8 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXV). Semblanzas y estimaciones (19)

Tony Cliff: La vigencia de su teoría sobre la burguesía contrarrevolucionaria

Nacido en el seno de una familia judía en Palestina con el nombre Yigael Gluckstein, Tony Cliff (1917-2000) fue un prolífico escritor que buscó recuperar las ideas fundamentales de Marx al mismo tiempo que superar las distorsiones del estalinismo en la Unión Soviética. Tuvo sus inicios políticos como revolucionario en la Palestina ocupada de los años ’30, época en la cual comenzó a seguir las ideas de Trotsky. Al término de la Segunda Guerra Mundial se radicó en Gran Bretaña, en donde desarrolló una larga trayectoria militante como teórico y dirigente fundador en 1951 del Internacional Socialist Group, una organización que fue creciendo hasta llegar en los años ‘70 a convertirse en un partido político: el Socialist Workers Party (SWP). Tony Cliff desarrolló varias teorías que ayudaron a analizar la realidad de después de la Segunda Guerra Mundial: definió la URSS como “capitalismo de Estado” y caracterizó como “revoluciones limitadas” las llevadas a cabo en países como Cuba o China al no estar arraigadas en el papel activo de la clase trabajadora. Entre su vastísima producción literaria se destacan las biografías políticas de Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, y los ensayos “The nature of stalinist Russia” (La naturaleza de la Rusia estalinista), “Deflected permanent revolution” (La revolución permanente desviada), “Class struggle and women’s liberation” (Lucha de clases y liberación de las mujeres), “Marxism at the millennium” (El marxismo en el milenio), “The jews, Israel, and the Holocaust” (Los judíos, Israel y el Holocausto), “Perspectives of the permanent war economy” (Perspectivas de la economía de guerra permanente), “The crisis. Social contract or socialism” (La crisis. Contrato social o socialismo) y “Trotskism after Trotsky” (Trotskismo después de Trotsky), obra esta última a la cual pertenece el texto que se reproduce a continuación.

 
En el “Manifiesto Comunista” Marx y Engels argumentan que los comunistas generalizan la experiencia histórica e internacional de la clase trabajadora. Esta experiencia siempre está cambiando y desarrollándose, y por esto el marxismo también siempre cambia. En el momento en que el marxismo deja de cambiar, está muerto. A veces el cambio histórico ocurre lenta y casi imperceptiblemente, pero otras veces los cambios son radicales. Consecuentemente, en la historia del marxismo hay también momentos de abruptos virajes. Uno no puede comprender la ruptura marcada por la aparición del “Manifiesto”, sin tomar en cuenta el trasfondo del advenimiento de la revolución de 1848.
Otro punto de viraje fue la Comuna de París de 1871, que inspiró a Marx a escribir en “La Guerra Civil en Francia”, “La clase trabajadora no puede tomar la vieja maquinaria estatal y usarla con el fin de construir el socialismo”. Él argumentaba que la clase trabajadora debía derribar la maquinaria estatal capitalista y construir un nuevo Estado sin fuerzas policiales, sin un ejército permanente ni una burocracia; un Estado en que todas las autoridades fueran electas, sus cargos fueran revocables al instante y sus sueldos fueran iguales al de los trabajadores que ellos representaran. El “Manifiesto Comunista” no había mencionado nada de esto. Ahora Marx reconocía los rasgos centrales de un Estado obrero. El no sacó estas conclusiones de sus intensos estudios en el Museo Británico. Su comprensión fluyó de las acciones de los trabajadores parisienses que tomaron el poder por 74 días y mostraron qué tipo de Estado podía establecer la clase trabajadora.
De la misma forma, la teoría de la “revolución permanente” de Trotsky fue un subproducto de la revolución rusa de 1905. Esta teoría sostenía que la burguesía de los países atrasados o subdesarrollados, por hallarse rezagada, era demasiado cobarde y conservadora para resolver las tareas democrático burguesas, como la independencia nacional y la reforma agraria. Estas tareas podrían concretarse sólo gracias a una revolución donde la clase trabajadora se pusiera al frente del campesinado. En el proceso de resolver estos problemas la revolución realizada por los trabajadores trascendería los límites de la propiedad burguesa y esto llevaría al establecimiento de un Estado obrero.
Las ideas de que la burguesía era contrarrevolucionaria y la clase trabajadora encabezaría al campesinado no surgieron automáticamente de la brillante inteligencia de Trotsky. Ellas fueron descubiertas en la realidad revolucionaria de 1905 y demostraban cómo en la práctica los trabajadores, al contrario de la burguesía, lucharon por derrocar al zarismo con el fin de ejercer el control democrático de la sociedad. En San Petersburgo, centro de la revolución, incluso se desarrollaron órganos de un Estado obrero: los consejos de trabajadores (soviets). Otros desarrollos del marxismo realizados por figuras como Lenin y Rosa Luxemburg, se originaron también en la experiencia histórica. El brillante libro de esta última sobre la huelga de masas, fue un producto de las luchas ocurridas en Rusia y Polonia durante 1905.
Un nuevo viraje sucedió cuando Stalin intentó aniquilar la tradición de la Revolución Bolchevique. Le tocó a Trotsky convertirse en quien la defendiera, y hasta su asesinato en 1940 lo hizo brillantemente. Sin embargo, al final de la Segunda Guerra Mundial, la IV Internacional que él había creado tuvo que enfrentar un nuevo y decisivo desafío: reaccionar a una situación radicalmente diferente a la imaginada por su fundador. Esto creó especiales dificultades, porque el movimiento había sido privado del gigante intelectual que lo había llevado hasta allí.
Antes de su muerte, Trotsky había realizado una serie de predicciones. Cuatro de éstas serían desafiadas por el desarrollo de la realidad luego de la Segunda Guerra Mundial. Había vaticinado que el régimen estalinista en la Unión Soviética no podría sobrevivir a la guerra. En un artículo del 1 de febrero de 1935, titulado “El Estado de los trabajadores, termidor y bonapartismo”, Trotsky argumentó que el estalinismo, como toda forma de bonapartismo, “no puede mantenerse a sí mismo por mucho tiempo. Una esfera equilibrada en el vértice de una pirámide invariablemente debe caer hacia un lado u otro”, por lo que “el inevitable derrocamiento del régimen estalinista” habría de ocurrir.
Un resultado podía ser la restauración capitalista. En la tesis “La guerra y la IV Internacional” (del 10 de junio de 1934) Trotsky escribió que “en el caso de una guerra prolongada que fuera acompañada por la pasividad del proletariado mundial, las contradicciones sociales internas en la URSS no sólo podrían llevar a una contrarrevolución burguesa bonapartista, sino que deberían hacerlo”. El 8 de julio de 1936 él proponía una hipótesis alternativa: la URSS sólo podrá emerger de una guerra sin ser derrotada bajo una condición, y es que sea asistida por la revolución en Occidente o en Oriente. Pero la revolución internacional, la única manera de salvar a la URSS, significará al mismo tiempo la muerte para la burocracia soviética.


Cualquiera sea la perspectiva considerada, es claro que Trotsky estaba lo suficientemente convencido de la inestabilidad del régimen estalinista, como para escribir en el artículo “La URSS en guerra” del 25 de septiembre de 1939, que considerar al régimen soviético como un sistema de clases estable sería “ponerse en una posición absurda”, porque en aquel momento se estaba “simplemente a unos años o incluso algunos meses de su vergonzoso derrumbe”. La verdadera realidad al final de la Segunda Guerra Mundial fue muy diferente. El régimen estalinista no se derrumbó. De hecho, luego de 1945 se fortaleció, extendiéndose por Europa oriental.
Trotsky pensaba que el capitalismo estaba en su crisis terminal. Como resultado de que la producción no podría expandirse, no podría haber tampoco ninguna reforma social importante ni una elevación del nivel de vida de las masas. En 1938, en “La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional”, Trotsky escribió que el mundo occidental estaba “en una época de capitalismo en decadencia. No puede haber discusión sobre reformas sociales sistemáticas y elevación de los niveles de vida de las masas cuando cada seria demanda del proletariado e incluso de la pequeña burguesía, inevitablemente van más allá de los límites de las relaciones de propiedad capitalistas y del Estado burgués”.
Sin embargo, el mundo capitalista de posguerra no estaba sumido en el estancamiento y la decadencia. De hecho, el capitalismo occidental disfrutó de una sólida expansión y junto a ésta vino el florecimiento del reformismo. En consecuencia los partidos socialdemócratas y comunistas, lejos de desintegrarse, emergieron del período de posguerra más fuertes que nunca antes en número y apoyo. El reformismo floreció en base al creciente nivel de vida.
Valiéndose de su teoría de la revolución permanente, Trotsky sostuvo que en los países atrasados y subdesarrollados, el logro de las tareas democrático burguesas -la liberación nacional y la reforma agraria- sólo podrían avanzar gracias al poder de la clase trabajadora.
Esto también fue refutado por los acontecimientos. En China, el país más habitado del mundo, Mao condujo un partido estalinista totalmente divorciado de la clase trabajadora a unificar el país, lograr la independencia del imperialismo y hacer la reforma agraria.
Finalmente, si los pronósticos anteriores hubieran sido correctos en su totalidad, no habría habido un futuro para el estalinismo o el reformismo, y el campo habría estado libre para un avance sumamente rápido de la Cuarta Internacional. En este plano, Trotsky estaba muy seguro de que había un gran futuro para ella en los años venideros. El 10 de octubre de 1938 escribió: “La humanidad se ha vuelto más pobre que hace veinticinco años, mientras los medios de destrucción se han vuelto infinitamente más poderosos. En los primeros meses de la guerra, por consiguiente, una reacción tormentosa contra los humos chovinistas determinará que entren en escena las masas trabajadoras. Las primeras víctimas de esta reacción, junto con el fascismo, serán los partidos de la Segunda y la Tercera Internacional. Su derrumbamiento será la condición indispensable para un movimiento declaradamente revolucionario, que no encontrará otro eje para su cristalización que la Cuarta Internacional. Sus templados cuadros llevarán a los trabajadores hacia la gran ofensiva”.
Antes había declarado que “cuando el centenario del Manifiesto Comunista sea celebrado [en 1948], la IV Internacional se habrá vuelto una fuerza revolucionaria decisiva en nuestro planeta”. Y el 18 de octubre de 1938, en un discurso titulado “La fundación de la IV Internacional”, Trotsky subrayó este punto: “¡Diez años! ¡Sólo diez años! Permítanme terminar con un vaticinio: durante los próximos diez años el programa de la IV Internacional se volverá la guía de millones, y estos millones de revolucionarios tomarán por asalto el cielo y la tierra”.
Los repetidos comentarios hechos sobre este tema prueban de hecho que sus declaraciones sobre la rápida victoria de la Cuarta Internacional no eran comentarios sin importancia, en sí fueron una constante hasta su muerte. Pero este vaticinio era infundado, porque sus previsiones con respecto a la Unión Soviética, al capitalismo occidental y al Tercer Mundo fueron desmentidas por la realidad posterior a 1945. El espacio que ocuparía la Cuarta Internacional sería muy pequeño, las organizaciones trotskistas serían minúsculas y tendrían una influencia muy menor en la clase trabajadora. No obstante, Trotsky fue un gigante político: organizador de la Revolución de Octubre, jefe del Ejército Rojo, líder junto a Lenin de la Internacional Comunista. Una y otra vez, valorando la situación de Gran Bretaña en 1926, o la Revolución china de 1925-27, o la realidad alemana al momento del surgimiento del nazismo, Francia en 1936 y España entre 1931 y 1938, Trotsky demostró una habilidad fantástica para analizar situaciones complejas, pronosticar sus desarrollos futuros y sugerir la estrategia necesaria.
Las palabras de Trotsky eran a menudo proféticas. En muchos aspectos sus análisis resistieron la prueba del tiempo en forma brillante. Nadie entre los grandes pensadores marxistas lo superó en la habilidad de usar el método histórico materialista, sintetizar los factores económicos, sociales y políticos, visualizar su interrelación con la sicología de masas de millones de personas, y valorar la importancia del factor subjetivo, esto es, el papel de los partidos y los líderes de los trabajadores en los grandes acontecimientos. La “Historia de la Revolución Rusa” de Trotsky sobresale por encima de cualquier otro escrito histórico marxista. Es un monumento analítico y artístico de riqueza y belleza sin precedentes.


Los trabajos de Trotsky de los años 1928/40 -artículos, ensayos y libros sobre los acontecimientos en Alemania, Francia y España- están entre los escritos marxistas más brillantes. Se encuentran a la misma altura de los mejores escritos históricos de Marx: “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” y “La lucha de clases en Francia”. Pero Trotsky no se limitó a analizar diferentes situaciones sino que también adelantó líneas claras de acción para la clase trabajadora. En términos de táctica y estrategia sus escritos son manuales revolucionarios sumamente valiosos, comparables a lo mejor de lo producido por Lenin.
Un ejemplo de precioso valor en los trabajos de Trotsky, son sus escritos sobre Alemania en los años precedentes a la toma del poder por parte de Hitler. Alemania era el país que contaba con el movimiento obrero más importante del mundo en aquel momento. Estaba entrando en una profunda depresión y crisis social, siendo este el trasfondo del rápido crecimiento del movimiento nazi. Enfrentado a esto, Trotsky puso toda su energía y conocimiento a trabajar. En este período escribió innumerables libros cortos, folletos y artículos que analizaban la situación alemana. Ellos están entre sus obras más brillantes.
Semejante saber sobre el curso de los acontecimientos no se encuentra en ninguna otra parte. Advirtió de la catástrofe que seguiría a la toma del poder por parte de los nazis, la cual no sólo amenazaba a los alemanes sino a la clase trabajadora a escala internacional. Su llamado a la acción para detenerlos, para formar un frente de unidad con todas las organizaciones del movimiento obrero, se volvió más y más desesperado. Lamentablemente no se tomaron en cuenta sus advertencias proféticas y sus repetidos llamados. Su voz era un grito en el desierto. Ni el Partido Comunista (KPD) ni el Partido Socialdemócrata (SPD) le prestaron atención alguna. Si se hubiera aceptado el análisis de Trotsky y sus propuestas para la acción, la historia subsiguiente del siglo habría sido completamente diferente.
El análisis de Trotsky de los acontecimientos alemanes es particularmente impresionante, si tomamos en cuenta el hecho de que él estaba alejado de la escena y a una distancia considerable. Aun así, manejó las cosas como para seguir al día en todos sus detalles. Los escritos de Trotsky de los años 1930/33 son tan concretos que dan claramente la impresión de que el autor estaba viviendo en Alemania, no lejos en la isla de Prinkipo, en Turquía.
En los oscuros y terribles días de los años ‘30, Trotsky fue una brillante estrella guía. Con el espantoso avance de los nazis y los procesos de Moscú que condenaron a los líderes de la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique y la Internacional Comunista como agentes nazis, la dependencia de su pensamiento era ideológica y emocionalmente profunda y entendible.
La percepción del régimen estalinista como un régimen “socialista”, o incluso como un “Estado obrero degenerado” -esto es, como una etapa en la transición del capitalismo al socialismo- implicaba considerarlo más avanzado que el capitalismo. Para un marxista esto significaba, en primer lugar, que era capaz de desarrollar más eficazmente que el capitalismo las fuerzas productivas. Sólo necesitamos recordar las palabras de Trotsky: “El socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de ‘El Capital’, sino en una arena industrial que comprende a la sexta parte de la superficie de la tierra, no en el idioma de la dialéctica, sino en el idioma del acero, el cemento y la electricidad”.
Si la Unión Soviética hubiera sido un Estado obrero -aunque degenerado- y el capitalismo lo hubiera tomado por asalto, es obvio que los trabajadores habrían salido a defender su propio Estado. Trotsky siempre consideró axiomático que los trabajadores de la Unión Soviética saldrían en su defensa si ésta era atacada por el capitalismo, a pesar de la corrupta y depravada burocracia que la dominaba. Una analogía favorita de Trotsky era entre la burocracia soviética y la burocracia sindical. Hay diferentes tipos de sindicatos -militantes, reformistas, revolucionarios, reaccionarios, católicos- pero todos son organizaciones que defienden la porción que corresponde a los trabajadores en la riqueza nacional. Trotsky argumentaba que, a pesar de lo reaccionario que sean los burócratas que dominan los sindicatos, los trabajadores siempre estarán “apoyando sus pasos progresistas y defendiéndolos en contra de la burguesía”. El trabajo de Trotsky, al analizar la degeneración de la Revolución Rusa y el surgimiento del estalinismo, como producto de la presión del capitalismo internacional sobre un Estado obrero en un país atrasado, fue un esfuerzo pionero. Trotsky jugó un papel crucial oponiéndose a la doctrina de Stalin del “socialismo en un solo país”. Su estudio del régimen estalinista, completamente marxista, histórico y materialista, fue crucial para el desarrollo de la teoría del capitalismo de Estado.
La teoría de Trotsky sugería que en el Tercer Mundo las fuerzas impulsoras del desarrollo social llevarían a la revolución permanente y a los trabajadores a la lucha por el socialismo. Pero ante la ausencia del sujeto revolucionario, de la actividad y de la dirección de la clase trabajadora, el resultado fue un liderazgo y un objetivo diferente: el capitalismo de Estado. Teniendo en cuenta lo que es de validez universal en la teoría de Trotsky (el carácter conservador de la burguesía) y lo que depende de la actividad subjetiva de la clase trabajadora, se puede llegar a una versión de la misma, que por falta de un nombre mejor, llamamos teoría de la revolución permanente desviada. En ella el tema central de la teoría de Trotsky permanece tan válido como siempre: la clase trabajadora debe seguir su lucha revolucionaria hasta que triunfe en todo el mundo. Sin alcanzar esta meta no puede lograr su libertad.


Si el régimen estalinista no hubiera sobrevivido a la guerra, como Trotsky preveía, es claro que los partidos estalinistas de Francia e Italia no habrían tenido poder para defender al régimen capitalista en estos países. De igual manera, la clase trabajadora alemana no habría quedado paralizada después de la caída de Hitler. La supervivencia del capitalismo de Estado condujo a la supervivencia del capitalismo occidental, pues era interés de ambos evitar la revolución. Pero este era un sistema de hermanos hostiles y los anteriores aliados en los tiempos de la guerra pronto se vieron envueltos en una masiva y costosa carrera armamentista: la Guerra Fría. Ésta era la base de la economía armamentista permanente que operaba en occidente.
La política estalinista de aliarse a las fuerzas capitalistas locales determinó que ese imperialismo no fuera derrocado por una revolución de los trabajadores. El imperialismo pudo frecuentemente deshacerse políticamente de las colonias sin tener que renunciar a su completo dominio económico. Allí donde se llevaron a cabo políticas de capitalismo de Estado, se forjaron alianzas con el Bloque soviético, pero la situación de los trabajadores siguió siendo de explotación y sometimiento al régimen capitalista. Por consiguiente, una vez que el pronóstico de Trotsky sobre el destino del régimen estalinista en la Unión Soviética no se hizo realidad, el resto de sus pronósticos -sobre el desarrollo de los países capitalistas avanzados y atrasados- tampoco se materializó.
Lamentablemente, apenas existía alguna continuidad en términos de revolucionarios individuales, entre la Internacional Comunista de Lenin y Trotsky a principios de los años veinte y el movimiento trotskista en los años treinta y después de la Segunda Guerra Mundial. Presionados entre la masiva influencia de Stalin y el miedo a Hitler, las organizaciones trotskistas siempre consistieron en grupos diminutos al margen de los movimientos de masas.
La Primera, Segunda y Tercera Internacionales nacieron en períodos de avance de la clase trabajadora; las organizaciones trotskistas nacieron durante un terrible período en la historia de la clase trabajadora: la victoria del nazismo y del estalinismo. Sin comprender por qué durante dos generaciones el trotskismo se encontró aislado e impotente, los trotskistas se inclinaron a perder el rumbo y llegaron a conclusiones completamente pesimistas sobre el futuro. Entender el pasado aclara que a ese trotskismo, le corresponde un lugar como eslabón en la continuidad del marxismo. La teoría clásica de la revolución permanente, tal como fue defendida por Trotsky, está de vuelta en la agenda.