a sangrientas represiones e incluso hizo fusilar a docenas de funcionarios de la GPU. Trotsky trataba de demostrar, con las informaciones que entonces tenía a su disposición, el mecanismo del asunto. Yo traducía al francés lo que él escribía, que se publicó finalmente poco después en París, en forma de un folleto sobre el asunto Kirov. En la conversación, Trotsky me esbozó una teoría de lo que él llamaba “el socialismo coronado”. “Ya verá usted, Stalin se va hacer coronar”. Pensaba que después del asesinato de Kirov, Stalin habría de adoptar un título majestuoso, a la manera de Bonaparte cuando se convirtió en Napoleón. En cierto modo, eso fue lo que ocurrió. Stalin se convirtió en el “padre de los pueblos” y se rodeó de esa aureola de adulación bizantina que más tarde habría de llamarse el “culto a la personalidad”. El asesinato de Kirov y sus secuelas marcaron una etapa importante en la construcción del mito. Trotsky tal vez esperaba un regreso a algo más tradicional, más formal.
La instalación en Saint Pierre de Chartreuse se hizo con el acuerdo de la Seguridad. De hecho, las autoridades francesas habían dado a Trotsky papeles de identidad ficticios. Su nombre, de ahora en adelante era Lanis, y era de nacionalidad rumana. Trotsky era profesor. “Lanis” era el nombre verdadero de la compañera de Raymond Molinier, Vera. Pero el prefecto de Isére tenía sus razones para no estar satisfecho con la presencia de Trotsky en su departamento y sobre todo en Saint-Pierre, un pueblo cuyo alcalde, católico ferviente, era enemigo personal del prefecto. Si se descubría la presencia de Trotsky, se produciría un escándalo que recaería sobre el prefecto. Se las arregló entonces para difundir el secreto. La prensa local publicó informaciones que, sin dar la dirección exacta del refugio, indicaban bastante bien la región. Era una especie de chantaje. Si no se cedía a él, las informaciones serían más precisas.
A fines de junio, por consiguiente, fue necesario abandonar bruscamente Saint Pierre. Trotsky, Natalia y Raymond Molinier partieron a Grenoble, donde yo, que venía de París, me reuní con ellos. No teníamos ningún plan para una nueva instalación y la situación parecía sin salida. Había que empezar de nuevo desde cero. Raymond se fue a París para encontrar una solución. A fin de hacer menos difíciles los problemas del incógnito, Natalia partió con él. Trotsky y yo tomamos el autobús para Lyon, donde nos instalamos en un hotel. En los parques de Lyon, Trotsky me dictó algunas cartas y notas. Raymond vino a vernos, trayéndonos un paquete de cartas. Había que responderlas, el trabajo continuaba. Pero, en general, Trotsky estaba, en esos días, taciturno e inquieto. La inseguridad de su situación comenzaba a pesarle.
Mientras Trotsky y yo estábamos en Lyon, Henry y Raymond Molinier se afanaban: Henry tratando de negociar con las autoridades francesas, Raymond buscando un lugar conveniente. Pronto se dibujó una solución. Después del problema de Barbizon, yo había ido a ver a Maurice Dommanget, uno de los líderes del sindicato de docentes, en el pequeño pueblo de Oise, donde era maestro. Al igual que cierto número de colegas suyos en el sindicato docente, aunque no era trotskista, tenía simpatía por Trotsky. Es así como, a comienzos de julio, vino a proponerme la casa de Laurent Beau, maestro en Domeñe, pequeña ciudad a una decena de kilómetros al este de Grenoble. Raymond Molinier fue a ver el lugar. Todo estaba bien. La casa de Beau, de tres pisos, rodeada de un gran jardín, se encontraba en la carretera de Savoie, un poco apartada de la ruta, quizás a unos dos kilómetros del centro de Doméne. Beau no era trotskista; era un maestro de izquierda, y estaba decidido a alquilar una parte de su casa a Trotsky.
Llegamos a Doméne Trotsky, Natalia y yo, justo antes de mediados de julio de 1934. Henri Molinier nos llevó en automóvil. Los primeros arreglos de la casa se hicieron un poco al azar. Trotsky se instaló en la pieza de trabajo de Beau y se puso a escribir a mano. La situación política en Francia era cada vez más febril y había mucho que hacer en el grupo trotskista de París. Pronto se decidió que yo dividiría mi tiempo entre Doméne y París. Pasaba tres o cuatro semanas en París, luego me iba a Doméne por dos o tres semanas, y así regularmente. Todo eso carecía de estabilidad y dependía más que nada de las necesidades del momento. Estuve en Doméne en octubre, para traducir la primera parte de “¿A dónde va Francia?”. Traducía el manuscrito a medida que Trotsky escribía. El folleto era un análisis de la situación política en Francia y, por supuesto, no podía ser publicado con el nombre de Trotsky sin comprometer más su situación ante las autoridades francesas. Mi traducción tenía algunos arreglos como para que no se advirtieran las marcas más notorias de su estilo. El texto fue publicado en “La Vérité” como si hubiera sido escrito colectivamente por un grupo de trotskistas franceses.
El primero de diciembre de 1934, Kirov, secretario del Partido Comunista en Leningrado, había sido asesinado, en circunstancias bastante misteriosas, por un joven terrorista, Nikolaiev, cuyos móviles eran todavía desconocidos. Stalin lanzó una nueva campaña de calumnias contra los trotskistas y se entregó a sangrientas represiones e incluso hizo fusilar a docenas de funcionarios de la GPU. Trotsky trataba de demostrar, con las informaciones que entonces tenía a su disposición, el mecanismo del asunto. Yo traducía al francés lo que él escribía, que se publicó finalmente poco después en París, en forma de un folleto sobre el asunto Kirov. En la conversación, Trotsky me esbozó una teoría de lo que él llamaba “el socialismo coronado”. “Ya verá usted, Stalin se va hacer coronar”. Pensaba que después del asesinato de Kirov, Stalin habría de adoptar un título majestuoso, a la manera de Bonaparte cuando se convirtió en Napoleón. En cierto modo, eso fue lo que ocurrió. Stalin se convirtió en el “padre de los pueblos” y se rodeó de esa aureola de adulación bizantina que más tarde habría de llamarse el “culto a la personalidad”. El asesinato de Kirov y sus secuelas marcaron una etapa importante en la construcción del mito. Trotsky tal vez esperaba un regreso a algo más tradicional, más formal.
Llegamos a
París a la madrugada. Liova nos esperaba en la estación. Trotsky y Natalia se
dirigieron inmediatamente al departamento de Gérard Rosenthal o, mejor dicho,
de su padre, un médico parisino muy conocido. Se supo entonces que el
gobierno noruego vacilaba y hubo varias jornadas de negociaciones febriles. Las
autoridades francesas querían que Trotsky abandonara el país lo más pronto
posible y ciertamente no estaban dispuestas a permitir un retorno a Doméne. Por
otra parte, en ese momento se llevaba a cabo el Congreso Nacional del Partido
Socialista, en Mulhouse; los trotskistas franceses estaban a punto de ser
excluidos de ese partido. Gran cantidad de cuestiones de táctica política se
planteaban. Miembros del grupo trotskista de París venían a menudo a ver a
Trotsky. El 13 de junio todo se arregló finalmente. La visa noruega fue
acordada por seis meses. En la noche del 13 al 14 de junio de 1935 tomamos en
la Estación del Norte el tren de las 12.15 para Amberes, Trotsky, Natalia, Jean
Rous y yo. Llegamos a Amberes por la mañana y encontramos allí a Jan Frankel,
que había venido de Checoslovaquia. Nos instalamos en el Hotel Excélsior. En
noviembre de 1932, en esa misma ciudad de Amberes, la policía belga había
organizado un verdadero sitio alrededor del barco que conducía a Trotsky a
Dinamarca, mientras que en 1935 nos dejó tranquilos. La policía francesa,
igualmente, en la Estación del Norte, había sido extremadamente discreta. El
viaje se realizó mucho más sencillamente que los anteriores desplazamientos de
Trotsky.
A
comienzos de junio de 1934, la prefectura de Isére entregó a Trotsky y a
Natalia “verdaderos” falsos documentos de identidad a nombre de Lanis. Durante
los días 14 y 15, Trotsky tuvo en Amberes conversaciones con varios trotskistas
belgas y también con los miembros de un grupo socialista flamenco, la Liga. El
15, a las 8 de la noche, partimos hacia Oslo a bordo del barco
noruego París, Trotsky, Natalia, Frankel y yo. Rous se volvió a París. El
18 por la mañana, el barco costeaba el fiordo de Oslo. Las formalidades de
inmigración fueron rápidas, el desembarco muy sencillo; descendimos al muelle
mezclados con los demás pasajeros. Si había periodistas presentes, no se
mostraron. Partimos inmediatamente en automóvil hacia Jevnaker, una pequeña
ciudad a unos 50 kilómetros al noroeste de Oslo, y nos instalamos en un hotelito
muy limpio por algunos días.
Para guiarnos en ese mundo nuevo estaba Walter Held, cuyo verdadero nombre era Heinz Epe, un trotskista alemán refugiado en Noruega desde hacía un tiempo y casado con una noruega. Alrededor de él, algunos amigos noruegos, en particular Olav Scheflo, un periodista que había hecho mucho por la obtención de la visa y Kjell Ottesen, un estudiante. El 23 de junio Trotsky y Natalia se instalaron en la casa de los esposos Knudsen. Konrad Knudsen era diputado en el Parlamento noruego. El arreglo había sido hecho por intermedio de Scheflo, amigo de los Knudsen. La casa, sin ser lujosa, era grande y cómoda, en medio del césped, sin bardas, cerca de un pequeño bosque. El lugar se llamaba Wexhall y estaba unido a la pequeña ciudad de Honefoss a unos 60 kilómetros al norte de Oslo.
Para guiarnos en ese mundo nuevo estaba Walter Held, cuyo verdadero nombre era Heinz Epe, un trotskista alemán refugiado en Noruega desde hacía un tiempo y casado con una noruega. Alrededor de él, algunos amigos noruegos, en particular Olav Scheflo, un periodista que había hecho mucho por la obtención de la visa y Kjell Ottesen, un estudiante. El 23 de junio Trotsky y Natalia se instalaron en la casa de los esposos Knudsen. Konrad Knudsen era diputado en el Parlamento noruego. El arreglo había sido hecho por intermedio de Scheflo, amigo de los Knudsen. La casa, sin ser lujosa, era grande y cómoda, en medio del césped, sin bardas, cerca de un pequeño bosque. El lugar se llamaba Wexhall y estaba unido a la pequeña ciudad de Honefoss a unos 60 kilómetros al norte de Oslo.
Se
desarrollaba entonces una viva lucha en la organización de las juventudes
socialistas. Allí, más que en el partido adulto, los trotskistas habían logrado
algún éxito luego de su ingreso a la organización socialista. Habían reclutado
adherentes. Además, el grupo de Fred Zeller, que tenía en sus manos la
conducción de la Entente del Sena, se había aproximado bastante a ellos. A
fines de julio, en Lille, el Congreso Nacional de la organización de la
juventud socialista excluyó a los trotskistas y a sus aliados. El grupo Zeller
se unió a los trotskistas para formar una organización juvenil independiente. A
fines de octubre, Zeller viajó a Noruega para ver a Trotsky y se quedó
alrededor de tres semanas. Por cierto, preguntó a Trotsky cómo había podido
perder el poder. “¿Por qué no se valió usted del formidable aparato que tenía
entre las manos para resistir?”. Trotsky calificó la pregunta de “ingenua”,
pero escribió un artículo bastante largo titulado “¿Por qué Stalin venció a la
oposición?” con fecha 12 de noviembre, que quizás sea la presentación más
completa y más coherente de sus opiniones sobre el problema, con sus puntos
fuertes y también con sus costados débiles. En su entusiasmo de neófito, Zeller
envió desde Noruega a un amigo estalinista, a París, una postal en la que le
decía: “¡Muera Stalin! ¡Viva Trotsky!”. El amigo no encontró nada mejor que
remitir la postal a la dirección del Partido Comunista. Pequeño escándalo: los estalinistas
presentaron la tarjeta como un llamado al terrorismo individual.
Hacia
fines de 1935, Trotsky entró en negociaciones, por intermedio de Liova, con el
Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam para venderle sus
cartas de los años 1917/1922: cerca de novecientos documentos. Se trataba, por
cierto, de copias, dactilografiadas o fotográficas, pues los originales, por
decisión del Politburó, habían sido depositados en Moscú. El contrato de venta
fue firmado el 28 de diciembre de 1935. Meses después, en la segunda mitad de
mayo de 1936 se lanzó en Francia una ola de huelgas, con ocupaciones de
fábricas. Desde Noruega, Trotsky seguía de muy cerca la situación en Francia. Escribió
“La etapa decisiva”, con fecha 3 de junio, y “La revolución francesa ha
comenzado”, con fecha 10 de junio.
Al poco tiempo recibí una carta a mano en la que me proponía publicar en París un diario que se llamara “Le Soviet” para el que Trotsky me enviaría desde Noruega casi todo el contenido de cada número, yo traduciría los textos y me ocuparía de su impresión. Habría que mantener respecto de la conducción del grupo trotskista francés una especie de neutralidad. Toda la empresa era, evidentemente, quimérica. Trotsky me había elegido para ese proyecto por las siguientes razones: podía traducir rápidamente sus artículos del ruso al francés; tenía alguna experiencia en cuestiones de imprenta; finalmente, luego de mi pertenencia temporaria al grupo Molinier y, posteriormente, mi ruptura con ese grupo, no tenía una solidaridad política particular con el equipo Rous-Bardin-Naville, ni con el equipo Molinier-Frank, que constituían entonces la dirección del grupo trotskista francés. El proyecto de diario independiente nació muerto. Los acontecimientos evolucionaron rápidamente. La ola de huelgas tuvo un reflujo. Las relaciones de Trotsky con la dirección del grupo francés mejoraron un poco.
Al poco tiempo recibí una carta a mano en la que me proponía publicar en París un diario que se llamara “Le Soviet” para el que Trotsky me enviaría desde Noruega casi todo el contenido de cada número, yo traduciría los textos y me ocuparía de su impresión. Habría que mantener respecto de la conducción del grupo trotskista francés una especie de neutralidad. Toda la empresa era, evidentemente, quimérica. Trotsky me había elegido para ese proyecto por las siguientes razones: podía traducir rápidamente sus artículos del ruso al francés; tenía alguna experiencia en cuestiones de imprenta; finalmente, luego de mi pertenencia temporaria al grupo Molinier y, posteriormente, mi ruptura con ese grupo, no tenía una solidaridad política particular con el equipo Rous-Bardin-Naville, ni con el equipo Molinier-Frank, que constituían entonces la dirección del grupo trotskista francés. El proyecto de diario independiente nació muerto. Los acontecimientos evolucionaron rápidamente. La ola de huelgas tuvo un reflujo. Las relaciones de Trotsky con la dirección del grupo francés mejoraron un poco.
El 19 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil española. Hacia fin de mes, Trotsky comunicó a Liova su intención de ir clandestinamente a Cataluña. Liova y yo hicimos algunos planes. Pensábamos en un barco pesquero que iba de Noruega a España, pero nada, fuera de algunas conversaciones. El 5 de agosto Trotsky terminó el manuscrito del libro en el que trabajaba hacía algún tiempo, “La revolución traicionada” y lo envió a sus traductores. Salió de Wexhall para hacer una excursión con Konrad Knudsen hacia Christiansand. Durante la noche del 5 al 6, miembros de un pequeño grupo pro-nazi noruego invadieron la casa de los Knudsen y se apoderaron de cartas y documentos que pertenecían a Trotsky. En París, Liova estaba inquieto y me pidió que fuera a Noruega.
Me embarqué en Amberes y llegué a Oslo el 25 de agosto por la mañana. Todavía el barco se deslizaba por las aguas del fiordo de Oslo cuando trajeron a bordo los diarios de la mañana. Pude descifrar los titulares: anunciaban la ejecución de Zinoviev y de Kamenev. Llegué a Wexhall, donde encontré a Trotsky, Natalia y Erwin Wolf, así como a la familia Knudsen. Los periodistas llamaban por teléfono a cualquier hora para obtener declaraciones de Trotsky sobre el proceso de Moscú. Trotsky estaba preocupado, en primer lugar, a causa del proceso, luego, porque en razón de aquél, el gobierno noruego endurecía su actitud hacia él. Moscú ejercía una presión cada vez más fuerte sobre el gobierno, reclamando medidas contra Trotsky y amenazando, si no se tomaban, con suspender la compra de arenques noruegos.
El 28 de agosto Trotsky fue a Oslo con Erwin Wolf para testimoniar en el juicio contra los nazis noruegos que habían invadido la casa de los Knudsen. Los procesos contra los fascistas se transformaban en una acción contra Trotsky. De testigo se convertía en acusado. Esa misma tarde, Wolf y yo fuimos detenidos. Todo eso sin ninguna explicación. Nos llevaron al gran edificio central de la policía en Oslo. Allí nos hicieron firmar una declaración en la que decíamos que abandonábamos Noruega por nuestra voluntad. De lo contrario, nos dijeron, los deportaremos a Alemania, a la Alemania de Hitler. Nos negamos. Wolf tenía un poco de dinero con él. Yo no tenía un centavo. No sabíamos en absoluto lo que iba a ser de nosotros ni cuál era la suerte de Trotsky. Al día siguiente, sin explicaciones, nos metieron en un tren, entre dos policías. En la frontera sueca esos dos policías noruegos nos entregaron a dos policías suecos, quienes nos acompañaron hasta Dinamarca, donde nos entregaron a dos policías daneses.
Llegamos a Copenhague el 30 de agosto, custodiados no ya por dos sino por seis policías daneses. No sabíamos todavía a dónde íbamos, ni lo que sucedía en el mundo. En la estación de Copenhague, un personaje importante de la policía nos dijo, muy amablemente, que íbamos a ser conducidos al hotel. Partimos en automóvil, flanqueados por policías. El automóvil recorría, a gran velocidad, las avenidas exteriores y penetró en un edificio. El “hotel” era una cárcel. Al día siguiente nos llevaron, siempre sin la menor explicación. Llegamos a los muelles y nos obligaron a subir a una pequeña embarcación, el Algarve. El barco soltó inmediatamente las amarras. No había policías a bordo y el capitán era cordial. Supimos que la embarcación, un barco de carga muy pequeño, iba a Marruecos a comprar aceite de copra, que haría escala en Amberes, donde podíamos desembarcar. Más tarde, en alta mar, nos enteramos, por la radio, que Trotsky y Natalia serían internados por el gobierno noruego.